domingo, 2 de julio de 2023

Aires optimistas frente al cambio climático


Francisco de Asís, uno de los santos más reconocidos de la cristiandad, nos legó en el siglo XI una importante enseñanza: el concepto de la interconexión del ser humano con el mundo natural. Pero la humanidad no ha asumido en ningún momento esa idea y ha tratado la Naturaleza desde un punto de vista puramente utilitario.

Por citar dos ejemplos, la deforestación para crear tierras cultivables y proporcionar madera de construcción y leña o las operaciones de minería y fundición con todo tipo de vertidos tóxicos al medioambiente han sido lugar común a lo largo de la Historia. La Revolución Industrial se basó inicialmente en la explotación del carbón y del hierro, pero las siguientes etapas de esta revolución fueron incorporando nuevas fuentes de energía, fundamentalmente petróleo y gas, y nuevos minerales, con el desarrollo de una potente industria química. La quiebra de la armonía entre la especie humana y la Naturaleza se hizo más patente en la forma de contaminación del aire, de las aguas y del suelo. Los daños se hicieron cada vez más visibles, con la creación de atmósferas irrespirables en las ciudades más industriales, la mortandad de peces en los ríos, la lluvia ácida que destruye el paisaje y tantas otras afecciones. Y, aunque siempre hubo voces contra este deterioro medioambiental, estas fueron sistemáticamente acalladas por los intereses involucrados. De hecho, con anterioridad a los años 60 del pasado siglo, no existía normativa medioambiental relevante.

Rachel Carson, la mujer que mueve a la opinión pública

En la década de los años 50 se observó una importante mortandad de pájaros en numerosos lugares, algo para lo que nadie tenía una respuesta. En 1961, la bióloga Rachel Carson resolvió el interrogante, que detalló en su libro Primavera silenciosa. En él identificó inequívocamente a los asesinos de aves entre los potentes insecticidas sintéticos, como el DDT, que estaban envenenando las cadenas alimentarias, desde los insectos hacia arriba. El claro mensaje del libro es que todo en la Naturaleza está relacionado con todo lo demás. Redescubrió y divulgó el pensamiento de Francisco de Asís, al que Carson llegó mediante el razonamiento científico, mientras que Francisco lo hizo bajo la consideración de que todo en la Tierra es obra de Dios.

El impacto de Primavera silenciosa, del que se vendieron dos millones de ejemplares[1], fue impresionante. El presidente John F. Kennedy ordenó una investigación sobre el uso de los pesticidas, que concluyó la necesidad de que los residuos de estos productos fueran rastreados y monitoreados en el aire, agua, suelo, peces, vida silvestre y seres humanos, con el objetivo de eliminar el uso de pesticidas tóxicos persistentes.[2]

Carson, sin duda alguna, tiene el mérito de haber despertado la conciencia ecológica popular en Estados Unidos y Europa. Su biógrafa Linda Lear ha escrito: “Su valentía al dar la voz de alarma y su visión ecológica de la unidad de toda la vida dieron forma indeleble al movimiento ecologista contemporáneo”[3]. Friends of the Earth y Greenpeace tienen su origen directamente en Primavera silenciosa.

En las décadas de 1960 y 1970, el movimiento ecologista centró su atención en la contaminación en todas sus formas y presionó con éxito a los diferentes gobiernos para aprobar medidas destinadas a promover un aire y un agua más limpios y la eliminación de residuos tóxicos. La Naturaleza se iba ganando un lugar en el orden normativo de las sociedades modernas.

El mecanismo que permite a la Tierra disfrutar de una temperatura adecuada para la vida

El efecto invernadero –un proceso natural que calienta la Tierra– es necesario para mantener la vida en el planeta. Se produce cuando determinados gases de nuestra atmósfera atrapan el calor emitido por la Tierra y actúan como el propio invernadero del planeta. Dichos gases, entre los que se encuentran el dióxido de carbono (CO2), el metano y el óxido nitroso, son necesarios para mantener caliente la temperatura de la superficie de la Tierra. Si la Tierra no tuviera atmósfera y no estuviera presente este mecanismo, la temperatura de la superficie de nuestro planeta sería de -18°C, pero gracias al efecto de estos gases es de +15 °C. Durante miles de años, la Naturaleza había regulado bien la concentración de estos gases.

Este efecto es conocido desde el siglo XIX a partir del matemático francés Joseph Fourier. Pero la influencia de la acción del hombre en la alteración de ese efecto no ha podido verificarse hasta muy posteriormente, pues para ello era necesario disponer de medidas de la composición y temperatura de la atmósfera durante largos períodos de tiempo. Y esto es lo que han conseguido los científicos paleoclimáticos en estos últimos 20 años. De acuerdo a las técnicas más modernas[4], la composición de la atmósfera podemos conocerla mediante mediciones precisas de las burbujas de aire atrapadas en el hielo de los glaciares, que alcanza a los últimos 800.000 años. Para adentrarnos más en el pasado en el contenido de CO2 hay que recurrir a métodos indirectos. Así, por ejemplo, los valores cambiantes de CO2 afectan al pH del océano, y esto tiene diversos efectos sobre los fósiles de plancton, de forma que el estudio de estos fósiles nos permite reproducir el contenido de CO2 en la atmósfera retrocediendo decenas de millones de años.

De forma análoga, para la determinación de temperaturas hay que recurrir a métodos indirectos, ya que los registros de medidas termométricas sólo están disponibles desde hace 160 años. Las ligeras diferencias en peso de los isótopos del oxígeno presentes en el agua hacen que tengan comportamientos diferentes frente a procesos como la evaporación o la condensación. El isótopo más ligero (16O) se evapora más fácilmente que el isótopo más pesado (18O) en los océanos. Por lo tanto, la cantidad del isótopo más ligero (16O) en las precipitaciones es mayor, razón por la cual el hielo glaciar también contiene una mayor concentración de 16O. Debido a esto, la mayor concentración del isótopo más pesado (18O) se queda en el agua del océano. Como el hielo de los casquetes polares y glaciares acumula isótopos ligeros (16O) y el océano se enriquece en isótopos pesados (18O) durante las glaciaciones, los sedimentos de fondos oceánicos nos permiten conocer en qué momentos ha habido más o menos hielo en el planeta.

Gracias a estas mediciones indirectas conocemos el clima de la Tierra remontándonos a millones de años y hemos verificado que, en sus 4.500 millones de años de historia, el planeta Tierra ha experimentado periodos de mayor y menor calor. Pero siempre han sido alteraciones lentas de la temperatura en ciclos del orden de 100.000 años provocados por las variaciones de la órbita de la Tierra alrededor del Sol.

Se descubre el calentamiento global 

La utilización de combustibles fósiles, carbón, petróleo y gas natural no ha hecho más que aumentar exponencialmente desde la primera revolución industrial. Se estima que en este tiempo hemos vertido 1,5 billones de toneladas de CO2 a la atmósfera, incrementando en un 50% la proporción de este gas de efecto invernadero en la misma. Y esto ha tenido consecuencias.

En 1967 se pudo desarrollar por primera vez un preciso modelo informático del clima cambiante de la Tierra, corroborando que duplicar las concentraciones de CO2 podría aumentar la temperatura global en 2°C. Syukuro Manabe fue premiado con el Nobel de Física 2021 por este trabajo. Las mediciones realizadas desde la revolución preindustrial hasta nuestros días se ajustan perfectamente a esta predicción: el CO2 ha aumentado en un 50% aproximadamente y las temperaturas han aumentado 1,1°C.[5] Supone un cambio brutal frente a la estabilidad observada a lo largo de miles de años.

En 1988 se hizo oficial la constatación científica del calentamiento en el Congreso de Estados Unidos. Así lo recogía el New York Times: “Hasta ahora, los científicos se habían mostrado cautelosos a la hora de atribuir el aumento de las temperaturas mundiales de los últimos años al previsible calentamiento global causado por los contaminantes de la atmósfera, conocido como ‘efecto invernadero’. Pero hoy, el Dr. James E. Hansen, de la Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio, ha declarado ante una comisión del Congreso que existe un 99% de certeza de que la tendencia al calentamiento no es una variación natural, sino que está causada por la acumulación de dióxido de carbono y otros gases artificiales en la atmósfera.”[6]

La relación entre los fenómenos meteorológicos extremos y el cambio climático se pudo demostrar en 2004 en un artículo publicado en la revista Nature[7] firmado por varios profesores de la Universidad de Oxford y de la Oficina Meteorológica del Reino Unido, en el que demostraban que el cambio climático había duplicado el riesgo de la ola de calor europea de 2003 que mató a decenas de miles de personas. Actualmente, los científicos son capaces de calcular con notable precisión el impacto del calentamiento global en sequías, olas de calor e inundaciones.

Las catástrofes relacionadas con el clima representaron alrededor del 90% de las más de 7.000 grandes catástrofes ocurridas entre 1998 y 2017, la mayoría de ellas inundaciones y tormentas. Las pérdidas económicas ascendieron a casi 2,3 billones de dólares, según un informe de la Oficina de las Naciones Unidas. El sistema climático de la Tierra es complejo y caótico, por lo que los efectos de los cambios provocados son diferentes en los distintos lugares. Se calcula que unos 3.500 millones de personas viven en contextos muy vulnerables al cambio climático.

El Acuerdo de París, un buen acuerdo que simplemente acota el problema

Los países llevan debatiendo cómo combatir el cambio climático desde principios de la década de 1990. Están de acuerdo sobre las bases científicas del fenómeno que plantea la amenaza y, por tanto, en la posible solución. Pero la transición a un mundo con balance cero de CO2 es seguramente el mayor reto al que se ha enfrentado la humanidad. Requiere una transformación completa de nuestra forma de producir, consumir y movernos; sustituir la energía contaminante de carbón, gas y petróleo por energía procedente de fuentes renovables.

Llegar a acuerdos ha resultado difícil, porque se ha discrepado sobre quién es más responsable, cómo hacer un seguimiento de los objetivos de reducción de emisiones y si se debe compensar a los países más afectados. Pero, finalmente, en 2015 se llegó al Acuerdo de París, que firmaron 196 países y que exige legalmente a los países que reduzcan sus emisiones de carbono para limitar el calentamiento global a 1,5 °C en comparación con los niveles preindustriales. Las emisiones deben reducirse en un 45% para 2030 y llegar a cero en 2050.

Como dijo el entonces Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon: “El Acuerdo de París ofrece un plan viable para mitigar las graves amenazas que se ciernen sobre nuestro planeta. Establece objetivos claros para restringir el aumento de las temperaturas, limitar las emisiones de gases de efecto invernadero y facilitar un desarrollo resistente al clima y un crecimiento ecológico.”[8] El acuerdo pone un límite a los males que tendremos que sufrir aunque durante un largo período soportaremos daños causados por el cambio de clima.

No cabe duda de que, al margen de los motivos éticos, las consideraciones económicas han ayudado a un acuerdo tan global. Investigadores del Potsdam Institute for Climate Impact Research, concluyen que el Acuerdo de París, motivado políticamente, también representa la vía económicamente favorable.[9]

Por fin, una buenísima noticia

Muy recientemente se están contemplando cambios en la forma de ver el problema del calentamiento global que tienen que ver fundamentalmente con el precio de las energías verdes, que se están reduciendo vertiginosamente.

Cambio de paradigma que se refleja muy bien en la rápida evolución de la opinión de David Wallace-Wells, periodista especializado en temas de clima, que hace tan sólo cuatro años escribió un libro, auténtico superventas titulado La Tierra inhabitable, en el que exponía algunos de los peores escenarios de lo que podría ser la vida en la Tierra debido al calentamiento global. Pero tan sólo tres años más tarde, tras un proceso de diálogo con numerosos científicos y economistas del sector, publicó en The New York Times Magazine el artículo titulado “Más allá de la catástrofe: Se vislumbra una nueva realidad climática” en el que se refiere a esta nueva forma de ver los procesos en torno al cambio climático.[10]

Llevamos tantos años debatiendo lo costosa que resulta la transición energética que apenas hemos reparado en el rápido descenso de los precios que ya se ha producido. Desde 2010, el costo de la energía solar y la tecnología de baterías de litio se han reducido un 88% y el coste de la energía eólica un 70%[11]. Y, durante ese mismo período de tiempo, los combustibles fósiles no han bajado de precio en absoluto, lo que significa que ahora muchas energías renovables son mucho más baratas que sus alternativas sucias.

Algunos están hablando de sorprendentes descensos del precio de las energías renovables, pero hay que decir que científicos y economistas llevan tiempo vaticinando estas reducciones. En 1936, un ingeniero aeronáutico, Theodore Wright, estudiando los costes de la fabricación de aviones, observó lo que denominamos la curva de aprendizaje en las nuevas tecnologías, y enunció la ley que lleva su nombre: que el coste de cada unidad producida disminuye en función del número acumulado de unidades producidas. El análisis de la curva de experiencia ya ha aportado previsiones acertadas en las tecnologías renovables. En 2011, investigadores del MINES ParisTech predijeron un descenso del precio de los módulos solares del 67% para el año 2020,[12] que se ha superado con creces. En un reciente estudio, investigadores de la Universidad de Oxford[13] han desarrollado un enfoque basado en métodos probabilísticos de previsión de costes, que han sido validados estadísticamente mediante pruebas retrospectivas de más de 50 tecnologías. Con ello han generado previsiones de costes para la energía solar, la energía eólica, las baterías y los electrolizadores, con un horizonte temporal de hasta 20 años. Y los resultados indican que una transición rápida hacia la energía verde es beneficiosa, incluso si el cambio climático no fuera un problema. Cuando se tiene en cuenta el cambio climático, es decir, los efectos evitados mediante la prevención del calentamiento, los beneficios de la transición rápida se vuelven abrumadores.

“Existe la idea errónea y generalizada de que el cambio a las energías limpias y ecológicas será doloroso, costoso y supondrá sacrificios para todos, pero eso es falso”, afirma el profesor Doyne Farmer, coautor del trabajo citado. “Los costes de las energías renovables llevan décadas bajando. Ya son más baratas que los combustibles fósiles en muchas situaciones, y nuestros estudios muestran que serán más baratas que los combustibles fósiles en casi todas las aplicaciones en los próximos años. Y si aceleramos la transición, se abaratarán más rápidamente. Sustituir completamente los combustibles fósiles por energías limpias en torno a 2050 nos ahorrará billones”.[14]

La certidumbre que arrojan los nuevos estudios sobre previsiones de precios de las energías renovables nos abre el camino al optimismo. Un optimismo que ya está presente en organismos oficiales, como lo indican estas palabras de Fabio Panetta, miembro del Comité Ejecutivo del Banco Central Europeo: “La transición verde a menudo se presenta como una amenaza para aspectos fundamentales de nuestra vida diaria, incluidas las oportunidades de crecimiento o el poder adquisitivo. Esta narrativa negativa es injustificada. La coincidencia divina no es una quimera: más verde puede significar más barato.”[15]

La coincidencia divina de la que nos habla Fabio Panetta nos ha quitado de encima quizá la mayor preocupación medioambiental que hasta ahora ha asaltado al ser humano, pero no por ello debemos olvidar la enseñanza de Francisco de Asís, la interconexión del ser humano con el mundo natural se manifiesta presente en todas nuestras actividades y ello nos obliga a mantener el equilibrio ecológico como medio de supervivencia.

 


Manuel Ribes. Instituto Ciencias de la Vida. Observatorio de Bioética. Universidad Católica de Valencia

 

 

[1] Eliza Griswold How ‘Silent Spring’ Ignited the Environmental Movement  The New York Times Magazine  Sept. 21, 2012

[2] Manu Mediavilla  Rachel Carson, pionera y referente en la lucha contra el cambio climático Amnistía internacional  2022

[3] Robin McKie Rachel Carson and the legacy of Silent Spring The Observer 27 mayo 2012

[4] Caitlin Keating-Bitonti & Lucy Chang  Here’s How Scientists Reconstruct Earth’s Past Climates    Smithsonian Magazine  23 marzo 2018

[5] UKRI (UK Research and Innovation) Informe corporativo  A brief history of climate change discoveries 21 octubre 2021

[6] Philip Shabecoff  Global Warming Has Begun, Expert Tells Senate  Special To the New York Times 24 junio 1988

[7] Stott, P., Stone, D. & Allen, M. Human contribution to the European heatwave of 2003 Nature 432, 610–614 (2004)

[8]  The Explainer: The Paris Agreement | UNFCCC (United Nations Framework Convention on Climate Change) 26 febrero 2021

[9] Nicole Glanemann, SvenN.Willner & Anders Levermann Paris Climate Agreement passes the cost-benefit test | Nature Communications 27 enero 2020

[10] Dave Davies A new climate reality is taking shape as renewables become widespread : NPR 10 noviembre 2022

[11] Datos tomados de “Our World in Data. org” y “Borates Today”

[12] Arnaud de La Tour, Matthieu Glachant & Yann Ménière Predicting the costs of photovoltaic solar modules in 2020 using experience curve models – ScienceDirect  10 octubre 2013

[13]  J.Doyne Farmer et al. Empirically grounded technology forecasts and the energy transition – ScienceDirect 13 septiembre 2022

[14] Decarbonising the energy system by 2050 could save trillions – Renewable Carbon News 22 septiembre 2022

[15] Fabio Panetta Greener and cheaper: could the transition away from fossil fuels generate a divine coincidence? Roma, 16 noviembre 2022

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