domingo, 4 de diciembre de 2011

La revolución por la revolución

Al Fígaro barbero. del Libro Ilustrísimos señores (BAC Minor) Un libro que recomiendo. Del Patriarca de Venecia Luciani, que fue luego el Papa Juan Pablo I

Querido Figaro,
¡Has vuelto! En la pequeña pantalla he visto tus Bodas. Eras el hijo del pueblo, que trataba de igual a igual y con el sombrero puesto a los privilegiados de antaño. Junto a tu Susana, representabas la juventud que lucha para que le sea reconocido el derecho a la vida, al amor, a la familia, a una justa libertad.
Ante tu dinámico "aire de artista", ante tus bríos agresiva y juvenilmente endiablados, la nobleza representaba el triste papel de una clase frívola, decrépita en vías de extinción.
He vuelto a oír tu célebre monólogo. Desde el escenario, decías poco más o menos: "Pues bien, ¿quién y qué cosa soy yo, Fígaro, ante todos estos nobles de alcurnia, de estos burgueses togados, que lo son todo y lo hacen todo, mientras que, en realidad, no son ni mejores ni peores que yo? Barbero, casamentero, consejero de seudo-diplomáticos, sí, señores, ¡todo lo que quieran! Pero además yo soy, siento que soy, ante todos ellos, algo nuevo, algo fuerte. Creen ellos que sólo soy honesto en un mundo de tahúres y rufianes. No lo acepto: me rebelo; ¡soy un ciudadano!"
Aquella noche, en París, se formó un verdadero tumulto en el teatro. La platea aplaudió, pero la nobleza, escandalizada, se tapó los oídos. A su vez, el rey te tapó la boca metiéndote en prisión. Todo en vano. Desde las tablas y desde la cárcel has saltado a la plaza gritando: "¡Señores!, la comedia ha terminado. ¡La revolución se pone en marcha!"
Y estalló, en efecto, la Revolución francesa.

***

Al retornar ahora, descubrirás que millones de jóvenes hacen por todas partes lo que tú hiciste hace ya dos siglos: se comparan con la sociedad y, encontrándola decrépita, se rebelan y se echan a la calle.
Allá en Liverpool, en los muros de un sótano, se hallan escritas estas palabras: "Aquí nacieron los Beatles. ¡Aquí comenzó todo!". Por si no lo sabes, se trata de cuatro desmelenados jóvenes cantantes, con tu mismo "aire de artista", a los que la reina de Inglaterra no sólo no ha cerrado la boca, sino che ha conferido un alto título nobiliario.
Han vendido millones de discos y hecho un montón de dinero. Se han hecho aplaudir de salas mucho más amplias que la tuya; han provocado en todo el mundo la aparición de "conjuntos", en los cuales, acompañados de baterías y guitarras eléctricas, jóvenes cantantes se agitan bajo la luz violenta de potentes lámparas, enloquecen a los espectadores, enardeciéndolos psicológicamente y llevándolos a posturas colectivas de frenética participación.

***

¡Mira a tu alrededor! Muchos de estos muchachos llevan coleta como tú, y cuidan la melena con preocupación casi femenina: "shampoo" de todas clases, "ondas", rizos, incluso "permanente" en peluquerías de señora. ¡Y cuántas barbas! ¡Cuántas patillas y patillazas!
¡Y variedad de vestidos! ¡Una verdadera mezcolanza de lo viejo y lo nuevo, de lo femenino y lo masculino, de oriente y de occidente! A veces, sólo un par de blue-jeans con una remera o sweater o con un chaquetón de piel. Otras, calcetas renacentistas, chaquetas parecidas a las que usaban los oficiales napoleónicos, con encajes dieciochescos y zapatos con hebillas eclesiásticas. A veces, pantalones y camisas de colorido chillón y fantasías florales, y, además, "gabanes" gitanos. En ocasiones, trajes voluntariamente rasgados, que hacen pensar en una mítica ciudad de Barbonia. Para las chicas, minifalda, shorts con maxi y midi abrigo y otros aderezos.
¿Qué piensas de este fenómeno? Yo me siento ante él incompetente y profano, y también algo divertido y curioso, sin dejar de ser crítico.
La llaman "música de jóvenes"; pero observo que el mercado discográfico proporciona montones de dinero a una serie de viejos avispados. Invocan la espontaneidad, el anticonformismo y la originalidad; de hecho, astutos "industriales del vestido" manipulan el sector, tranquilos y soberanos. Se declaran revolucionarios, pero los cuidados en exceso minuciosos dedicados a la melena y al vestido amenazan convertirlos únicamente en afeminados. Las jóvenes, al vestirse de manera tan sucinta, piensan en la elegancia y en la moda. No quiero ser ni maniqueo ni jansenista, pero pienso tristemente que con ello no favorecen en nada a la virtud de los jóvenes.
Naturalmente, estos jóvenes simpatizan con la "revolución", entendida como medio para terminar con la explotación del hombre por el hombre.
Algunos consideran inadecuadas y contraproducentes las reformas, y justifican la revolución como el único camino que conduce a la justicia social.
Otros, en cambio, desean reformas sociales rápidas y profundas. Sólo como medida extrema y en casos gravísimos y excepcionales, aceptan la violencia.
Hay otros que se despojan de todo escrúpulo. "La violencia - dicen - se justifica por sí misma y hay que hacer ¡la revolución por la revolución!"
Mao-Tse-Tung ha dicho a los chinos: "¡Plantemos la revolución cultural, haciendo tabla rasa de la ideología burguesa que todavía queda en el marxismo!"
El francés Regis Debray ha dicho a los sudamericanos: "Vuestra revolución no puede ser como la que se ha llevado a cabo en otros países, con un partido a la cabeza; la guerrilla de todo el pueblo, ¡ésta es la verdadera revolución!"
Desde Mao y Debray se ha pasado a Fidel Castro, a Giap y a los estudiantes del mayo francés: "El objetivo de la revolución estudiantil - decía Cohn-Bendit - no es transformar la sociedad, sino destruirla".
Evidentemente, querido Fígaro, han ido más lejos que tú; siguen a tus epígonos: Castro, Che Guevara, Ho-Chi-Min, Giap, y sueñan con ser guerrilleros y desesperados. Con buenas intenciones, entendámonos; pero, mientras tanto, son instrumentalizados por otros; no se dan cuenta de que es una utopía querer dividir, radicalmente y sin apelación, los buenos de los malos, la lealtad de la superchería, el "progreso" del "estancamiento"; no comprenden que el desorden trae consigo la "espiral de la violencia", retarda el progreso y siembra el descontento y el odio.

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Y, sin embargo, tanto de ti como de ellos podemos aprender algo. Esto, por ejemplo: que padres, educadores, empleadores, autoridades, sacerdotes, debemos admitir que hemos cometido errores de método y que no hemos prestado suficiente atención a los jóvenes. Que hay que volver a comenzar con espíritu de humildad y de verdadero servicio, disponiéndonos a un trabajo minucioso, largo y sin brillo.
En cierta ocasión, un individuo medio loco rompió a golpes de bastón la vitrina y los objetos de una tienda. La calle se llenó enseguida de curiosos, que miraban y comentaban. Poco después llegó a la tienda un viejecito con una caja bajo el brazo: se quitó la chaqueta, sacó de la caja pegamento, cordel y herramientas, y con paciencia infinita se puso a componer tiestos y vidrios rotos. Terminó después de muchas horas. Pero esta vez nadie se detuvo a mirar, a ningún curioso le interesó este trabajo.
Algo parecido ocurre con los jóvenes. Arman griterío y manifestaciones; todos miran y hablan. Poco a poco, con fatiga y paciencia, padres y educadores los van preparando, llenan lagunas, rectifican ideas; nadie lo ve ni lo aplaude.

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Será preciso mostrarnos muy abiertos y comprensivos hacia los jóvenes y hacia sus fallos. A los fallos, sin embargo, hay que llamarlos por su nombre y hay que presentar el Evangelio "sin glosas", sin recortarlo por deseo de popularidad. Ciertas aprobaciones no producen satisfacción: "¡Ay de vosotros! - dice el Señor - cuando todos los hombres os alaben, porque esto hicieron vuestros padres con los falsos profetas" (Lc 6, 26). Los jóvenes, por lo demás, desean que se les diga la verdad e intuyen el amor tras la palabra cordialmente franca y amonestadora.
Tendremos también que aceptar que los jóvenes son distintos de nosotros, los adultos, en el modo de juzgar, de comportarse, de amar y de orar. También ellos tienen - como la tenías tú, Fígaro - una palabra que decir al mundo, una palabra digna de ser oída con respeto.
Será preciso compartir con ellos la tarea de conducir a la sociedad por caminos de progreso. Con una advertencia: que ellos aprietan más el acelerador, y nosotros, en cambio, apretamos más el freno. Que, en todo caso, el problema de los jóvenes no puede separarse del problema de la sociedad; su crisis es, en parte, crisis de la sociedad.

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¡Fígaro! Tu has sido agudísimo para atacar abusos y debilidades, pero no fuiste tan agudo al proponer soluciones. Hallo acertada - prescindiendo de exageraciones - tu crítica de la sociedad; pero falta la terapia.
Ahora bien, para los jóvenes de hoy y de todos los tiempos, la terapia existe: hacerles ver que la respuesta justa a los interrogantes que los asaltan la ha dado Cristo, más que Marcuse, o Debray, o Mao.
¿Quieren la fraternidad? Cristo dijo: todos vosotros sois hermanos. ¿Tienen sed de autenticidad? Cristo fustigó con fuerza toda hipocresía. ¿Están contra el autoritarismo y el despotismo? Cristo dijo que la autoridad es servicio. ¿Se oponen al formalismo? Cristo reprobó las oraciones recitadas mecánicamente, la limosna hecha para hacerse notar, la caridad interesada. ¿Quieren la libertad religiosa? Cristo, por una parte, quiso que "todos los hombres... lleguen al conocimiento de la verdad", y por otra, no impuso nada por la fuerza, no impidió la propaganda contraria, permitió el abandono de los apóstoles, las negaciones de Pedro, la duda de Tomás. Pidió y pide ser aceptado como hombre y como Dios, es verdad, pero no antes de que hayamos visto y comprobado que merece nuestra aceptación, no sin una elección libre.

***

¿Qué dices de todo esto? La protesta de Fígaro, más la propuesta de Cristo, ¿no podrán, unidas, ayudar tanto a los jóvenes como a la sociedad? Así lo creo lleno de esperanza.

Abril 1972

* FIGARO, personaje de las famosas comedias del escritor francés Beaumarchais (1732-1799): El barbero de Sevilla, Las bodas de Fígaro. Símbolo de la juventud que lucha para que le sea reconocido el derecho a la vida, al amor, a la familia y a la libertad.

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