viernes, 5 de abril de 2013

los Papas - 34

Juan XXIII (28 octubre 1958 - 3 junio 1963)
Personalidad y carrera eclesiástica. Angelo Giuseppe Roncalli nació (25 noviembre 1881) en Sotto il Monte, un conjunto de caseríos entre colinas a 12 kilómetros de Bérgamo. Fue hijo de Battista Roncalli y Marianna Mazzola, modestísimos campesinos que tuvieron una numerosa familia, pues Angelo Giuseppe Roncalli fue el cuarto de trece hermanos. Según costumbre del lugar y de la época, su familia vivía integrada en un clan más amplio. Su tío abuelo Javier --Barba, como se le llamaba afectuosamente-- ejercía una autoridad patriarcal sobre todos los parientes. Siguiendo las prácticas habituales de toda familia cristiana, que bautiza a los niños cuanto antes, Barba Javier se encargó de que su sobrino nieto recibiera las aguas bautismales el mismo día que nació por la tarde. Barba Javier reunía a los suyos cada día y dirigía el rezo del rosario en torno a más de treinta Roncalli; el patriarca de la familia era intendente de los condes Morlini, y como hombre cultivado y piadoso se ocupó de la primera instrucción de Angelo Giuseppe. Éste, por su parte, nunca perdió el sentido de pertenencia a una familia, sin olvidar por supuesto a los difuntos, de modo que al cumplir los ochenta años el papa escribía desde el Vaticano a uno de sus hermanos en los siguientes términos: Yo tengo siempre próxima a mi cama la fotografía que recoge, con sus nombres inscritos sobre el mármol, todos nuestros muertos: el abuelo Ángel, Barba Javier, nuestros venerados padres, nuestro hermano Juan, las hermanas Teresa, Ancilla, María y Enrica. ¡Qué hermoso coro de almas nos esperan y ruegan por nosotros! Yo pienso siempre en ellas. Recordarlas en la oración, me da ánimos y me infunde alegría en la confiada espera de unirme a ellas, todos juntos, en la gloria celeste y eterna (Juan XXIII, Lettere ai familiari [1901-1962], Roma, 1968). Al día siguiente de la tonsura, su director espiritual le entregó un cuaderno con tapas de tela negra, que contenía las «reglas breves». Esto sólo se hacía con los más selectos de los futuros sacerdotes, que así pasaban a formar parte de la Congregación de la Anunciación de la Inmaculada. El reglamento de dicha Congregación era una guía para mejorar en la vida de piedad, que entre otros medios ascéticos indicaba la necesidad de realizar un exigente examen de con- ciencia. Para un mejor control de sus propósitos, Angelo Giuseppe Roncalli decidió hacer el examen por escrito y anotar las victorias y las derrotas sobre los propósitos. Y así lo hizo desde los quince años hasta su muerte, con algunas interrupciones periódicas que, eso sí, cada año ponía al día durante los ejercicios espirituales. santo rosario como se debe, y entonces todo va bien; o continúo portándome como en estos últimos días, y entonces el viernes no comeré nada hasta mediodía y haré dos horas de meditación. Hagamos las cuentas: yo quiero ganar de las dos maneras. hombre de oración [...] «El mantenerme siempre en presencia de Dios --según escribió en su diario-- desde la mañana hasta la noche, con Dios y con las cosas de Dios, me proporciona una alegría perenne y me induce a la calma y a la paciencia.»
La humildad, la paciencia, la prudencia, el amor por la verdad, la paz, la unión, el amor por Cristo y por la Iglesia, la fe viva, el abandono confiado en la divina Providencia, la firmeza en la disciplina, eran todas ellas las virtudes que el papa Juan había admirado en san Carlos Borromeo y en san Lorenzo Justiniano, dos grandes obispos de la época postridentina y que él había tomado como modelo de su acción pastoral [...] la profunda espiritualidad del papa Juan estaba alimentada por el intenso amor a la Eucaristía y por su filial veneración por la Virgen. «A Jesús por María», era su lema. La veneración de Juan XXIII por la Santísima Virgen queda de manifiesto en el hecho de que fijó el primer período de los trabajos conciliares en el tiempo comprendido entre las fiestas de la Maternidad de María y la Inmaculada Concepción [...] Consideró su oficio de sucesor de san Pedro como un servicio. El fue ciertamente servus servorum Dei, el siervo de los siervos de Dios (B. Mondin, Dizionario enciclopédico dei papi, Roma, 1995). El pontificado de Juan XXIII. servía para recitar las alabanzas de la Madre Dios. Al despedirse rogó a Rada Kruschev que de vuelta a casa hiciera a su hijo Iván una caricia especial, pues estaba seguro que a sus hermanos no les iba a molestar aquella preferencia cuando les explicara la razón. Pues bien, permanentes manifestaciones como éstas que eran la expresión exterior de su fondo humano, hicieron que muy desde el principio Juan XXIII fuera un personaje querido y popular, conocido por las gentes como «el papa bueno».
El magisterio de Juan XXIII. hombres de espíritu generoso hay que incluir, sobre todo, la de establecer un nuevo sistema de relaciones en la sociedad humana, bajo el magisterio y la égida de la verdad, la justicia, la caridad y la libertad: primero entre los individuos; en segundo lugar, entre los ciudadanos y sus respectivos Estados; tercero entre los Estados entre sí, y, finalmente, entre los individuos, familias, entidades intermedias y Estados particulares de un lado, y de otro, la comunidad mundial. Tarea sin duda gloriosa, porque con ella podrá consolidarse la paz verdadera según el orden establecido por Dios.
La muerte de Juan XXIII. todos le llamaban-- fue impartir una bendición en la quiso abarcar a todo el mundo. Falleció el 3 de junio de 1963. En 1965, Pablo VI introdujo su causa de beatificación, junto con la de su predecesor Pío XII. En la actualidad, dicha causa ha concluido la fase de elaboración de la positio, en la que el responsable del proceso o postulador reúne y presenta todo el material sobre el ejercicio de todas las virtudes cristianas en grado heroico, con el fin de que, primero, la congregación correspondiente, después, los cardenales, y por último el papa, emitan su juicio positivo para que concluya el proceso de beatificación de Juan XXIII.



Pablo VI (21 junio 1963 - 6 agosto 1978)
Personalidad y carrera eclesiástica. Tras la solemne ceremonia, Pablo VI no volvió a utilizarla y fue subastada con el fin de recaudar fondos para los pobres. El pontificado de Pablo VI. Fátima con motivo del cincuentenario de las apariciones, estuvo presente sor Lucia. En Estambul, Pablo VI volvió a reunirse con el patriarca Atenagoras I. En agosto de 1968 viajó a Bogotá y Medellín, para asistir al XXXIX Congreso Eucarístico Internacional. En junio de 1969 viajó a Ginebra, donde pronunció la frase que antes hemos comentado, ante el Consejo ecuménico de las Iglesias; también en Ginebra tuvo una destacada intervención en la sede de la Organización Internacional del Trabajo, que ese año celebraba su cincuenta aniversario. El 31 de julio de 1969 se trasladó a Uganda, para inaugurar el santuario en honor de los 22 jóvenes que habían sido martirizados en la colina de Namugongo por el rey Mwanga en 1886, y a los que el mismo Pablo VI había canonizado en 1964.
Y el último y más largo de sus viajes lo hizo por Extremo Oriente; permaneció fuera del Vaticano del 26 de noviembre al 5 de diciembre de 1970, visitando en las distintas escalas Dacca, Manila (donde como después se supo sufrió un atentado producido por arma blanca, que le causó una herida de poca importancia), las islas Samoa, Sydney, Yakarta y Hong Kong. Ade- más de estos nueve viajes, salió del Vaticano para acudir a distintos actos en numerosas ciudades italianas como Orvieto, Montecasino, Pisa, Monte Fulmone, Florencia, Cagliari, Tarento, Anagni, Pomezia, Subiaco y algunas otras más. El día de Navidad de 1974, Pablo VI celebró la ceremonia de apertura de la Puerta Santa, para inaugurar de este modo el Año Santo de 1975. La convocatoria para ese acontecimiento la hizo mediante la bula Apostolorum Limina, invitando a los fieles a un tiempo de santificación, de reconciliación y meditación de las enseñanzas del concilio. Procedentes de todos los países del mundo acudieron a Roma más de diez millones de peregrinos.
A Pablo VI se debe la iniciativa de hacer el Via Crucis cada Viernes Santo en el Coliseo de Roma, con la intención de resaltar la continuidad entre los cristianos del siglo xx y los mártires de la primitiva cristiandad, que dieron testimonio de su fe con la entrega de sus vidas de un modo cruento.
Y fue también Pablo VI quien instituyó la Jornada Mundial de la Paz, que debía celebrarse el primer día de cada año, bajo un lema concreto sobre el que los creyentes debían meditar y rezar, a la vez que se invitaba a los no creyentes a reflexionar y a unirse a las distintas celebraciones que se desarrollan en toda la Iglesia durante esa jornada. Por último, cabe señalar en este apartado que además de las beatificaciones y canonizaciones que celebró, Pablo VI proclamó como doctoras de la Iglesia a las dos primeras mujeres: santa Catalina de Siena (1347-1380) y santa Teresa de Jesús (15154582).
El magisterio de Pablo VI. Como en otros tiempos, también durante el pontificado de Pablo VI se produjeron graves ataques contra la fe y la moral. Al cabo de dos mil años de historia, desde luego que las herejías no eran ninguna novedad. Desgraciadamente, con mayor o menor virulencia siempre han sido una constante en los últimos veinte siglos. Sin embargo, las desviaciones doctrinales de los años que nos ocupan tienen unas características propias que permiten distinguirlas de las de otros períodos. En primer lugar, llaman la atención por su número y por su diversidad, de manera que se puede afirmar que no hubo aspecto del dogma y de la moral que no fuera rebatido.
Por otra parte, los ataques doctrinales del pasado tenían una localización externa, porque o bien procedían de personas que no eran católicas en unos casos, o bien en otros si los promotores eran católicos acababan abandonando la Iglesia; sin embargo, durante el pontificado de Pablo VI, de acuerdo con la táctica del modernismo, el daño y la confusión fue mayor porque no pocos de los que se enfrentaron radicalmente a la doctrina de la Iglesia, permanecieron a la vez dentro de ella. Alguna relación con este calamitoso estado de cosas debe tener la conocida frase de Pablo VI de que el «humo del infierno había penetrado dentro de la Iglesia».
Como algún autor ha afirmado, la defensa del depósito de la fe fue, por tanto, la cruz y la gloria de Pablo VI, cuyo magisterio se nos presenta con una gran riqueza y profundidad. Sus enseñanzas fueron transmitidas por medio de numerosos documentos y discursos, que llegaron incluso a ser rechazados formal- mente en algunos ambientes católicos.
Por esta razón, para que al menos la encíclicas --documentos relevantes del magisterio pontificio-- no pudieran ser utilizadas como mecanismos de provocación por considerar algunos clérigos que sus contenidos eran materia opinable y discutible, después de publicar la Humanae vitae (25 julio 1968), no volvió a publicar ninguna encíclica más. Por prudencia, decidió a partir de entonces exponer la doctrina en otro tipo de documentos menos solemnes, aunque por la importancia de sus contenidos han contribuido a enriquecer el patrimonio doctrinal de la Iglesia. Por el abultado número de documentos magisteriales de Pablo VI, nos tenemos que limitar a continuación sólo a una brevísima descripción de los más importantes, agrupándolos en los siguientes apartados temáticos: dogma, sacerdocio, moral, sagrada liturgia, espiritualidad, evangelización, familia y sociedad civil.
En el apartado del dogma, hay que empezar por referirse a las enseñanzas contenidas en la primera encíclica, Ecclesiam suam (6 agosto 1964), que el mismo Pablo VI resumió en la audiencia celebrada el día antes de su publicación con las siguientes palabras: Los caminos que indicamos son tres: el primero es espiritual; se refiere a la conciencia que la Iglesia debe tener y fomentar de sí misma. El segundo es moral; se refiere a la renovación ascética, práctica, canónica, que la Iglesia necesita para conformarse a la conciencia mencionada, para ser pura, santa, fuerte, auténtica. Y el tercer camino es apostólico; lo hemos designado con términos hoy en boga: el diálogo; es decir, se refiere este camino al modo, al arte, al estilo que la Iglesia debe infundir en su actividad ministerial en el concierto disonante, voluble y complejo del mundo contemporáneo.
También en relación con las cuestiones dogmáticas hay que referirse a otros dos documentos más de Pablo VI. En primer lugar, la encíclica Mysterium fidei (3 septiembre 1965) sobre la doctrina y el culto de la sagrada eucaristía, donde se expone el carácter sacrificial de la misa y se reafirma la doctrina de la transubstanciación. En segundo lugar, El Credo del Pueblo de Dios (30 junio 1968), que es una exposición de la fe de la Iglesia universal, de acuerdo con la estructura que ya empleara el Concilio de Nicea I (325) respecto al símbolo de los apóstoles. En cuanto al sacerdocio, la encíclica Sacerdotalis caelibatus (24 junio 1967) confirmaba la doctrina del Concilio Vaticano II sobre la ley del celibato sacerdotal en la Iglesia latina. Pablo VI salía así al paso de una campaña contra el celibato, organizada en ciertos sectores clericales de Holanda, que se negaban a aceptar las enseñanzas conciliares. En los años posteriores a la publicación de la encíclica, todavía fue necesario insistir sobre este punto por medio de alocuciones y cartas, para hacer frente a los ataques de quienes se oponían abiertamente al magisterio pontificio.
Por otro lado, hay que citar también la declaración ínter insigniores (15 octubre 1976) sobre el sacerdocio ministerial, en la que se exponen los argumentos por los que en la Iglesia católica las mujeres no pueden recibir el orden sacerdotal. En el apartado de moral hay que mencionar, entre otros, tres documentos fundamentales del pontificado de Pablo VI. La constitución apostólica Paenitemini (17 febrero 1966), donde se expone la doctrina sobre la mortificación cristiana y se dan las normas --vigentes en la actualidad-- sobre el ayuno y la abstinencia. De aborto procurato (18 noviembre 1974), que es la declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre la práctica del aborto.
Este documento fue publicado cuando en algunos Estados europeos se preparaban las distintas iniciativas legales que atentaban contra el derecho a la vida (Federico Trillo-Figueroa Martínez Conde, «La legalización del aborto en el Derecho comparado», en AA. VV., En defensa de la vida, Madrid, 1983). El tercero de los documentos, Persona humana (29 diciembre 1975), como el anterior, es también una declaración de la misma congregación sobre la moral en cuestiones sexuales; en dicho documento, entre otras enseñanzas, se condena la doctrina de la opción fundamental, según la cual no sería pecado grave una infidelidad conyugal, ni tan siquiera unas cuantas infidelidades conyugales, pues el cambio de pareja de manera aislada --sostienen los defensores de la opción fundamental-- no tiene ninguna importancia, si a la vez y de un modo intelectual se respeta y mantiene la opción fundamental respecto a la otra parte del matrimonio.
Entre los documentos referidos a la sagrada liturgia, hay que destacar la exhortación apostólica Marialis cultus (2 febrero 1974). La primera parte de este documento está dedicada al culto a la Virgen en la liturgia; la segunda parte trata sobre la renovación de la piedad mariana, y la tercera contiene una serie de indicaciones sobre los ejercicios de piedad mariana. En sus páginas finales, el documento se ocupa extensamente del Ángelus y sobre todo del rosario, de la que se dice que es «una de las más excelentes y eficaces oraciones comunes que la familia cristiana está invitada a rezar».
En cuanto a la espiritualidad, el documento más representativo es la exhortación apostólica Gaudete in Domino (9 mayo 1975), sobre la alegría cristiana. Tras exponer con profundidad teológica la esencia de la alegría cristiana como «participación espiritual de la alegría insondable, a la vez divina y humana, del ánimo de Jesucristo glorificado», el papa hace un repaso histórico por orden de importancia de los maestros de la alegría. Comenzando por la Virgen, a quien el papa presenta no sólo como ejemplo sino también como «causa de nuestra alegría», siguiendo por los mártires, los santos de la Edad Media y los de los tiempos modernos, Pablo VI acaba citando a san Maximiliano Kolbe (1894- 1941), mártir en un campo nazi de concentración, precisamente porque como dice el documento pontificio, la más pura alegría se encuentra precisamente allí donde con más fidelidad es abrazada la cruz de Jesucristo.
La exhortación apostólica Evangelii nuntiandi (8 diciembre 1975), sobre la evangelización en el mundo contemporáneo, es uno de los documentos posconciliares más citados. Este escrito de hondo calado teológico expone el concepto y el contenido de la evangelización, así como los medios, los destinatarios, los agentes y el espíritu de la evangelización. El documento del magisterio de Pablo VI sobre la familia más importante es la encíclica Humanae vitae, sobre la regulación de natalidad. Juan XXIII había creado en 1963 una comisión consultiva de expertos en moral, biología, medicina y sociología para que estudiasen esta cuestión. Por su parte, Pablo VI amplió dicha comisión que prosiguió sus debates de un modo errático y acabó presentando una serie de conclusiones en 1966 que sembraron una auténtica confusión doctrinal, lo que condujo a pensar en algunos ambientes que la Iglesia podía cambiar las normas de moralidad en esta materia.
En estas circunstancias, por tanto, faltaba que el papa pronunciase la última palabra. Del estado de ánimo del romano pontífice pueden dar una idea las siguientes palabras que pronunció en una audiencia, pocos días antes de publicar la Humanae vitae: Nunca como en este momento --manifestó Pablo VI-- habíamos sentido el peso de nuestro cargo. Hemos estudiado, leído y discutido todo lo posible; y también hemos rezado mucho... ¡Cuántas veces hemos tenido la impresión de quedar desbordados por tal cúmulo de argumentaciones! ¡Cuántas veces hemos temblado ante el dilema existente entre una fácil condescendencia con la opiniones corrientes y una sentencia que pudiera parecer intolerable a la sociedad actual, o que pudiera ser arbitrariamente gravosa para la vida conyugal! (Insegnamenti di Paolo VI..., ob. cit., t. VII).
El papa reafirmó la doctrina tradicional en la encíclica, y, tras exponer los principios doctrinales de la ley natural y evangélica establecidos por Dios, que la Iglesia no puede variar por cuanto sólo es su depositaría e intérprete, declaró como inmoral el uso de los contraceptivos. Era sabido que en ésta como en otras materias, quienes desde hacía tiempo se habían enfrentado al magisterio pontificio no iban a acatar las enseñanzas pontificias de la Humanae vitae. Sin embargo, en este caso, para atacar los principios morales de la Humanae vitae se utilizó más que la táctica del rechazo frontal, la táctica de sembrar una enorme confusión. Fue así cómo algunos se erigieron en difusores de una interpretación manipulada de la Humanae vitae, haciéndole decir por su boca a Pablo VI lo contrario de lo que dice la encíclica. En este sentido, es muy significativa la opinión extendida en ciertos ámbitos de que es lícito el uso de los contraceptivos como derivación de la «paternidad responsable», de la que, en efecto, habla Pablo VI pero en sentido bien diferente. Bien es cierto que a poco que se preste atención a los argumentos de los voceros de la manipulación, se percibe que sus propuestas van dirigidas realmente a la promoción de una paternidad «confortable», en consonancia con la sociedad hedonista de los últimos años.
Por lo demás, la recta interpretación de la paternidad responsable en orden a buscar la santidad en el matrimonio ha sido objeto de importantes estudios (J. L. Soria, La paternidad responsable, Madrid, 1971) y artículos que salieron al paso de esa perversa manipulación muy desde el principio. Junto con la anterior, otra gran encíclica de Pablo VI es la Populorum progressio (26 marzo 1967), que proyecta la doctrina sobre el orden social, con el fin de promover el desarrollo de los pueblos.
La encíclica comienza con un análisis de la situación económica mundial, para proponer a continuación un «desarrollo solidario de la humanidad», dificultado en buena parte por las barreras que levantan los nacionalismos y el racismo. Con palabras exigentes, el papa manifiesta en más de un pasaje la realidad de la injusticia y hace un llamamiento a la conversión del corazón, como condición indispensable para llevar a cabo una acción solidaria. Por ser uno de los documentos sociales más importantes de la edad contemporánea, la resonancia del eco que se produjo con su publicación sigue oyéndose todavía hoy, después de treinta años, y se mantiene como una de las guías fundamentales con la que la Iglesia ha querido orientar la actuación de los cristianos en el orden social.
Por otra parte, la carta apostólica Octogésima adveniens (14 mayo 1971), publicada con ocasión del ochenta aniversario de la Rerum Novarum, además de insistir en los aspectos principales de la doctrina social que habían sido desarrollados en la encíclica anterior, se ocupa también de otros que no habían sido tratados o simplemente enunciados en la Populorum progressio, como el medio ambiente, las problemas de la urbanización, el paro --y de manera concreta el desempleo juvenil--, los medios de comunicación social, la emigración y las discriminaciones. Realmente, frente a los gravísimos ataques contra la doctrina, el magisterio de Pablo VI se eleva con autoridad y trasciende su pontificado.
Por ello, le asistía toda la razón cuando en la homilía del decimoquinto aniversario (29 junio 1978) de su coronación dijo las siguientes palabras, que por pronunciarlas semanas antes de fallecer tienen un carácter testamentario: Nos, al echar una mirada de conjunto sobre todo el período en que el Señor nos ha confiado su Iglesia, aunque nos vemos como el último e indigno sucesor de Pedro, nos sentimos confortados y sostenidos, en este umbral, por la conciencia de haber repetido incansablemente ante la Iglesia y el mundo: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.» También Nos, como Pablo, nos sentimos capaces de decir: «He luchado en el noble combate, he alcanzado la meta, he guardado la fe» Los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades. En la vigilia de Pentecostés del Año del Espíritu Santo (30 mayo 1998), Juan Pablo II se reunió en la plaza de San Pedro con más de doscientas mil personas, pertenecientes a los movimientos eclesiales y a las nuevas comunidades. Fue un acontecimiento espléndido, que durante esa celebración sacó a la luz algunos de los «recursos» --como el mismo papa ha dicho-- con que el Espíritu Santo alimenta el tejido eclesial.
Los movimientos aprobados y reconocidos por el Pontificio Consejo para los laicos, en mayo de 1998, eran los siguientes: Adsis, Associazione papa Giovanni XXIII, Asociación de Cooperadores Salesianos, The Catholic Fraternity, Camino Neocatccumenal, Centro Internacional Milicia de la Immaculada, City of the Lord, Covenant Community, The Christian Community of God's Delight, Comunidad de El Arca, Comunidad El Emmanuel, Communauté des Beatitudes, Communauté du Chemin Neuf, Communauté du Pain de Vie, Communauté du Verbe de Vie, Communauté «Réjouis toi», Communion de communauté Béthanie, Comunidade Católica Shalom, Comunión y Liberación, Comunidad de San Egidio, Comunidad Vida Cristiana, Comunitá Gesu Risor- to, Comunitá Maria, Comunitá Missionaria di Cristo Risorto, Couples for Chríst, Cursillos de Cristiandad, El Shaddai, Equipes Notre-Dame, Equipes Notre-Dame Jeunes, FASTA (Fraternidad de Agrupaciones Santo Tomás de Aquino), Fe y Luz, Foyers de Charité, ICCRS (International Catholic Charismatic Renewal Services), ICPE (International Catholic Programme of Evangelisation), Katholische Integrierte Gemeinde, Kolpingwerk, Jeunesse-Lumiére, La Dieci-Associazione Laicale, Legión de María, Luz y Vida, Movimiento comtemplativo misionero «P. de Foucauld», Movimiento de los Focolares, Movimento di Spiritualitá «Vivere In», Movimiento Nazareth, Movimiento Oasis, Movimento Pro Sanctitate, Movimento Teresiano dell'Apostolato, Movimento de Seglares Claretianos, Movimiento de Vida Cristiana, Opera di Schonstatt, Ordine Francescano Secolare, Regnum Christi, Rinnovamento nello Spirito Santo, «Seguimi» Gruppo Laicale, Talleres de Oración y Vida, Worldwide Marriage Encounter y Werkgroep Katholieke Jongeren.
Todos estos movimientos que existen en la Iglesia son muy diversos entre sí, pero en ese variado conjunto se pueden distinguir dos rasgos comunes. El primero es su enorme vitalidad y empuje para acercar a tanta gente a Dios. El segundo es que la mayoría de los movimientos o bien nacen como fruto del Concilio Vaticano II, o, si son anteriores, experimentan un notable empuje en estos años. Todo ello pone de relieve lo que ha significado el desarrollo de la teología bautismal y la doctrina del Concilio Vaticano II para que los laicos asuman las responsabilidades que comporta su condición de bautizados. Antes de entrar en su descripción, conviene que hagamos tres advertencias. La primera es que, a sabiendas de que los nuevos movimientos eclesiales sobrepasan en el tiempo el pontificado de Pablo VI, se les dedica ahora un apartado específico, por corresponder a estos años la conclusión del Concilio Vaticano II y la aparición de sus primeros frutos, entre los que se cuenta la promoción del laicado.
La segunda es que, debido a su elevado número, es imposible materialmente en estas páginas describirlos todos y por lo tanto me referiré sólo a algunos de ellos. Por desgracia, esta laguna tampoco se puede cubrir con referencias bibliográficas, pues no existen publicaciones que se ocupen de ellos en su totalidad. Lo más aproximado a un estudio de conjunto es un reciente libro (Manuel M.a Bru, Testigos del espíritu. Los nuevos líderes católicos: movimientos y comunidades), que describe las características de los más importantes e incluye unas breves biografías de sus dirigentes.
Y, como tercera advertencia, antes de describir los movimientos, conviene señalar que algunos de los ya citados no pueden considerarse laicales --valga la expresión-- en estado «químicamente puro», sin que esta observación mía se pueda interpretar como un demérito de los mismos, ni mucho menos como una descalificación del estado religioso por mi parte. Es, sencillamente, la constatación de hechos evidentes. Como veremos, algunos de los movimientos no tendrían consistencia sin la existencia de una congregación religiosa, que es realmente la entidad importante y decisiva de esc movimiento; otras veces, esa nueva comunidad está dirigida por religiosos, y hasta las hay que admiten en sus filas a los religiosos junto con los laicos.
Esta conexión entre el estado religioso y lo laical se pone igualmente de manifiesto cuando se analizan sus prácticas religiosas, pues como con agudeza escribiera en su día el cardenal Luciani, futuro Juan Pablo I, una cosa es una «espiritualidad para los laicos» y otro muy distinta una «espiritualidad laical». En la primera, suele ser frecuente la aparición de los modos religiosos, aunque acomodados a los laicos, lo que no es ni mejor ni peor que la segunda, son --como ya se dijo, citando a Juan Pablo II-- «recursos» del Espíritu Santo, con los que se vivifica la Iglesia.
Los Legionarios de Cristo es una congregación religiosa de derecho pontificio. Marcial Maciel (1920), seminarista mexicano de 16 años de edad, en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús de 1936, percibe la llamada de Dios para formar una agrupación de sacerdotes que se entreguen con entusiasmo a la difusión del reino de Cristo entre los hombres. El día 3 de enero de 1941 fundó la congregación de los Legionarios de Cristo en los sótanos de una casa prestada, en la ciudad de México, cuando todavía era estudiante de teología. Tras recibir la ordenación sacerdotal (26 noviembre 1944), se trasladó a España en 1946 con un grupo de 36 seminaristas para que cursasen los estudios humanísticos en la Pontificia Universidad de Comillas.
Al mismo tiempo les inculca una sólida formación integral (espiritual, intelectual, humana y pastoral) a fin de que puedan llevar a cabo la misión específica del instituto (M. Maciel, La formación integral del sacerdote). El 25 de mayo de 1948 la Santa Sede concedió el nihil obstat para la erección canónica de la congregación, que se efectúa el 13 de junio del mismo año en la diócesis de Cuernavaca. Dos años más tarde, se inaugura en Roma el primer Centro de Estudios Superiores, donde los legionarios habrán de preparar se en las disciplinas filosóficas y teológicas, junto a la roca de Pedro. En 1954 ve nacer la primera obra de apostolado de la Legión de Cristo, dedicada a la formación cristiana de la niñez y la juventud: el Instituto Cumbres de la ciudad de México. En España se crea, en 1958, el centro de noviciado y de estudios de humanidades y ciencias de Salamanca. Ese mismo año los Legionarios de Cristo, por deseo de Pío XII, construyen y toman a su cargo la iglesia parroquial de Nuestra Señora de Guadalupe en Roma, posteriormente erigida como basílica menor. manera eficaz en la acción misionera de la Iglesia, dando testimonio del Evangelio en su ambiente familiar, social y profesional y desarrollando un apostolado esforzado y exigente, que apoye los programas de pastoral de cada diócesis.
Chiara Lubich fundó (7 diciembre 1943) en Trento el movimiento de los Focolares (en el dialecto tridentino focolar significa fuego de hogar) u Obra de María. Los focolares se encuentran en los cinco continentes y difunden la unidad entre los pueblos, las razas, las generaciones, las clases sociales, tratando de hacer realidad la oración sacerdotal de Jesucristo: «Que todos sean uno.» Su perfil mariano y su amor a la Iglesia son rasgos muy propios de los focolares. Existen unos 600 focolares con más de 5.000 miembros. Ellos son el corazón dinamizador del movimiento. Del tronco de los focolarinos saldrán más de 22 ramas distintas, de vocaciones, de instituciones, de movimientos de masas, de grupos y de iniciativas, todos al servicio de la unidad, y formando una única familia [...] La originalidad del focolar, ya sea femenino o masculino es la convergencia entre la dimensión laical, el apostolado misionero, la consagración (promesas de los consejos evangélicos), y una vida cotidiana «familiar» de continua comunicación entre todos, para que nada de lo que le concierne a un miembro de la familia le sea extraño a los demás (Manuel M.a Bru, Testigos del espíritu..., ob. cit.). unidad es nuestra aventura, Ciudad Nueva, Madrid, 1993). presentaban al catolicismo como algo sentimental e intimista, sin influencia en la vida cotidiana, y en cualquier caso incompatible con una vida razonable y adulta.
Fiel a la autenticidad de la experiencia religiosa que él había recibido en su hogar y en el seminario, Giussani propuso a los jóvenes del Liceo Berchet algo que parecía imposible en su ambiente: que el cristianismo no sólo no iba contra la razón, sino que la exaltaba y generaba una madurez afectiva, y no como una receta individualista, sino como una propuesta popular (Luigi Giussani, Curso básico de cristianismo, 4 vols., Madrid, 1998). Así, lo que comenzó siendo un grupo de adolescentes en torno a un profesor de religión, hoy, 44 años después, es un movimiento católico extendido por más de setenta países dentro del cual han surgido experiencias de vida consagrada, asociación laical Memores Domini, y que goza de una gran vitalidad.
Renovación Carismática Católica aparece en Estados Unidos durante 1967, como fruto de la acción gratuita del Espíritu Santo y como una de las respuestas a la oración del papa Juan XXIII, que pidió un nuevo Pentecostés para la etapa que la Iglesia abría con el Concilio Vaticano II (Patti Gallagher Mansfield, Como un nuevo Pentecostés, Madrid, 1994). Bendecida por todos los papas desde Pablo VI, no ha dejado de expandirse por los cinco continentes. No tiene fundador ni grupo de fundadores como otros muchos movimientos. Tampoco tiene lista de miembros participantes, es un movimiento mundial, pero no uniforme ni unificado. Sus componentes se congregan en grupos de oración y comunidades (Chus Villarroel, La Renovación Carismática, Madrid, 1995). En la actualidad, su principal guía y portavoz es Patti Gallagher Mansfield, casada con Al Mansfield y madre de cuatro hijos que reside en Nueva Orleans (Louisiana). El responsable de Renovación Carismática en España es el jesuíta Ceferino Santos. Los numerosos carismáticos extendidos por todo el mundo buscan una conversión personal a Jesucristo, propiciando una apertura decisiva al Espíritu Santo y pidiendo una nueva efusión sobre ellos o bautismo en el Espíritu, con el que fomentar la recepción y uso de los carismas para el enriquecimiento de la comunidad, que le ayude en su crecimiento personal progresivo en santidad y en la obra evangelizadora. Entre los carismáticos, tiene especial relevancia la oración comunitaria de alabanza y acción de gracias, combinándose ésta con los dones y carismas: oración en lenguas, profecía, palabra de conocimiento, sanación, etc., que aparecen enriqueciéndola en el caminar diario de un grupo carismático, como respuesta natural de Dios a sus hijos que oran. La Renovación Carismática promueve, especialmente, la participación en la misión de la Iglesia, proclamando el Evangelio con palabras y obras y dando testimonio de Jesucristo mediante la vida personal y aquellas obras de fe y justicia a las que cada uno está llamado.
El Camino Neocatecumenal es una realidad muy importante en la Iglesia que, en la actualidad, estudia la forma canónica adecuada a su carisma específico. Francisco José Gómez de Arguello, más conocido como Kiko Arguello, es el iniciador del Camino Neocatecumenal. Hijo de un abogado madrileño, primogénito de cuatro hermanos, estudió Bellas Artes. En los años sesenta se instaló en el barrio marginal de Palomeras Altas, en el distrito madrileño de Vallecas, donde tuvo lugar los inicios del Camino. También, en estos primeros momentos aparece junto a él otra figura clave del Camino Neocatecumenal, como es Carmen Hernández. La institución de Kiko Arguello es un camino de conversión vivido en pequeñas comunidades, formadas por personas de distinta edad, condición social, mentalidad y cultura, mediante el cual, dentro de la actual estructura de la parroquia y en comunión con el obispo, se revive en plenitud el propio bautismo. Nace del anuncio de la Buena Noticia, que es Cristo, vencedor en nosotros de la muerte y del pecado. Este anuncio lo hace, de acuerdo con el párroco, un equipo de catequistas provenientes de otra comunidad más avanzada en el camino. Después del anuncio, que dura alrededor de dos meses, la comunidad que se forma comienza su camino, similar al de la Iglesia primitiva, en el que se revive el bautismo en distintas etapas. La vida de la comunidad se basa en un trípode: palabra de Dios, liturgia y comunidad. Estas pequeñas comunidades, inaugurando una vía de conversión en la parroquia, abren un camino para todos aquellos que quieren pasar de una fe infantil a una fe adulta. No se im- ponen, sienten el deber de no destruir nada, de respetar todo, presentando el fruto de una Iglesia que se renueva y que dice a sus padres que han sido fecundos, porque ha nacido de ellos (Ricardo Blázquez, Las Comunidades Neo- catecumenales, Bilbao, 1998). El Camino Neocatecumenal es una respuesta concreta a la necesidad de evangelización en la parroquia y en la diócesis, donde el proceso de secularización ha llevado a tanta gente a abandonar la fe y la Iglesia. Por esto ha recibido un apoyo por parte de los papas Pablo VI y Juan Pablo II. Lleva adelante esta misión viviendo el propio camino dependiendo de la comunidad madre, para dar dentro de la parroquia los signos de fe: el amor en la dimensión de la cruz y la unidad perfecta que llaman a la conversión al hombre actual. De este modo la comunidad se hace ella misma anunciadora de la Buena Nueva, suscitando nuevas comunidades. A la luz del Concilio Ecuménico Vaticano II, del cual es fruto, aparece como un camino concreto para edificar la Iglesia, en pequeñas comunidades que sean en el mundo el cuerpo visible de Cristo resucitado. El Camino Neocatecumenal está extendido en 105 naciones de los cinco continentes, con unas quince mil comunidades; está presente en más de ochocientas diócesis y cinco mil parroquias. Ha ayudado a abrir 35 seminarios misioneros diocesanos en distintos países. Además, hay familias con hijos que dejan su país para ir de misioneros a las zonas más difíciles del mundo; actualmente son más de cuatrocientas las familias misioneras del Camino Neocatecumenal.
La muerte de Pablo VI. Ya se dijo que Pablo VI padeció diversas enfermedades a lo largo de toda su vida, como consecuencia de su frágil constitución física. Lógicamente, con el paso de los años los achaques se multiplicaron. Durante su pontificado, tuvo que ser intervenido quirúrgicamente en la próstata el 4 de noviembre de 1968, cuando tenía 71 años. Con sentido cristiano y por espíritu de servicio convivió con la enfermedad de forma ejemplar. Fue él mismo quien decidió retrasar la intervención de próstata unos meses, para poder asistir al Sínodo de los Obispos y atender al patriarca Atenágoras I, que visitó el Vaticano los últimos días de octubre de ese mismo año. A pesar de todo, durante los últimos días de su vida lo que de verdad le dejó una huella dolorosa en su alma fueron dos acontecimientos relacionados con la muerte: el secuestro y asesinato de Aldo Moro (9 mayo 1978) y la aprobación de la ley del aborto en Italia (6 junio 1978).
En cuanto al trágico final del estadista italiano, a quien Pablo VI conocía desde su juventud, fueron varias la declaraciones que hizo condenando ese crimen y por extensión los crímenes y la violencia de todas las bandas terroristas. Respecto a la disposición del Parlamento italiano, al día siguiente de su aprobación, Pablo VI pronunció las siguientes palabras en la basílica de San Pedro: Nos, no podemos eludir el deber de recordar nuestros reparos contra esa ley favorable al aborto que ya se aplica también en Italia con grave ofensa a la ley de Dios [...] La vida inocente, sea cual sea la condición en que se halle y desde el primer instante de su existencia, no puede ser objeto de ningún directo ataque voluntario. Este es un derecho fundamental de la persona humana. Días después de pronunciar las palabras que hemos transcrito, tenía lugar su último acto público. El 12 de julio se dirigió a los asistentes que participaban en un coloquio sobre «Clasificación espectral de las estrellas», organizado por el observatorio astronómico vaticano y concluyó su discurso con estas palabras: «¡Deum creatorem, venite adoremus!. Poco después se retiró a Castelgandolfo, donde el día 3 de agosto recibió al presidente de la República italiana, Sandro Pertini (1896-1990). El sábado, 5 de agosto, después de cenar, rezó el rosario y recitó completas en la capilla. Después, trabajó durante media hora. Por la noche comenzó a sentirse mal. Ya en la mañana del domingo, 6 de agosto de 1978, fiesta de la Transfiguración, no pudo celebrar la misa y siguió la de su secretario Pasquale Macchi. Al agravarse su estado de salud, le administraron los últimos sacramentos, que recibió conscientemente y respondiendo en latín, cuando le ungían las distintas partes de su cuerpo. Los médicos diagnosticaron un edema pulmonar. Al anochecer ya no respondía a los cuidados médicos. Pablo VI rezaba continuamente, mientras los médicos intentaban lo imposible. Y cuando su voz comenzó a no ser clara como antes --según ha manifestado su fiel secretario, Pasquale Macchi-- el cardenal secretario de Estado, que estaba presente, me dijo que escuchara la voz del papa para captar si tenía alguna cosa especial que decir; yo arrimé dos veces al oído y escuché siempre esto: «Pater noster qui es in coelis.» Así pues, hasta el último instante en que fue capaz de hablar y comprender, no hizo otra cosa que repetir «Pater noster qui es in coelis». Diría yo que ésas fueron las únicas verdaderas palabras que dijo el papa cuando se moría. No quiso pronunciar frases. Su espíritu estaba ya en diálogo con Dios, y todo lo que sucedía a su alrededor --la agitación de los médicos, la nuestra—no le interesaba. Su coloquio se dirigía ya a Dios. Y se apagó serenamente; en el momento en que cesó de latir su corazón, su rostro se suavizó y apareció casi juvenil



Juan Pablo I (26 agosto 1978 - 29 septiembre 1978)
Personalidad y carrera eclesiástica.
Albino Luciani nació (17 octubre 1912) en Forno di Canale (Belluno), localidad que actualmente se llama Canale d'Agordo. En el mismo momento de nacer, la comadrona le bautizó de inmediato, pues temía que se muriese de un momento a otro; su delicada salud fue una de sus constantes desde el primer momento de su existencia. Sus padres, de origen muy modesto, fueron Giovanni y Bartolomea Tancon, y además de Albino, su primogénito, tuvieron otros tres hijos: Federico, que murió de niño, Edoardo y Antonina. El cabeza de familia se ganaba la vida como albañil, viéndose obligado a emigrar a Suiza y Alemania para encontrar trabajo. Siendo niño, al escuchar la predicación de un padre capuchino, descubrió los primeros síntomas de su vocación. Al cumplir los once años, en el mes de octubre de 1923, ingresó en el seminario menor de Feltre. Poco después de tomar esta decisión, su padre, que apenas frecuentaba la iglesia e ideológicamente estaba próximo al socialismo, le escribió una carta en uno de cuyos párrafos se podía leer lo siguiente: «Espero que cuando seas cura te pondrás de parte de los pobres y de los trabajadores, porque Cristo estuvo de su parte.» Albino Luciani conservó esta carta entre sus objetos personales hasta el último día de su vida.
En 1928 pasó al seminario mayor de Belluno. Fue ordenado de subdiácono en 1934, al año siguiente de diácono, y recibió la ordenación sacerdotal (7 julio 1935) de manos del obispo Cattarossi en la iglesia de San Pedro de Belluno. Entre 1935 y 1937 fue capellán del Instituto Técnico Minero de Agordo. En 1937 fue nombrado vicerrector del seminario de Belluno, puesto en el que permaneció durante diez años, explicando diversas asignaturas. Durante este tiempo también elaboró su tesis doctoral en teología que defendió el 27 de febrero de 1947 en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, bajo el título El origen del alma humana según Antonio Rosmini, que sería publicada tres años después. Su predilección por la catequesis fue uno de los rasgos peculiares de su ministerio pastoral, lo que se puso de manifiesto especialmente, como veremos, en las cuatro audiencias generales de su breve pontificado. En 1949, como director del centro catequético organizó un congreso diocesano de catequesis y publicó su Catecheüca in bricioli {Catequesis en migas), una guía clara y útil para la formación de los catequistas. Durante sus últimos años de permanencia en Belluno fue designado vicario general de la diócesis (6 febrero 1954) y canónigo de la catedral (30 junio 1956).
Juan XXIII (1958-1963) le promovió a la sede episcopal de Vittorio Véneto, y el propio papa le consagró obispo en la basílica de San Pedro (27 diciembre 1958). Durante los once años que permaneció en esta diócesis desarrolló un intenso trabajo: impulsó el seminario, fortaleció la vida parroquial, para lo que construyó nuevas iglesias, y fomentó las iniciativas en las actividades parroquiales, impulsó la práctica de los ejercicios espirituales entre sus feligreses y muy especialmente entre los sacerdotes, a los que en más de una ocasión les predicó personalmente durante esos días.
Después de su muerte, fueron publicadas las meditaciones que predicó en una de estas tandas, bajo el título de El buen samaritano. Su espíritu universal, misionero, le hacía sentir como propias las necesidades de toda la Iglesia, especialmente las que afloraban en las zonas en las que todavía hacía muy poco tiempo que se había comenzado a predicar el Evangelio. Por esta razón, al solicitarle el obispo Makarakiza ayuda para su diócesis de Kuntega en Burundi, la «adoptó», envió sacerdotes y estableció allí una misión diocesana; durante la segunda quincena de agosto de 1966 viajó a Burundi para impulsar los trabajos misionales de aquella región. Participó en las cuatro sesiones del Concilio Vaticano II, a donde acudió -según sus palabras- «más para aprender que para enseñar». En las cuatro sesiones tuvo que abandonar por algunos días los trabajos conciliares, para atender algunos problemas de su diócesis que exigían su presencia en Vittorio Véneto.
El 15 de diciembre de 1969, Pablo VI le nombró patriarca de Venecia, don- de dos meses después hizo su entrada oficial. En junio de 1972 fue elegido vicepresidente de la Conferencia episcopal italiana, cargo que ocupó hasta junio de 1975. El 5 de marzo de 1973 fue nombrado cardenal. Como patriarca de Venecia realizó dos viajes pastorales al extranjero: a Suiza, en 1971, y a Brasil, en 1975, donde fue nombrado doctor honoris causa por la Universidad estatal de Santa María de Río Grande do Sul. Ante la buena acogida que tuvieron entre los venecianos los artículos doctrinales y catequéticos que su patriarca publicaba periódicamente en Il messagero di sant'Antonio, se reunieron en un volumen y se editaron con el conocido título de llustrísimos señores. Tras su elección como sucesor de san Pedro, el libro fue traducido a muchos idiomas y alcanzó una altísima difusión.
En cuanto a su talante, bien se puede decir que no le falló a su padre, cuando éste le solicitó que estuviera siempre de parte de los pobres. Tanto en Vittorio Véneto como en Venecia, monseñor Luciani fomentó el trato con los parados, los marginados, los alcohólicos y las ex prostitutas, para ayudarles materialmente y acercarles a Cristo. Pero si todas estas personas fueron objeto de su dedicación, hasta el punto de que muchos de ellos le consideraban su amigo, el espacio preferente de los afectos de Luciani estuvo siempre reservado para los niños discapacitados. Tal actitud era la manifestación de la virtud de la caridad que se dejaba ver en Juan Pablo I revestida de una sincera amabilidad. Al presentarse en la plaza de San Pedro, antes incluso de pronunciar palabra alguna, conquistó a todo el mundo con su sonrisa. La caridad, la sencillez y la humildad encarnadas en su persona se convirtieron desde el principio en sus principales enseñanzas, hechas vida en él; sin duda que fue una gran herencia para tan corto pontificado, aceptada y reconocida unánimemente, por lo que popularmente ha pasado a la historia como «el papa de la sonrisa».
Su talante humano y comprensivo no fue incompatible con la virtud de la fortaleza, imprescindible en aquellos años para defender la doctrina de la Iglesia. En su diócesis hizo cumplir con fidelidad las enseñanzas del concilio, corrigiendo como maestro y pastor todas aquellas desviaciones que se produjeron durante los años posteriores al concilio. Luciani fue de los primeros y uno de los más firmes apoyos que tuvo Pablo VI, tras la publicación de la Humanae vítete (25 julio 1968). Otro momento en el que también dio pruebas de su fortaleza fue cuando las organizaciones de la FUCI (Federación de Universitarios Católicos de Italia) se alinearon en 1975 con los partidarios del divorcio; ante esa rebelión doctrinal, Luciani no dudó en disolver en su diócesis dicha organización y suspender el nombramiento del asistente eclesiástico que les había proporcionado. Sin duda era bien consciente de la impopularidad de la medida en las circunstancias por las que atravesaba Italia, pero se mantuvo firme en su decisión a pesar de los duros ataques de los que fue objeto por parte de diversos sectores influyentes de Italia.
¿Cómo fue posible, entonces, tan difícil equilibrio entre la mansedumbre y la fortaleza, virtudes las dos muy sobresalientes en su personalidad? La clave, sin duda, nos la ofrecen quienes le trataron de cerca, porque si la distancia se reconoce en Juan Pablo I a «un hombre de Iglesia», en la proximidad se ponía de manifiesto que además era «un hombre de Dios»: El papa Luciani era un hombre de oración. La oración era para él a la vez una necesidad y el origen de su fortaleza. A primeras horas de la mañana, cuando todo permanecía inactivo, se le podía ver en la capilla rezando frente al sagrario. El superior de los agustinos de Santa Mónica, donde se alojaba, cuando tenía que permanecer en Roma durante su etapa de cardenal, ha escrito de él lo siguiente: «Su vida era la oración. Su vida interior, su unión con Dios y su santidad irradiaban a través de su rostro sonriente. Con amor paterno anima a todos a sentirse íntimos amigos suyos. En cierta ocasión, glosando a san Agustín, que había dicho que para "predicar era necesario previamente rezar", Luciani lo expresaba a su manera con estas palabras: "para hablar 'de' Dios, es necesario previamente hablar 'con' Dios"» El 10 de agosto el cardenal Luciani partió para Roma con el fin de asistir al cónclave, que, a primera vista, se presentaba largo y muy complicado. Su nombre no figuraba en ninguno de los pronósticos que se hicieron. Es más, en la apertura del cónclave él permanecía tranquilo y ajeno a la responsabilidad que estaba a punto de caerle sobre sus hombros. Según testimonio de algunos asistentes a dicho cónclave, pasaba de continuo las cuentas del rosario, que era una de sus devociones predilectas. En palabras del cardenal Leo Jozef Suenens (1902-1996), aquélla fue una elección verdaderamente carismática.
Igualmente sobre la repentina y temprana concentración de votos sobre la persona de Luciani se han manifestado también otros participantes en aquel cónclave, como los cardenales Johannes Willebrands (1909), Francois Marty (1904-1994), Franz Konig (1905) y Paolo Bertoli (1908). En verdad, el cónclave con mayor número de participantes y el más internacional de la historia de la Iglesia, si se tiene en cuenta la procedencia geográfica de los electores, tuvo un desenlace inesperado, pues «en sólo nueve horas de votaciones, 110 cardenales coinciden "casi por aclamación" --como me diría personalmente uno de ellos-- en la persona que había de asumir el ministerio papal» (J. Navarro Valls, Fumata blanca). El pontificado de Juan Pablo I. defunción de Juan Pablo I. Al igual que se hiciera con Pablo VI, sus restos fueron depositados en una sencilla caja de madera y enterrados en la cripta de san Pedro. Días después, en la homilía que pronunció el cardenal Cario Confalonieri (1901-1986) para resumir el paso de Juan Pablo I por la cátedra de San Pedro, afirmó que su pontificado se podía definir como un diálogo amoroso entre un padre y sus hijos.

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