miércoles, 5 de octubre de 2011

LOS CRISTIANOS E HYPATIA


La verdad, como siempre, es distinta y opuesta a la versión p.ej. de Amenabar y Carl Sagan, incendiarios de Roma que con datos "precisos" la biografía de Hypatia, recurriendo a bibliografias con tantas brumas e imprecisiones como las que dice el historiador judío Heinrich Graetz (volumen 2º de su History of the Jews) donde le carga el crimen a Cirilo y donde dice que la víctima no era mujer sino hombre.
Hypatia no fue menoscabada en vida por los cristianos, ni desecharon ellos su ciencia con orgullo a causa de su condición femenina. María Dzielska(Universidad de Jagellónica, en su Hipatia de Alejandría, de la que hay versión castellana), por lo que puede constatarse su ausencia de toda apologética católica, narra que la filósofa contaba con cristianos entre sus alumnos, como el Obispo Sinesio de Cirene (cuyo intercambio epistolar conocemos gracias a la obra ingente de Agustín Fitzgerald, The Letters of Synesius of Cyrene, Londres, 1925), o el “digno y santo" sacerdote Teotecno, y los prestigiosos Olimpio, Herculiano e Isión.
José María Martínez Blázquez (en su Sinesio de Cirene) menciona las buenas relaciones de Hypatia con el curial Amonio y el Patriarca Teófilo, así como los nombres de cristianos fervientes que, contemporáneos con los sucesos, no dudaron en defender su personalidad p.ej. Timoteo, en su Historia Eclesiástica. También fue un cristiano, Sócrates Escolástico, quien en su Historia Eclesiástica (VII, 15), escrita con posterioridad a la muerte de la alejandrina, la encomió como “modelo de virtud”.
Así que de fanáticos católicos machistas opuestos a Hypatia por su género y por su paganismo, nada sino lamentable incultura.

LA MUERTE DE HYPATIA
Y si no le es imputable a los cristianos el maltrato a esta mujer singular, tampoco lo es su muerte, ni mucho menos a San Cirilo de Alejandría.
Esa tan amañada y dañina versión, según lo explica eruditamente Bryan J.Whittield (The Beauty of Reasoning: A Reexamination of Hypatia of Alexandra) hay que buscarla en el desencajado Damascio, último escolarca de la Academia de Atenas, quien exiliado en Persia tras su cierre por orden de Justiniano, y dispuesto a azuzar las maledicencias contra Cirilo, (a quien tuvo por rival en un tiempo de rivalidades religiosas fortísimas y extremas) al que le atribuyó el homicidio sin más fundamento que sus propias conjeturas. Repetimos: sin más fundamento que sus propias conjeturas... Porque esto y no otra cosa es lo que, desde entonces y hasta hoy, siguen haciendo cuantos rivalizan endemoniadamente contra la Fe Verdadera. Han pasado siglos desde el lamentable episodio y nadie ha podido aportar otro cargo contra el gran santo de Alejandría que no fuera la sospecha, el rumor, la hipótesis trasnochada o la presunción prejuiciosa.
Coinciden en la acusación los enemigos frenéticos de la Iglesia Católica que no los historiadores o los genuinos estudiosos del caso, a algunos de los cuales llevamos citados en estas prietas líneas. No coinciden —y discrepan con la leyenda negra oficial impuesta finalmente por el Iluminismo— el arriano Filostorgio, el sirio Juan de Éfeso, los jansenistas Le Nain de Tillemont y Claude Pierre Goujet o el erudito Christopher Haas (Alexandria in Late Antiquity: Topography and Social Conflict, 2006). No coincide tampoco Thomas Lewis, (en 1721 célebre por la impugnación de esta mentira en “La Historia de Hypatia, la imprudentísima maestra de Alejandría: asesinada y despedazada por el populacho, en defensa de San Cirilo y el clero alejandrino. De las calumnias del señor Toland”). No coincide Miguel Ángel García Olmo, quien advierte en la maniobra acusadora un “afán de mancillar la ejecutoría de un pastor teólogo de vida esforzada y ejemplar como fue Cirilo de Alejandría, venerado en Oriente y en Occidente”; y tampoco coincide Gonzalo Fernández, (La muerte de Hypatia, 1985), a pesar de la ninguna simpatía que manifiesta hacia el santo pero donde concluye en que “ninguna de las fuentes sobre el linchamiento de Hipatia alude a la presencia de parabolani entre sus asesinos” (Los parabolani eran los miembros de una hermandad de monjes alistados voluntariamente para el servicio, principalmente entre los enfermos, y que en su momento respondieron incondicionalmente a San Cirilo, recibiendo la acusación de consumar el linchamiento de Hypatia; que no eran “un grupo de monjes” como se ha dicho por ahi)... Y no coinciden los hechos. Porque el mismo Cirilo que lamentó y reprobó el crimen de Hypatia y amonestó enérgicamente en su Homilía Pascual del 419 a la plebe alejandrina dada a participar en turbamultas feroces y sanguinarias... Y si no se le cree al santo, las novelas de Lawrence Durrel (las de su Cuarteto de Alejandría) resultan una buena fuente para conocer el carácter sangriento y cruel de esas tropelías feroces del populacho alejandrino. Porque -no olvidemos- fueron esas mismas hordas las que dieron muerte a dos obispos cristianos, Jorge y Proterio, en el 361 y 457 respectivamente.
Y respecto a la expulsión de los judíos ordenada por San Cirilo, aclarar qué participacion tenían los hebreos en aquellos episodios luctuosos. Episodios que podían llegar a terribles excesos como p.ej. en los festejos del Purim. Porque como dice Maurice Pinay (cap. VIII del 2º volumen de su Complot contra la Iglesia) los judíos “califican siempre esas medidas defensivas de los Estados Cristianos, de persecuciones provocadas por el fanatismo y el antisemitismo del clero católico”, pero son incapaces de ver las enormes vigas en los propios ojos. En esto tiene sobradas razones el exhaustivo Alban Butler, cuando en su voluminoso santoral(festividad del santo, el 9 de febrero) explica que Cirilo tomó legítimamente la decisión de expulsar a los judíos, tras comprobar “la actitud sediciosa y los varios actos de violencia cometidos por ellos”.
No coinciden, al fin, los juicios de la Santa Madre Iglesia, quien mucho tiempo después de agitadas las pasiones terrenas, disipadas las dudas, superadas las conjeturas malintencionadas, estudiadas las causas, investigadas las acciones, consideradas las objeciones y sopesadas las acciones, elevó dignamente a los altares a Cirilo de Alejandría, y lo proclamó Doctor de la Iglesia en 1882, bajo el Pontificado de León XIII. Años más tarde, en 1944, el Papa Pío XII, en su Orientalis Ecclesiæ, lo llamó “lumbrera de la sabiduría cristiana y héroe valiente del apostolado”. Y hace muy poco, en la Audiencia General del miércoles 3 de octubre de 2007, Benedicto XVI se abocó por entero a su encomio, recordando su defensa de la ortodoxia contra la herejía nestoriana. Para el Santo Padre, San Cirilo de Alejandría es el “custodio de la exactitud, que quiere decir custodio de la verdadera fe”; el varón justo que comprendió y predicó que “la fe del pueblo de Dios es expresión de la tradición, es garantía de la sana doctrina”.
Va de suyo que el lector honrado sabrá a quién creer al respecto. Si a la Iglesia, que para canonizar a alguien se toma siglos de estudios, pidiendo milagros y virtudes heroicas al candidato, o a cualquier alucinado de odio a la Cruz que en su audacia declara asesino a un santo, y misógino a quien veneró a la más excelsa de las mujeres: María Santísima. Por tanto, parab quien anda buscando machismo en las religiones, sugerimos el Libro del Zohar o al Schulchan Arukh. O el conocimiento descarnado y patético de las mujeres ultrajadas y prostituidas por la Zwi Migdal.
Si se extasían en la descripción del linchamiento de Hypatia, para cargar las tintas y disponer las sensibilidades contra su odiado catolicismo, que retraten del mismo modo los horrendos crímenes rituales de Agnes Hruza y Marta Kaspar, cristianas ambas y víctimas probadas de la demencia judaica (una desangrada salvajemente en el bosque de Brezin, el 1º de abril de 1899; la otra descuartizada en Paderborn, el 18 de marzo de 1932)... Los detalles lo tienen en la obra de Albert Monniot, Le crime rituel chez les juifs. Sijuzgaran nazi esta obra —porque en la guerra semántica, da lo mismo que su autor la escribiera antes de la aparición de Hitler en la historia— vayan a Las pascuas sangrientas del insigne judío Ariel Toaf. Y si recusaran esta obra aduciendo la supuesta retractación que su autor hiciera de la misma, acudan a la obra de otro israelita honestísimo, Israel Adán Shamir en El poder de la judería.
Además tenemos para conocer al santo como hombre fiel y recto sus muchos y ricos escritos (llenos precisión, certidumbre y hondura) en Quasten, Moliné, Altaner, Luis de Cádiz, Bardenhewer y la monumental obra de Migne, que son las principales patrologías que podrán consultar con provecho quienes deseen aproximarse al gran apologista.
San Cirilo, a la derecha del Padre y bajo el regazo celeste de María Theotokos, de quien fue su caballero, no lo rozan estos botarates. Nosotros le diremos San Cirilo de Alejandría, ora pro nobis. Pero para ir un poco más lejos habrá que decir que tomar en vano el nombre de Dios, profanar lo sacro, agraviar a los santos y mostrarse impiadoso y blasfemo, debería movilizar a los católicos antes y con mayor intensidad que las manifestaciones contra injusticias sociales. Porque el Reino de Dios y su justicia sigue siendo lo primero y la añadidura se ordena como lo subalterno a lo principal.

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