martes, 7 de febrero de 2017

Cinco dudas cardinales y el brindis de Newman por la conciencia 1

Muchos cardenales escriben con regularidad al Papa pero la carta que éste recibió de manos del cardenal Carlo Cafarra el lunes 19 de septiembre de 2016 era del todo particular. Cuatro cardenales de renombre firmaban la epístola en la que formulaban cinco dudas a Francisco. Dos meses más tarde, ante la falta de respuesta, los cardenales decidieron compartir el contenido de la carta. Bien pronto se presentó la iniciativa de esas cuatro personas como la oposición de unos cardenales contrarios a una supuesta línea aperturista del actual Pontífice, especialmente a raíz de la exhortación Amoris Laetitia y muy concretamente del capítulo VIII de ese documento. Quien leyó con detenimiento el contenido íntegro de la carta de los cuatro cardenales pudo advertir por cuenta propia no sólo el respeto y la devoción con que se dirigen al Papa sino también la motivación de su iniciativa: una profunda preocupación pastoral por los católicos, el deseo de preservar y proteger la unidad de la fe y ayudar precisamente en cuanto cardenales (como les faculta el canon 349 del Código de Derecho Canónico) al cuidado universal de la Iglesia. No era la primera vez que el tema general de la exhortación Amoris Laetitia se convertía en materia de una carta por parte de purpurados. En octubre de 2015, en pleno sínodo cuyo resultado sería un año después la Amoris Laetitia, 13 cardenales escribieron al Papa para manifestar cierta perplejidad por el rumbo que estaba tomando el sínodo. Entre los cardenales se contaban apellidos de renombre dentro y fuera de la curia romana: el miso Carlo Caffarra, entonces todavía arzobispo de Bolonia, Italia, teólogo, y anteriormente presidente del Pontificio Instituto Juan Pablo II para estudios sobre el matrimonio y la familia; Thomas C. Collins, arzobispo de Toronto, Canadá; Timothy M. Dolan, arzobispo de Nueva York, Estados Unidos; Willem J. Eijk, arzobispo de Utrecht, Holanda; Gerhard L. Müller, anteriormente obispo de Ratisbona, Alemania, y desde 2012 prefecto de la congregación para la doctrina de la fe; Wilfrid Fox Napier, arzobispo de Durban, Sudáfrica, presidente delegado del sínodo en curso, como lo fue también de la precedente sesión de octubre de 2014; George Pell, arzobispo emérito de Sydney, Australia, y desde 2014 prefecto de la Secretaría para la Economía de la Santa Sede; Robert Sarah, anteriormente arzobispo de Conakry, Guinea, y desde 2014 prefecto de la Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos; y Jorge L. Urosa Savino, arzobispo de Caracas, Venezuela. Salvo el cardenal Cafarra, ninguno de los otros tres cardenales que firmaron la segunda carta lo hicieron con la primera. No obstante, los cuatro signatarios son grandes conocidos en el ámbito eclesial: Card. Walter Brandmüller, presidente emérito del Comité Pontificio de Ciencias Históricas; Card. Raymond L. Burke, patrono de la Orden de Malta y presidente emérito del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica; y Card. Joachim Meisner, arzobispo emérito de Colonia. Gracias a una entrevista concedida al diario Il Foglio por el cardenal Cafarra, conocemos a detalle más particulares de las motivaciones de fondo que llevaron a esos cuatro eclesiásticos a plantear sus cinco dudas al obispo de Roma, por qué eligieron la manera como lo hicieron y otros puntos que ofrecen una mejor visión de conjunto (cf. “Non si può tradire la coscienza”, 14-15 de enero de 2017, p. 4). “Creo que debe aclararse varias cosas. La carta –y las dudas anexas– fue largamente reflexionada por meses y largamente discutida entre nosotros. Por cuanto a mí respecta se rezó también largamente frente al Santísimo. Éramos conscientes de que el gesto que estábamos cumpliendo era muy serio. Nuestras preocupaciones eran dos: la primera era no escandalizar a los pequeños en la fe. La segunda preocupación era que ninguna persona, creyente o no creyente, pudiera encontrar en la carta expresiones que ni de lejos parecieran siquiera como una mínima falta de respeto hacia el Papa. El texto final, por lo tanto, es el fruto de varias revisiones: textos revisados, rechazados, corregidos. ¿Qué nos llevó a este gesto? Una consideración de carácter general-estructural y una de carácter contingente-coyuntural. Empecemos por la primera. Existe para nosotros cardenales el grave debe r de aconsejar al Papa en el gobierno de la Iglesia. Es un deber y los deberes obligan. De carácter más contingente, sin embargo, es el hecho –que solo un ciego puede negar– que en la Iglesia existe una gran confusión, incertidumbre, inseguridad causada por algunos párrafos de Amoris Laetitia. Durante estos meses está ocurriendo que sobre las mismas cuestiones fundamentales referidas a economía sacramental (el matrimonio, la confesión y la Eucaristía) y a la vida cristiana, algunos obispos han dicho “A” y otros lo contrario de “A”. Ambos con la intención de interpretar bien los mismos textos. Esto es un hecho innegable porque los hechos son tozudos, como decía David Hume. La vía de salida de este conflicto de interpretaciones era el recurso a criterios interpretativos teológicos fundamentales, usando los cuales pienso que se pueda razonablemente mostrar que Amoris Laetitia no contradice Familiaris Consortio. Personalmente, en encuentros públicos con laicos y sacerdotes he seguido siempre esta vía. Nos dimos cuenta que este modelo epistemológico no era suficiente. El contraste entre estas dos interpretaciones continuaba. Sólo había un modo de tratar con ello: preguntar al autor del texto interpretado de dos maneras contradictorias cuál es la interpretación correcta. No hay otra vía. Se puso a continuación el problema del modo en el cual dirigirse al Pontífice. Hemos elegido una vía muy tradicional en la Iglesia, las así llamadas dubia. Porque se trataba de un instrumento que, en el caso de que según su soberano juicio, el Santo Padre hubiera querido responder, no lo comprometía en respuestas elaboradas y largas. Debía sólo responder “sí” o “no”. Y remitir, como a menudo los papas han hecho a autores probados o pedir a la congregación para la doctrina de la fe emitir una declaración conjunta con la cual explicar el “sí” o el “no”. Parecía la forma más simple. La otra cuestión que se planteó es si hacerlo en privado o en público. Razonamos y convinimos en que sería una falta de respeto hacerlo público todo de inmediato. Así se hizo en modo privado y sólo cuando tuvimos certeza de que el Santo Padre no respondería, hemos decidido publicar. Hemos interpretado el silencio como una autorización para proseguir la confrontación teológica. Y, por otra parte, el problema involucra profundamente tanto el magisterio de los obispos (que, no lo olvidemos, lo ejercitan no por delegación del Papa, sino en virtud del sacramento que han recibido), como la vida de los fieles. Los unos y los otros tienen el derecho de saber. Muchos fieles y sacerdotes estaban diciendo “pero ustedes cardenales, en una situación como esta tienen la obligación de intervenir con el Santo Padre. ¿Para qué otra cosa diferente existen si no es para ayudar al Papa en cuestiones así de graves?”. Comenzaba a abrirse camino al escándalo de muchos fieles, como si nos comportáramos como los perros que no ladran de los que habla el Profeta. Es lo que está detrás de esas dos páginas. Algunas personas siguen diciendo que no somos obedientes al Magisterio del Papa. Es falso y calumnioso. Justo porque no queremos ser indóciles hemos escrito al Papa. Yo puedo ser dócil al Magisterio del Papa si sé lo que el Papa enseña en materia de fe y vida cristiana. Pero el problema es exactamente esto: sobre los puntos fundamentales no se entiende bien lo que el Papa enseña, como lo demuestra el conflicto de interpretación entre los obispos. Queremos ser dóciles al magisterio del Papa pero el magisterio del Papa debe ser claro. Ninguno de nosotros ha querido obligar al Santo Padre a responder: en la carta hemos hablado del juicio soberano. Simplemente y respetuosamente hemos hecho preguntas. Finalmente, no merecen atención las acusaciones de que queremos dividir a la Iglesia. La división, ya existente en la Iglesia, es la causa de la carta, no su efecto. Cosas en lugar indignas dentro de la Iglesia son, en un contexto como este sobre todo, los insultos y amenazas de sanciones canónicas”. Otro cardenal firmante, el alemán Walter Brandmüller, también concedió una entrevista al periódico italiano La Stampa. Tratando el tema de las dubia dijo: “Las dubia intentan promover en la Iglesia el debate, como está ocurriendo”. Y añade: “Nosotros los cardenales esperamos la respuesta a las dubia, en cuanto una falta de respuesta podría ser vista por amplios sectores de la Iglesia como un rechazo de la adhesión clara y articulada a la doctrina definitiva” (Cf. La Stampa, 26.12.2017). Este cardenal fue citado en público por el mismo Papa unos días antes de la publicación de esta entrevista; fue citado en relación a una experiencia del mismo Papa Bergoglio con él al final del encuentro con los cardenales en ocasión de las felicitaciones navideñas de 2016 el 22 de diciembre (puede leerse la referencia en la web del Vaticano)

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