domingo, 30 de abril de 2017

FÁBULA DEL PASTOR, DEL LOBO Y DE LOS PERROS GUARDIANES

El equívoco —el terrible equívoco— en la actitud de la Iglesia frente a lo que se llamó “Nacionalismo” es muy simple de entender. Se lo encuentra explicado en una fábula: la del Pastor que mató al perro guardián, creyendo matar al lobo. Si lo creyó sinceramente o no, no lo cuenta la fábula, que se limita a relatar el hecho objetivo: el Pastor actuó en el supuesto de que el perro guardián era el lobo, y lo mató. Mejor dicho, contribuyó a matarlo (porque el Pastor no usa armas de violencia). Contribuyó a que el lobo, el verdadero lobo, lo matara. El perro guardián se llamaba genéricamente “Fascismo”: genéricamente, porque en realidad eran varios. Algunos más cercanos y conocidos del Pastor, por eso el Pastor no es enteramente disculpable del equívoco. El equívoco, en estos últimos casos, fue lisa y llanamente traición. Pero otros perros guardianes eran más reacios, más huraños a la voz del Pastor. ¿Desconfiaban quizás de él? En todo caso, el Pastor no los llamaba, no los acogía, ni intentaba atraerlos a la Casa. Y se habían hecho semi-salvajes. Uno de ellos, el más huraño, vagaba por los bosques del Este, enardecido en la lucha. Era carnicero, pero sólo buscaba lobos para matar, y decía alimentarse de ellos. No podía haber equívocos, tampoco, a su respecto. Propalaba su odio al lobo, y sólo mataba lobos. ¿Por qué el Pastor no se acogió tras su defensa, si de todos modos mantenía alejado al lobo del rebaño? Muy simple, no confiaba en su triunfo, preveía el triunfo de los lobos. Y entonces empezó a negociar con los lobos, les dio una “media palabra”. Y claro, como el perro guardián se había hecho cerril, desconfiando de la palabra del Pastor, éste pudo decir sin falsedad manifiesta: “ése no es de los nuestros”. El perro guardián cerril, el que peleaba en la frontera del Este, cayó. Cayó y fue despedazado. Pero no fue enterrado. Se mostraron sus despojos, sus fauces de luchador, su pelo hirsuto. Y los lobos comenzaron a avanzar sobre el rebaño, vestidos ahora con piel de oveja, y llevando en alto los despojos del guardián cerril. Todavía había perros guardianes que vigilaban fuera de los límites del redil. Pero a cada gruñido de cualquiera de los perros guardianes que quedaban con vida, y que guardaban aún el olfato para distinguir al lobo bajo la piel de oveja, agitando los despojos del perro cerril, propalaban los lobos: “éste es el lobo, y todo aquel que se parezca a él es lobo”. Y el Pastor —como todo aquel que, habiendo traicionado una vez, sigue traicionando— hacía coro a las voces de los lobos. Y añadía: “todo el que parezca oveja, es oveja”. Y uno a uno, en una sucesión que coincidía con su parecido decreciente al guardián cerril, fueron cayendo los guardianes. Y simultáneamente con la caída progresiva de los guardianes, cada vez menos parecidos al primer traicionado —y por eso también, menos carniceros, menos aptos para la lucha— los lobos iban descubriéndose de la piel embaucadora. Cada vez parecían menos verdaderas ovejas, cada vez se manifestaba mejor su naturaleza de lobos. Pero el Pastor —como aquel que, habiendo traicionado una vez, ya sigue traicionando— gritaba con más fuerza: “¡Todo aquél que se parezca a aquel primero, por poco que sea, es lobo; y todo aquel que parezca oveja, por poco que sea, es oveja”. Y debilitando así las defensas de los guardianes, ayudó al Pastor a eliminar a los que eran defensas del rebaño. Y el rebaño está hoy amontonado en una esquina del redil, adonde ya ha entrado el Lobo, y se arremolina desorientado, acoquinado, espantado ante la mirada del Lobo, que ahora se muestra impúdicamente. Y se prepara para el asalto y la carnicería, para el destrozo de las almas. ¡Ay del rebaño! ¡Ay, Pastor, a quien se pidió amor a las ovejas! ¿Volverás a apacentar? Oye, al menos hoy, a tu Maestro, y “una vez convertido, confirma a tus hermanos”: denuncia al Enemigo. Agustín Eck

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