martes, 9 de abril de 2013

El velo de las mujeres


Hay en la actualidad un pueblo cuyas mujeres ocultan su rostro con un velo cuando salen de casa o cuando dentro de ella han de hablar con un extraño. Es el pueblo árabe, o por mejor decir, son los pueblos dominados por el islam. No en todas las regiones lo hacen de la misma forma ni con el mismo rigor, pero siempre es derivación de la costumbre antigua de usar el “quiná, jimar o nasif”, de manera que no quedasen al descubierto más que los ojos.

Dos veces habla el Corán de esta costumbre. En la sura 24,31 dice: "ordena a las mujeres que bajen los ojos, que conservan su pureza, que no muestren de sus adornos sino los exteriores …, que no dejen ver su rostro más que sus padres, sus abuelos, sus maridos, sus hijos, a los hijos de sus maridos, a sus hermanos, a sus sobrinos, sus mujeres, a sus esclavas, a los servidores que les son de absoluta necesidad y a los niños que no conocen lo que debe ser cubierto” y en otro sitio indica la razón que motiva tal prescripción: "oh profeta, di a tus esposas, a tus hijas y a las mujeres de los creyentes, que deben reciger su cabello: así serán más fácilmente reconocidas y nadie las ofenderá" (Sura 33,59).


El sentido de estas palabras es claro. Quien las vea cubiertas, comprenderá que se trata de mujeres de bien y las respetará. No es, sin embargo, una costumbre que haya introducido el islam. Es más bien una costumbre muy antigua, que, como tantas otras, recogió el islam y la incorporó a sus preceptos. Los poetas árabes anteriores a la predicación de Mahoma hablan con frecuencia del pelo que ocultar las bellezas femeninas, y que, a veces, era blanco, y otras de color. Las jóvenes se llaman “las que están ocultas a las miradas”, y mientras las más ligeras saben hacer descubrir su cabello, las más pudorosas caminan sin separar su “quiná”. Cuando una mujer viaja en litera, va completamente oculta por las cortinas de la misma teniendo únicamente algunos pequeños agujeros para poder curiosear al exterior.

En la misma vida de Mahoma hay un incidente que acusa la existencia de esta costumbre, cuando aún no se había formado el precepto. Se trata de Ayecha, una de las muchas mujeres de Mahoma. Ayecha era joven, menudita y delgada. Mahoma la alababa con predilección, y un día que salió a una campaña contra los moraisig la hizo llevar cerca de sí, según su costumbre, en una litera colocada sobre un camello, donde permaneció oculta por su velo y las cortinas. El resultado de la batalla fue rápido y victorioso. Mahoma que confesaba tener especial debilidad por las mujeres, eligió entre el botín, como hacía siempre, una mujer que de momento le encaprichó. Al regresar, Ayecha venía en su litera, sola y despechada. Aprovechando un alto en el camino, se alejó por el desierto, y cuando iba entrar de nuevo en su litera se dio cuenta de que había perdido un collar de conchas, y volvió a alejarse para buscarlo. Entretanto se dio la orden de reanudar la marcha. Los caballeros levantaron la litera y la colocaron sobre el camello, sin darse cuenta de que pesaba poco, aunque no hubiera pesado mucho más aún cuando hubiera estado Ayecha dentro. Cuando la joven volvió, la caravana se había perdido de vista. Sola y sin protección alguna, se sentó esperando a que volviesen a buscarla, y el cansancio le hizo quedar dormida, sin haber tomado la precaución de cubrirse el rostro. Cuando despertó, tenía delante de sí al joven Sawfán, que también se había quedado rezagado. Ayecha, sin tiempo para colocarse el “jimar”, se cubrió la cara con la parte delantera del “gilbab” o paño que, cubriendo la cabeza, cayó tapándola por delante. Luego subió al camello de Sawfán para alcanzar a la caravana. Las consecuencias de este incidente tuvieron su importancia para la política de Mahoma, pero de momento no nos interesan sino es en el sentido de que ellas nos han conservado esta narración, por la que conocemos que ya entonces se gastaba el velo entre las mujeres de Mahoma y el “jimar” y el viajar en litera cubierta por completo de cortinas.

Otra anécdota del siglo VI nos habla de esta costumbre existente entre las mujeres paganas de Arabia. El poeta Nabiga era familiar de Numan, rey de Hira, y tenía fácil acceso al palacio. Entró un día y se encontró de improviso con la reina Mutagarrida. Ella se llevó tal sorpresa que se le cayó el velo; y no queriendo estar ni un instante con la cara descubierta, se tapó con la mano y el antebrazo, cuyas proporciones eran tales que bastaron para ocultarla.

El poeta llevó después el hecho a uno de sus mejores cantos. Era, sin duda, una costumbre respetable y tenida como señal de virtud, puesto que las mismas cristianas de aquella región la siguieron practicando. A principios del siglo VI hubo entre los cristianos de Nagran, al norte de Yemen, una persecución por parte de los judíos. Poco después Simeón, Obispo de Beit Arshan, contaba en una carta que, después del martirio de San Aretas, había sido conducida ante el perseguidor la viuda del mártir, llamada Ruma, y que ésta, quitándose el velo, dirigió una exhortación a las mujeres allí presentes. Cuantos presenciaron el hecho quedaron admirados, porque desde su juventud ningún hombre había visto su rostro.

Y lo mismo que las cristianas, también las judías aceptaron la costumbre. La Mishna, al señalar los trabajos que están permitiendo servía de saludo, dice que las mujeres de Arabia pueden colocarse el velo para salir.

A principios del siglo III, el rigorista Tertuliano se enfrenta con la cuestión “del velo de las muchachas”. Era costumbre de la Iglesia de Africa que las mujeres se cubrieran la cabeza con un velo para acudir a la Iglesia y para salir por la calle. Pero las jóvenes introdujeron la moda de salir sin velo, y Tertuliano les increpaba poniendo ante sus ojos el ejemplo de las paganas de Arabia: “Os condenarán las mujeres paganas de Arabia, que no sólo se cubren la cabeza, sino toda la cara, de tal manera que dejando libre sólo un ojo prefieren gozar de media luz nada más que mostrar al público todo su rostro; a las cuales las llamaba desgraciadísimas una reina romana porque "podían amar más que ser amadas”.

Es de notar, sin embargo, que saliendo ya de esta región, acusa la misma costumbre un bajorrelieve hallado en 1943 en las excavaciones de Palmira. Se trata de un acto religioso celebrado en presencia de varias mujeres. Estas visten largas túnicas, que caen formando numerosos pliegues como nuestras imágenes románicas, y se cubre con un manto muy amplio que, después envolver el cuerpo, sobre la cabeza y la oculta por completo, mientras ellas, con la mano izquierda, sostienen el sobrante del manto a la altura de la cadera, y con la derecha ajustan los pliegues superiores sobre su rostro. Sin embargo, todas las circunstancias de la representación hacen sospechar que se trata de un acto religioso árabe.

Las mujeres de la Biblia no han adoptado nunca esta indumentaria. Siempre aparecen con la cara descubierta. Sí Tamar se cubre la cara con un velo es para que su suegro no la reconozca (Gn 38,14s). En cambio, entre los mismos hebreos parece ser que el ritual de las bodas exigía que la novia permaneciese cubierta con un velo a los ojos de su futuro esposo, hasta el momento de quedar a solas con él. Por eso, Rebeca, que había salido por agua al pozo con la cara descubierta y que descubierta venía en la caravana de Eliezer, cuando vio de lejos a Isaac se bajó del camello y preguntó al criado: “¿quién es aquel que viene por el campo nuestro encuentro?” y cuando el criado le dijo que era su señor, la muchacha tomó el velo y se cubrió, porque venía a casarse con él (Gn 24,65).

Esta misma costumbre podría explicar el que la noche de las primeras bodas de Jacob, el suegro pusiera a Lía en lugar de Raquel. El velo impidió al joven conocer que no era su prometida.

Asimismo, algunas frases de cantar de los cantares parecen suponer que el velo cubre casi por completo la cara de la esposa. Por eso dice el esposo: “¡Qué hermosa eres, amada mía, qué hermosa eres son palomas tus ojos entre los velos!” y un poco más adelante: "son tus mejillas mitades de Granada entre los velos" (Cant 4,1-39). Pero algunos aducen “guedejas” en lugar de  “velos “, y quizás esta versión más conforme con el contexto.

De todas maneras, esta ceremonia de tener ocultó el rostro de la novia a los ojos del novio hasta el momento de la boda podría ser un vestigio de una costumbre antigua caído en desuso, conforme a la cual las mujeres estarían veladas para todos menos para sus maridos y sus padres. Acaso haya un recuerdo en una colección de leyes halladas en Asur, y cuya redacción se remonta unos mil quinientos años antes de Cristo. Allí se manda que las esposas y las hijas de los hombres libres tengan la cabeza velada cuando salen por la calle; y lo mismo la esclava que acompaña su señora y la hieródula que se ha casado legítimamente. En cambio, la hieródula no casada, la mujer pública y la esclava deben ir con la cabeza descubierta. Si algún transeúnte viera que una mujer muestra el pelo sin derecho a ello, debe denunciarla, y si no lo hace incurre en castigo. El motivo de tales disposiciones parece claro. La mujer casada y la hija del hombre libre pertenecen a su marido y a su padre, y es necesario hacerlo saber para que todos las respeten. Es, en definitiva, la misma razón que el Corán. Únicamente puede caber duda de si estas leyes se trata de un velo que cubra la cara o solamente la cabeza; pero más probable parecer lo primero.

“La antigua vestimenta de las mujeres y siervas llevaba también un velo para la cabeza llamado "calyptra”, más apenas se usaba, siendo sustituido por un pliegue de peplos o del himátion que, colocado sobre el pelo, cubría únicamente la frente. Pero algunas figuras deTanagra, Myrina o  Alejandría representan a las mujeres que se traen sobre el rostro el himation, de manera que no queden al descubierto más que los ojos.

Ya Dicearco notaba esta costumbre entre las mujeres de Beocia, diciendo que parecía más caras de comedia. Y Plutarco observa que las de Calcedonia se cubren la mejillas cuando se cruzan con un extraño,  sobre todo si es magistrado. Dión Crisóstomo dice que las mujeres de Tarso iban tantan cubier que no se veía nada de su cuerpo ni de su cara, ni ellas mismas veían más que el camino.

Es muy posible que algunas comunidades cristianas del Asia Menor copiaran de estos pueblos el uso del velo por la cara en las muchachas solteras. Así parece deducirse al menos de unas palabras de Tertuliano.

San Pablo, escribiendo a los de Corinto, manda que las mujeres no vayan a orar con la cabeza descubierta, y que, por el contrario, los hombres no tenga la cabeza cubierta cuando oren. Y la razón que da para ello es que “el varón es imagen y gloria de Dios, más la mujer es gloria del varón” (1 Cor 11,7). Con lo cual parece indicar San Pablo que el velo de la cabeza en señal de pertenencia; y cómo el varón no pertenece más que a Dios, se presenta la oración sin velo. En cambio, la mujer, como pertenece al varón, debe ir con el pelo compuesto. Por eso y llamada al velo de la mujer “señal de sujeción” (v.10).

Nada indica, sin embargo, que el velo de que habla San Pablo cubriese también la cara. Indudablemente, la costumbre más General era ya en la que antes hemos indicado de cubrirse solamente la cabeza.

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