jueves, 6 de octubre de 2011

San Ignacio de Antioquía: TRES TEXTOS

Camino del martirio
Ignacio, llamado también Teóforo [portador de Dios], a la Iglesia que ha alcanzado misericordia en la magnificencia del Padre Altísimo y de Jesucristo, su único Hijo, a la Iglesia amada e iluminada en la Voluntad del que ha querido todo lo que existe conforme al amor de Jesucristo, Nuestro Dios; Iglesia que preside en la región de los romanos, y es digna de Dios, digna de honor, digna de bienaventuranza, digna de alabanza, digna de éxito, digna de pureza; la que está a la cabeza de la caridad, depositaria de la ley de Cristo y adornada con el nombre del Padre: a ella la saludo en el nombre de Jesucristo, Hijo del Padre. A los que están unidos en carne y en espíritu con todo mandamiento suyo, a los que están inquebrantablemente llenos de la gracia de Dios y a los que están purificados de todo extraño tinte, les deseo una abundante alegría sin mancha, en Jesucristo, Nuestro Dios (...). Escribo a todas las Iglesias y anuncio a todos que voluntariamente muero por Dios si vosotros no lo impedís. Os ruego que no tengáis para mí una benevolencia inoportuna. Dejadme ser pasto de las fieras por medio de las cuales podré alcanzar a Dios. Soy trigo de Dios y soy molido por los dientes de las fieras para mostrarme como pan puro de Cristo. Excitad más bien a las fieras para que sean mi sepulcro y no dejen rastro de mi cuerpo a fin de que, una vez muerto, no sea molesto a nadie (...). Pedid a Cristo por mí para que, por medio de estos instrumentos, logre ser un sacrificio para Dios. No os doy órdenes como Pedro y Pablo. Aquéllos eran Apóstoles; yo soy un condenado; aquéllos, libres; yo, hasta ahora, un esclavo. Pero si sufro el martirio, seré un liberto de Jesucristo y en Él resucitaré libre. Ahora, encadenado, aprendo a no desear nada (...). Para mí es mejor morir para Jesucristo que reinar sobre los confines de la tierra. Busco a Aquél que murió por nosotros. Quiero a Aquél que resucitó por nosotros. Mi partida es inminente. Perdonadme, hermanos. No impidáis que viva; no queráis que muera. No entreguéis al mundo al que quiere ser de Dios, ni lo engañéis con la materia. Dejadme alcanzar la luz pura. Cuando eso suceda, seré un hombre. Permitidme ser imitador de la Pasión de mi Dios (...). Mi deseo está crucificado y en mí no hay fuego que ame la materia. Pero un agua viva habla dentro de mí y, en lo íntimo, me dice: Ven al Padre. No siento gusto por el alimento de corrupción ni por los placeres de esta vida. Quiero Pan de Dios, que es la Carne de Jesucristo, el de la descendencia de David, y como bebida quiero su Sangre, que es el amor incorruptible. SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Carta a los Romanos, intr. y cap. 4, 6-7.

Unión con la cabeza
No os doy órdenes como si fuese alguien. Pues si estoy encadenado a causa de Nuestro Señor, todavía no he alcanzado la perfección en Jesucristo. Ahora, en efecto, comienzo a ser discípulo y os hablo como a condiscípulos. Pues era necesario que vosotros me ungieseis con vuestra fe, exhortación, paciencia y grandeza de ánimo. Pero, puesto que la caridad no me permite guardar silencio acerca de vosotros, me he adelantado a exhortaros para que corráis unidos en la Voluntad de Dios. Pues, además, Jesucristo, nuestro inseparable vivir, es la Voluntad del Padre, así como también los obispos, establecidos por los confines de la tierra, están en la Voluntad de Jesucristo. Por tanto, os conviene correr a una con la voluntad del obispo, lo que ciertamente hacéis. Vuestro presbiterio, digno de fama y digno de Dios, está en armonía con el obispo como las cuerdas con la cítara. Por esto, Jesucristo entona un canto por medio de vuestra concordia y de vuestra armoniosa caridad. Cada uno de vosotros sea un coro para que, afinados en la concordia, a una con la melodía de Dios, cantéis al unísono al Padre por medio de Jesucristo para que os escuche y reconozca, por vuestras buenas obras, que sois miembros de su Hijo. Así pues, es bueno que vosotros permanezcáis en la unidad inmaculada para que siempre participéis de Dios (...). Que nadie os engañe. Si alguien no está dentro del altar del sacrificio, carece del pan de Dios. Pues, si la oración de uno o dos tiene tal fuerza, ¡cuánto más la del obispo y la de toda la Iglesia! (...). No escuchéis a nadie más que al que os hable de Jesucristo en verdad. Pues algunos acostumbran a divulgar sobre Jesucristo con perverso engaño, y además hacen cosas indignas de Dios. A ésos es necesario que los evitéis lo mismo que a las fieras, pues son perros rabiosos que muerden a traición, de los cuales es necesario que os guardéis pues sus mordeduras son difíciles de curar. Hay un solo Médico corporal y espiritual, creado e increado, Dios hecho carne, vida verdadera en la muerte, nacido de María y de Dios, primero pasible y, luego, impasible, Jesucristo Nuestro Señor (...). He sabido que han pasado algunos que venían de por ahí abajo con mala doctrina, a los cuales no habéis permitido sembrar entre vosotros, cerrando los oídos para no recibir lo que siembran, como piedras que sois del templo del Padre, dispuestos para la edificación de Dios Padre, elevadas a lo alto por la máquina de Jesucristo, que es la Cruz, y ayudados del Espíritu Santo que es la cuerda. Vuestra fe es vuestra cabria y el amor, el camino que os conduce a Dios (...). Orad sin interrupción (1 Tes 5, 17) por los demás hombres para que alcancen a Dios, pues en ellos hay esperanza de conversión. Así pues, concededles que puedan aprender de vuestras obras. Ante su ira, vosotros sed mansos; ante su jactancia, vosotros sed humildes; ante sus blasfemias, vosotros [elevad] oraciones; ante su error, vosotros [permaneced] cimentados en la fe (Col 1, 23) (...). Sé quién soy y a quiénes escribo. Yo soy un condenado; vosotros habéis alcanzado misericordia. Yo estoy en peligro; vosotros, firmes. Sois camino de paso para los que, por la muerte, son levantados hacia Dios; en la iniciación de los misterios [fuisteis] compañeros de Pablo, el santo, el celebrado, el digno de bienaventuranza —en cuyas huellas, cuando alcance a Dios, desearía ser encontrado—, el cual en todas sus cartas os recuerda en Jesucristo. Así pues, esforzaos en reuniros frecuentemente para la Eucaristía y gloria de Dios. Pues cuando os reunís con frecuencia, las fuerzas de Satanás son destruidas, y su ruina se deshace por la concordia de vuestra fe.
SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Carta a los Efesios, 3-7, 9-10, 12-13. 32.

Los rasgos del buen Pastor
Yo te exhorto, por la gracia de que estás revestido, a que aceleres el paso en tu carrera y a que tú, por tu parte, exhortes a todos para que se salven. Desempeña el cargo que ocupas con toda diligencia de cuerpo y espíritu. Preocúpate de la unidad, pues no existe nada mejor que ella. Llévalos a todos sobre ti, como a ti te lleva el Señor. Sopórtalos a todos con espíritu de caridad, como ya lo haces. Dedícate sin pausa a la oración. Pide mayor inteligencia de la que ya tienes. Permanece alerta, como espíritu que desconoce el sueño. Habla a los hombres del pueblo al estilo de Dios. Carga sobre ti, como perfecto atleta, las enfermedades de todos. Donde mayor es el trabajo, allí hay más ganancia. Si sólo amas a los buenos discípulos, ningún mérito tienes. El mérito está en que sometas con mansedumbre a los más pestíferos. No toda herida se cura con el mismo emplasto. Los accesos de fiebre cálmalos con aplicaciones húmedas. Sé en todas las cosas prudente como la serpiente, y al mismo tiempo sencillo como la paloma. Por esto justamente eres a la par corporal y espiritual, para que trates con dulzura aquellas cosas que se muestran a tus ojos, y las invisibles ruegues que te sean reveladas. De este modo nada te faltará, sino que abundarás en todo don de la gracia. El tiempo requiere de ti que aspires a alcanzar a Dios como el piloto anhela prósperos vientos, y el navegante, sorprendido por la tormenta, desea el puerto. Sé sobrio, como un atleta de Dios. El premio es la incorrupción y la vida eterna, de la que también tú estás persuadido. En todo y por todo soy rescate tuyo, y conmigo mis cadenas que tú amaste. Que no te amedrenten los que se dan aires de hombres dignos de todo crédito y, sin embargo, enseñan doctrinas extrañas a la fe. Por tu parte, manténte firme, como un yunque golpeado por el martillo. Es propio de un gran atleta ser desollado y, sin embargo, vencer. ¡Pues cuánto más hemos de soportarlo todo por Dios, a fin de que también Él nos soporte a nosotros ! Sé todavía más diligente de lo que eres. Date cabal cuenta de los tiempos. Aguarda al que está por encima del tiempo, al Intemporal; al Invisible, que por nosotros se hizo visible; al Impalpable; al Impasible, que por nosotros se hizo pasible; al que sufrió por nosotros de todas las maneras posibles. Que las viudas no sean desatendidas: después del Señor, tú has de ser quien cuide de ellas. No se haga nada sin tu conocimiento, ni tú tampoco actúes sin contar con Dios, como efectivamente haces. Manténte firme. Celébrense reuniones con más frecuencia. Búscalos a todos por su nombre. (...). Huye de las malas artes o, mejor aún, ten conversación con los fieles para precaverles contra ellas. Recomienda a mis hermanas que amen al Señor y que se contenten con sus maridos, en la carne y en el espíritu. Igualmente, predica a mis hermanos, en nombre de Jesucristo, que amen a sus esposas como el Señor a la Iglesia. Si alguno se siente capaz de permanecer en castidad para honrar la carne del Señor, que lo haga sin engreimiento. Si se llena de soberbia está perdido, y si se estimare en más que el obispo, está corrompido. Respecto a los que se casan, esposas y esposos, conviene que celebren su enlace con conocimiento del obispo, a fin de que las bodas se hagan conforme al Señor y no por solo deseo. Que todo se haga para honra de Dios. Atended al obispo, a fin de que Dios os atienda a vosotros. Yo me ofrezco como rescate por quienes se someten al obispo, a los presbíteros y a los diáconos. ¡Y ojalá que con ellos se me concediera entrar a la parte de Dios! Trabajad unos junto a otros, luchad unidos, corred todos a una, sufrid, dormid, despertad todos a la vez, como administradores de Dios, como sus asistentes y servidores. Tratad de ser gratos al Capitán bajo cuyas banderas militáis, y de quien habéis de recibir el sueldo. Que ninguno de vosotros sea declarado desertor. Vuestro bautismo ha de ser como una armadura, la fe como un yelmo, la caridad como una lanza, la paciencia como un arsenal de todas las armas. Vuestra caja de caudales han de ser vuestras buenas obras, de las que recibiréis luego magníficos intereses. Así, pues, sed largos de ánimo los unos con los otros, con mansedumbre, como lo es Dios con vosotros. SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Carta a Policarpo, 1-6

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