viernes, 30 de septiembre de 2022

Descubren la molécula responsable de clasificar los recuerdos como negativos o positivos en el cerebro

Investigadores del Instituto Salk en La Jolla, California, han identificado una molécula del cerebro responsable de asociar emociones positivas o negativas a un recuerdo. El hallazgo, publicado en la revista Nature, podría utilizarse para el tratamiento de la ansiedad, la depresión o el estrés postraumático.

«Básicamente, hemos empezado a entender cómo funciona el proceso biológico fundamental por el que recuerdas si algo es bueno o malo», explica la profesora Kay Tye, investigadora del Instituto Médico Howard Hughes y el Laboratorio de Neurobiología de Salk’s Systems. «Esto forma parte del núcleo de nuestras experiencias vitales, y pensar que se puede concretar en una única molécula es enormemente emocionante» (ver más).

Ante una determinada experiencia, el cerebro le asigna una emoción negativa o positiva, lo que supone un mecanismo evolutivo para aprender a evitar experiencias negativas y a buscar las positivas. Este mecanismo se denomina ‘asignación de valencia’ y depende, al menos en parte, de un grupo de neuronas situado en el grupo basolateral de la amígdala (BLA) del cerebro. Así, en experimentos en ratones se pudo observar que, ante un estímulo positivo, como probar un alimento dulce, un grupo específico de esas neuronas se activa, asociando una valencia positiva a la experiencia. En cambio, ante un estímulo negativo, como el sabor amargo, se activan otras neuronas diferentes de la misma región cerebral, asignando una valencia negativa.

«Descubrimos estos dos circuitos, como vías de tren, que conducían alternativamente a una valencia positiva o negativa. Pero todavía no sabíamos qué señal estaba activándose como interruptor para determinar qué camino había que tomar frente a cada experiencia», explica Tye.

En la investigación que ahora se ha publicado, la neurotensina se ha postulado como la molécula señalizadora responsable del proceso. Se trata de un neurotransmisor generado por neuronas de otra región cerebral, el núcleo paraventricular del tálamo (PVT), que se proyectan hacia el BLA. Mediante la técnica de edición genética CRISPR, eliminaron el gen que permite la expresión celular de la neurotensina en ratones y comprobaron que los animales eran incapaces de asignar una valencia positiva a sus experiencias, por lo que no aprendieron a valorar como deseable el sabor dulce. En cambio, la falta de neurotensina no impidió la asignación de valencias negativas al sabor amargo, e incluso mejoró este mecanismo. Estos resultados sugieren que el estado «por defecto» del cerebro se inclina hacia el miedo y el rechazo a lo negativo, antes que hacia la búsqueda de lo positivo: las neuronas que determinan la valencia negativa se activarán ante una nueva experiencia a menos que entre en acción la neurotensina. Desde el punto de vista evolutivo, tiene sentido, explica Tye, ya que prioriza ante todo que el individuo evite situaciones potencialmente peligrosas. Experimentos adicionales demostraron que niveles altos de neurotensina fomentaron el aprendizaje mediante gratificación, y atenuaron la valencia negativa.

«Podemos manipular este interruptor para activar y desactivar el aprendizaje positivo y negativo», explica, Hao Li, otro de los autores de la investigación. «En última instancia, nos gustaría identificar nuevas dianas terapéuticas para estos circuitos», plantea. Por ejemplo, se deben determinar qué niveles de neurotensina se deben modular en los cerebros de personas que sufren ansiedad o estrés postraumático.

Nuestra valoración bioética

Este descubrimiento se relaciona de lleno con el área de la neuroética que estudia las implicaciones éticas de los avances neurocientíficos. Por supuesto, la mejora de los tratamientos para las enfermedades mentales mencionadas sería muy positiva. No obstante, estos avances también podrían utilizarse para ejercer un control externo no deseado ni consentido, incluso con finalidades no médicas, sobre el cerebro de los individuos. Así, la posibilidad de intervenir en la modulación de los niveles de neurotensisna—como ya se ha hecho con la dopamina, otro importante neurotransmisor conocido como “hormona del placer”—puede alterar la percepción emocional, los recuerdos asociados y, por tanto, la conducta posterior. Los abusos que podrían cometerse son evidentes, por lo que el desarrollo de este tipo de intervenciones sobre el ser humano debe acompañarse de una definición clara de los fines permitidos, de acuerdo con el respeto a la dignidad de la persona y a otros valores derivados de esta, especialmente la autonomía.

 

Lucía Gómez Tatay e Ignacio Ventura

Observatorio de Bioetica-Universidad Católica de Valencia

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