miércoles, 10 de enero de 2018

Hamelin 10: El sectarismo en el séptimo arte. Conclusión

La exploración de la dinámica de los grupos sectarios y sus efectos psicológicos en los miembros no es un tema novedoso en el cine.  El fenómeno sectario suele estar presente en el contenido argumental de muchas producciones del séptimo arte, especialmente en los géneros del thriller y el terror, y en mucha menor medida, del drama. 
A menudo la calidad de estas películas suele ser dispar, tanto en términos de trabajo guionístico como en la seriedad con la que se trata el tema. 
Películas como “Los Sin Nombre” (Jaume Balagueró, 1999), “Los Niños del maíz” (Fritz Kiersch, 1984), o “El hombre de Mimbre” (1973) son entretenidas y originales, pero poco sirven para entender la realidad de un fenómeno por lo general bastante menos sensacionalista que en lo que en estas cintas apreciamos. 
Centremos nuestra atención en dos películas tan interesantes como cuestionadas en su enfoque, una de producción nacional y la otra norteamericana. 
Argentina tiene el “mérito” de haber sido el primer país en Latinoamérica en haber llevado el tema a la gran pantalla. En el año 2004 se estrenó en los cines “Los esclavos felices”, con dirección de Gabriel Arbós y co-guión del periodista Alfredo Silletta, otrora estudioso del tema y uno de los pioneros del periodismo de investigación en Argentina. El título de la película, metafórico respecto a la trama argumental, hace referencia a la obertura del mismo nombre compuesta por el músico español Juan Crisóstomo Arriaga. El argumento cuenta la historia de Laura, una adolescente conflictuada que deja sus estudios, familia y amigos para unirse a un grupo llamado Los Hijos del Cielo. Su familia, desesperada, trata de rescatarla mediante un "desprogramador", una figura muy común en el mundo antisectario de los años 70´y 80´ en Estados Unidos, un “especialista” en recuperar a gente que fue captada por grupos sectarios, y encarnado en la película por Jorge Marrale. Es curioso que se haya elegido retratar la figura del desprogramador, siendo que en Argentina nunca se empleó oficialmente dicho método de “rescate”. Y es que la desprogramación tiene sus fundamentos en el modelo de conversión paulina al que nos referimos anteriormente, en la premisa del lavado de cerebro. La lógica sería la siguiente: “el miembro sectario fue programado por el grupo, convertido en una especie de robot para que acepte las creencias, ideas, valores y metas impuestas grupalmente,  y por ende, hay que desprogramarlo, devolverlo a su forma de vida anterior”. Este método, sumamente cuestionable desde el punto de vista ético, consistía fundamentalmente en someter al miembro sectario a una terapia de choque con el fin de dinamitar todas y cada una de las convicciones inculcadas por el grupo, a fuerza de “diálogos” con un especialista en el fenómeno sectario (por lo común, psiquiatras o psicólogos) y sus ayudantes, la exposición de material fílmico y bibliográfico de carácter crítico sobre el grupo y el líder, no disponible hasta entonces para la persona, y al restablecimiento progresivo de la comunicación con familiares y amigos, con el fin de provocar una ruptura emocional y hacer tambalear las creencias y marcos de referencia impuestos por el grupo sectario. Con un pequeño detalle: todo esto se hacía secuestrando, literalmente, al miembro que se pretendía rescatar; es decir, atentando contra su “libertad”.  Uno de las consecuencias de esto es que cuando los grupos recurrían a la justicia denunciando el secuestro de uno de sus miembros, los jueces usualmente fallaban a favor del grupo y en contra de los terapeutas desprogramadores. “Los esclavos felices”  recibió algunos cuestionamientos en esta dirección, al retratar como forma de recuperación del miembro sectario una técnica ya en desuso y cuestionable como los mismos procedimientos de captación usados por el grupo sectario. No obstante, vale destacar que, cualquiera sea la apreciación subjetiva sobre el film, fue muy efectiva a la hora de reflejar la problemática familiar de la protagonista, y su crisis vital adolescente, situaciones que en la realidad crean las bases, muchas veces, para la captación y manipulación posterior por parte de grupos abusivos.
Los esclavos felices
Estrenada en el año 2004, “Los Esclavos Felices” es la primera película latinoamericana dedicada integralmente al fenómeno sectario. Pese a algunos cuestionados recibidos, es destacable el retrato ofrecido sobre la protagonista adolescente, su problemática, las circunstancias de la captación sectaria, la figura del líder y algunas técnicas de manipulación emocional empleadas por estos grupos.
La otra película que vale la pena mencionar es la aclamada “Martha Marcy May Marlene”, de Sean Durkin, y estrenada a comienzos del 2011. Narrada sin melodramas, tiene la virtud de que la trama se va desplegando poco a poco, permitiendo que el espectador se centre en lo que está pasando intelectualmente y emocionalmente en cada uno de los personajes. Se trata de un thriller sin acción pero muy eficaz en su esfuerzo por mantener la sensación de temor que transmite la protagonista.
La película es un retrato del llamado Síndrome Post-Sectario que aqueja a muchos de quienes se involucran en relaciones de plena dependencia con estos grupos. Martha es  una joven que sufre distintos síntomas, entre ellos un cuadro intenso de sospecha paranoide, al volver con su familia después de vivir con un grupo abusivo en las montañas Catskill, en Nueva York.
El Síndrome Post Sectario describe las repercusiones psicológicas que sufre una persona cuando abandona o es expulsada de un grupo sectario abusivo. Su intensidad es variable, y dependerá de distintos factores, como el tiempo transcurrido en el grupo, las características particulares del grupo en cuestión, y la misma personalidad del miembro. Estos síntomas divergen respecto a aquellos que experimentan los miembros que todavía forman parte del grupo.  Una de los primeros conflictos que el ex miembro vivencia se refiere al denominado shock cultural generado como consecuencia del retorno pleno a la sociedad, y a la necesidad de reconciliar la experiencia en el grupo con la demanda y los valores de tres momentos distintos: el pasado anterior al grupo, el tiempo transcurrido con el grupo y la actual situación post grupal. Es decir, se impone un proceso de adaptación a una nueva vida autónoma e independiente, tras haber sido parte del engranaje grupal que limitaba severamente la autonomía y posibilidades de libre elección.  Si bien este síndrome fue conceptualizado originalmente para describir la situación psicológica y existencial post grupal de aquellos que luego de vivir en comunidades cerradas retornaban a la sociedad “normal”, no deja de tener validez como modelo, pese a que la intensidad de la sintomatología no se presente habitualmente de manera tan intensa.  
Uno de los principales síntomas que caracterizan a este cuadro, y que es justamente reflejado de manera muy clara en la película, es el denominado Complejo de jarrón exótico. Esto se refiere a una actitud de hipervigilancia y sentimiento de sospecha que aqueja al ex miembro sectario, y por el cual se siente un bicho raro al cual todos observan, señalan y aluden, de manera explícita o implícita, y en forma predominantemente acusatoria. Todos, familiares, amigos, conocidos y hasta extraños parecen hablar sobre él y censurarlo por lo bajo; al menos así es vivido por quienes atraviesan esta fase paranoide tras la experiencia con un grupo sectario. Indisolublemente ligada a esta actitud de sospecha, está el miedo del ex adepto, que muchas veces roza con el pánico, tanto al grupo como al líder abandonado. La infusión de temor de la que el ex miembro fue víctima durante la vida en el grupo, signada por la amenaza reiterada de un severo castigo emocional o espiritual si dejaba de ser miembro de la comunidad, se actualiza en todo su esplendor. El temor a que el líder súbitamente reaparezca, a que el grupo quiera vengarse por el abandono, o a ser sujeto de algún tipo de castigo o retaliación divina, atormentan al ex miembro y lo tornan híper reactivo a todo lo que sucede a su alrededor. Esta vivencia resulta atormentadora para muchos ex miembros. 
El otro síntoma predominante del antedicho síndrome es la depresión, en grado variable. Ya sea debido a la expulsión o al abandono voluntario del grupo, el ex miembro se encuentra frente a la necesidad de tramitar un duelo por la experiencia vivida que ya no es más. Más allá de sus aspectos censurables, lo cierto es que muchas veces el grupo sectario funciona como continente de situaciones para las cuales el ex miembro no pudo encontrar soluciones en otro lugar. El grupo, mal que bien, lo sostenía, le proporcionaba cierto holding. Ahora, el ex miembro se ve frente a la necesidad de elaborar su experiencia en el grupo, experiencia que en algunos casos consumió varios años de su vida. El humor depresivo puede, entonces, instalarse por distintas razones. Una de las principales es la carencia de esa contención grupal que el grupo proveía y que en muchos casos, da lugar a vivencias de desamparo, de pérdida de la identidad, de crisis existencial. Lo que era, dejó de ser. Hay que comenzar de nuevo. Lo que implica, en muchos casos, comenzar de cero. No solamente hay que reconstruir la autoimagen por fuera del Nosotros grupal, para asumirse nuevamente como sujeto autónomo y responsable por la propia vida; también hay que lidiar con el desaliento provocado por la sensación de tiempo perdido, por los años dedicados al grupo sectario, por el tiempo transcurrido como víctima de un engaño. Trabajo inevitable que hay que enfrentar con el fin de retomar el camino a la individuación
Se trata, como proponen la psicoanalista Alejandra Cowes (2010) y el filósofo Guillermo Maci (2009), de relocalizar al sujeto en una dimensión simbólica desde la cual poder avistar la condición perversa de los lazos que lo unían al líder sectario. Entre el líder y el sujeto sujetado e instrumentalizado, se hace necesaria la apertura de un tercer elemento, aquel que permita el discurrir de las palabras que ayuden a quebrar las dualidades de una satisfacción fantasmática “tan fascinante como mortífera”. 
Volviendo ahora a la película, podemos terminar diciendo finalmente que Martha Marcy May Marlene se destaca, más allá de sus aspectos técnicos, por la eficacia y la claridad para centrarse en la experiencia interna, subjetiva, de la protagonista, brindándonos un fiel reflejo de la experiencia post sectaria que atraviesan muchos ex miembros de estos grupos. 
Terminando con este brevísimo repaso, otras películas de años recientes que vale la pena tener en cuenta para profundizar en distintos aspectos del fenómeno sin caer en los recursos típicamente comerciales de este tipo de cine son: “Los Creyentes” (“Believers”, de Daniel Myrick, 2007), “El sonido de mi voz” (“Sound of my voice”, de Zal Batmanglij, 2011), “Estado Rojo” (Red State, de Kevin Smith, 2011), y “El Sacramento” (The Sacrament, de Tim West, 2013). A esta lista puede agregarse la primer temporada de la reciente serie estrenada por la cadena Hulu, “The Path” (Jessica Goldberg, 2016).



“(…)El más vivo afán del hombre libre es encontrar un ser ante quien inclinarse. Pero quiere inclinarse ante una fuerza incontestable, que pueda reunir a todos los hombres en una comunión de respeto; quiere que el objeto de su culto lo sea de un culto universal; quiere una religión común. Y esa necesidad de la comunidad en la adoración es, desde el principio de los siglos, el mayor tormento individual y colectivo del género humano. Por realizar esa quimera, los hombres se exterminan. Cada pueblo se ha creado un dios y le ha dicho a su vecino: "¡Adora a mi dios o te mato!" Y así ocurrirá hasta el fin del mundo; los dioses podrán desaparecer de la tierra, mas la Humanidad hará de nuevo por los ídolos lo que ha hecho por los dioses”. 
Feodor Dostoievski, “El Gran Inquisidor”

Todas las evidencias indican que desde que el hombre es hombre, el ser humano se encuentra constitucionalmente predispuesto a levantar templos y establecer lazos de devoción hacia figuras constituidas en el lugar del Ideal.  Y como comprobamos al revisar la historia, en toda época existieron personajes que, apelando a la supuesta posesión de dones o conocimientos extraordinarios, explotaron la humana necesidad de creer y sentirse parte para sus fines personales. Utópico sería pretender que eso deje de suceder en el futuro. No obstante, lo que sí debemos exigir es que se aplique todo el peso de la ley cuando se cometa un delito. Y como profesionales de la salud mental, es vital destacar una y otra vez la importancia que la prevención tiene en este contexto. Y es que no hay vacuna más eficaz para defenderse del fanatismo y sus derivados, que el acceso a la mayor pluralidad de información posible sobre los mecanismos, las estrategias y las modalidades de sujeción que emplean estos grupos y sus líderes. Si ello además viene acompañado de una buena y necesaria dosis de pensamiento crítico, difícilmente nos veamos envueltos en dinámicas que atenten contra nuestros derechos más fundamentales. Todo lo contrario, estaremos garantizándonos, de esta manera, la posibilidad de acceso a una vida más auténtica, más plena, más rica en experiencias, y por supuesto, siempre más libre.     


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