miércoles, 14 de diciembre de 2022

La estrella de Jesús

“Nacido pues Jesús en Belén de Judá en los días del rey Herodes, llegaron de Oriente a Jerusalén unos Magos diciendo: ¿dónde está el Rey de los judíos se acaba de nacer?. Porque hemos visto su estrella en oriente y venimos a adorarle”. (Mt 2,1s.) Así refiere San Mateo la llegada de los Magos.

Del relato evangélico no parece deducirse que extraña mucho la noticia. Herodes se turbó porque temió tener un rival cuyos planes eran preciso atajar y frustrar. Y con Herodes se turbó toda la ciudad porque sabía que la menor sospecha de atentado contra el trono de aquel tirano era ocasión de detenciones y penas capitales de las que nadie podía considerarse libre con demasiada seguridad. Pero que el nacimiento del Rey de los Judíos estuviese relacionado con la aparición de una estrella, no parece haber sorprendido a nadie. El lector queda con la impresión de que los judíos o pensaban que todo hombre tiene una estrella que acompaña a su nacimiento, o por lo menos, creían saber que Dios tenía una estrella destinada a aparecer en los cielos cuándo naciese el rey de los judíos.

Sabido es que los judíos esperaban un Mesías ungido, un rey que sería el rey por antonomasia. Los profetas lo había anunciado en todos los tronos y habían cantado las excelencias de su reinado. Y precisamente en él. De arranque de estas que podríamos llamar profecía regias, se halla una que habla de un rey y de una estrella. La pronuncio Balaam, un adivino de venido “de las montañas de Oriente”, que bien podría tener algo de astrólogo.

Era la época en que el pueblo de Israel salido de Egipto terminaba de peregrinar por el desierto llamando a las puertas de Canaan por Transjordania. El rey de Moab trató de conjurar su fuerza con una maldición eficaz, y para que la pronunciase hizo venir a Balaán de los montes de Oriente. El adivino llegó montando en su borrica, pero algo había en su espíritu que se resistía enormemente a la maldición. ¿Cómo podía él maldecir a un pueblo que Dios había bendecido? “No es Dios un hombre para que mienta, ni hijo de hombre para arrepentirse. ¿Lo ha dicho El y no lo hará? ¿Lo ha prometido no lo mantendrá?. De bendecir he recibido yo la orden; bendición ha dado El, yo no puedo revocarla (Núm 23,19). Y en lugar de maldecir pronunció cuatro bendiciones. En la última de ellas se encuentra la profecía de la estrella.

Al leer que no puede él maldecir al pueblo de Dios que había bendecido, ocurre preguntar cómo se sabría Balam que Dios había bendecido a Israel. Pudo saberlo porque Dios se lo había revelado en un momento antes, cuando levantó siete altares y ofreció en cada uno de ellos un novillo y un carnero. Sin embargo, cuando se leen con detenimiento las cuatro bendiciones es imposible no recordar la bendición que cuatro siglos antes había pronunciado en Egipto el anciano Jacob estando en trance de muerte.

No hay que olvidar que Jacob había pasado los mejores años de su vida en la tierra de los hijos de Oriente. Allí, en Arán -alta Mesopotamia- pudo muy bien familiarizarse con el lenguaje de los augurios que corrientemente hacían alusión al mundo astral. Y, por lo mismo, no es extraño que si existía un género literario augural, Jacob lo conociese y lo emplease al hacer el augurio de sus hijos. La visión del futuro de las doce tribus fue comunicada al Jacob por revelación divina pero esta revelación revistió figuras astrológicas o por lo menos de ellas se sirvió el patriarca para comunicarla sus hijos. 

El hecho es que la bendición de Jacob va refiriéndose a las doce tribus y en lo que a propósito de cada uno dice, no es difícil hallar alusiones a algunas constelaciones zodiacales o próximas al zodiaco, si bien en aquel tiempo los signos del zodiaco no se habían reducido aún a 12 sino que eran más numerosos. La bendición de Rubén está relacionada con Aquarius y la de Simeón y Levi con Géminis.

En la de Judá hay alusiones a Leo y Virgo; en la de Zabulón, a Piscis; en la de Isacar, a Aries y Cetus; en la de Dan, a Escorpio, y en la de Gat, a Sagittarius. La de Aser hace pensar en el Cáncer y la de Neftalí en Capricornio. En la de José se habla expresamente de Taurus y las Pléyades y en la de Benjamín de Lupus, al sur de Libra.

 En la sinagoga de Beth Alfa hay un mosaico que representa el zodiaco, y en él el signo de Acuario lleva el nombre “Deli”. Un midrash judío sobre la bendición de Jacob hace decir al patriarca refiriéndose a Rubén: “tú eres un deli”.

Existía, por tanto, una tradición judía que relacionaba el augurio de Rubén con Aquarius. El augurio era este: “Rubén, tú eres mi primogénito, mi fuerza y el fruto de mi primer vigor cumbre de dignidad y cumbre de fuerza. Herviste como el agua. No tendrás la primacía, porque subiste al lecho de tu padre. Cometiste entonces una profanación. Subió a mi lecho. (Gn 49,3s).

Hay en esta maldición del primogénito, que en su incontinencia había profanado el lecho paterno, una insistencia en la fortaleza de aquel, que se dice haber hervido como el agua. Y esto viene a dar a Rubén una figura parecida a la de Aquarius cuyo nombre babilónico era “gu-la” algo así como “gigante”, y que llevaba una vasija de la que salía en dos grandes chorros la modo de surtidores de agua fecundante. El sentido del augurio vendría a ser de has portado como Aquarius. Por eso perderás los derechos de primogénito.

Muy distinto es el augurio de Judá: “cachorro de león, Judá, de la presa subes, hijo mío. Posando te agachas como un león y como leona. ¿Quién le hostigará para que se levante? No faltará de Judár el cetro, ni de entre sus pies el báculo, hasta que venga Aquel cuyo es, y a él darán obediencia los pueblos. Atará a la vid su pollino, a la vid generosa el hijo de la asna; lavará en vino sus vestidos y en la sangre de las uvas su ropa.

Son más negros que el vino sus ojos, y más que la leche blanquean sus dientes” (Gn 49 9- 12). No cabe la menor duda de que en estas palabras se promete a la descendencia de Judá la dignidad real. Para ello se le describe bajo la figura de la constelación de Leo. La uranografía Asiria conoce este signo con el nombre de “Úr-gu-la” qué significa “leona”; y al norte de ella hay otro signo que se ha llamado Leo Minor, y que en el sitio se le llamaba “Ur- mah”, o sea “león”. La postura en qué el animal aparece en la constelación ha inspirado la frase “posando te agachas como un león y como “leona”. Y acaso la posición más alta de Leo Minor ha dado lugar al pensamiento “cachorro de león, Judá, de la presa subes, hijo mío”. En el pecho de Leo hay una estrella, Regulus, que ya los antiguos llamaron el rey. A esta puede hacer alusión el centro o báculo regio que Judá, sentado, tendría entre sus piernas.

Al norte de la constelación Virgo, que inmediatamente si a Leo, está la hermosa estrella Arturo, que aparece al mismo tiempo que Virgo y preside el mes de la vendimia. Junto a ella, un pequeño grupo de estrellas recibía en la lengua babilónica el nombre de “yugo de asno”. Todo esto recuerda el lenguaje de la última parte del augurio, en qué se habla de la abundancia que habría en el reino futuro. También es venturoso el augurio de José: “José es un novillo hacia la fuente, a la fuente se encamina. Los arqueros le hostigan, los tiradores de saetas le atacan. Pero su arco permanece estable y la fuerza de su brazo se consolida; por el poderío del Fuerte de Jacob, por el nombre del pastor de Israel. En el Dios de tu padre hallarás tu socorro, en El-Shaddai que te bendecirá con bendiciones del cielo arriba, bendiciones del abismo abajo… Que caigan sobre la cabeza de José, sobre la frente del príncipe de sus hermanos” (Gn 49, 22-26)

No hace falta explicación alguna para ver en estas palabras un augurio de bienestar en favor de José, a quien habían perseguido sus hermanos. Sólo el lenguaje astal necesita alguna aclaración. José está representado por el signo de Tauro. Las Pléyades se llamaban en la lengua babilónica los “siete grandes dioses” y como los siete eran siete hermanos, hijos de Enmesharra, y a Enmesharra lo identificaban con Perseo, que está junto a las Pléyades, éstas estrellas representaban a las mil maravillas a los hermanos que habían perseguido a José; tanto más cuanto un texto de Asaradón describe a “los siete” como portadores de arcos y flechas. 

En contraposición a estos perseguidores de Taurus y de José, habla el patriarca de otro arco que Dios hizo fuerte, haciendo pensar en la constelación del Arco, llamado hoy Canis Major, cuya flecha es la brillante Sirio, tan apreciada en Egipto, donde tuvo lugar el encumbramiento de José. Debajo de Taurus está Orión, que los textos babilónicos llaman “el pastor fiel del cielo” o también “il-abrat”, y que sirvió al patriarca para simbolizar al pastor de Israel y al fuerte (abir) de Jacob. Finalmente, las bendiciones de fertilidad en las que tanto insiste el profeta, enlazan perfectamente con el signo de Taurus y las Pléyades que son tradicionalmente signos de primavera.

Algo de todo esto debía conocer Balaam cuando cuatro siglos antes aseguraba que no podía el maldecir al pueblo que Dios había bendecido. Las bendiciones de Jacob debían constituir una  pieza literaria muy apreciada del pueblo israelita que, por otra parte, no estaría sin relacionarse con la que había sido la patria de sus antepasados. Así puedo llegar al conocimiento de un astrólogo profesional cómo Balaán.

El hecho es que el rey de Moab llevó a Balaám a un monte desde el cual había de maldecir a Israel. Balaam solo veía una parte de que el pueblo, y, a pesar de ello, se deshizo en alabanzas de él. Sucesivamente fue trasladado a otras tres alturas desde dónde lo viera mejor, y desde cada una de ellas pronuncio una nueva bendición.

En la primera emplea la figura del rey, el toro, la leona y el león. “Yahveh, su Dios, está con él; rey aclamado es el medio de él. El Dios que, de Egipto le ha sacado, es para él como los cuernos del toro salvaje … He aquí un pueblo que se alza como leona y que se llegue como león; no se acostará sin haber devorado su presa sin haber bebido la sangre de sus víctimas”. Son las bendiciones combinadas de Judá y de José, que ahora se aplican al pueblo entero.

En la segunda se alude a Acuario, el toro, las flechas, la leona y el león. A las bendiciones de Judá y José se ha añadido la de Rubén, convertida de malo en bueno augurio: desbórdanse de sus cubos las aguas; sus ramas crecen como en aguas abundantes.

Álzate rugiente. Su rey, exaltaráse su reino. El Dios que de Egipto le has sacado, es para él como los cuernos del toro salvaje. Devorará las naciones enemigas, triturará sus huesos; Lastras pasará con su saetas. Se agacha se posa como un león y como una leona. ¿Quién lo concitará? el que te bendiga, será bendecido; el que te maldiga, maldito será. (Núm 24, 7-9).

¿Quién puede negar que hay en todo esto mucho más que un recuerdo de las bendiciones de Jacob?. En la que pronunció sobre Judá se hablaba de un centro, que hemos dicho coincide con la estrella Leonis o Regulus.

La cuarta bendición de Balaam está consagrada por completo a desarrollar la idea representada por estos símbolos regios: “la veo, pero no es ahora; la contemplo, pero no de cerca. Alzase de Jacob como una estrella, surge de Israel un centro que quebranta las dos sienes de Moab …” (Núm 24,17). Y el vaticinio continúa desarrollando el tema del dominio universal de aquel rey. El cetro y la estrella son un mismo signo sideral de la constelación Leo, en la que dos profetas muy distanciados por el tiempo - Jacob y Balaam- vieron prefigurado un extraordinario monarca dominador del mundo entero que había de salir de la tribu de Judá.

Balaán no precisó tanto esto último. Pero la estrella pertenecía al signo del León, que en la bendición de Jacob correspondía Judá. ¿Por qué de todas las bendiciones de Jacob no utilizó Balaán más que las de Rubén, Judá y José? Hay que tener en cuenta que los israelitas estaban acampados al pie del monte, y si observaban lo que está mandado en Núm 2, sus campamentos estaban agrupados en torno a cuatro tribus: la de Dan al norte; la de Judá al este; la de Rubén al mediodía, y la de Efraín, hijo de José, al occidente. Balaán usó del augurio de las cuatro caras de los cuatro tribus cardinales excluyendo la de Dan, acaso porque está tribu estaría demasiado lejana para que pudiese de divisarla.

Balaán no sabía bien todo lo que anunciaba cuando decía: “Yahvé su Dios está con él”. Al cumplirse su profecía del advenimiento del rey, este gran rey se llamó Enmanuel, “Dios con nosotros”, como había anunciado más tarde otro profeta, y lo fue por la realización del misterio más insospechado, el de la Encarnación. 

Diversos profetas enunciaron que esté rey nacería de la tribu de Judá y más en concreto de David. Cuando ya Jesús estaba en la gloria, el último de los profetas, San Juan Bautista, escribía de el en él en su Apocalipsis: “venció el león de Judá, la raíz de David.( Ap 5,5).

Cuando esté león nació en Belén, pudo decirse con toda verdad que había descendido la realeza del cielo a la tierra. De Jacob había surgido un centro, una estrella. En el mundo de los astrólogos, que lo habían anunciado con tantos siglos de anticipación, quiso Dios que surgiese una estrella nueva, nunca conocida. Era la estrella de Jesús: “hemos visto su estrella en Oriente”(Mt 2,2). Para ellos y para toda la humanidad había aparecido la estrella de Jesús era llegado el tiempo de la vendimia espiritual.

Un cetro y una estrella habían descendido a la tierra con el Hijo de Dios. Un cetro y una estrella estaba está prometido desde entonces a los que vencieren en la lucha contra el mal: “al que venciere y al que conservare mis obras, Yo le daré poder sobre las naciones, y las apacentará con vara de hierro y serán quebradas como vasos de barro, como Yo le recibía de mi Padre; y le daré la estrella de la mañana” (Ap 2,26 28). Son el cetro y la estrella de Jesús, que el Hijo de Dios comunica a aquellos a quienes dio potestad para hacerse hijos de Dios (Jn 1,12).

No hay comentarios:

Publicar un comentario