domingo, 19 de febrero de 2023

¿Qué es eso del género?

Solo se es persona masculina o persona femenina. Siempre fue así, cuando oíamos la palabra género, lo primero que venía a nuestra mente era la idea de un tipo de tela, de vida, etc. y, sobre todo, se utilizaba como una categoría gramatical que incluye: masculino, femenino, neutro, epiceno, común y ambiguo. Pero nunca se utilizó para referirse a los modos de sentir la sexualidad, ya que en nuestra cultura occidental se considera que hay solamente dos modos de ser persona: persona masculina (hombre) y persona femenina (mujer). El significado de las palabras depende del uso que se les dé en el lenguaje común. La finalidad de este escrito es dar a conocer cómo se ha ido desarrollando el uso incorrecto del término «género» (en adelante entre comillas) como categoría de la sexualidad.

El primer paso hacia el concepto de «género», en la acepción comentada, lo dio Simone de Beauvoir (existencialista), quien en una de sus obras, «El segundo sexo», propuso la idea de que ser mujer es un concepto socialmente construido, cultural, y lo resumió en la famosa frase: «La mujer no nace, llega una a serlo». Según esta forma de pensar, propio del existencialismo radical, el ser humano no es nada más que aquello que él hace de sí mismo.

En los años 60 dos autores formados en el psicoanálisis y en el marxismo occidental (no leninista), pertenecientes a la Escuela de Frankfurt, Erich Fromm y Herbert Marcuse, se convirtieron en los verdaderos inspiradores de la juventud universitaria del mundo occidental y del mayo francés. Aunque el momento álgido de su pensamiento ha pasado, sus ideas sobre la liberación sexual y religiosa forman parte de la cosmovisión de grandes sectores de la sociedad actual. Fueron los que más influyeron para crear la idea de que la libertad consiste en actuar según el criterio propio sin normas externas –para ellos imposiciones–. Desde entonces, la libertad de elección («pro choice») se ha convertido en el fundamento de la ética posmoderna.

En los años 70 apareció en Estados Unidos un movimiento feminista de corte marxista que consideró que la gran injusticia que sufre la mujer es estar sometida a ser madre. Según esta teoría, la heterosexualidad (considerar que lo normal es ser hombre o mujer), es el pilar fundamental que perpetúa la institución familiar, y la familia es lo que mantiene al sistema capitalista. Por lo tanto, lo que hay que combatir es la heterosexualidad y la familia.

La primera persona que utilizó el término «género» para designar el sentimiento que se tiene de ser chico o chica, independientemente de la constitución cromosómica y biológica, fue el doctor Money. La oportunidad de demostrar su teoría, elaborada en los años 50 del siglo pasado, se le presentó cuando los padres de un niño que sufrió una amputación de pene por una infección, le consultaron para saber cómo tenían que actuar. Money, que era psiquiatra, les aconsejó que educaran al niño como una niña, ya que, según su teoría, el comportamiento sexual es algo cultural: si lo educaban como niña iría adquiriendo los sentimientos y las inclinaciones sexuales de niña. Este niño, tras sufrir una atención medicoquirúrgica y psicológica antinatural, terminó suicidándose. El relato se describe con detalle en el libro titulado «El libro negro de la nueva izquierda».
El movimiento feminista contribuyó a utilizar el término «género» para referirse a los diferentes tipos de inclinación sexual. Y como el tipo de sexualidad es algo adquirido por la educación y la cultura, según ellos, estas inclinaciones sexuales no tienen nada que ver con el sexo biológico, con el cuerpo de una persona. De tal manera que el término «género» adquiere con ese criterio una nueva acepción y le confiere la misma categoría ontológica (modos de ser persona) que el ser hombre o ser mujer. Hasta el momento se han descrito 82 tipos de «género»: gay (G), lesbiana (L), transexual (T), bisexual (B), Intersexual (I), etc., formando así el acrónimo LGTBI.


Judith Butler

El feminismo radical vino a través de Judith Butler, en los años 90, con la teoría «queer» (Q), que se basa en que cada uno puede ser lo que desee en el terreno de la sexualidad. El primer paso en este proceso, según esta autora, consiste en deconstruir filosóficamente las identidades sexuales –nada hay fijo– incluso la categoría mujer, de tal manera que el «género» se convierte en algo que fabricamos continuamente. Así se completa el acrónimo LGTBIQ+. En resumen, se trata de aplicar al feminismo el pensamiento posmoderno que aprendió de Derrida. Afortunadamente varias feministas de la primera generación como Victoria Camps, Lidia Falcón y Amelia Valcárcel han salido al paso para hacer frente a la ideología «queer» porque va en contra de la mujer.
Muchos desconocíamos que el impulso de la ideología de «género» se estaba realizado desde instituciones supranacionales como la ONU y la UE. La conferencia de Pekín (1995) mundializó la ideología de «género», obligando a los países a implantarla a cambio de las subvenciones que reciben. Un ejemplo: al recibir a Obama, el presidente de Kenia le solicitó públicamente que la ONU y EE.UU. dejaran de presionar a su país con la ideología de «género» como condición para poder recibir las ayudas correspondientes. Además, los grupos de presión del feminismo radical están financiados, según Amelia Valcárcel, por famosos multimillonarios a través de sus fundaciones. Información que puede comprobarse en el libro de Carlos Astiz titulado «Bill Gates reset».
Esta nueva ética mundial y la visión antropológica que se impulsan desde la ONU contrasta con la ética médica. Uno de los principios que rigen la medicina clínica es el respeto a la persona, al enfermo, porque su dignidad es intrínseca, no depende de su inclinación sexual (homosexual o heterosexual), su raza, o su religión. Este es el principio que garantiza el respeto y la convivencia pacifica en una sociedad democrática.
La ideología de género con su base existencialista, marxista y posmoderna, rompe la unicidad de la persona que defendían los filósofos de la segunda generación de la escuela de Ortega y Gasset que resumían en una frase: «yo no tengo cuerpo, soy corpóreo» (monismo antropológico). Y, por lo tanto, esta inseparabilidad del cuerpo en la identificación de una persona como individuo concreto conduce a estos filósofos a considerar que solamente hay dos modos ser persona: persona masculina y persona femenina.

Pero la ideología de «género», al no considerar el cuerpo como imprescindible en el modo de ser persona, solo considera importante el componente no biológico (dualismo antropológico): la inteligencia, los sentimientos, la voluntad…, que es lo que le hace sentir su sexualidad, y que por ser algo cultural (la persona es un ser cultural, se dice en la ley de educación española), le da derecho a elegir entre los 82 modos sexuales de ser persona, que llaman «género».

Por todo ello, me niego a utilizar, y aconsejo no utilizar, el término «género» como sinónimo de sexo o inclinación sexual, porque en dicho término se infiltra la ideología de «género» como caballo de Troya para manipular nuestras mentes. Porque la ideología de «género» lo que pretende es imponer por ley que nadie pueda oponerse a esa visión filosófica que justifica la autodeterminación de ser 82 tipos de personas, o más. Este es el argumento que está en la base de la ley Trans y de las leyes, mal llamadas de «género», que siguen vigentes en algunas comunidades autónomas. A pesar de todo lo dicho, y sabido, España sigue dormida. Según una encuesta reciente ocho de cada diez encuestados reconoce sin ambages que «prefiere seguir a la mayoría, aunque no esté de acuerdo, por temor a ser marginado».

Ángel Jiménez Lacave, Oncólogo

 

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