miércoles, 3 de abril de 2013

los Papas -32

Inocencio X (15 septiembre 1644 - 7 enero 1655)
Personalidad y carrera eclesiástica.
Juan Bautista Pamphili nació en Roma el 6 de mayo de 1574. Hijo de Camilo y María Flaminia del Búfalo, pertenecía a una poderosa familia de la nobleza romana, aunque los Pamphili eran oriundos de Gubbio en la Umbría. Después de estudiar en el colegio romano con los jesuítas, cursó la carrera de derecho en la Universidad romana de la Sapienza, consiguiendo el grado de doctor en ambos derechos (1597). Terminados los estudios, se ordenó sacerdote e inició una rápida carrera en la curia.
En 1601 fue nombrado abogado consistorial y, en 1604, sucedió a su tío Jerónimo Pamphili como auditor del tribunal de la Rota, donde hizo amistad con el auditor de Bolonia Alejandro Ludovisi. Cuando éste fue elegido papa con el nombre de Gregorio XV (1621), le envió de nuncio a la corte de Nápoles y allí permaneció cuatro años. Bajo el pontificado de Urbano VIII acompañó, en calidad de consejero y datario, al joven cardenal nepote Francisco Barberini en su legación a Francia y España (1625). El 19 de enero de 1626 fue nombrado patriarca de Antioquía y el 30 de marzo nuncio en España. Creado cardenal in pectore el 30 de agosto de 1627, no se hizo público hasta el 19 de noviembre de 1629. En 1630 volvió a Roma y desempeñó la prefectura de la Congregación del Concilio. En el cónclave que se reunió a la muerte de Urbano VIII (1644) la mayoría de los purpurados estaban agrupados en dos partidos: el hispano-austríaco, que era contrario a la política que Urbano VIII había seguido en la guerra de los Treinta Años; y el francés, dirigido por Antonio Barberini y apoyado por París.
Después que España puso la exclusiva al cardenal Sacchetti, propuesto por Francisco Barberini y grato a Francia por ser amigo de Mazarino (1602- 1661), se llegó a un acuerdo entre los dos cardenales Barberini y el partido español, proponiendo al cardenal Pamphili como candidato, sin esperar a que el embajador de Francia consultara con su gobierno. El 14 de septiembre de 1644 el cónclave eligió papa al cardenal Pamphili, un anciano de 72 años, que tomó el nombre de Inocencio X en recuerdo de Inocencio VIII que había favorecido a su familia cuando se estableció en Roma. Fue coronado el 4 de octubre y el 23 de noviembre tomó posesión de San Juan de Letrán. Diego de Velázqucz (1599-1660) pintó en 1650 un maravilloso retrato de este pontífice, fuertemente realista y veraz. La mirada es inquisitiva y la expresión de los labios entre desconfiada y socarrona.
El gobierno de la Iglesia. Inocencio X quiso continuar la política de nepotismo que habían practicado sus antecesores, nombrando a un miembro de su familia cardenal nepote. Pero, como escribe Pastor, «la desgracia del papa Pamphili fue que el único miembro de su familia que poseía las cualidades necesarias para ocupar aquel cargo era una mujer», su cuñada Olimpia Maidalchini, casada con el hermano mayor del papa, ya difunto. A los pocos días de su elección, el 14 de noviembre, Inocencio X nombró cardenal al hijo mayor de Olimpia, Camilo Pamphili, y dejó prácticamente en sus manos el gobierno de la Iglesia, aunque le asoció como secretario de Estado al cardenal Panciroli, que hasta 1651 asumió la dirección de los asuntos más importantes de la Iglesia y del Estado. Pero Camilo renunció al cardenalato el 21 de enero de 1647 para poder casarse con Olimpia Aldobrandini, sobrina de Clemente VIII y viuda de Paulo Borghese, y cayó en desgracia. Desde 1647 hasta 1651, Inocencio X otorgó todas las prerrogativas de cardenal nepote a dos familiares de su cuñada Olimpia (Francisco Maidalchini y Camilo Astalli), que fueron incapaces de desarrollar sus funciones. A la muerte del cardenal Panciroli (1651), la incapacidad del cardenal nepote Camilo Astalli hizo necesario el nombramiento de un nuevo secretario de Estado y, por consejo del cardenal Spada, Inocencio X confió este cargo a Fabio Chigi, futuro Alejandro VII, al que nombró cardenal el 10 de febrero de 1652.
La degradación que el nepotismo, como sistema familiar de gobierno, alcanzó en el pontificado de Inocencio X, fue decisiva para que desapareciera y, desde mediados del siglo xvii, cobró fuerza la figura del cardenal secretario de Estado como responsable del gobierno. La política religiosa. Al inicio de su pontificado, Inocencio X tuvo un conflicto con Francia porque Mazarino (1602-1661), que no había aprobado su candidatura, retiró al embajador francés de Roma. El pontífice replicó haciendo una promoción cardenalicia de signo antifrancés (6 marzo 1645) y exigió cuen- tas a los sobrinos de Urbano VIII por los excesivos gastos durante la guerra contra los Farnese para apoderarse del ducado de Castro. El cardenal Antonio Barberini y sus hermanos huyeron a Francia y fueron recibidos con todos los honores en la corte. La cercanía de las tropas francesas a las posesiones del príncipe Ludovisi, sobrino de Inocencio X, forzaron al papa a ceder a las peti- ciones francesas. El embajador francés volvió a Roma el 24 de mayo de 1647, nombró cardenal a un hermano de Mazarino y se autorizó volver a los Barberini, devolviéndoles sus bienes y dignidades. Sin embargo, el acontecimiento más importante del pontificado de Inocencio X fue la conclusión de la paz de Westfalia en 1648, que puso fin a la guerra de los Treinta Años y sancionó el fin del predominio de los Austrias, además de presentar importantes cláusulas religiosas que sellaron definitivamente la división religiosa del Imperio y privaron a la Iglesia católica de un buen número de obispados y abadías y de muchos bienes eclesiásticos.
La paz de Westfalia supuso un pequeño paso hacia la tolerancia, pues reconoció el derecho aún limitado de practicar una religión distinta de la oficial. Esta paz constituyó ciertamente la superación de la tradicional postura de los católicos, al emparejarlos jurídica y socialmente con los luteranos y los calvinistas. Y ésta es la razón por la que Inocencio X protestó con el breve Zelus domus Dei (20 noviembre 1648), «para que los derechos de la misma [la Iglesia católica] no sufran daño alguno de parte de los que buscan antes su propio provecho que la gloria de Dios». El tono de la bula era duro, no admitía réplicas; declaraba nulos los tratados en todas las cláusulas contrarias a la Iglesia y subrayaba el valor perpetuo de la condenación. Pero nadie, ni siquiera las potencias católicas, hizo demasiado caso de esta protesta y el papado se vio precisado a aceptar gradualmente, de hecho, la situación que tan clamorosamente había condenado. La política religiosa del pontífice se centró en el apoyo a las misiones, en la reducción de conventos en Italia y en su intervención en la disputa sobre el jansenismo. La congregación De Propaganda Fide impulsó el esfuerzo misionero que se desarrollaba en los países asiáticos, pero en contra del parecer de los jesuítas, condenó la licitud de los ritos chinos, dando origen al problema de los ritos chinos y malabares.
Inocencio X llevó a cabo en Italia un proyecto de reforma monástica, decretando la supresión de los monasterios y conventos que, por el escaso número de religiosos, no pudiesen observar la disciplina regular conforme a las constituciones de cada orden, facultando a los obispos para que aplicasen las rentas de los conventos suprimidos a otros fines religiosos. La controversia jansenista, lejos de apagarse con la condena que Urbano VIII hizo del Agustinas en la bula Eminenti (1642), fue encendiéndose cada vez más. Ochenta y ocho obispos, instigados por san Vicente de Paúl, en contraposición con el parlamento de París, solicitaron de la Santa Sede un examen a fondo de cinco tesis que, según el síndico de la Facultad de Teología de la Sorbona, estaban contenidas en el Agustinus y resumían su doctrina. Tras un largo examen que duró dos años, el 31 de mayo de 1653 Inocencio X condenó como heréticas las cinco tesis. Las tesis censuradas se referían sólo al aspecto dogmático del jansenismo que, por otra parte, era la raíz y fundamento del moral. Los jansenistas, lejos de someterse y no queriendo aparecer como rebeldes, recurrieron a diversas estratagemas.
Como soberano de los Estados Pontificios, Inocencio X afianzó el poder absoluto y ensanchó sus dominios, con la incorporación del ducado de Castro, que ya pretendió su antecesor. En Roma supo conservar la paz con sabias disposiciones y la organización de una poderosa policía. Aunque no fue un gran mecenas, enriqueció artística y urbanísticamente la ciudad de Roma. Confirmó en su oficio de arquitecto de San Pedro a Bernini, que pavimentó la nave central con mosaico de mármoles multicolores. Otro artista genial, Borromini (1599-1667), dejó huellas inmortales en la basílica de San Juan de Letrán, que renovó, y sobre todo en la nueva iglesia de Santa Inés de plaza Navona. Precisamente Bernini enriqueció esta plaza con la fuente de los cuatro ríos: sobre una escollera colocada en medio de un estanque se alza atrevidamente un obelisco; en su entorno, cuatro colosales estatuas personifican los cuatro ríos del mundo: el Nilo, el Ganges, el Danubio y el río de la Plata; y bestias feroces salen de sus grutas rocosas para beber. A un lado de la plaza Reinaldi reconstruyó el palacio Pamphili, que, aun con las bellas pinturas de Pietro de Cortona, no pudo competir con otros palacios romanos. En cambio, la Villa Pamphili que el cardenal nepote mandó construir en la cima del Gianicolo, con su soberbio parque, su jardín secreto, sus caprichosos parterres y su espléndida decoración, no cedía a ninguna otra en magnitud y magnificencia.
Inocencio X murió en Roma el 4 de enero de 1654, a los 81 años. Su cadáver estuvo expuesto algunas horas en la basílica de San Pedro, según costumbre, pero como nadie se hizo cargo de él lo retiraron a una estancia oscura, donde los albañiles guardaban sus herramientas. Más tarde se le preparó un modesto sepulcro en la iglesia de Santa Inés de plaza Navona. Con su muerte, el papado de la Contrarreforma llegó a su fin.


Pío VII (14 marzo 1800 - 20 agosto 1823)
refería a las disposiciones especiales que había adoptado para que se pudiera reunir el cónclave, gracias a las cuales se remedió el estado de sede vacante. Desde la elección del nuevo papa, pasaron casi tres meses hasta que Pío VII pudo trasladarse a Roma, lo que no sucedió hasta el 3 de julio. Celoso de mantener una plena autonomía en sus actuaciones y para no caer en la órbita austríaca, no cedió ante los requerimientos de Francisco II (1792-1806) que le invitó reiteradamente a que fijara la sede del papado en uno de sus Estados, por lo que a pesar de las dificultades se empeñó en ocupar su sede legítima; asimismo, tampoco cedió ante las sugerencias que se le hicieron para que nombrase como secretario de Estado a un cardenal del agrado de Austria.
Personalidad y carrera eclesiástica. sentimentalismo religioso es algo muy diferente a la fe. Con razón, F. Masson (Napoleón, fut-il croyant?) ha escrito que todo su credo se limitaba a un espiritualismo fatalista donde su estrella reemplazaba a la Providencia divina. A su juicio, como él mismo declaró al Consejo de Estado, cualquier religión podía ser un elemento de utilidad para dominar a los pueblos: Mi política es gobernar a los hombres como la mayor parte quiere serlo. Ahí está, creo, la manera de reconocer la soberanía del pueblo. Ha sido haciéndome católico como he ganado la guerra de la Vendée, haciéndome musulmán como me he asentado en Egipto, haciéndome ultramontano como he ganado los espíritus en Italia. Si gobernara un pueblo judío, restablecería el templo de Salomón. hacer respecto a la situación anterior, Napoleón perdía «su» Iglesia constitucional, y por su parte el papa no pudo restaurar las órdenes religiosas ni impedir el laicismo del Estado de la legislación francesa. Pío VII y el Imperio napoleónico. El bloqueo continental y el cautiverio de Pío VIL 1801. Napoleón fue confinado en Santa Elena hasta su muerte en 1821; cuando el papa tuvo noticias de que reclamaba un sacerdote católico, Pío VII intervino para que le acompañara en su confinamiento el abate Vignoli, que como el desterrado también había nacido en Córcega.
Tras la caída del emperador, Pío VII también protegió en Roma a su madre, María Leticia, por lo que pudo instalarse en el palacio de Piazza Venecia, donde moriría en 1836. Además, el romano pontífice acogió en Roma al tío de Napoleón, el cardenal Joseph Fesch (1763-1839), y a sus hermanos Luciano y Luis. Este último había sido rey de Holanda y vivió en Roma con su hijo Luis Napoleón (1808- 1873), que acabaría convirtiéndose en 1852 en emperador de Francia con el nombre de Napoleón III. La Iglesia en la Europa de la Restauración. De regreso a Roma en 1814, Pío VII encontró sus territorios ocupados, en una situación muy semejante a la de 1800 tras la celebración del cónclave veneciano. En el norte, los austríacos habían ocupado las legaciones, y en el centro y sur los napolitanos se habían asentado sobre Roma y las Marcas.
De nuevo, el secretario de Estado, Consalvi, será el encargado de hacer valer los derechos y la independencia de la Iglesia, por lo que tendrá que mantener un equilibrio dificilísimo. Pues del mismo modo que en la etapa napoleónica tuvo que luchar para que la Santa Sede no fuera supeditada a la razón de Estado, igualmente durante la Restauración se tendrá que enfrentar a los intereses de los Estados contrarrevolucionarios que pretendían hacer otro tanto. completa ante las resistencias internas y el gobierno civil siguió en manos de eclesiásticos. Paradójicamente, la tendencia de Pío VII hacia la despolitización en las relaciones de la Iglesia con las potencias europeas, no se dejó sentir con la efectividad deseable en los propios Estados de la Iglesia.
 Las consecuencias de esta situación se dejaran ver con toda su gravedad años más tarde, durante el proceso de unificación italiana. Era evidente que el papa no podía ser subdito de ningún soberano y por los tanto necesitaba mantener una soberanía temporal para garantizar su independencia; ésa fue la finalidad por la que Pío VII reclamó los territorios pontificios que habían sido usurpados durante el período revolucionario. La vida interna de la Iglesia. últimas palabras dirigidas a Dios al entregar su alma, susurró los nombres de Savona y Fontainebleau, reviviendo así el sufrimiento de su cautiverio.
Falleció el 20 de agosto de 1823, a los 81 años de edad y casi veintitrés años y medio de pontificado. León XII (28 septiembre 1823 - 10 febrero 1829) Personalidad y carrera eclesiástica. dudas que tenía manifestando con toda sencillez: «Habéis elegido a un cadáver.» Pero tras unos primeros momentos de incertidumbre, la insistencia de sus electores le acabaron por convencer. El gobierno del Estado pontificio y las relaciones diplomáticas. Holanda torpedeó la práctica de los acuerdos que muy pronto quedaron en papel mojado. Las últimas consecuencias del incumplimiento del concordato no las pudo ver León XII. Toda esta situación provocó la reacción de los belgas que, unidos a los protestantes liberales y con el impulso a su favor del ciclo revolucionario del verano de 1830, acabaron por segregarse de Holanda. respeto al derecho que asistía a los católicos.
A partir de entonces se restringía en las islas el juramento de obediencia sólo al aspecto civil y se reconocía a los católicos sus derechos políticos y civiles, por lo tanto podrían ser también candidatos en las elecciones y ocupar cargos en la administración, salvo algunos que permanecieron vetados a los católicos hasta el siglo xx. patronato regio, lo que provocó un auténtico caos en el gobierno de los católicos del continente americano en los años sucesivos. años y tras cinco años y medio de pontificado, consumido como estaba desde hacía tiempo por las enfermedades, tuvo una corta y tranquila agonía. Falleció el 10 de febrero de 1829.


Pío VIII (31 marzo 1829 - 30 noviembre 1830)
Personalidad y carrera eclesiástica. cardenales reunidos en el cónclave.
En efecto, la permanencia de Pío VIII en la sede de san Pedro fue muy breve, pero en modo alguno su pontificado se puede calificar de interino, ya que durante esos casi dos años el romano pontífice tuvo que hacer frente a las dificultades propias de todo un cambio de época. El pontificado de Pío VIII coincide con el ciclo revolucionario de 1830 que liquida la Restauración, período de quince años en los que Europa trató de asegurar su convivencia sobre los presupuestos del Congreso de Viena (1815): legitimidad monárquica y equilibrio europeo. Así pues, y contra todo pronóstico, el breve tránsito de Pío VIII por el pontificado dejó sus huellas en la historia de la Iglesia, que conviene repasar. Las revoluciones liberales de 1830. alianza del trono y el altar con el fin de poner la religión al servicio del Estado, se iba a convertir en el primero y más grave problema de Pío VIII. Chateaubriand (1768-1848), embajador de Francia ante la Santa Sede, interfirió en el nombramiento como secretario de Estado del cardenal Giuseppe Albani (1750-1834), formado en la escuela de Consalvi (1757-1824), por con- muestras de la vitalidad de la Iglesia en aquellas tierras. El magisterio de Pío VIII. recayendo sobre su sucesor esta cuestión. Todas estas complicadas y espinosas situaciones acabaron por minar definitivamente la ya de por sí delicada salud de Pío VIII. En sus últimos días el pontífice perdió completamente el sueño, y la úlcera que le aquejaba desde hacía años alcanzó sus órganos internos, provocándole fortísimos dolores. El 23 de noviembre, plenamente consciente, recibió los últimos sacramentos y falleció una semana después. Su pontificado había durado sólo veinte meses. Gregorio XVI (2 febrero 1831 - 1 junio 1846)
Personalidad y carrera eclesiástica. por una fortaleza nada común. Por gozar de buena salud, despidió a los médicos del Vaticano y destinó su sueldo a obras de caridad. Era un caminante infatigable y llevó una vida realmente austera; dormía sobre un colchón de paja y ordenó al cocinero que le preparara una dieta muy frugal, ya que --según le manifestó-- la elevación a la cátedra de san Pedro no le había cambiado el estómago. Quienes le trataron en la intimidad se refieren a una personalidad vivaz, alegre y jovial, que supo hacer compatible la majestad del pontificado con una vida de intensa oración, derivada de su vocación de contemplativo. La doctrina de la Iglesia y la ideología liberal. posibilidad de encontrarse ideológicamente. No fue así, pues a partir de 1834 Lamennais iba a coincidir en no pocos puntos con Comte, tras variar el objeto de su fe hacia la humanidad, al haber situado a ésta en el lugar de las creencias que hasta entonces habían ocupado Cristo y la Iglesia. Por otra parte, y en sentido contrario a los postulados expuestos anteriormente, Gregorio XVI tuvo que salir al paso de las propuestas de Louis Bau- tain, un profesor de filosofía converso y sacerdote desde 1828, que en su obra La filosofía del cristianismo (1835) trataba de conciliar el catolicismo con el idealismo, derivado de la filosofía kantiana. Bautain sostenía que sólo la fe en Jesucristo era la única base sobre la que podría apoyarse la razón para comprender el mundo y organizarlo.
El antiintelectualismo de Bautain, que convertía a la fe en el principio de la ciencia, es conocido como fideísmo. La doctrina de Bautain fue condenada por la Iglesia en 1840, si bien en este caso el clérigo sometió su juicio a las indicaciones de Roma, y acabó sus días como profesor de teología moral de la Sorbona, integrado en el grupo de los católicos renovadores. La renovación religiosa en Francia e Inglaterra. religiosa de 1792, donde instaló la Escuela de Altos Estudios Eclesiásticos, que tanto contribuiría a la renovación del pensamiento religioso en los pontificados posteriores al de Gregorio XVI. Los seis primeros alumnos se matricularon en 1845 y el primer doctor, el futuro cardenal Charles Lavigerie (1825-1892), obtuvo este grado académico en 1850. el ejercicio de la caridad. En 1835 funcionaban ya cuatro conferencias en París y poco después se extendieron por toda Europa. Ozanam ha sido beatificado (22 agosto 1997) por Juan Pablo II en la catedral de París.
Un panorama más esperanzador que el de Francia era el que se iba a abrir para los católicos ingleses, debido sobre todo a la acción de dos personajes como Nicholas Wiseman y John Henry Newman (1801-1890), este último uno de los principales impulsores del movimiento de Oxford. Wiseman se había formado en el seminario inglés de Roma reconstruido por Pío VII y fue enviado como coadjutor a Londres, donde Gregorio XVI había erigido cuatro vicariatos. El éxito de sus conferencias religiosas (lectures) y la puesta en marcha de publicaciones (Dublin Review, The Tablet), iban a ser decisivos para revitalizar La «cuestión de Colonia». de los católicos de diversos países, especialmente en Alemania y Estados Unidos. No cejó en su empeño el rey prusiano y buscó apoyo en los «hermesianos», católicos disidentes que seguían las doctrinas racionalistas de Georg Hermes (1775-1831), condenadas por Roma en 1835. También apoyaron al rey de Prusia los «jóvenes hegelianos», que veían en el fortalecimiento del Estado el principio del progreso histórico, por lo que para ellos era preferible un cristianismo
La oleada revolucionaria de los años treinta. pusieran mucho empeño en impedir los crímenes y desde luego ninguno en castigar comenzaron las conversaciones para redactar un concordato, lo que se lograría en 1851. Igualmente difíciles se presentaron las relaciones de la Santa Sede con Portugal, que también fue escenario de otra guerra civil (1827-1834) entre los partidarios del absolutismo de Don Miguel (1828-1834) y los liberales de Doña María de la Gloria (1834-1853). Derrotados los tradicionalistas, se alternaron en el poder «cartistas» y «progresistas», y también aquí apareció el anticlericalismo. Y aunque el sectarismo portugués tampoco podía desplegar muchas más variantes que las ya conocidas del anticlericalismo español (persecución de clérigos y nacionalización de los bienes de la Iglesia), no es menos cierto que los entrevista tan poco eficaz por los resultados, al menos significó un primer movimiento hacia el entendimiento entre los dos Estados, que cuajaría en el acuerdo de 1847, cuando ya dirigía los destinos de la Iglesia Pío IX. Las misiones. cuidar con esmero la desenvoltura.

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