domingo, 21 de enero de 2024

Acogida y transformación. Reflexiones bioéticas a propósito de la película «Hold Back the Dawn»

 Cine dentro del cine: la potencialidad auto reflexiva de las películas

Hold Back the Dawn (Si no amaneciera) de Mitchell Leisen es presentada por voces muy autorizadas como paradigma de las “películas bonitas”, que en Hollywood se llegó a saber hacer durante una época con toda naturalidad. Te dejan paz en el alma. Y no porque transitaran por mundos felices pero irreales. Al contrario, porque eran capaces de introducir lo mejor de las personas en relatos que en manos de otras sensibilidades hubiesen resultado sórdidos.

Mitchell Leisen tenía un don particular para conseguirlo. Quizás más acentuado que el de sus guionistas, los maestros Charles Brackett y Billy Wilder, propensos a la ironía con una pizca de amargura. Sus guiones rezuman ingenio y contienen frases para esculpir. Cómo no sonreír, por ejemplo, con la expresión del inspector de emigración, Hammock (Walter Abel), cuando afirma quejoso: “¿Sabe lo que haré si gano las carreras? Comprar un bastoncillo para los oídos de oro y brillantes para sacarme todas las locuras que tengo que oír.”

Leisen —lo hemos comprobado en otras contribuciones en esta web— tenía otro orden de prioridades. Buscaba retratar la vida de las personas y su capacidad de superarse cuando aceptan los retos propios de quien ama de verdad. Y en esta película sutilmente se retrata. Aparece en las primeras escenas interpretando a Dwight Saxon, el director al que le cuentan la historia que se narra en la pantalla, a modo de flashback. Cine dentro del cine que, como con maestría ha explicado recientemente Pablo Echart(1), muestra la potencialidad de este arte para la auto reflexión. El ya citado personaje de Walter Abel le espeta al director hacia el final de la película: “Mire, dedíquese a dirigir películas y déjeme a mí dirigir el tráfico en la frontera. ¿Quiere?”. Saxon/Leisen no contesta. Resulta obvio que dando vida a la película estaba impulsando el proceder de todos los personajes, y que él iba a ser el responsable de cómo se representara ese tráfico en la pantalla.  Con esa mirada imaginativa que, a decir de George Wilson(2), nos permite ver la ficción del cine y entrar en ella como si se tratara de la misma realidad. O incluso su elevación trasfigurada.

La lucha por defender la vida es una hipótesis que se cumple a sí misma con una dimensión que rompe las lógicas de la negatividad

Porque la historia que el migrante rumano Georges Iscovescu (Charles Boyer) contaba a Saxon/Leisen ponía al espectador ante la suerte de los que se ven obligados a marchar a otro país, y encuentran cerradas las puertas. Sin maniqueísmos que dividan a los buenos y a los malos, Leisen dibuja personas con sus grises, con sus luces y sus sombras, haciendo ver que este tipo de procesos vienen marcados por un imperativo de acogida que cuando se consigue provoca la trasformación de todos los implicados. Confirmando que la lucha por defender la vida es una hipótesis que se cumple a sí misma con una dimensión que rompe las lógicas de la negatividad. Algo que comenzamos a experimentar como embriones cuando en el proceso de implantación logramos que nuestra madre nos acepte tras unos primeros escarceos biológicos de rechazo.

También así ocurre en la acogida a los migrantes. Se ve necesario superar toda una serie de escarceos, en este caso ideológicos, que sin duda tientan a la comodidad, al confort, y al rechazo por parte de las personas y de los países que se encuentran en disposición de acoger. Cuando estos se superan y se realizan acciones inteligentes para integrar a los que llaman a la puerta, quienes así obran experimentan una trasformación… si sus ojos son capaces de ver al Otro como quien es: una persona necesitada de acogida y de amor.

Leisen presenta a distintos personajes que esperan en un pueblo de la frontera entre México y California el momento en que se le abran las puertas. Algunos, como la familia del profesor holandés Van Den Luecken (Victor Francen) muestran el migrante de buena fe, que espera su momento de llegar a América como una bendición. Repite con devoción las palabras inscritas a la base de la estatua de la libertad: “denme vuestras cansadas, vuestras pobres, vuestras humildes masas, que desean respirar la libertad, esos desamparados que abandonan vuestras costas. Envíen a estos sin hogar, a esos infelices, a mí. Yo levanto mi antorcha ante la puerta dorada.” Otros como Iscovescu, un gigoló, y su antigua compañera de baile en Europa, Anita Dixon (Paulette Godard), sólo buscan una posición de mayor bienestar, y no tienen escrúpulos para conseguir su objetivo de cualquier modo. Pero el joven rumano experimentará una conmoción que hará posible que las cosas cambien.

Los procesos de trasformación: el nacimiento de un pequeño que trae la bendición a una familia

También el punto de partida de los ciudadanos americanos no aparece en la pantalla con un perfil favorable a la acogida. En el primer encuentro de la maestra de escuela, Emily Brown (Olivia de Havilland), con Iscovescu no es capaz de ver a un hombre en su necesidad y actúa de manera defensiva de su país y su estatus. Igualmente, el inspector Hammock adopta el rol de pensar desde la sospecha y de alejarse de cualquier implicación emocional con aquellos que esperan con ansia una oportunidad para sus vidas. Pero ambos experimentarán también una metamorfosis.

Lo vemos en el funcionario. Tiene una mejor relación con un matrimonio austriaco. El marido Josef Kurz (Eric Feldary) padece tuberculosis, por lo que la familia no podrá obtener el permiso para entrar en Estados Unidos. La esposa, Berta (Rosemary DeCamp) se encuentra en un estado muy avanzado del embarazo. Ante la imposibilidad de ser admitidos como migrantes, Berta idea una estrategia arriesgada. A duras penas camina en un día caluroso hacia las oficinas de la frontera. Aunque se acaba de cruzar con Hammock, al llegar pregunta por él. Y cuando recibe la respuesta de que no se encuentra allí, le dice al oficial de guardia que el funcionario le ha pedido que le espere en la oficina. Se le deja pasar. Al cabo de un tiempo, Hammock regresa y cuando camina hacia su despacho oye el llanto del bebé. Alarmado pide ayuda. El guarda propone: “Consigamos una ambulancia y llevémoslos de regreso al lugar donde pertenecen”. A lo que Hammock responde como dictando sentencia: “¿Qué dice? Ese niño es un ciudadano americano.” El inspector opta por aplicar la ley en beneficio de los Kurz. El pequeño trae ya la bendición a su familia… y al empleado público.

El proceso de trasformación de Emily es más laborioso. Cae en el ardid seductor de Georges, quien rectifica su mal encuentro inicial, y consigue —tan sólo tras unas horas de conversación— que ella acceda a casarse con él. Cuando Anita, la compañera artística del bailarín rumano, le abre los ojos sobre el falso matrimonio que ha contraído, un mero salvoconducto para que Iscovescu pase la frontera, Emmy se traga su dolor y no lo delata ante el inspector. Ahora ya no lo ve con ojos de enamorada: “Tal vez cuando nos conocimos no debí ser tan superficial. Debí haberte mirado a la cara con más atención.” En ese momento sí se la presta y así ve a un hombre urgido por la necesidad, que la ha utilizado, pero al que no le desea ningún mal, pues recuerda los buenos momentos que han vivido en una singular luna de miel: “Soy de un pueblo pequeñito. Allí no tenemos hoteles de lujo, comemos en un autoservicio. Pero dejamos propina de todos modos. Creo que no he sido muy generosa por estos siete días.”

El espectador asiste a tres milagros: al arrepentimiento de Georges, al perdón de Emmy y a la comprensión del Inspector por encima de la ley

El cambio más tajante se produce en Georges. Durante su improvisada luna de miel se tropiezan con un pueblo de México, en el que hay una fiesta de bendición de los recién casados. El joven rumano y Emmy la reciben también. A continuación, juegan a seguir una superstición popular por la que, si el marido agita un olivo y caen aceitunas, el número de estas será el de los hijos que vayan a tener. Caen tres. A Iscovescu, el conocer más profundamente a su mujer le impacta. Ya no tiene tan claro que desee abandonarla una vez acceda a Estados Unidos. Por eso, cuando ella, bajo el shock de haber sido engañada en el matrimonio, tiene un accidente en el viaje de regreso a su pueblo, y le comuniquen que Emmy está sin fuerzas, como no queriendo vivir, él no dudará en acudir al hospital en su ayuda, aunque al penetrar en Estados Unidos sin autorización pierda todas sus posibilidades de ser admitido legalmente.

En ese punto, termina la narración en flashback. Hammock detiene a Iscovescu y se produce el diálogo que hemos reproducido al principio. Por lo que Leisen deja al espectador con la idea de que lo que verá a continuación todavía es más fiable. Y así hace que asista a tres milagros: al arrepentimiento de Georges, al perdón de Emmy y a la comprensión del inspector por encima de la ley. Iscovescu es ahora un solitario que ensaya poder enviar este mensaje, que escribe sobre la arena de un parque: “Tipo ligeramente reformado busca trabajo decente en cualquier lugar del mundo donde lo acepten.” Hammock se le acerca. Reconoce la trasformación del rumano, y ejerce también la suya: “En contestación a su anuncio debemos comunicarle que tenemos una oportunidad para Ud. al otro lado de la frontera. Un inspector de inmigración se olvidó de informar de un incidente. Y es inútil lo que Ud. lo vaya contando cuando entre ahí… Hay alguien esperándole en la puerta con sus papeles. Es el marido de una norteamericana, ¿no? Vamos. No la haga esperar. ¿Qué es eso que me decía ella por el camino de que van a dedicarse a las aceitunas?”. Perdón y vida caminan juntos.

Conclusión: somos aquellos que se las apañan para hallar los recursos que respondan a la llamada y se encontrarán cuando acogida y trasformación funcionen en alianza eficaz

Leisen, como anticipábamos, ha acabado “dirigiendo el tráfico en la frontera”, para que el amor rompa todas las barreras. Porque Georges y Emmy han sabido salir de su egoísmo y verse, en palabras de Martin Buber, como un tú(3). O dando un paso más, cuando han percibido su verdadero rostro desnudo, él en su pobreza, ella en su postración en el hospital, han escuchado el no matarás que refrena cualquier violencia o manipulación hacia el otro. Como señala Emmanuel Levinas:

El «No matarás» es la primera palabra del rostro. Ahora bien, es una orden. Hay, en la aparición del rostro, un mandamiento, como si un amo me hablase. Sin embargo, al mismo tiempo, el rostro del otro está desprotegido; es el pobre por el que yo puedo todo y a quien todo debo. Y yo, quienquiera que yo sea, pero en tanto que «primera persona», soy aquél que se las apaña para hallar los recursos que respondan a la llamada.(4)

Recursos que se encontrarán cuando acogida y trasformación funcionen en alianza eficaz.


José-Alfredo Peris-Cancio.Profesor e investigador en Filosofía y Cine. Universidad Católica de Valencia San Vicente Mártir

 _________________________________________________

[1] Echart, P. (2023). Cine dentro del cine. 50 películas sobre el séptimo arte. Barcelona: UOC.

[2] Wilson, G. (2011). Seeing Fictions in Film: The Epistemology of Movies. Oxford: Oxford University Press.

[3] Buber, M. (2017). Yo y tú. (C. Díaz Hernández, Trad.) Barcelonja: Herder.

[4] Levinas, E. (1991). Ética e infinito. (J. M. Ayuso Díez, Trad.) Madrid: Visor, p. 83.

No hay comentarios:

Publicar un comentario