viernes, 22 de septiembre de 2023

LA ASCENSIÓN Y LAS ASCENSIONES

Siempre ha creído el hombre que Dios habita en un lugar que está sobre los cielos. Por lo mismo, si alguna vez se ha pensado en la posibilidad de que un ser humano se eleve hasta el trono del Altísimo, su elevación ha debido concebirse necesariamente como una ascensión a través de los cielos. El vehículo empleado para su vida hasta allí podrá variar a impulsos de la fantasía o impuesto por la realidad histórica, pero el acto fundamental será siempre el mismo: subir al cielo.

 A nadie puede extrañar que la fantasía humana, para la que nada imposible, haya fingido viajes de un alma o de un hombre a través de los espacios y en dirección a la morada divina. Pero la existencia de tales descripciones imaginarias nada dice en contra de la posibilidad y aún de el hecho de que en determinado ocasión haya subido un hombre de la tierra al cielo, como si vio Jesucristo el día de la Ascensión. Lo que distingue a lo irreal es la ausencia de testigos oculares de cuanto se afirma y el colorido fuertemente fantástico de sus detalles.

 como ejemplo de narración legendaria que ha de ser tenida por tal porque no invoca ni puede invocar testigos oculares como podemos citar el mito babilónico de Etana: Etana tenía sumo interés en subir a los cielos, y un águila, que le había que le debía su corazón su cura su curación, se prestó a subirle. Le mandó poner las espaldas sobre su pecho, y las manos sobre las plumas de sus alas, y comenzó a elevarse. Etana se agarraba con fuerza porque su cuerpo pesaba mucho. Cuando llevaban dos horas subiendo, le dijo el águila:

- Mira a la tierra, amigo mío. ¿Cómo está? Mira el mar.

Yetana le contestó:

- La Tierra va a achicando las montañas y el mar está como un patio.

Continuaron subiendo otras dos horas, y preguntó de nuevo el águila:

- Mira, amigo mío, a la tierra. ¿Cómo está?

- La tierra se ha convertido en un jardín, y el mar está como en una banasta. 

Después de otras dos horas de vuelo volvió a hacer la misma pregunta; Etana contestó:

- El mar es como un regate de jardinero.

En aquel momento le entró el vértigo y comenzó a caer. Dos horas estuvo cayendo, y el águila caía con el. Continuó cayendo tras dos horas y el águila caía con el. Siguió cayendo tras dos horas, y el águila caía con el. Hasta que al fin se mató.


Como ejemplo de narración fantástica puede presentarse la que la leyenda atribuye a Mahoma. Mahoma estaba una noche más alentado que nunca y tendiéndose en la cama se quedó con los ojos abiertos clavados en la noche y en sus pensamientos. De repente vio entrar en su habitación un personaje vestido con ropas cuajadas de oro. Era Gabriel, que llevaba en la mano al corcel celeste llamado Al Barak (relámpago). este animal tenía la cabeza de hombre, el cuerpo de caballo, una cola de pavo y alas blancas puntos sobre el monto Mahoma por indicación del Arcángel, y en el mismo momento se vio trasladado por encima de los montes y de los Valles hasta el santuario de Jerusalén. En su interior vio de pronto un rayo de luz venido del cielo. Se acercó a él y observó que en el centro se abría una escalera a. Por ella subió con Gabriel hasta el primer cielo.

 Las puertas del cielo, que eran de plata, las abrió Adán, y entre una otras maravillas pudieron ver un caballo cuya cresta llevaba hasta las puertas del segundo cielo; y eso que la distancia de un cielo a otro exige un viaje de quinientos años.

 Salieron de allí rezando, ya la puerta del segundo cielo, que es de acero resplandeciente, les esperaba Noe. En el Tercer Cielo todo el de piedras preciosas, vieron un ángel, cuyos ojos se hallaban tan separados el uno de otro que el recorrido de su distancia exigía setenta mil días. En el cuarto cielo había un ángel tan largo como un camino de quinientas jornadas. El cuarto cielo era de oro, y allí estaba a Aarón y un ángel con la cara de cobre rojizo, que era el ángel de LA VENGANZA; llevaba una lanza inflamada, lanzada relámpagos por los ojos y estaban sentados en un trono rodeado de fuego delante de una montaña de cadenas al rojo vivo.

 En el sexto cielo estaba Moisés y un ángel cuyo cuerpo era a la vez fuego y hielo. Por último, en el séptimo cielo, a cuya puerta estaba Abraham, vio un ángel con setenta mil cabezas. Cada cabeza tenía setenta mil bocas, a cada boca tenía mil lenguas, y cada lengua hablaba a setenta mil idiomas, que cantaban alabanzas del Todopoderoso. Junto a este arcángel había un árbol, cuyo ramaje era mayor que la distancia que hay del cielo a la tierra. Al pie del árbol estaban sentados unos ángeles, tan numerosos como las arenas del desierto. Miles de pájaros se posaban en las ramas, y en cada hoja había un hurí. En medio del cielo había una casa de oración como la de La Meca, y por encima de todos los cielos se levantaba el trono del Todopoderoso, quien con el rostro cubierto por setenta velos habló con Mahoma, dirigiéndole 79.000 palabras llenas de benevolencia.

 Todavía le fue dado ver los castigos del infierno, y finalmente emprendió el camino de vuelta, llegando de nuevo sobre Al Barak a la ciudad de La Meca. El viaje parecía haber sido muy largo. Sin embargo goma levantarse de la cama para mostrar para montar sobre Al Barak había tirado sin darse cuenta una copa llena de agua junto cuando volvió del viaje, el borde de la copa no había llegado todavía al suelo.



Tan fantástica es esta descripción que nadie podrá tomarla nunca en serio. La ausencia de testigos oculares y la obra evidente de la fantasía son los dos defectos de que adolecen todas estas narraciones. Ambos defectos se hallan totalmente ausentes de la descripción que San Lucas hace de la Ascensión del Señor. El escribe a menos de treinta años de distancia de los hechos y después de haber consultado a los testigos oculares cuando todavía vivían estos y podían desmentirle. Esto es ya una garantía de veracidad.

 Por otra parte, nada nos dice de lo que dio Jesús o de lo que ocurrió a su llegada a los cielos. Solo nos habla de lo que los apóstoles pudieron ver y oír. En las dos narraciones como a la de su Evangelio y la de los Hechos de los apóstoles son sumamente sobrias, en evidente contraste con las que acabamos de leer. Para que mejor puedan apreciarlo el lector, las transcribimos a continuación:

«Los llevó hasta cerca de Betania, y levantando sus manos los bendijo, y mientras los bendecía se alejaba de ellos, y era llevado al cielo. Ellos se postraron ante él, y se volvieron a Jerusalén con grande gozo, y estaban de continuo bendiciendo a Dios»(Lc 24, 50-53).

«Diciendo esto, y volviendo y viéndolo ellos, se elevó, y una nube le ocultó a sus ojos. Y estando mirando al cielo, fija la vista en él, que se iba, he aquí que dos varones con hábitos blancos se les pusieron delante y les dijeron: varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo ese Jesús que ha sido llevado de entre vosotros al cielo vendrá así, al modo, al modo que le habéis visto ir al cielo. Entonces se volvieron del monte llamado Olivete a Jerusalén, que dista de allí el camino de un sábado»(Hch 1,9-12)

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