viernes, 3 de junio de 2022

MARTIRES DE LA CASTIDAD EN EL MES DEL ORGULLO GAY

 Dedicado a mi amigo Paquito, por quien rezo tanto...

Sí, junio es el mes del Sagrado Corazón de Jesús. En ese preciosísimo regalo a sus hermanos, el Señor nos ha llamado a «Contemplar el Corazón que ha amado tanto a los hombres, que no ha escatimado nada hasta agotarse y consumirse para manifestarles su amor». En el Sagrado Corazón encontramos la humanidad sagrada del Verbo hecho Carne y comprendemos más plenamente que «Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación» (Gaudium et spes, 22). Sabemos quiénes somos como seres humanos a través de su humanidad sagrada y aprendemos a amar como seres humanos, como hombres y mujeres, como amigos, como esposos, como padres e hijos, de su Sagrado Corazón. 


Este mes está lleno de fiestas que confirman aún más nuestra identidad y vocación. El domingo de Pentecostés (5 de junio) pedimos una nueva efusión del Espíritu Santo y sus siete dones, incluyendo el don necesario de la fortaleza —¡o sea, valentía! (courage). Una semana después celebramos a la Santísima Trinidad (12 de junio), porque en su Ascensión, el Señor tomó nuestra naturaleza humana —nuestro cuerpo, mente, corazón y alma— y la puso en medio de la comunión eterna del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La fiesta de Corpus Christi (19 de junio) nos llama a centrar nuestros esfuerzos por vivir las Cinco metas en la Santísima Eucaristía, «fuente y cumbre de toda la vida cristiana» (Lumen gentium, 11). Y, a través de todo el mes, el ejemplo de los santos nos guía y nos inspira a medida que nos esforzamos por imitar la pureza del Inmaculado Corazón de María (25 de junio) y de san Luis Gonzaga (21 de junio); por decir la verdad en defensa del matrimonio, la familia y la pureza sexual, como san Juan Bautista (24 e junio); y por dar todo lo que tenemos para defender la unidad visible de la Iglesia y la integridad de sus enseñanzas, como san Pedro y san Pablo (29 de junio) y san Ireneo (28 de junio). 


Comenzamos este mes maravilloso y lleno de gracia, con la fiesta de los santos patronos del apostolado Courage, san Carlos Lwanga y sus veintiún compañeros, los Mártires de Uganda. Los mártires recién se habían convertido al catolicismo y la mayoría de ellos servían en la casa del rey Mwanga II como pajes, sirvientes, soldados u oficiales de gobierno. La feroz persecución, que duró del 25 de mayo al 3 de junio de 1886, se desató a causa de la furia y los celos del rey que, a menudo, buscaba seducir a los pajes católicos para practicar actos sexuales, a lo que ellos y sus catequistas se resistieron. Once de los veintidós mártires fueron quemados vivos el 3 de junio; otros fueron apuñalados, golpeados o asesinados de otras maneras horripilantes. Algunos tenían tan solo entre quince o dieciséis años de edad. 


Aqíi en España tuvimos el paralelo con el caso de San Pelayo que tiene el agravante de la pedofilia...El año 920 las tropas musulmanas derrotaron a las cristianas en Valdejunquera; entre los numerosos prisioneros trasladados a Córdoba se contaba el obispo Ermogio, que lo era a la sazón de Tuy. Éste se hizo sustituir al año siguiente por su sobrino Pelagio (o Pelayo), niño de tan sólo diez años, mientras él marchaba hacia la España cristiana con la esperanza de reunir la suma exigida por su rescate. Por razones que se desconocen, el precio de la libertad de Pelayo no llegó y el niño pasó en la cárcel casi cuatro años.


El verano del año 925, cuando Pelayo tenía ya cumplidos los trece años, llegó a oídos del califa ‘Abd al-RaÊmªn noticias de la belleza de su joven rehén y quiso conocerlo. A tal efecto, fue presentado ante el Califa vestido con ricas vestiduras, pero Pelayo se negó a abjurar de su fe cristiana y no dudó en insultar al Califa cuando éste pretendió seducirlo. Irritado, ‘Abd al-RaÊmªn ordenó que fuera torturado para conseguir que renegara de su fe y, al no alcanzar su propósito, mandó que fuera descuartizado y sus restos arrojados al Guadalquivir. Los cristianos de Córdoba los recogieron y sepultaron en el templo de San Ginés, depositando la cabeza en la iglesia de San Cipriano. Hacia el año 950, un presbítero cordobés, de nombre Raguel, escribió una Vita vel passio Sancti Pelagii que, en realidad, es una narración del martirio basada en el testimonio de testigos oculares. El culto a san Pelayo se desarrolló pronto en Córdoba, pero enseguida fue también venerado por los cristianos del norte; consta que el año 930 ya había reliquias suyas en el monasterio de Valeránica (Burgos). El año 967 los restos de san Pelayo fueron trasladados a León y de allí a Oviedo en el año 994, en cuyo monasterio de monjas benedictinas actualmente se conservan.

 

Bibl.: Bibliotheca hagiographica latina antiquae et mediae aetatis, vol. II, Bruselas, Socii Bollandiani, 1900-1901, pág. 961; Bibliotheca hagiographica latina antiquae et mediae aetatis. Supplementi, Bruselas, Bollandiani, 1911, pág. 250; A. Fábrega Grau, Pasionario hispánico, vol. I, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1953, pág. 227; R. Jiménez Pedrajas, “Pelagio”, en VV. AA., Bibliotheca Sanctorum, vol. X, Roma, Istituto Giovanni XXIII, 1968, cols. 441-442; M. C. Díaz y Díaz, “La pasión de S. Pelayo y su difusión”, en Anuario de Estudios Medievales, 6 (1969), págs. 97-116; J. Vives, “Pelagio”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. III, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1973, pág. 1954; H. Fros, Bibliotheca hagiographica latina antiquae et mediae aetatis. Novum supplementum, Bruselas, Societé des Bullandistes, 1986, pág. 704; V. Valcárcel, “Hagiografía hispanolatina visigótica y medieval”, en VV. AA., Actas I Congreso nacional de latín medieval, León, Universidad, 1995, pág. 196; A. de Sales Ferri Chulio, “San Pelayo”, en Año Cristiano, vol. VI, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2004, págs. 602-608.


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