domingo, 27 de mayo de 2018

Querido Tadeo

Ya eres mi superhéroe favorito. Hasta hace poco, en mi ranking personal de personajes en 3D figuraba en primer lugar Míster Increíble, aquel gordinflón bondadoso de fuerza descomunal que arrancó de cuajo un árbol enorme para recuperar al gatito de una anciana y cinco minutos después evitó una catástrofe ferroviaria deteniendo un tren en marcha. Mr. Increíble estaba casado con otra superheroína,  Elastigirl, de la que también soy fan desde que vi su película.
Pero lo tuyo es diferente.
Me caes bien porque naciste aquí. Eres un héroe made in Spain, dibujado, ideado, dirigido y producido por delirantes mentes carpetovetónicas. Vi tu primera peli hace un par de días. No es que me apeteciera mucho, pero mi amigo José Luis me había sugerido que te dedicara una de estas cartas mensuales, y lo hago ahora con mucho gusto.
Tadeo, me has convencido. Eres un gran tipo. Tú no necesitas volar como Superman ni trepar por las paredes como Spiderman. Tampoco manejas automóviles fantásticos ni recurres a sofisticadas armas de destrucción masiva como las de Batman. Eres un simple albañil que sueña con ser arqueólogo como Indiana Jones y descubrir tesoros luchando contra los malos.
¿Armas? En tu trabajo manejabas bastante bien la excavadora, pero la dejaste pronto porque técnicamente eras un pringao con sueños de superhombre, y el capataz de la obra nunca comprendió que tus meteduras de pata y tus despistes laborales eran consecuencia de la grandeza de tus ambiciones. Así que te puso de patitas en la calle. No te importó: tus sueños continuaron intactos y, con la ayuda de un loro mudo, un perro y un sombrero viejo como el de Indiana, perseveraste fiel a tu vocación, luchaste contra los malos, te aliaste con las momias, conquistaste a tu dama y salvaste el mundo.

En efecto, querido Tadeo: lo tuyo era ser héroe, aun siendo pequeñajo, no demasiado listo, torpe y sin poderes suplementarios. Desde muy pequeño sabías que ésa era tu verdadera vocación, tu identidad secreta. Y te cambiaste el nombre y pusiste tu vida entera al servicio de ese sueño.
Por eso te escribo. Quería decirte que no eres un tipo raro, ya que en el fondo todos tenemos vocación de héroes. Cuando los chicos y las chicas llegan a la adolescencia —esa edad tan denostada por muchos y tan llena de vida— quizá comienzan a intuir que no están en este mundo para vegetar confortable y plácidamente. Comprenden que su existencia debe tener un sentido heroico y fecundo. Se sienten llenos de fuerza, capaces de lograr cualquier meta. Y sueñan con dar fruto en el trabajo, en el amor y en mil batallas que su fantasía les sugiere.
Los adultos deberíamos comprender que nunca es lícito destruir esos sueños. No podemos sofocar impunemente el fuego que comienza a arder en el corazón de los chicos. Cortar las alas es una cirugía  triste y cobarde. Sin embargo es evidente que muchos padres y educadores están empeñados en esa lamentable tarea.
Jesús dijo en cierta ocasión: "el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará". Ésta es la cuestión y parece que no acabamos de enterarnos. Enseñamos a los adolescentes a "conservar" su vida, es decir, a no correr riesgos, a gozar —moderadamente, of course— de los placeres más elementales, a trabajar poco y a ganar pasta sin sobresaltos. Nadie les explica en cambio cómo pueden entregar la vida gastándola libremente por amor.
Dios, nuestro Señor necesita, ahora más que nunca, un millón de héroes como tú. Él quiere formar parte de esas fantasías "insensatas" que nacen muy pronto y van tomando cuerpo si el soñador sabe ser generoso. Jesús mismo aviva el fuego y se hace oír por quienes tengan el oído atento: "he aquí que estoy a la puerta y llamo —dice la Escritura—. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré y cenaré con él y él conmigo".

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