domingo, 7 de enero de 2018

Hamelin 7: Los nuevos rostros del sectarismo abusivo

Como ya señalamos páginas atrás, en los últimos años proliferan grupos con un discurso psicologizado, promotores de estilos de vida saludables y orientados al desarrollo de habilidades inter e intrapersonales. Cada vez más lejano van quedando los viejos estereotipos que asocian a los grupos abusivos con movimientos secretistas, viviendo en comunidades cerradas, abocados a la práctica ritual y con líderes al estilo de gurúes orientales. No es que dicho modelo ya no exista, pero sin duda es mucho menos frecuente que décadas atrás, y va cediendo paso a nuevas formas de configuración grupales. 
Por ejemplo, se vienen poniendo de moda en las últimas décadas los llamados “seminarios coaching” (o debiéramos decir, de pseudocoaching), que nada tienen que ver con el coaching profesional, una especialidad legítima en la que desafortunadamente se observa un aprovechamiento del término coach para dar lugar a todo tipo de distorsiones
Estos programas, diseñados en base a seminarios de fin de semana divididos en diferentes niveles (cada uno de mayor duración que el anterior, y sustancialmente más costoso económicamente), se promocionan con el fin de ayudar a los participantes a crecer personalmente, a conocerse mejor a sí mismos, y a que logren concretar los sueños y metas de su vida.
Hay diversas críticas que se le hacen a este tipo de “dinámicas grupales”:
  • La atracción de nuevos participantes es permanente en estos grupos, y condición obligada para poder participar en niveles más avanzados
  • No se ofrece desde el inicio información clara y transparente sobre el “programa”, y sobre las actividades a desarrollar durante el mismo. Por lo general, uno llega como invitado de una persona conocida que asegura que “participar te cambia la vida” o bien, uno se inscribe por motus propio, siendo la única respuesta que uno obtiene al querer saber de que se trata que “no es algo que te pueda contar, sino que lo tenés que vivir vos mismo/a”.
  • No hay ninguna evaluación psicológica previa, considerando las técnicas de alto impacto psicoafectivo que se emplean durante el programa, y sus imprevisibles efectos en la subjetividad de cada uno de los participantes.
  • Existe una fuerte presión para comprometerse en la participación de los siguientes niveles, incentivando la toma de decisiones rápidas, o la firma de documentos de compromiso, todo esto en un contexto de alta emocionalidad grupal. 
  • Las actividades están diseñadas para producir cambios actitudinales bruscos, mediante distintos ejercicios que incluyen la confesión abierta de secretos personales, descalificaciones públicas “por el bien propio”, o bien alternando actividades extenuantes con otras tranquilizadoras, que generan confusión y alteran el estado emocional de quienes participan.  
El negocio del coaching coerctivo, como lo llaman algunos estudiosos de este tema, está en convencer a nuevas personas para que participen de los talleres de desarrollo personal, algunas de las cuales participan gratuitamente al principio, ya que la persona que los invitó se encargó de pagar el costo económico del primer nivel de su propio bolsillo. 
La persona que llega por primera vez a estos talleres no sabe muy bien de que se tratan; la única referencia que tienen es la de aquel amigo/familiar/conocido que los invitó y que les aseguró que la experiencia “les va a cambiar la vida”. Por lo general, algunos días antes el futuro participante tiene una reunión con un referente de la organización que les hará algunas preguntas, con el fin de ir conociéndolo, y claro está, ir delineando un perfil de cada participante para poder así detectar sus debilidades y zonas frágiles de personalidad. Quien participa de estos talleres debe aceptar una serie de reglas, cuya transgresión puede suponer la expulsión inmediata, y que apuntan a mantener el clima de secreto y misterio que rodea estos seminarios para quien queda por fuera. Al mismo tiempo, pretenden asegurarse el aislamiento del participante durante la jornada, no sólo del mundo exterior, sino también de otros participantes como él, excepto cuando se hace obligada la interacción para el desarrollo de las actividades. Algunas de estas reglas incluyen: no grabar ni tomar notas, no usar reloj dentro del salón, no hablar con los vecinos de la silla, no compartir experiencias del seminario con personas que no hayan participado hasta despúes del final del mismo, no divulgar los procesos, etc. 
El objetivo de estos seminarios apunta a generar un shock psicoafectivo de intensidad en los participantes, comprometiéndolos en el corto o mediano plazo, hasta el momento de su graduación, y asignándoles la misión de reclutar a la mayor cantidad posible de personas para que también participen de los cursos. De esta manera, los antiguos participantes se van reciclando, dejando su lugar a otros nuevos. La rueda sigue girando. Y la economía de quienes organizan estos seminarios sonríe, agradecida. 
Ahora bien, si retomamos uno de los conceptos inicialmente propuestos en nuestro desarrollo, el de relación sectaria, quizás cause sorpresa afirmar que en el ámbito de la salud mental, y más específicamente en el de las psicoterapias, también pueden establecerse vínculos de naturaleza sectaria. No hablamos aquí necesariamente, y tal como propone el psicólogo mexicano César Monroy Fonseca (2012), de charlatanes comunes, de hábiles oportunistas o iluminados cualesquiera; hablamos de gente que a veces posee licencia médica o psicológica, quizás una trayectoria respetable, y hasta un encuadre terapéutico al cual poco hay que reprochar en los papeles. Sin embargo, determinar si la “terapia” a la que uno asiste se trata verdaderamente de una psicoterapia, no es un detalle menor.  La mayoría de las personas que acuden a un “terapeuta” que no es psicólogo/a, están convencidas de que realmente van a un psicólogo/a. Falsas terapias pueden ser la antesala a vínculos de tipo sectario y a dependencias nocivas de la figura del “terapeuta”. Podemos hablar de psicoterapia sectaria cuando ajena al cumplimiento de un objetivo terapéutico específico (ausente todo tipo de psicodiagnóstico y tratamiento formal), el vínculo “terapéutico” se va deslizando progresivamente hacia un sistema de adoración a la figura del psicoterapeuta, y donde los pacientes van siendo reducidos en su individualidad. “Terapeutas” con una importante cuota de perversión que eligen a sus pacientes entre aquellos cuya situación psicológica es más endeble, quizás por estar atravesando una depresión o un duelo, y a los cuales somete en su voluntad como prueba de la eficacia del tratamiento que lleva adelante. Se pretende demostrar que la psicoterapia está funcionando mediante el avasallamiento de la voluntad de quien llega a la consulta en búsqueda de ayuda. Recuerdo al escribir estas líneas a aquella paciente que relataba afligida sus desventuras con un terapeuta al cual había acudido tiempo atrás debido a su profunda inseguridad respecto a su autoimagen y atractivo físico. El reto propuesto para vencer tales temores era concreto: salir a la calle e ir a la consulta con ropa provocativa para luego convencerla de que estaba más segura de su imagen física. No aceptar el desafío, del cual este no era sino uno entre varios, suponía, indefectiblemente, que la paciente no tenía “voluntad de cambio”. Pruebas, desafíos, coerciones cuya consecuencia es culpabilizar al paciente si fracasa, achacándole su poco compromiso, o glorificar al terapeuta si lo logra, dado que todo es, desde ya, resultado del “maravilloso” tratamiento empleado. El paso al sectarismo grupal en estos tipos de relación inicialmente binarias, se da cuando el paciente, convencido de su debilidad personal y de su necesidad de apoyo y sostén para seguir adelante, es convencido por el “terapeuta” de que él no es la única persona con problemas, ofreciéndole la posibilidad de continuar avanzando en su camino de crecimiento personal compartiendo con otras personas cuya situación personal y emocional es similar a la propia. Estas otras personas, a su vez también pacientes del mismo “terapeuta”, acceden a compartir grupalmente un retiro, excursión o campamento, forjando lazos afectivos al empatizar con la situación de los demás, aunque poco a poco, toda la dinámica grupal se va deslizando hacia la exaltación de la figura del terapeuta, en un marco pseudocientífico que muchas veces involucra contacto físico y sexual con este, todo con la excusa de ser parte del mismo proceso sanador. La esperanza inicial de un tratamiento con el fin de sentirse mejor con uno mismo,  termina desembocando en sesiones grupales donde los participantes se aglutinan al unísono en sentimientos de corte religioso, y donde el terapeuta termina imponiéndose como rector espiritual.
El auténtico psicoterapeuta o analista jamás puede obligar al paciente a hacer algo que este no acepte, bajo la premisa de que es necesario para el óptimo desenvolvimiento de la terapia. Todo tratamiento psicoterapéutico, sea cual sea la corriente teórica desde la cual el profesional trabaje, se fundamenta en un profundo respeto por la autonomía del paciente, libre de manipulaciones, abusos o imposiciones extremas.  “Bajar línea” a través recomendaciones sobre cómo dirigir la propia vida o en el sentido de tomar decisiones relevantes es, en la enorme mayoría de los casos, inaceptable. A lo sumo, el terapeuta aporta estrategias, técnicas u orientaciones, pero sin imponer ni coaccionar a sus pacientes en una dirección determinada.
Otra categoría de grupos abusivos se esconden tras la fachada de exitosas empresas de venta piramidal, en las cuales la promesa de rápido éxito económico y ascenso social no son otra cosa que la puerta de entrada a una verdadera estafa económica y emocional para sus miembros. La esencia del funcionamiento de estos grupos está en que quienes se encuentran en la cima de la estructura se benefician en perjuicio de aquellos que recién son captados en la organización, ya que el dinero fluye siempre desde la base de la pirámide hacia su cúpula.  Para ingresar al sistema, el aspirante a distribuidor firma un acuerdo y debe comprar una cantidad determinada de productos, comprometiéndose a alcanzar ciertas metas. Los costos, al principio, no son demasiado altos, pero a medida que avanza la actividad, llegar a las metas propuestas conlleva un costo cada vez mayor, que siempre va a estar muy por encima de los ingresos prometidos inicialmente (y que a veces solo alcanza apenas para recuperar el monto inicial invertido). Quienes ingresan a estar organizaciones, tienden a incorporar rápidamente hábitos de vida, amistades y vocabulario propios del grupo piramidal. Cuando una persona externa a la empresa, intrigada por este negocio, advierte a su familiar o amigo que algo raro ocurre, se alejan de ella y muchos llegan incluso al punto de desvincularse de sus afectos, reprochándoles su actitud pesimista. Lo fundamental para que el negocio perdure es la incorporación permanente de clientes nuevos y en el momento en que esto ya no sucede, el sistema comienza a desplomarse. Son grupos que se alimentan de la necesidad de trabajo, de dinero rápido, y también, en algunos casos, de la tan humana y lamentable codicia.

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