lunes, 14 de noviembre de 2022

¿Pueden tener los niños relaciones sexuales con quien les dé la gana?

*Artículo publicado en el Diario ABC el 11 de noviembre de 2022.

La polémica desatada por las declaraciones de una ministra del Gobierno de España, en las que se incluía la expresión “todas las niñas, los niños, les niñes de este país tienen derecho a conocer su propio cuerpo, a saber que ningún adulto puede tocar su cuerpo si ellos no quieren y que eso es una forma de violencia, tienen derecho a conocer que pueden amar o tener relaciones sexuales con quien les dé la gana, basadas eso sí en el consentimiento”, merece un comentario y una valoración bioética.

Banalización de la sexualidad

La tendencia creciente en las sociedades modernas hacia la banalización de la sexualidad humana reduciéndola a un instrumento hedonista más, entraña el grave riesgo de contribuir a la desestructuración personal. El ser humano, inteligente y libre, necesita trascender sus decisiones y actos más allá de la mera satisfacción de sus instintos. La supervivencia y la reproducción son las pulsiones instintivas que articulan la conducta en los mamíferos, condicionan sus decisiones y constituyen su única ruta existencial. Pero el ser humano, aunque mamífero dotado de instintos, experimenta la capacidad de orientar sus elecciones y conducta hacia bienes mayores que sobrevivir o reproducirse.

La necesidad de la relación humana en un contexto de donación e intercambio mutuos crea nuevas expectativas en la búsqueda del sentido vital de las personas, que apuntan mucho más allá de la mera consecución de recompensas placenteras.

Y esto es especialmente intenso referido a la sexualidad y a las conductas que de ella se derivan. La diferencia sexual, biológicamente estructurada hacia la fecundidad mediante la unión complementaria de lo masculino y lo femenino, proyecta a los mamíferos hacia la mera reproducción. Pero a los seres humanos lo hace, además, hacia la relación.

Las relaciones sexuales humanas -hacia las que empujan los instintos, pero también la necesidad de relación íntima y donación exclusiva que confiere la condición sexuada- afectan de un modo especialmente intenso a la maduración y construcción de la personalidad y, con ella, a la difícil tarea de conferir sentido a la existencia.

El ser humano, inteligente y libre, es el más desvalido de los animales al comienzo de su existencia, mostrando niveles extraordinarios de dependencia durante mucho más tiempo, lo que provoca naturalmente la necesidad del sostenimiento familiar o de grupo hasta alcanzar su autonomía. Los progenitores, por tanto, engendrando la vida a través de sus relaciones sexuales, adquieren una deuda especialmente notoria con su prole, que los necesitará durante mucho tiempo para crecer.

Pero, además, su inteligencia y capacidad de decisión libre requerirá de sus padres mucho más que asistencia biológica de supervivencia. Necesitará entrenamiento, aprendizaje, adiestramiento, cura y fortalecimiento para poder comprender, valorar, elegir y responsabilizarse de sus elecciones.

Por tanto, las relaciones sexuales humanas engloban mucho más que la satisfacción instintiva, la obtención de placer. Afectan a la intimidad en la comunicación, la donación al otro y la responsabilidad que se adquiere con la procreación. Todo ello ocupa un lugar destacado en la ardua tarea de dotar de sentido a la propia existencia.

Educar la sexualidad

Dado que la pulsión ligada al instinto sexual es biológicamente una de las más intensas, adquirir la capacidad de autodominio que permita dirigir este instinto hacia el bien, es una labor que lleva toda la vida, pero que ha de iniciarse desde bien pronto en el seno de la familia. Y debe encauzarse porque la libertad personal nos permite, además de elegir lo que nos conviene, optar por lo que nos destruye.

Reducir la sexualidad humana a su mera dimensión instintiva, supone un retroceso antropológico, que priva al ser humano de su propia realización a través de la relación interpersonal en la esfera de la intimidad, experimentando la donación al otro y asumiendo la responsabilidad que se deriva de sus consecuencias: el hijo y su acompañamiento.

Hablar de sexualidad humana en una dimensión meramente hedonista, “tener relaciones sexuales con quien les dé la gana” como se ha afirmado, amando o no, asumiendo responsabilidades o no, donándose o no, empuja inexorablemente a la frustración del que busca construirse solo en sí mismo, renuncia a la donación sincera, al bien del otro, y articula su conducta solo hacia su yo y sus pulsiones, renunciando a la construcción de relaciones edificantes, amorosas, fecundas y responsables.

Consentimiento informado

Sin información suficiente, y sin capacidad para entenderla, evaluarla correctamente y sopesar las consecuencias que se derivan de las elecciones posibles, no existe elección libre. Consentir en tales circunstancias sitúa al que lo hace en situaciones de enorme riesgo, optando, desde la ignorancia, por alternativas que pueden serle lesivas o destructivas. Por ello la potestad de otorgar el consentimiento se limita en determinadas circunstancias.

Una de ellas es la inmadurez, esto es, la incapacidad de evaluar convenientemente la naturaleza de las opciones y las consecuencias de las decisiones.

El límite para el consentimiento de las relaciones sexuales está fijado en España en los 16 años. Antes, se ha consensuado que, dado que el menor puede optar por aceptar prácticas que pueden lesionarle como persona, dejando heridas que quizá arrastre para siempre, no le está permitido otorgar su consentimiento. De otro modo podría también ser embaucado, manipulado, sometido o abusado por quien sepa confundirle.

El límite a la capacidad de consentir se basa, pues, en la necesidad de proteger a quien no está todavía capacitado para elegir en libertad con responsabilidad.

Este límite se extiende a otras muchas circunstancias, como la de poder abortar, que ahora ha sido rebajado otorgando a las menores la posibilidad de decidir sin madurez suficiente sobre opciones cuyas consecuencias no pueden calibrar debidamente.

Educar y esperar

La maduración humana, como hemos dicho, es más compleja y lenta, por inteligente, que en ninguna otra especie animal. La educación en el autodominio, que consiste en canalizar la demanda instintiva hacia el bien y no solo hacia el placer, toma su tiempo y su trabajo constante. La exposición al reclamo hedonista, como la pornografía o las relaciones sexuales prematuras o promiscuas, supone una interferencia en el complejo y lento proceso madurativo que debe conducir al ser humano hacia la búsqueda y consecución de su sentido vital, y no solo de su experiencia placentera.

Amar, expresión máxima de donación, a veces duele y conlleva renuncia, es decir, displacer. Pero otorga sentido a la existencia, da razón para seguir, crecer, cambiar, levantarse y ser mejores. Para ser para los otros.

Educar la sexualidad es contribuir a ello desde la intimidad personal, donde la experiencia de “ser para otro” se convierte en exclusiva, intensa, sincera y fecunda.


Julio Tudela. Observatorio de Bioética

Instituto Ciencias de la Vida. Universidad Católica de Valencia

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