jueves, 22 de diciembre de 2011

Boca sucia

Al Oso de San Romedio
Querido Oso de San Romedio,
"Todo buen ladrón tiene su devoción". Es este el motivo por el cual hace un mes, pasando por San Zeno en Val di Non, me dije: "A dos kilómetros de aquí, al fondo de un valle pequeño, encastrada entre las rocas altísimas que hacen pensar en el Cañon del Colorado, está el santuario de San Romedio: han ido, haciendo a pie decenas de kilómetros, tus abuelos; ¡ve también tú, que estás con auto!". Y fui.
Sugestivo el santuario con seis iglesias superpuestas y desde la terraza que domina el impresionante precipicio. Interesantes la figura y los recuerdos del santo ermitaño. ¡Pero simpático también tú, querido Oso!
La estatua de Perathoner te representa sostenido con la correa, todo manso y domesticado, por el Santo.

Me explicaron: según la leyenda, regresando de la peregrinación a Roma, Romedio se había detenido, con sus dos fieles compañeros Abraham y David, para descansar. A un cierto momento, dice a David. "Es tiempo de retomar el camino; ve a buscar nuestros caballos, que pastan en el prado vecino". El compañero vuelve aterrorizado: un oso está justo devorando el caballo de Romedio. Este corre, ve y, sin turbarse, te dice a ti, Oso: "Tenías hambre, se ve, me comes el caballo y está bien, pero tienes que saber que yo no puedo regresar a casa a pie; ¡me harás tú de caballo!". Dicho y hecho: te coloca la silla, las terminaciones y los arneses de la bestia devorada; se sube a tus grupas como si tú fueras la más pacífica de todas las mulas de este mundo y, ¡adelante hacia Trento! Volviendo del santuario,¿lo crees?. Mi oración fue: "¡Oh, Señor, domestícame también a mí, hazme más servicial y menos oso!".
No te la tomes a mal por esta última expresión: para nosotros hombres, vosotros, osos pardos y negros, de largo cuerpo, patas cortas, gruesas y pelaje tupidísimo, sois seres incapaces y poco elegantes. Nosotros, comparándonos, nos consideramos infinitamente gentiles, delgados y agraciados. Si te pones a bailar, haces sólo desastres, allí donde nuestras danzas son un milagro de gracia, de música y las sílfides de nuestro "ballet" son tan ligeras y ágiles como para poder bailar sobre las flores de los prados sin doblarlas.
¿Y sin embargo? Sin embargo, ayer estuve tentado de dar vuelta la oración de hace un mes en esta otra: "¡Señor, haz que nos convirtamos todos en osos!". Me ha sucedido, en efecto, de oír feas blasfemias. "Y entonces, me dije, ¿para qué sirve vestir tan elegantes, calzar zapatitos finísimos, llevar corbatas de última moda, peinarse con tanto refinamiento, si de nuestra boca salen luego palabras tan vulgares? ¡Es mejor ser desgarbados como osos, pero no tener la boca tan sucia!".
Tanto más que se trata de un fenómeno extendidísimo; en Italia, de una verdadera epidemia: 15 millones de blasfemos italianos habituales con alrededor de mil millones de blasfemias al día.
Parte de estos se asemejan psicológicamente al "descortés y pérfido" Capanéo de Dante, que lanza a Dios frases crueles de desafío y descortesía. Otros diluyen un poco sus expresiones blasfemas. "¿Existe todavía un Dios?, dicen. "¡Basta de hablarme de un Dios bueno y justo!". "¡La religión es sólo un gran negocio!". "¡El diablo sabe más que Dios!".
Es una suerte que, a veces, el corazón de quien pronuncia no esté de acuerdo con la boca y que circunstancias varias excluyan una verdadera profunda intención de ofender a Dios.
A veces la gravedad de la expresión está atenuada por la desconsideración, la preocupación, la ignorancia; como en el caso de Irene Papovna, que se había presentado en Moscú para un examen de concurso magistral. El tema a desarrollar era: "Analizad la inscripción esculpida sobre la tumba de Lenin". La maestrita no recuerda bien; le parece y no le parece que la inscripción leniniana suene "La religión es el opio del pueblo". ¿Cómo salir del paso? Se arriesga, hace el análisis que puede y, entregado el deber, corre a la Plaza Roja, delante del Mausoleo leniniano, para verificar. Descubierto que había acertado, exclama entusiasmadamente: "¡Querido buen Dios! ¡Y vos Virgen Santa de Kazán! ¡Gracias por haberme hecho recordar la inscripción!".

***

¡Querido Oso! Tú no lo sabes, pero sobre blasfemia y turpiloquio hay ahora un vocabulario concordado y aceptado, realístico y concreto, aunque si no siempre adivinado.
Por ejemplo, llaman candelas (n.d. a.: moccoli en italiano, lo que queda de la candela antes de consumirse totalmente) las blasfemias. Pero las candelas dan un poco de luz; la blasfemia es palabra negra, "morta gora", agua estancada, gas asfixiante.
"Lenguaje de lavanderas" es llamado el turpiloquio femenino. Pero la frase es verdadera sólo si el término "lavandera" es tomado como parte del todo; si, o sea, en gracia de aquella figura retórica que se llama "sinecdoque", ella significa también profesoras, estudiantes, obreras, empleadas, dactilógrafas, etc. De todas estas personas, una vez se decía: "Se ponen rojas porque se avergüenzan". De algunas de ellas hoy se debe decir: "Se avergüenzan porque se ponen rojas".
Se dice también: "Blasfema como un turco", pero es una calumnia: los turcos no blasfeman. En Francia, en Suiza, en Alemania, en cambio, se usa decir, por desgracia con fundamento: "Blasfema como un italiano".
Se trata, por lo tanto, de una enfermedad difundida. ¿Cuál diagnóstico?
Primer síntoma, la gran superficialidad. Quien razona no blasfema y quien blasfema no razona. O hay, en efecto, este Dios blasfemado o no hay. Si no hay, el blasfemarlo es en vano; si hay, blasfemarlo es insano, porque "¡Rebuzno de asno no llega al Cielo!". Se pueden entender (no disculpar) otros pecados: el ladrón, al fin de cuentas, mete las manos en una billetera llena de dinero; el borrachín, en una botella de buen vino; pero el blasfemador, ¿dónde mete la mano?
Segundo síntoma, el escaso sentido de responsabilidad. Además de Dios, en efecto, está el prójimo. Tú, querido Oso, famoso por la ternura hacia tus nacidos, deberías decir a los jefes de familia: blasfemando, tú haces doler a la esposa y a la hijita, escandalizas al hijo, que es empujado a copiar el ejemplo del padre. ¿Qué ganas?
"Gano, sentí decir, porque, blasfemando, protesto contra las cosas que van mal, doy fuerza al discurso, dejo explotar la ira".
¿Las protestas? Se hacen cuando son útiles y razonables. Pero el motor del auto, que antes non andaba, ¿se pone en movimiento apenas comienzas a tomártela con Dios?
¿Subrayar el discurso? De acuerdo, siempre que se haga con frases no irrespetuosas. "¡Perro puerco! !¡Puerca oca!" y mulas otras frases similares son juntas inocentes y dinámicas. Lo demostró a ciertos campesinos un buen párroco australiano que, un buen día, se presentó en los campos, tomó con la mano el arado y, haciendo sonar la fusta, gritó a los bueyes con voz estentórea: "¡Sí, arcágeles dulcísimos! Sean buenos, mis sublimes querubines! ¡A vosotros, fulgurantes serafines!". A estas órdenes místico-celestes los bueyes lentamente se levantaron y, aunque perplejos, ¡comenzaron a tirar!
En cuanto a la ira, hay que reprimirla y no hacerla explotar, si es verdad que debemos ser no los siervos sino los dominadores de nuestras pasiones.

***

A cada diagnóstico debe seguir una terapia. En nuestro caso, pequeño, útil "emplasto" o cataplasma puede ser la moderada o adecuada reacción de los "bien pensantes"...
Aquel frailecito, tan smilar a tu San Romedio, estaba en el compartimiento de un tren oyendo, impotente y dolorido, las blasfemias pronunciadas a competencia por dos jóvenes no educados, cuando uno de ellos, bromeando, dijo: "Padre, tengo que darle una mala noticia: ¡Ha muerto el diablo!". "¡Lo lamento tanto y os doy mi más sentido pésame!", respondió el frailecito. "¡Pésame! y,¿por qué?", dijeron juntos los dos jóvenes. "¡Porque tengo tanta compasión por vosotros que os habéis quedado huérfanos!".
El frailecito se había dejado ir un poco por la ironía. Lo que debemos sentir por los blasfemos, especialmente jóvenes, no es ironía, sino interés, comprensión, deseo y ofrecimiento de ayuda. Cuantos somos compañeros de ellos, amigos, superiores, parientes, con tacto, delicadeza y respeto a su personalidad, les debemos, según los casos, el consejo amigable, amable desaprobación, el reproche, tal vez también el castigo.
Pero el verdadero remedio es que ellos mismos se empeñen en sacarse de encima la mala costumbre con decisión firme y perseverante, obrando al revés del Hortelano de Trilussa.
Este hortelano,
"se j’annava un pelo a l’incontrario...
cominciava appunto a biastimà:
Corpo de...! sangue de...! managgia la...!".


(Si le andaba un pelo al contrario...
comenzaba justo a blasfemar:
¡Cuerpo de...! ¡Sangre de...! ¡La pu...!")

pero un día, mientras justo blasfemaba,

"... scappò fora er Diavolo
che l’agguantò da dove l’impiegati
ci hanno il pantalon più logorati".


("... salió afuera el Diablo
que lo levantó por donde los empleados
tienen los pantalones más gastados".)

Sintiéndose transportado por el aire, lleno de miedo,

"l’Ortolano diceva l’orazione...
Dio! Cristo santo! Vergine Maria!
M’arricomanno a voi! Madonna mia!".
"Er diavolo, a sti nomi, è naturale
che aprì la mano e lo lasciò de botto:
l’Ortolano cascò, come un fagotto
sopra un pajone senza fasse male.
L’ho avuta bòna! disse ner cascà;
Corpo de...! sangue de...! managgia la. . . !"


("el Hortolano decía la oración...
¡Dios!¡Cristo santo!¡Virgen María!
¡Me encomiendo a vos! ¡Madonna mía!".
"El diablo, ante estos nombres, es natural
que abrió la mano y lo dejó de golpe:
el Hortolano cayó, como un fajo
sobre un pajar sin hacerse daño.
¡La tuve buena! dijo al caer;
¡Cuerpo de...! ¡Sangre de...! ¡La pu...!")

***

¡Querido Oso de San Romedio! Trilussa bromeaba y quería decir que hay que hacer lo contrario: prometer no blasfemar y luego mantener en serio.
¡Abre tus fauces y, desde el santuario, diselo lo más fuerte que puedas a todos los italianos!

Diciembre de 1972. Albino Luciani, también conocido como Juan Pablo I


* EL LEGENDARIO OSO, que devoró el caballo de S. Romedio, se convirtió, amaestrado y con riendas, en el compañero inseparable del ermitaño, ex conde de Thaur, Innsbruck, hecho anacoreta en Val di Non en las cercanías de San Zeno alrededor del siglo IV.

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