lunes, 25 de octubre de 2010

privacidad

QUIERO BORRAR MI PASADO... DE INTERNET . Nuevas estrategias

En tiempos de redes sociales aparece una nueva reivindicación: el derecho al olvido. Una foto colgada hace años, un post en el blog o una noticia aparecida en prensa... Todo sigue en la nube, a golpe de ratón. Condenados a la memoria. Pero ya hay alguien trabajando en liberarnos de esa condena...
Damnatio memoriae es una expresión latina que significa `la condena de la memoria´. Se trata de una práctica muy extendida en el Imperio romano y consistía en borrar todo vestigio de un emperador si, tras su muerte, el Senado juzgaba que no había sido un gobernante como Dios manda, literalmente: según las creencias de la época, el emperador bueno iba al cielo, apoteosis mediante; el otro era condenado al olvido. Se borraba su nombre de las monedas acuñadas bajo su mandato, se derrumbaban sus estatuas y se destruía todo documento que lo recordara.
Hoy, muchos querrían para sí una cierta dosis de damnatio memoriae: blogueros que se arrepienten de algún post publicado en su bitácora o un comentario en Twitter, usuarios de Facebook que han colgado una foto –de una borrachera, quizá– que ha tenido consecuencias inesperadas e indeseadas. Hay casos paradigmáticos, como el de Stacy Snyder, una joven americana que hace años colgó en MySpace una foto en la que ella misma aparecía bebiendo disfrazada de pirata. Drunken pirate, `la pirata borracha´, la bautizó. Stacy estaba a punto de terminar sus estudios universitarios y de convertirse en profesora cuando recibió una llamada. Alguien había avisado a sus supervisores académicos de la existencia de la foto. Y le impidieron licenciarse. Hoy trabaja en recursos humanos.
El caso lo recoge Viktor Mayer-Schönberger en el libro Delete: the virtue of forgetting in the digital age (Borrar: la virtud de olvidar en la era digital). Este especialista en temas de privacidad vive a caballo entre las universidades de Harvard y la Nacional de Singapur. «Desde el inicio de los tiempos –escribe–, el olvido ha sido para nosotros la norma, y el recuerdo, la excepción. Pero, debido a la tecnología digital y a las redes globales, este balance se ha invertido.»
Un reciente estudio de Microsoft, realizado en Estados Unidos, detalla que el 75 por ciento de los profesionales de recursos humanos asegura que sus compañías los obligan a buscar en Internet datos sobre los aspirantes a un puesto de trabajo, incluyendo redes sociales, páginas para compartir fotos y vídeos, blogs o páginas web personales.
Ha surgido así una nueva reivindicación: el derecho al olvido. «Si cualquier acto nuestro puede volverse en nuestra contra, incluso años después de producirse, si todos nuestros comentarios impulsivos quedan registrados y pueden ser fácilmente combinados para ofrecer una imagen nuestra, el miedo a cómo nuestros actos y palabras puedan ser percibidos tiempo después puede hacernos hablar con menos libertad», puede leerse en otra obra de Mayer-Schönberger, Vacío útil: el arte del olvido en la era de la informática omnipresente. El profesor tiene una propuesta para evitarlo, sin embargo: la información con fecha de caducidad.
Funciona más o menos así: cada archivo generado por nuestro ordenador incorpora una serie de metadatos que contienen mucha información sobre nosotros. Ocurre también al introducir una palabra en un buscador: datos como nuestra IP o aquello que deseamos encontrar es almacenado por compañías como Google en sus servidores. Lo mismo ocurre al descargar una foto en el disco duro (se registra la fecha, la hora y, con los dispositivos GPS, el lugar donde se realizó la toma). Mayer-Schönberger propone que estos metadatos tengan una duración definida en el tiempo. Así, el usuario podría elegir cuándo caduca el archivo o el texto que está compartiendo con los demás. Pasado ese tiempo desaparecería, no sólo de, digamos, nuestro perfil en Facebook, sino también de los ordenadores de nuestros amigos si se han descargado la foto que queremos eliminar. Propone a la vez que las redes sociales añadan una casilla a la hora de compartir archivos o reflexiones: una donde se indique cuánto tiempo queremos que esa información permanezca visible.
La propuesta es de largo alcance: pretende, además, extender la fecha de caducidad a la información que una compañía telefónica puede albergar sobre nuestras llamadas e introducir cambios legislativos que aseguren su cumplimiento. Asegura que su planteamiento puede sonar simplista o radical (o ambas cosas), pero ya hay quien ha recogido el guante. Desde Argentina, el periodista Alejandro Tortolini y el técnico informático Enrique Quagliano han puesto en marcha la campaña Reinventando el olvido en Internet, inspirados en Mayer-Schönberger. «Nos mueve a hacerlo la falta de conciencia sobre los riesgos de publicar información sensible en la web. La gente publica fotos, comentarios y datos personales sin medir las consecuencias, y hay casos que demuestran que nos podemos equivocar por no medir los riesgos. No pretendemos generar miedo con esta advertencia, sino alentar a pensar antes de publicar», explica Enrique a XLSemanal. Y resume sus reivindicaciones: «Se trata de que los sistemas cambien de `recordar por defecto´ a `olvidar por defecto´ y que, en lugar de que la información permanezca para siempre por el simple hecho de que el usuario la publica, sea el propio usuario quien decida por cuánto tiempo permanece».
Artemi Rallo, director de la Agencia Española de Protección de Datos, asegura que cada vez atienden más casos relacionados con el derecho al olvido. «Los más conflictivos y frecuentes tienen que ver con que alguien se encuentra, sin comerlo ni beberlo, con que un tercero ha subido fotos o comentarios a la Red. En otros casos, sin embargo, deriva de obligaciones legales, por ejemplo, un Boletín Oficial o una noticia de prensa, amparada por la libertad de información.» Otra cosa es que el internauta haya aportado voluntariamente la información. «En este caso, de acuerdo con la legislación vigente, cualquier persona puede revocar su autorización y solicitar la cancelación de esa información, pero en la mayor parte de los casos esto es muy difícil.»
Por su parte, Marc Carrillo, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Pompeu Fabra, propone otro modelo para intentar borrar ese pasado en redes como Facebook, propio de una actitud poco reflexiva sobre nuestros derechos. «Podría encontrarse una vía –desde luego, muy incierta– en la sugerencia de que las administraciones de las web (webmaster) se doten de las adecuadas medidas informáticas que eviten la indexación de la noticia. Se trata de los `robots.txt´, unos archivos con capacidad técnica para ocultar determinadas páginas de una web a fin de impedir el acceso de los principales buscadores.» Y menciona la posibilidad de una futura legislación que exija a las webs dotarse de estas medidas.
En Francia, por ejemplo, se ha desarrollado una consulta pública para sondear la opinión de ciudadanos y empresas sobre el derecho al olvido. El resultado: el 74 por ciento considera que este derecho debería garantizarse legalmente. Y el objetivo es que se traduzca en un acuerdo de autorregulación por parte de los responsables de las páginas web. Mientras tanto, hay otros modos de borrar nuestro pasado on-line. En EE.UU. han surgido ya compañías, como ReputationDefender, que, por unos de 10.000 dólares, se encargan de buscar la información que afecte negativamente a nuestra reputación y solicitar su eliminación. También se encargan de llenar la Red con elementos positivos sobre nosotros para que aparezcan en primer lugar en los motores de búsqueda. Tienen ya clientes en más de cien países. Si no quiere ser el próximo, piénselo dos veces antes de compartir cosas en la Red o, como decía el eslogan de la última campaña europea sobre el tema: «Think B4 U post». Piensa antes de `postear´. Daniel Méndez

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