miércoles, 29 de agosto de 2012

Catequistico Sto.Tomás de Aquino - 3

AVEMARIA. EXPOSICION DEL SALUDO DEL ANGEL O AVEMARIA
Prólogo
§1 Prólogo
La salutación angélica comprende tres partes. Una la pronunció el Angel: "Dios te salve, llena de gracia; el Señor es contigo; bendita tú eres entre todas las mujeres". Otra la dijo Isabel, la madre de Juan el Bautista: "Bendito es el fruto de tu vientre". La Iglesia añadió la tercera: "María"; en efecto, el Angel no dijo: "Dios te salve, María", sino "Dios te salve, llena de gracia"; pero este nombre, "María", por su significado encaja perfectamente en las palabras del Angel, como veremos.
Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo.
En la antigüedad era sumamente honroso para los hombres que se les apareciesen los ángeles y consideraban timbre de gloria haber tenido ocasión de tributarles reverencia. En elogio de Abraham se escribe que dio hospitalidad a los ángeles y les rindió homenaje. Pero que un ángel tributase reverencia a un ser humano jamás se había oído, hasta el momento en que saludó a la Santísima Virgen diciéndole respetuosamente: "Dios te salve". La razón de que antiguamente fuesen los hombres quienes reverenciaban a los ángeles y no al revés, estriba en el hecho de que los ángeles eran superiores a los hombres, y esto en tres aspectos.
Primero, por su dignidad. El ángel es de naturaleza espiritual: "Hace a sus ángeles espíritus" (Ps 103,4); el hombre, en cambio, es de naturaleza corruptible; y así, decía Abraham: "Hablaré de mi Señor, yo que soy polvo y ceniza:: (Gen 18,27). Por consiguiente, no estaba bien que una criatura espiritual e incorruptible tributase reverencia a otra corruptible, al hombre.
Segundo, por su intimidad con Dios. El ángel es íntimo de Dios, como asistente suyo que es: "Miles de millares lo servían, miles de millones le asistían" (Dan 7,10). El hombre, por el contrario, se encuentra como extraño y alejado de Dios a causa del pecado: "Me alejé huyendo" (Ps 54,8). Resulta, pues, natural que el hombre reverencie al ángel como íntimo y pariente del Rey.
Tercero, por la plenitud del fulgor de la gracia divina. Los ángeles participan directamente del resplandor divino con extraordinaria plenitud: "¿Es que tienen número sus soldados? ¿en cuál de ellos no brillará su luz?" (Iob 25,3); por eso aparecen siempre resplandecientes. Participan también los hombres del resplandor de la gracia, pero poco, y no sin cierta oscuridad. Por tanto, no era decoroso que un ángel tributase reverencia a un hombre hasta que se contara en la raza humana una persona que lo sobrepasara en esos tres aspectos. Esta persona fue la Santísima Virgen. Dando a entender que aquella sí lo aventajaba, quiso el Angel rendirle homenaje, y la saludó diciendo: "Dios te salve".
§2 Así pues, la Santísima Virgen sobrepasó a los ángeles en los tres aspectos referidos.
a) Primero, en plenitud de gracia. Esta es mayor en Santa María que en cualquier ángel, y Gabriel para indicarlo la reverenció llamándola "llena de gracia", como si dijese: Te tributo reverencia porque me eres superior en plenitud de gracia.
Fue llena de gracia la Santísima Virgen en tres sentidos.
1º En cuanto a su alma, que poseyó toda la plenitud de la gracia. La gracia de Dios se otorga con dos fines, practicar el bien y evitar el mal. En las dos facetas fue perfectísima la que la Santísima Virgen disfrutó. Ella, superada únicamente por Cristo, evitó todo pecado de manera más radical que santo alguno. En efecto, el pecado o es original, y de él fue lavada en el seno de su madre, o es mortal o venial, y de éstos estuvo libre. "Hermosa por completo eres, amada mía, y en ti no hay mancha" (Cant 4,7). Agustín en su obra De Natura et Gratia: "Si todos los santos y santas, exceptuada Santa María Virgen, cuando se encontraban en este mundo hubiesen sido preguntados si se hallaban sin pecado, todos habrían exclamado a una voz: Si decimos que no tenemos pecado, nosotros mismos nos engañamos, y la verdad no está en nosotros. Exceptuada, repito, esta Santa Virgen; de Ella, por el honor del señor, no quiero ni hacer mención tratándose de pecados. Sabemos que a Ella le fue dada más gracia para vencer totalmente el pecado, por haber merecido concebir y dar a luz a quien no tuvo pecado alguno". Cristo, sin embargo, aventajó por haber sido concebido y haber nacido sin el original, mientras que la Virgen fue concebida en pecado original, aunque no nació con él <1>. Por otra parte, María practicó todas las virtudes, en tanto que los demás santos sólo algunas determinadas. Uno fue humilde; otro, casto; otro, compasivo. Por tal motivo se le presenta como modelos de una virtud en concreto: San Nicolás <2>, por ejemplo, de misericordia, etc. La Santísima Virgen es modelo de todas ellas; de humildad: "Aquí está la esclava del Señor" (Lc 1,38). "Ha mirado la humillación de su esclava" (Lc 1,48); de castidad: "No conozco varón" (Lc 1,34); y de todas las virtudes, como es demasiado evidente. En resumen, la Virgen María es llena de gracia tanto por lo que mira a la práctica del bien, como por lo que toca a la evitación del mal.
2º Fue llena de gracia en cuanto a la repercusión de ésta en su misma carne, en su cuerpo. Cosa grande es en los santos tener tanta gracia que santifique sus almas; el alma de la Virgen estuvo tan llena que de ella se derramó la gracia hasta su carne, hasta concebir de su carne el Hijo de Dios. Son palabras de Hugo de San Víctor <3>: "Como en su corazón ardía con tanta vehemencia el amor del Espíritu Santo, obraba en su carne maravillas, hasta nacer de ella el Dios Hombre". "Lo Santo que va a nacer de ti, será llamado Hijo de Dios" (Lc 1,35).
3º María fue llena de gracia en cuanto a la dimanación de ésta a todos los hombres. Ya es grande para un santo tener tanta gracia que baste para la salvación de muchos, y lo más grande sería tenerla suficiente para salvar a todos los hombres del mundo; esto último ocurre en Cristo, y en la Santísima Virgen <4>. En todo peligro puedes alcanzar la salvación de esta Virgen gloriosa; por eso se dice: "Mil escudos - mil remedios contra los peligros - cuelgan de ella" (Cant 4,4). Igualmente, para cualquier obra virtuosa puedes invocarla en tu ayuda; por eso dice Ella misma: "En mí está toda esperanza de vida y de virtud" (Eccli 24,25). De tal manera es llena de gracia, y sobrepasa en su plenitud a los ángeles. Por ello con razón se la llama "María", que quiere decir "iluminada": "El Señor llenará tu alma de resplandores" (Is 58,11), y significa además "Iluminadora de otros", por referencia al mundo entero; y se la compara a la luna y al sol.
b) Segundo, es superior a los ángeles en intimidad con Dios. Gabriel para indicarlo añadió: "El Señor es contigo"; como si dijese: Te tributo reverencia porque Tú eres más íntima de Dios que yo, puesto que "El Señor es contigo".
Contigo está Dios Padre juntamente con su Hijo, cosa que a ningún ángel ni a criatura alguna tocó en suerte: "Lo Santo que va a nacer de ti, será llamado Hijo de Dios" (Lc 1,35). Está Dios Hijo, en tu vientre: "Alégrate y entona una alabanza, morada de Sión, porque grande es en medio de ti el Santo de Israel" (Is 12,6). Por tanto, Dios está con la Santísima Virgen de manera distinta que con los ángeles; con Ella está como Hijo, con los ángeles como Señor. Está Dios Espíritu Santo, como en un templo; por eso se la llama: "Templo de Dios, tabernáculo del Espíritu Santo", pues por obra del espíritu Santo concibió: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti" (Lc 1,35). De tal manera es más íntima de Dios la Virgen Santísima que cualquier ángel; con ella está Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo, es decir, la Trinidad completa. por eso se le canta: "De la Augusta Trinidad noble aposento". Estas palabras, "El Señor es contigo", son las más excelsas que se le podían haber dicho. Con razón, pues, el Angel reverencia a la Virgen, por ser Madre del Señor, y Señora, por tanto. Y le cae muy bien el nombre de María, que en siríaco quiere decir "Señora".
c) Tercero, excede a los ángeles en limpieza; porque la Santísima Virgen no sólo estuvo limpia ella, sino que proporcionó esta limpieza a los demás. Estuvo ella limpísima de culpa, puesto que jamás incurrió en pecado mortal ni venial. E igualmente se vio libre de pena o castigo. En efecto, tres maldiciones fueron intimadas a la humanidad a causa del pecado. La primera recayó sobre la mujer: concebir con deterioro, gestar con molestia y parir con dolor. De esta maldición se vio libre la Virgen, que concibió sin menoscabo, gestó con contento, y dio a luz con gozo al Salvador: "Llevarás fruto copioso con júbilo y entonación de alabanza" (Is 35,2).
La segunda cayó sobre el hombre: comer el pan con el sudor de su frente. De ella estuvo exenta la Santísima Virgen, ya que las vírgenes, según escribe el Apóstol en 1 Cor 7, se encuentran libres de las preocupaciones de este mundo y se ocupan sólo de las cosas de Dios.
La tercera fue común a hombres y mujeres: volver al polvo. También de esta última maldición escapó Nuestra Señora, pues fue elevada al cielo en alma y cuerpo. Efectivamente, creemos que, luego de su muerte, fue resucitada y llevada a los cielos: "Sube, Señor, a tu reposo, tú y el arca de tu santificación" (Ps 131,8).
§3 Bendita tú eres entre todas las mujeres. Del modo que acabamos de explicar quedó la Virgen a cubierto de toda maldición, y por ello, "bendita entre las mujeres"; porque sólo Ella conjuró la maldición, trajo la bendición, y abrió la puerta del paraíso. Por este motivo le va el nombre de "María", que significa "estrella del mar"; como la estrella del mar orienta a puerto a los navegantes, María dirige a los cristianos a la gloria.
Bendito es el fruto de tu vientre
Ocurre a veces que el pecador busca en una cosa lo que no podrá encontrar, y en cambio lo halla el justo: "Se guarda para el justo la hacienda del pecador" (Prv 13,22). Así, Eva echó mano al fruto, y no halló en él todo lo que deseaba; la Santísima Virgen, por el contrario, encontró en su fruto todo lo que había deseado Eva. Esta es su fruto buscó tres cosas.
Primero, lo que engañosamente le había prometido el diablo, ser como dioses, conocedores del bien y del mal. "Seréis - dijo aquel embustero - como dioses" (Gen 3,5). Y mintió; porque es mentiroso y padre de la mentira. Eva, por haber comido el fruto, no vino a ser semejante a Dios sino desemejante; con el pecado se apartó de Dios su Salvador, y fue expulsada del paraíso. En cambio, María sí lo halló en el fruto de su vientre, y con ella todos los cristianos, pues por Cristo nos unimos y hacemos semejantes a Dios: "Cuando se manifieste seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es" (1 Jn 3,2).
Segundo, Eva en su fruto buscó placer, pues le había parecido bueno para comerlo; pero no lo obtuvo, sino que inmediatamente se dio cuenta de que estaba desnuda y sintió dolor. En el fruto de la Virgen, por el contrario, hallamos dulzura y salud: "El que come mi carne, tiene vida eterna" (Jn 6,55).
Tercero, el fruto de Eva era hermoso a la vista; pero más hermoso es el de María, al cual los ángeles desean contemplar: "El más hermoso de los hijos de los hombres" (Ps 44,3), porque El es fulgor de la gloria del Padre. Por consiguiente, Eva no pudo hallar en su fruto lo que tampoco encuentra ningún pecador en su pecado. Busquemos, pues, lo que ansiamos, en el fruto de la Virgen. Este fruto lo bendice Dios, que lo llenó de toda gracia de tal manera que vino hasta nosotros tributándole reverencia: "Bendito sea Dios, Padre de Nuestro señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bendiciones espirituales" (Eph 1,3). Lo bendicen los ángeles: "Bendición, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza a nuestro Dios" (Apc 7,12). Lo bendicen los hombres: "Toda lengua confiese que el Señor Jesucristo está en la gloria de Dios Padre" (Philp 2,11); "Bendito el que viene en nombre del Señor" (Ps 117,26).
Bendita, pues, la Virgen; pero más bendito aún el fruto de su vientre.
El dogma de la Inmaculada Concepción fue definido solemnemente por Pío IX en la Bula Ineffabilis, Deus, de 1854, en los siguientes términos: "La Virgen María fue preservada inmune a toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo". Es lo que técnicamente se ha denominado redención preservativa, doctrina iniciada por Duns Escoto (+ 1308). El pensamiento de Santo Tomás sobe este singular privilegio de la Madre de Dios ha sido ocasión de muchas polémicas eruditas entre los teólogos, pues en algunas obras, el Aquinatense se expresa muy claramente en favor de la absoluta inmunidad de pecado original; en otras, en cambio, parece dudar e incluso manifestarse en contrario. De todas formas, cualquiera que sea la solución que elaboren mariólogos y tomistas sobre los vaivenes del pensamiento del Angélico, conviene recordar que por aquellas fechas, cuando Santo Tomás predicaba (cuaresma de 1273), el Dogma no había sido definido todavía; sería preciso esperar casi seis siglos. Los maestros de la Escolástica, aun intuyendo que el privilegio estaba implícito en las palabras de San Gabriel: "llena de gracia" (como más tarde enseñó Pío IX), no encontraban la adecuada argumentación, a pesar de que ya desde muy antiguo -desde el siglo VI en Oriente y desde el siglo XI en Occidente - la fe popular, grabada profundamente en el alma de los fieles, se expresaba en manifestaciones litúrgicas inmaculistas. Sin embargo, la liturgia romana no incorporó la fiesta hasta 1476, en tiempos de Sixto IV, hecho en el que pudo influir Santo Tomás, que fue muchos años teólogo de la Curia Romana.
San Nicolás de Bari, nacido en Asia menor ca. 270 y muerto el 6 de diciembre de un año entre el 345 y 352. Fue obispo de Mira (en Licia, Asia Menor). Sus restos se veneran en Bari desde 1987, y su culto es muy popular en toda Italia y Europa en general, tanto occidental como oriental.
Hugo de San Víctor, teólogo nacido en Sajonia ca. 1100 y muerto en París en 1141. Dirigió la Escuela de San Víctor. Escribió una Summa, considerada como el más perfecto sistema teológico medieval anterior a Pedro Lombardo (+ 1160).
Los teólogos distinguen entre plenitud absoluta de gracia, que es propia de Cristo; plenitud de superabundancia, que es privilegio de María; y plenitud de suficiencia, común a todos los santos.
Pío XII definió el Dogma de la Asunción de María a los cielos, en la Constitución
Apostólica Munificentissimus Deus, de 1950, en los siguientes términos: "La Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial". Por tanto, nada se dice expresamente sobre su muerte. Sin embargo,una antigua y extendida tradición sostiene que María murió, aunque en Ella -como en su Hijo - la muerte no habría sido consecuencia del pecado original, sino de la naturaleza abandonada a las leyes naturales, después de haber perdido el privilegio de la inmortalidad. Esta muerte - según tales autores - habría sido sumamente apacible, muerte de amor, sin posterior corrupción del cuerpo.

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