lunes, 4 de mayo de 2020

AMENAZA NUCLEAR: 75 AÑOS

Como una guerra sin bombas

En unos meses la rápida extensión de la acción de un virus ha llevado a todo el planeta a una situación de angustia colectiva que hacía tiempo no se conocía. A los efectos directos de la acción del virus, enfermedad y muerte, se suman el desbordamiento de los sistemas sanitarios y las medidas adoptadas por los gobiernos de las diferentes naciones con el fin de contener la cadena contagiosa: paralización de actividades de todo tipo y confinamiento de la población.
Bajo los efectos psicológicos producidos por esta coyuntura, alguna prensa ha llegado a calificar la situación como de una guerra sin bombas.

Aniversario

En estas estremecedoras circunstancias se cumplirá en unos meses el 75 aniversario de una permanente amenaza que sufre la humanidad y cuyas previsibles consecuencias son mucho más graves que las de estos momentos. El 16 de julio de 1945 se hizo detonar en el desierto de Alamogordo la primera bomba atómica. Desde ese momento el mundo entero vive bajo una intimidación originada no por causas naturales sino por la acción decidida por el hombre, como consecuencia de una errónea utilización de los avances científicos.
Todas la personas y naciones estamos obligados a actuar para eliminar esta espada de Damocles que acecha a la humanidad entera en forma de cataclismo nuclear. El primer paso sería tomar conciencia de la gravedad de la amenaza y para ello es bueno conocer y reflexionar sobre las posibles consecuencias, como lo hicieron los propios científicos que desarrollaron la primera bomba. Debemos recordar cómo se gestó el proyecto y cómo evolucionaron sus propios sentimientos.

Se descubren las bases científicas

En 1938 Otto Hahn y Fritz Strassmann descubrieron en su laboratorio de Berlín que, al bombardear uranio con neutrones, los núcleos de uranio se dividían en dos partes aproximadamente iguales; y, aún más importante, los productos resultantes pesaban menos que los núcleos de uranio de partida. Esto se debía interpretar como que una parte de la masa se había convertido en energía en forma de calor, de acuerdo con la ecuación E = mc2.
Muy poco tiempo después, Lise Meitner, antigua colaboradora de Hahn, y Otto Frisch, refugiados en Suecia, prevén la posibilidad de una reacción en cadena.

Einstein solicita en secreto producir la bomba atómica

En agosto de 1939, antes de que diera comienzo la guerra y mucho antes de que Estados Unidos entrase en la misma, Einstein dirige una carta confidencial (Einstein’s Letter to President Roosevelt – 1939 | Historical Documents) al presidente Roosevelt, para que se posicione en la línea de producir armas atómicas. En ella explicaba que este nuevo fenómeno también conduciría a la construcción de explosivos, siendo concebible, aunque no seguro, que se pudieran construir bombas extremadamente poderosas. Continuaba diciendo que una sola bomba de este tipo, transportada por barco y explotada en un puerto, podría destruirlo completamente junto con parte del territorio circundante.
Y le urgía que facilitara fondos para la investigación que ya se estaba realizando en determinadas universidades y promoviera la colaboración de laboratorios industriales.
Tan pronto como se le presentó la carta, Roosevelt (Franklin D. Roosevelt), Atomic Heritage Foundation tomó medidas encaminadas a desarrollar el proyecto, creando una serie de comités de expertos que pusieran en orden las investigaciones.

Un enorme proyecto industrial secreto

Los pasos reales para la puesta en marcha del que se denominó Proyecto Manhattan se dieron de forma no oficial desde el Despacho Oval. El proyecto propiamente dicho con un organigrama definido y una enorme dotación de fondos se puso en marcha pasados dos años. Para entonces ya estaba definido su objetivo. Se sabía que era posible desarrollar una bomba, pero no se conocía el método correcto. Se decidió poner en marcha tres procedimientos para enriquecer uranio y un método para enriquecer el plutonio con la esperanza de que uno de los métodos funcionara.
El desarrollo del mismo es la historia de algunos de los científicos más reconocidos del pasado siglo en interrelación con grandes corporaciones industriales y el ejército, para traducir descubrimientos científicos originales en un tipo de arma completamente nueva.
Cuando la existencia de este proyecto secreto a nivel nacional se reveló al pueblo estadounidense después de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, la mayoría se sorprendió al enterarse de que existía una operación tan secreta, dirigida por el gobierno, con una fuerza laboral comparable a la industria automovilística trabajando a lo largo de todo el país. En su apogeo, el proyecto empleó a 130.000 trabajadores y, al final de la guerra, había gastado 2.200 millones de dólares (The Manhattan Project).
El proyecto, desarrollado contrarreloj, constituyó un ejemplo de gestión al coordinar las fases de investigación, desarrollo y producción simultáneamente, aplicando nuevas herramientas de gestión de proyectos tales como el Diagrama de Red Compleja, los Diagramas PERT, el Método de ruta crítica y el diagrama de Gantt, que se utilizaron a gran escala (The Manhattan project – project management during difficult times).

Científicos en el proyecto: su justificación

El equipo científico era muy numeroso, de forma directa más de 200, de los que la mitad eran científicos refugiados europeos, mayoritariamente alemanes. A ellos se unió un equipo de 20 científicos británicos bajo la dirección de sir James Chadwick (Who Built the Atomic Bomb?).
La excelencia de los participantes se manifiesta en el número de los que antes o después del proyecto obtuvieron el premio Nobel, con nombres como Fermi, Lawrence, Bohr, Chadwick, Seaborg, Bethe, Wigner o Feynmann. Al frente del mismo se situó a J. Robert Oppenheimer, que ha sido considerado el padre de la bomba atómica.
Todo el equipo de científicos contribuyó de buen grado al proyecto, justificado en la necesidad de adelantarse a la posesión de la bomba por parte del régimen Nazi. La reflexión de Joseph Rotblat es sin duda expresión representativa del pensamiento general: tenía reservas morales sobre trabajar en la bomba atómica, pero las dejé de lado, convencido de que construir una antes que Alemania era fundamental para la supervivencia de la civilización (ver más).

Qué ocurrió en Alemania

En Alemania no tuvo lugar un proyecto paralelo; entre otras razones, por el escaso entusiasmo que pusieron los científicos más preparados, consecuencia de su limitado fervor con el régimen Nazi, como Hahn o Heisenberg, a quien le fue encargada la misión. El proyecto derivó en el desarrollo de un pequeño reactor para la producción de electricidad.

Algunos científicos reaccionan

Los físicos del Manhattan tenían pocas dudas en 1944 de que las bombas se probarían con éxito, aunque la primera prueba no fue hasta el 16 de julio de 1945. En el laboratorio de Los Álamos hubo una carrera contra reloj para ensamblar las bombas. Pero con la derrota de Alemania inminente y el conocimiento común de que Japón no tenía los recursos necesarios para la fabricación de armamento atómico, algunos de ellos cuestionaron si debían continuar trabajando en el proyecto.
Con anterioridad a la primera prueba real en el desierto de Alamogordo, se produjeron reacciones contrarias a la prosecución del proyecto. Joseph Rotblat, polaco y único participante que no había adquirido la nacionalidad americana, directamente abandonó el proyecto. Dedicó el resto de su vida a promover el desarme nuclear y fue premio Nobel de la Paz en 1995.
Niels Bohr, uno de los científicos más influyentes del siglo XX, instó a Roosevelt y a Churchill a considerar la posibilidad de compartir abiertamente esta tecnología con todas las naciones y sentar las bases para el control internacional de la energía atómica.
En los diferentes laboratorios pertenecientes al proyecto se fraguaron diversas iniciativas para solicitar su paralización. No era una tarea fácil, pues se trabajaba en un proyecto secreto de alta seguridad bajo la disciplina militar en tiempos de guerra. Por ejemplo, estaba prohibida la comunicación telefónica entre los diferentes laboratorios. Y la reacción de los científicos contrarios a la continuación del proyecto no se pudo coordinar. Se supone que los diferentes escritos de solicitud de paralización que circularon de forma clandestina por los diferentes laboratorios fueron firmados por más de 80 científicos del proyecto.
En el Laboratorio Metalúrgico de Chicago se redactó el Informe Franck, firmado por algunos pesos pesados como Szilard o Seaborg, que se hizo llegar al nuevo presidente Truman. En él se denunciaba: “Si Estados Unidos fuera el primero en liberar este nuevo medio de destrucción indiscriminada sobre la humanidad, sacrificaría el apoyo público en todo el mundo, precipitaría la carrera de armamentos y perjudicaría la posibilidad de llegar a un acuerdo internacional sobre el control futuro de tales armas”  (ver más).

La prueba se realiza

El 16 de julio la bomba fue detonada, produciendo un intenso destello de luz visto por observadores en búnkeres a 10 kilómetros de distancia y una bola de fuego que se expandió a 600 metros en dos segundos. Creció a una altura de más de 12 kilómetros, hirviendo en forma de hongo. Cuarenta segundos después, la ráfaga de aire de la bomba alcanzó los búnkeres de observación, junto con un rugido de sonido largo y ensordecedor. El poder explosivo, equivalente a 18,6 kilotones de TNT, fue casi cuatro veces mayor de lo previsto.
El propio Oppenheimer estuvo presente en la prueba y sus palabras de aquellos momentos revelan claramente sussentimientos: “Recordé el versículo de la escritura hindú Bhagavad-Gita que dice «Ahora me he convertido en la Muerte, el destructor de mundos». Supongo que todos pensamos eso, de una forma u otra.” (“Father of the Atomic Bomb” Was Blacklisted for Opposing H-Bomb), Becky Little, 2018 Pocos días después Hiroshima y Nagasaki sufrieron el horror provocado por la capacidad destructora de esta nueva arma. La II Guerra Mundial terminó en unos días.
Todo el equipo científico del Manhattan se sumió en un gran desconcierto. Lo que había sido orgullo de pertenencia se tornó en introspección y taciturnidad. El sentimiento de muchos que no se habían manifestado abiertamente en contra de abortar el proyecto puede quedar reflejado en la contestación que Richard Feynman, uno de los grandes genios de la física en la posguerra, dio en una entrevista en la BBC poco antes de su muerte, a la pregunta de cómo se sentía acerca de su participación en el proyecto respondió con pesar que en la carrera contra el reloj se olvidó de pensar por qué se unió.
La opinión de los científicos fue literalmente atropellada. En la América victoriosa y sobre todo en su estamento oficial, Oppenheimer representaba la cabeza visible de un proyecto de éxito que había proporcionado un gran poder al país. Sólo dos meses después de la victoria, Oppenheimer se reunió con el presidente Truman para expresarle su sentimiento de culpabilidad y proponerle un abandono de la fuerza nuclear. Truman le despidió con estas palabras dirigidas al Secretario de Estado: “nunca más vuelvas a traer a ese hijo de puta a esta oficina” (As Hiroshima Smouldered, Our Atom Bomb Scientists Suffered Remorse).

75 años de amenaza nuclear

Joseph Rotblat se enteró de la bomba lanzada sobre Hiroshima mientras escuchaba la BBC, y dijo que recordaba una avalancha de emociones. “Culpable es quizás la palabra equivocada”, dijo. “Enojado, y las otras emociones más importantes en mi mente eran la preocupación y el miedo. Sabía incluso entonces que esto era solo el comienzo. Sabía que se desarrollaría una bomba 1000 veces más poderosa”.
Los actuales habitantes del planeta hemos convivido toda nuestra vida con la amenaza nuclear y seguramente no hemos hecho el esfuerzo de valorarla en sus verdaderas dimensiones.
El mundo entero está afectado en estos momentos de una angustia colectiva por la irrupción del coronavirus, que destruye vidas dañando nuestros sentimientos, nuestro quehacer diario y nuestra economía, aunque todos estamos convencidos de que en cuestión de meses esta pesadilla habrá pasado.
La utilización de armas nucleares produciría unas consecuencias incomparablemente más graves. En pocos días fallecieron 250.000 personas en Hiroshima y Nagasaki. La profecía de Rotblat se ha materializado y existen bombas dos o tres mil veces más potentes. Se calcula que existen del orden de 10.000 artefactos en todo el mundo.
La llamada carrera armamentística nuclear, que ya dura tres cuartos de siglo, ha estado permanentemente acompañada por movimientos antinucleares en todo el mundo. Pero ya es hora de que la sociedad en su conjunto se conciencie y ejerza una presión definitiva sobre los responsables políticos de todas las naciones. Hagamos nuestro el llamamiento del Papa Francisco desde el Parque de la Paz de Nagasaki el pasado año: “Con el convencimiento de que un mundo sin armas nucleares es posible y necesario, pido a los líderes políticos que no se olviden de que las mismas no nos defienden de las amenazas a la seguridad nacional e internacional de nuestro tiempo. Es necesario considerar el impacto catastrófico de un uso desde el punto de vista humanitario y ambiental, renunciando al fortalecimiento de un clima de miedo, desconfianza y hostilidad, impulsado por doctrinas nucleares.(Discurso sobre las armas nucleares del Santo Padre Francisco en el Parque del epicentro de la bomba atómica (Nagasaki, 24 de noviembre de 2019).

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