sábado, 15 de octubre de 2011

CARTA APÓCRIFA

DE SAN PEDRO A SANTIAGO

1.1. Pedro a Santiago, señor y obispo de la santa Iglesia. La paz en todo momento de parte del Padre supremo por medio de Jesús el Cristo. 1.2. Sabiendo que tú, hermano mío, te esfuerzas de buena gana en favor del beneficio de todos nosotros, te pido y te ruego que no le entregues los libros de mi predicación que te envié a ninguno de los provenientes de las naciones ni a ninguno de nuestra raza antes de la prueba. Pero si alguno de ellos ha sido probado y hallado digno, entonces tú se los podrás transmitir a él del mismo modo que Moisés transmitió su oficio de enseñar a los setenta. 1.3. De allí que el fruto de su precaución es visible hasta hoy. Puesto que los que pertenecen a su pueblo mantienen en todas partes la misma regla en cuanto al único Dios y a la manera de vivir, siendo incapaces de ser conducidos de ningún modo a pensar diferentemente por causa de la variedad de comprensiones de las Escrituras. Pues, de acuerdo al canon transmitido a ellos, intentan armonizar las discordancias de las Escrituras, si sucede que alguien, desconociendo las tradiciones, se confunde por la ambigüedad de la voces de los profetas. 1.5. De allí, con este propósito, no le permiten a nadie enseñar a no ser que primero aprenda cómo se debe utilizar la Escritura. De allí que, entre ellos, [profesan] un Dios, una Ley y una esperanza.
2.1. Para que suceda lo mismo entre nosotros, entrega a los setenta hermanos nuestros los libros de mis predicaciones con la misma guía del misterio, para que ellos puedan adoctrinar a aquellos que quieren tomar parte en la enseñanza. 2.2. Porque si nosotros no nos conducimos de este modo, nuestra palabra de verdad será desmembrada en muchas opiniones. No soy conocedor de esto como profeta, sino viendo ya el inicio del mismo mal. 2.3. Puesto que algunos de los que provienen de las naciones han rechazado mi legal predicación y han preferido la enseñanza ilegal y absurda del hombre enemigo. 2.4. En efecto, algunos, cuando aun estoy presente, han intentado deformar mis palabras con múltiples interpretaciones, para disolver la ley, como si incluso yo mismo pensara así, pero no lo predicara con valentía. ¡Dios no lo quiera! 2.5. Puesto que aquello significa contrariar la ley de Dios que fue dada a conocer por Moisés y fue testificada por nuestro Señor en su permanencia eterna, puesto que así habló: el cielo y la tierra pasarán, pero ni una iota ni una tilde de la ley pasará. 2.6. Esto dijo para que todo se cumpla. Pero los que, no sé cómo, proclaman mi pensamiento, pretenden interpretar las palabras que han escuchado de mí de modo más sabio que yo que las pronuncié, diciéndoles a sus catecúmenos que ésta es mi manera de pensar: lo que nunca imaginé. 2.7. Pero si, conmigo aun presente, se atreven a falsear de este modo, ¿cuánto más se aventurarán a hacer conmigo después de mí? (B. Rehm - J. Irmscher, Die Pseudoklementinen I. Homilien, GCS 42, Berlin 1969)

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