lunes, 18 de junio de 2012

belleza bautismal

Los tesoros bautismales que se entregan a los catecúmenos: la cruz, el credo, el agua, el aceite, la luz, la túnica...
tienen su mistagogia y un significado bello que vale la pena trerlo a la memoria. Por decirlo en breve, ser hijos de Dios, sacándonos del pecado y de la muerte, en eso se resume toda la espiritualidad cristiana. El bautismo nos hace pasar de ser criaturas a hijos de Dios, hermanos de Cristo y templos del Espíritu Santo. La Trinidad entera, un solo Dios, habita dentro del bautizado. Por consiguiente, miembros de la Iglesia somos herederos de la Vida Eterna, en una verdadera familia... Somos “alguien”, tenemos dignidad grande. Con una casa propia donde habitar, una herencia que nos pertenece, y unas relaciones filiales y fraternas para poder vivir.

Me parece estar escuchando aún a mi querido P. Alfonso, de feliz memoria, decir: “mi madre me enseñó desde pequeño lo más importante que me podía enseñar, que Dios es mi Padre ¡que soy hijo de Dios!”. ¿Me puedo creer de verdad esta maravilla? Eso es lo que se nos da en el Bautismo. Un nacer de nuevo. Una regeneración total, muriendo al hombre viejo, al pecado.

En el Bautismo se inicia también la vida en el Espíritu, y es la puerta para poder recibir los demás sacramentos.

Hoy, al bautizar a los niños a edad temprana, no se les puede impartir el catecumenado previamente. Intentamos salvar esta circunstancia con dos medidas: la catequesis pre-bautismal a padres y padrinos, donde se les explica bien durante unos días lo que se va a realizar, catequesis del todo necesaria y que no se debe omitir alegremente, y el catecumenado post-bautismal de adultos, que la Iglesia recomienda vivamente, recibido en una parroquia o en un recorrido formativo dentro de alguna asociación de fieles, movimiento apostólico o verdadera comunidad eclesial.

Demos gracias a Dios en este tiempo pascual por nuestro propio bautismo, meditemos en él, descubrámoslo y vigilemos cada día, puesto que, como dice San Cesáreo, “el bautismo nos libró de todos los pecados, pero con la Gracia de Dios, debemos cumplir con todo lo bueno, para que no vuelva el espíritu inmundo y traiga consigo siete espíritus más malos que él…”.

Vamos recorriendo las maravillas del bautismo, el sacramento que nos inserta en la vida misma de Dios. Propiamente, los signos sacramentales del bautismo son: la signación con la cruz en los ritos iniciales, el agua, el santo crisma, el cirio y la vestidura blanca. Pero nosotros nos vamos deteniendo en todos los bellos elementos de una celebración única, una realidad visible de un auténtico Misterio invisible: Dios derramado en el hombre. El hombre sepultado en Dios y vivo para siempre.

Una vez realizados los ritos iniciales, los catecúmenos, ya en la Asamblea, escuchan la Palabra proclamada, necesaria en toda celebración de sacramentos, que hace en este caso referencia al bautismo, a una vida nueva en Cristo. Es signo de todo el catecumenado, donde son instruidos por la palabra, por la predicación, y van siendo purificados y liberados de los ídolos.

Luego vienen unas oraciones para pedir Dios la protección contra el Adversario, Satanás.

Primero se hace la “oración de los fieles”, llamada así por ser propia de los fieles cristianos, los bautizados, que los catecúmenos hacen en ese momento por primera vez, instruidos en los arcanos de la oración; y luego se invoca la protección de los santos en una “letanía” que, a veces se hace cantada y cuya belleza nos trasporta al mismísimo cielo del que ellos gozan. Es estupendo saber que desde el bautismo contamos con la intercesión de todos los santos en nuestra lucha contra los enemigos.

Seguidamente viene propiamente la oración del exorcismo. La idea que suele haber de esta palabra está ligada al cine, a las modas de las sectas satánicas, que tanto mal hacen en quien las sigue, etc. Pero es realmente la oración que la Iglesia hace para preservarnos o librarnos del Demonio (“líbranos del Maligno” rezamos también en el Padrenuestro), aunque también ésta establezca un ritual específico para determinados casos que puedan darse de posesiones demoníacas. Todo esto, más que un tema morboso, para el cristiano que quiere ser santo, es algo normal, pues no duda, como bien expresa el catecismo, de la existencia de los espíritus inmundos. Lo importante es saber combatirlos.

Por último, el niño o el adulto que se va a bautizar es ungido con óleo. Es solo aceite de oliva, a diferencia del crisma que se utilizará posteriormente, que estará mezclado con perfume. Este aceite es “para que el poder de Cristo te fortalezca”, como dice el ritual. Como los luchadores en la arena se ungían con aceite antes del combate, para que los golpes del adversario resbalaran, así es ungido el catecúmeno, para que en la lucha que le espera contra los enemigos del cristiano, salga victorioso.

Así es la Iglesia, que nos ayuda en sus ritos y no nos deja solos. Todos estos signos, redescubiertos oportunamente cuando somos adultos, nos acompañarán y nos fortalecerán para toda nuestra vida.


El Catecismo de la Iglesia Católica dice, hablando del Bautismo, en su punto 1237: “el candidato renuncia explícitamente a Satanás. Así preparado, puede confesar la fe de la Iglesia, a la cual será "confiado" por el Bautismo”.

Es en este momento del ritual es cuando comienza propiamente la liturgia del sacramento, una vez fortalecido el catecúmeno por las oraciones exorcizantes y la unción prebautismal, y bendecida el agua, de lo cual hablaremos otro día. Se hacen entonces las renuncias y promesas bautismales.

Se renuncia a Satanás, a sus obras y a sus seducciones. ¿Qué es esto? Pues un recuerdo de los escrutinios del catecumenado de adultos, donde la Iglesia adulta discierne las intenciones del candidato y lo anima en el camino hacia el bautismo, aunque sean ahora los padres y padrinos los que responden por el niño y se responsabilizan de su educación en la fe.

Es una renuncia muy seria y verdadera. Nada de palabras vacías. Renunciamos por tres veces a seguir al Príncipe de este mundo, para poder seguir al Rey Eterno. Y os puedo decir que el demonio se entera. Vaya que si se entera... A partir de ahora somos sus enemigos. Nos ponemos del lado de la Verdad, Cristo, y frente al Gran Mentiroso, Satán.

Y seguidamente se hace la profesión de fe. ¿Creéis en Dios Padre...? El Sí, creo es haberlo experimentado como Padre bueno en la propia vida, en cada curva del camino. ¿Creéis en Jesucristo su Hijo Nuestro Señor…? Y esto comporta haberlo visto como auténtico Señor, Kyrios, de nuestra historia, el que nos ha comprado con su preciosa sangre y salvado de cada una de nuestras miserias. ¿Creéis en el Espíritu santo, en la Iglesia católica…? Y este Sí es decir que he palpado ese Espíritu, que he vivido la comunión de los santos, que se lo que es la vida eterna...

Poder proclamar así la fe que la Iglesia me entregó en la Traditio Symboli, en un catecumenado post-bautismal, que luego te entregue el Domingo de Ramos la Palma de la Fe, acompañando a Jesucristo al martirio en una bellísima procesión que hemos podido disfrutar hace unas semanas, y cantar con fuerza el CREDO sintiendo estremecerse los cimientos del templo cuando se alcanza el RESUCITÓ de entre los muertos y el AMÉN final, sabiendo y queriendo que eso será lo que acompañe definitivamente al cristiano en la última procesión con la palma, la que te lleve a la vida eterna, es una auténtica maravilla que he podido experimentar en mi vida.

La iconografía cristiana tiene la hoja de palmera, la palma, como símbolo de la fe, del martirio por la fe, por su forma también como de pez, símbolo de Cristo.

Belleza de la fe proclamada. Belleza de la Iglesia que lo hace en medio del mundo de hoy, muchas veces también con su sangre, demostrando así la verdad de la misma fe que fue entregada en el Bautismo.

Sé que alguno de los tres o cuatro amigos que aún me leen tienen experiencia, como yo, de encontrarse con un torrente de alta montaña y beber de él. Un verdadero lujo, que nos enseña lo que es el agua viva.

Siguiendo con las bellezas que hay en el ritual del Bautismo, nos encontramos con el agua, que se consagra para utilizarla en el bautismo.

En el ritual hay una oración bellísima que desgrana todas las actuaciones de Dios a través del agua en la historia de Salvación: “Oh Dios, que realizas en tus sacramentos obras admirables…cuyo Espíritu se cernía sobre las aguas…que incluso en las aguas torrenciales del diluvio prefiguraste el nacimiento de la nueva humanidad... que hiciste pasar a pie enjuto por el mar Rojo a los hijos de Abraham… Cuyo Hijo, al ser bautizado en el agua del Jordán, fue ungido por el Espíritu Santo; colgado en la cruz vertió de su costado agua…”

Esta oración, durante la cual, en la Vigilia Pascual, se introduce el cirio, signo de Cristo Resucitado, en la Fuente Bautismal, y en cualquier caso, el sacerdote representándole a Él meterá su mano consagrada en el agua, se puede hacer cantada, y es de una belleza impresionante, y ayuda a comprender toda la fuerza del agua, que lava y regenera a la nueva criatura que saldrá de ella.

No se trata de una simple bendición del agua, es una auténtica consagración, un sacramental, se invoca al mismo Espíritu que habite en esa agua: “Mira, ahora, a tu Iglesia en oración y abre para ella la fuente del Bautismo: Que este agua reciba, por el Espíritu Santo, la gracia de tu Unigénito… Que el poder del Espíritu Santo, por tu Hijo, descienda sobre el agua de esta fuente”. ¡Qué oración tan bella, una de las más preciosas que encuentro en la liturgia!

Y luego, la triple inmersión o infusión, elemento necesario y fundamental del sacramento. Se utilizará una u otra, pero el ritual recomienda la inmersión pues “significa de un modo más apropiado la participación en la muerte y resurrección de Cristo”, aunque ésta, curiosamente, se utilice menos, quizás por razones prácticas en los bautizos fuera de la Vigilia Pascual. Tengo que decir que participar en una Pascua con bautizos por inmersión es una de las cosas más bonitas que litúrgicamente se puede vivir. Y más si es tu propio hijo.

El catecúmeno es por fin bautizado en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. “Con la triple inmersión y la triple invocación que la acompaña se realiza el gran misterio del bautismo, en el que la muerte halla su expresión figurada y el espíritu de los bautizados es iluminado con el don de la ciencia divina. Por tanto, si alguna virtualidad tiene el agua, no la tiene por su propia naturaleza, sino por la presencia del Espíritu”. (San Basilio Magno). Es introducido en la muerte con Jesucristo muerto, y sale de ella con Él Resucitado, vivo para siempre, participando de su Vida y de toda bendición para siempre.

Todo lo recibimos de esta agua. Todo empezó en ella. Bendita agua, que nos acompañará también el día de nuestro nacimiento para el cielo, asperjando nuestro cuerpo.

Pedro Antonio Mejías Rodríguez

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