lunes, 13 de noviembre de 2017

Hamelin 2: Lo grupal, lo sectario: sociología, antropología y salud mental

La palabra secta es compleja, molesta, plurisemántica y cargada de una connotación social fuertemente peyorativa. Cuando a un grupo le es colocado el sayo de "secta", automáticamente se lo comienza a mirar con desconfianza, sospecha y hasta con desprecio. En un contexto religioso, "secta" fue siempre la denominación despectiva con la cual las religiones históricas castigaron a aquellos que, aún con algunos elementos doctrinarios afines, se desviaron de la ortodoxia en sus dogmas y prácticas. "Sectario", en ese sentido, es el "otro" extraño, el que no comparte las mismas creencias sostenidas por el grupo propio, el que decidió seguir un camino aparte. Para antropólogos como Joan Prat (2001), el conflicto de intereses entre grupos hegemónicos y minoritarios, que se presentan como movimientos alternativos a las ortodoxias reinantes, subyace como la problemática primordial del sectarismo. Desafortunadamente, cuando el debate sobre las sectas giró en torno a los elementos doctrinales de algunos grupos acusados de dinámicas abusivas, fue inevitable la reacción de estos: dichos grupos se declararon víctimas de una persecución religiosa, amparados en la legítima libertad de conciencia y de creencia garantizadas por la mayoría de los textos constitucionales. Esta controversia estuvo, sobre todo en Latinoamérica, en el centro de la escena durante la década del 70´y gran parte de los años 80´. 
Gran parte del problema en torno a la categoría secta radica en la problematicidad que esta entraña para posibilitar una definición consensuada y operativa que considere los criterios de distintas disciplinas (teología, psicología, sociología, antropología, etc). 
Una hipótesis sociológica propuesta décadas atrás veía en las sectas un intento, por parte de sus adherentes, de librarse de la anomía social del presente. Autores como Fréderik Bird (1979), matizaban esta idea planteando que la atracción hacia los grupos sectarios eran tentativas por aliviar la incertidumbre y culpabilidad causadas por la anomía. Dicho efecto de alivio se obtendría a través del seguimiento de un líder carísmático o del desarrollo de técnicas de iluminación psíquicas y espirituales. De acuerdo a esta misma mirada, y contrariamente a los efectos patógenos que usualmente se les adjudican a estos grupos, la vida sectaria no sería sino un rodeo orientado a lograr cierto reequilibramiento interior, subjetivo, para posibilitar luego el retorno a la sociedad, algo que sin embargo, y como lo demuestra la experiencia, no siempre ocurre en los hechos. 
Explorando un abordaje antropológico, la problemática de los grupos sectarios, se inscribe en la dinámica de competencia simbólica que desde hace algunas décadas caracteriza con fuerza el campo religioso. Ya Pierre Bordieu hablaba de la disolución del campo religioso en un espacio más amplio de manipulación simbólica. Dice textualmente en “La disolución de lo religioso” (1996): “Todos forman parte de un campo nuevo de luchas por la manipulación simbólica de la vida privada y la orientación de la visión del mundo, y todos ponen en práctica en su práctica definiciones rivales, antagónicas, de la salud, de la curación, del cuidado de los cuerpos y las almas”. El problema de esta competencia simbólica, como decíamos, se pone de manifiesto con la emergencia de grupos religiosos minoritarios, por fuera de las ortodoxias oficiales y de la regulación estatal de la sociedad y de las organizaciones existentes en la misma, y en este sentido, uno de los estigmas que con más fuerza influye en la percepción negativa hacia estas minorías es su carácter de “enclave”, de estructura de mediación. La naturaleza de “enclave” que caracteriza a estos nuevos movimientos religiosos contrasta con la de aquellas organizaciones religiosas tradicionales que se autoadjudican la gestión exclusiva de la totalidad de las funciones sociales ( religiosas, ideológicas, terapéuticas, económicas, etc). Es por ese motivo, que al superponerse los ámbitos de competencia, se produce el inevitable choque de intereses entre los grupos tradicionales y aquellos heterodoxos o desviados de la “norma”, los cuales serán censurados por su carácter de sectarios, tanto por el poder estatal como por las iglesias históricas, la familia, las organizaciones antisectas, etc . Retomando las reflexiones de Joan Prat (2001): “Son intereses divergentes los que están en juego, y también lealtades y lógicas diferentes. No es de extrañar, pues, que la parte mayoritaria y hegemónica – la sociedad mayor, que tiene la sartén por el mango – empiece un proceso de asfixia y estigmatización de los grupos rebeldes, a los cuales estigmatizará sin contemplaciones (…) Frente a esta presión, los grupos estigmatizados pueden reaccionar de distintas maneras, que incluyen desde el proceso de encapsulamiento progresivo dentro de las propias fronteras físicas, el reforzamiento de los planteamientos endogámicos y la satanización del mundo exterior, hasta distintos modos de enfrentamiento – entre éstos, incluso enfrentamientos armados, suicidios colectivos, etc -, que ilustran la estrategia de agresión llevada a sus últimos extremos”. En definitiva, y como ya señalaran Peter Berger y Thomas Luckmann, la confrontación de universos simbólicos alternativos siempre devela, en el fondo, un problema de poder: “quien tiene el garrote más grande puede llegar a imponer sus propias definiciones de la realidad”. 
Ahora bien, distintos autores en el campo de la salud mental han dicho hasta el cansancio algo que es fundamental para un abordaje del fenómeno que nos evite enlodarnos en disputas doctrinales tan equivocadas como absurdas: no importan los dogmas, las doctrinas ni las creencias de los grupos, sino los métodos que utilizan. Pueden encontrarse grupos con creencias, a nuestro  criterio personal de lo más erróneas y bizarras y, que sin embargo, psicodinámicamente funcionen como grupos sanos, como cualquier otro legítimamente establecido. Por el contrario, pueden existir grupos cuyo cuerpo doctrinal sea mucho más afín al contexto socio histórico cultural y religioso que nos es propio, y que a la inversa, exhiban en su funcionamiento grupal, una dinámica claramente orientada hacia la manipulación y el abuso emocional de sus miembros. Por otra parte, está la posibilidad de encontrar dinámicas de tipo sectario en contextos distintos a los tradicionalmente denominados como “sectas”. Dinámicas de abuso o manipulación psicológica pueden hallarse en ámbitos laborales, o en relaciones grupales menos estructuradas, como por ejemplo en ciertos ambientes pseudoterapéuticos. 
Sea cual sea el caso, es censurable que, como sucede a menudo, se apele a la categoría secta, referida a aquellos grupos cuyo contenido es de tipo religioso o espiritual, para demonizar a movimientos minoritarios o simplemente heterodoxos respecto a las doctrinas “oficiales” o socialmente instituidas.
Como bien señala el escritor José Daniel Espejo (2015), todo grupo humano, ya sea una pandilla, los simpatizantes de un club de fútbol, o una religión organizada, reflexiona sobre sí mismo y construye un discurso compartido. Este discurso puede plasmarse de diversas formas: desde una simple afirmación auto valorativa sobre el propio grupo hasta toda una cultura nacional, un código de conducta, o un libro sagrado. Esto conforma el ADN del grupo, su identidad, su manera de verse a sí mismo. 
Sin un discurso identitario compartido, el grupo, simplemente, se disolvería. Cualquiera sean sus actividades y sus ámbitos de actuación, la colaboración se vería interrumpida y los miembros pasarían a integrar otros colectivos. Es por eso que la identidad y la cohesión grupal son dimensiones diferentes, pero que están profundamente interrelacionadas.
Ante cualquier factor que ponga en peligro la unión del grupo, el mismo reacciona reafirmando su identidad. Un ejemplo de esto podemos encontrarlo en el auge del nacionalismo que azota a los países durante los conflictos bélicos. Sin embargo, no son sólo las agresiones externas lo que puede poner en riesgo a los grupos: cualquier acontecimiento traumático, o un cambio drástico de contexto, o la amenaza de desintegración, disparan el resorte identitario, reforzando la línea que separa el “nosotros” del “ellos”.
De esta manera, podemos ir dando cuenta de que las semillas que al germinar distinguirán a un grupo sectario como tal, diferenciándolo de otro tipo de colectivos grupales,  se fundamentan en la psicología inherente a todo grupo humano, y que el sectarismo, en dicho sentido, no es sino una exageración, una desmesura, una formación artificial a partir de rasgos característicos de toda agrupación humana.  
Idea fuerza: para la salud mental, lo que caracteriza a un grupo como sectario no es ni su fundamento histórico, ni su sistema de creencias ni sus valores, sino su particular dinamismo grupal, sus rasgos distintivos de funcionamiento, asentados estos en una psicodinámica que les es propia.    
Es así como, desde la psicología, podemos definir como grupo sectario abusivo a aquel grupo de personas que exhiben una devoción ciega, acrítica, hacia una persona o idea, y que en su dinámica de funcionamiento desarrollan procesos de influencia desmedidos, manipuladores y por lo tanto, antiéticos, generadores de dependencia existencial, y controladores de la vida de sus miembros.   
Desglosemos brevemente esta definición.
Grupo de personas: no existe consenso respecto al número mínimo necesario de miembros para poder hablar de grupo sectario. Algunos autores postulan que alcanza con tres miembros, otros ven la necesidad de incluir a más. Lo que podemos afirmar es que comportamientos de tipo sectario no son exclusivamente un fenómeno grupal, sino que pueden darse incluso en el vínculo entre dos personas, como permanentemente lo enseña la clínica. Es entonces, a partir de allí, que podemos hablar de relaciones sectarias, para definir a aquellos vínculos en los cuales una persona induce intencionalmente a otra a volverse total o casi totalmente dependiente de ella respecto a casi todas las decisiones importantes de su vida, inculcándole la creencia de que posee algún talento, don o conocimiento especial y extraordinario. Ya en 1921, en su famoso escrito Psicología de las masas y análisis del yo, S. Freud señalaría a propósito de la relación entre el enamoramiento y su relación con el estado hipnótico: “la misma sumisión humilde, la misma docilidad, la misma ausencia de crítica hacia el hipnotizador como hacia el objeto amado; no cabe duda, el hipnotizador ha tomado el lugar del ideal del yo”. Para quien mantiene una relación sectaria en condición de dependiente del otro, la proyección de su ideal en la figura del manipulador puede llevarlo a postergar sus propias necesidades, intereses y metas en pos de satisfacer aquellas de quien depende. Más aún, hasta convencerse de que las necesidades, intereses y metas del manipulador, son las suyas propias.  
Devoción ciega y acrítica: devoción proviene del latín devotiones, “voto, consagración, dedicación”. Quien es devoto de algo o alguien se consagra, se dedica a ello. La devoción es un fenómeno típicamente religioso, en tanto y en cuanto consiste en aplicar el propio carácter y esfuerzo en alguna obra, culto o adoración relacionada con la divinidad. Pero la devoción sectaria es ciega y acrítica, no admite cuestionamientos ni está sujeta a evaluaciones racionales. Es de carácter estrictamente pasional. 
Influencia desmedida, manipuladora y antiética: todos estamos sometidos constantemente a procesos de influencia externos, que nos impulsan a actuar o a dejar de hacerlo dependiendo de las circunstancias y de nuestra propia evaluación de la situación. Desde la sugerencia de un amigo cercano que nos recomienda una película para ir a ver al cine, hasta la inducción externa a cometer un acto en perjuicio de otras personas o de uno mismo, todo es influencia.  Quizás la pregunta que puede ayudarnos a separar las aguas y decidir frente a que tipo de influencia estamos sería: “¿a quién beneficia?” Los procesos de influencia instrumentados por los grupos sectarios abusivos demuestran pretensión totalitaria, al apuntar a abarcar la totalidad de la persona, no conformándose con controlar un aspecto o área parcial de su vida. Son manipuladores, ya que sirven a los fines y necesidades del líder del grupo. Son antiéticos, porque lentamente van avasallando los derechos inalienables de sus miembros, atentando sobre todo contra su libertad e identidad. 
Dependencia existencial: tiempo atrás, el aislamiento físico característico de muchos grupos abusivos, a través de la imposición de la vida en comunidad, facilitaba la generación de vínculos de dependencia hacia el grupo. Sin embargo, hoy día el aislamiento físico no es predominante. Basta con lograr que la vida del miembro del grupo, su cotidianeidad, gire en torno a la dinámica grupal, ocupando la mayor parte de su tiempo y de sus pensamientos. 
Control: apunta a manipular los ámbitos de la conducta (ropa, sueño, trabajo, actividades grupales), el pensamiento (qué negar, que racionalizar, que justificar), la emoción (culpa, felicidad, lealtad) y la información (aquella que se consume y aquella que se censura). 
En términos espirituales, el sectarismo es el negativo de la espiritualidadErich Fromm señala que la experiencia espiritual tiene tres aspectos fundamentales que la caracterizan. El primero de ellos es el “asombrarse, el maravillarse, el darse cuenta de la vida y de la propia existencia y de la relación de uno con el mundo, con el prójimo”. El segundo aspecto es “la suprema preocupación por el significado de la vida, por la autorrealización y por las tareas que la vida nos impone”. Finalmente, la tercer nota distintiva, claramente expresada por los místicos de todas las épocas y religiones, es “una actitud y sensación de unidad no solo con uno mismo sino con toda la vida y el universo”. 
Sectarismo es defender con intransigencia y fanatismo la propia idea o doctrina, rechazando con vehemencia toda crítica, y atrincherándose defensivamente en los límites perimetrales del endogrupo.  
Espiritualidad es apertura, sectarismo es clausura. Mientas que la espiritualidad supone integrarse alegremente al fluir propio de la vida en forma abierta hacia el mundo y hacia los demás, el sectarismo conlleva la separación de los otros no pertenecientes, limitando el intercambio para aquellos que sí forman parte. Lo característico de la vida espiritual es la unión, lo característico de la vida sectaria es la división. Uno y otro son modos de ser mutuamente excluyentes. 
Con un enfoque cuyas raíces descansan en la psicología transpersonal, el terapeuta español Jorge Ferrer (2003) postula el concepto de narcicismo espiritual para referirse a: “un conjunto de distorsiones del camino espiritual relacionadas entre sí, como la inflación del ego (el engrandecimiento del ego alimentado por las energías espirituales), la absorción en uno mismo (la preocupación excesiva por el propio estatus y logros espirituales) y el materialismo espiritual (la apropiación de la espiritualidad para reforzar formas de vida egoicas). Considera, como algunos de sus rasgos más notorios, 1) un frágil sentido de poder personal y amor propio; 2) la constante preocupación por comparar el nivel espiritual en el que uno se encuentra; 3) una fuerte necesidad de reafirmación positiva y de alabanza; 4) la inquietud por “ser especial”, por ser el/a elegido/a por el maestro o director espiritual; 5) una susceptibilidad exagerada y actitud defensiva frente a cualquier tipo de crítica. 
En esta misma línea, la psicóloga Mariana Caplan (2010), reflexiona en su obra “Con los ojos bien abiertos: la práctica del discernimiento en la senda espiritual”, a propósito de ciertos obstáculos que pueden presentarse en el decurso de un itinerario espiritual genuino, obstáculos a los que ella denomina enfermedades psicoespirituales. Señala, entre estas, dos que son de nuestro particular interés, la mente de grupo, y el complejo del pueblo elegido. Respecto a la primera, Caplan dice que se trata de “(…) la mentalidad de culto, o la enfermedad de ashram, la mente de grupo es un virus insidioso que contiene muchos elementos de la codependencia tradicionales. Un grupo espiritual tiene acuerdos sutiles e inconscientes con respecto a la forma correcta de pensar, hablar, actuar. Los individuos y los grupos infectados con “mente de grupo” rechazan los individuos, las actitudes y circunstancias que no se ajusten a las normas a menudo no escritas del grupo (de allí la importancia de enfatizar el “unirse entre gente afín” al grupo)”. Por otro lado, y sobre el complejo del pueblo elegido, escribe que: “Es la creencia de que <Nuestro grupo (del tipo que sea, no necesariamente religioso) está más evolucionado espiritualmente, es más potente, inteligente y, en pocas palabras, mejor que cualquier otro grupo>. Existe una importante distinción entre el reconocimiento de que uno ha encontrado el camino correcto, el profesor adecuado, o la comunidad correcta para sí mismos, y el haber encontrado “al elegido”.
Debe tenerse en cuenta, no obstante, que si lo que define a un grupo sectario abusivo como tal es su dinámica de funcionamiento y no su contenido, podemos desprender la conclusión de que no todo grupo sectario posee necesariamente un leit motiv religioso y/o espiritual. Aunque el imaginario colectivo vincula ambas nociones, y aunque la palabra secta tiene una larga tradición de uso en el vocabulario religioso y en la sociología de la religión, al menos desde el campo de la salud mental podemos afirmar que un grupo humano, independientemente de su origen o leit motiv, es susceptible de derivar en dinámicas de tipo sectario si se dan ciertas condiciones para ello. Por ejemplo, y como veremos más adelante, la presencia de un liderazgo carismático, autoritario y verticalista que dirija el grupo. Dinámicas sectarias son dables de ser encontradas en grupos cuyo contenido está lejos de discursos de tipo religioso. Es en ese sentido que podemos hablar de fachadas tras las cuales los grupos sectarios se ocultan, pudiendo ser estas de una gran diversidad: grupos económicos, asociaciones civiles, grupos “terapéuticos”, centros para el desarrollo de habilidades personales, grupos de pseudo “coaching”, grupos políticos, etc. Las fachadas , cualesquiera sean estas, sirven como excusa para los verdaderos fines del líder: la búsqueda de poder y dominio, vía el avasallamiento de los derechos y la libertad de los miembros del grupo. 
Lo que desde la salud mental interesa es si un grupo determinado emplea o no técnicas dañinas, apelando al engaño como modo de seducción, con el fin de construir el escenario favorable que permita atentar contra la libertad y la autodeterminación de sus miembros, y por ende, dañando su salud física y psicológica. 
Otro señalamiento. El sectarismo no es una cuestión numérica. El mito según el cual relaciones de tipo sectario solo se desarrollan en círculos reducidos, minoritarios, no siempre se corresponde con la casuística.  Por otra parte, el estereotipo clásico del gurú con barba y túnica que reúne a un grupo pequeño de seguidores en torno suyo va quedando en cierto desuso; lo que hoy se destacan son las grandes puestas en escena, escenografías cuidadas, discursos más secularizados, en apariencia más light. No obstante, algo puede observarse: cuanto más reducido es el grupo, y a mayor proximidad entre los miembros y el líder, más intenso el grado de control de este último sobre los primeros.  
Basándose en los estudios de Gustave Le BonSigmund Freud ya había llamado la atención respecto a cierta cualidad característica de la psicología de los grupos: esto es, que en una multitud se borran las adquisiciones individuales, desapareciendo la personalidad de los miembros que la integran. 
El peligro que entraña cualquier grupo abusivo, como bien señala Rafael López Pedraza (2001),  radica en que pone fin a la “aventura interior de la psique”. Todo cuanto tiene lugar en el alma, en la más íntima subjetividad del miembro, es reinterpretado según las concepciones del grupo. Todas las posibilidades de apertura creativa al mundo y a la vida son encorsetadas por la psicología sectaria. 
La dinámica sectaria obstruye el desarrollo óptimo de la personalidad, ya que inhibe, regula y aprisiona los impulsos naturales del ser, frustrando la auténtica búsqueda de sentido tras las rejas de una prisión psicológica.  
Desde el punto de vista de la psicología de los grupos, y mas puntualmente, desde el campo de la psicología social argentina tal cual fuera formulada por el Dr Enrique Pichón Riviere, podemos entender a los grupos de características sectarias en tanto grupos estereotipados, en el marco de una concepción de enfermedad grupal que refiere al miedo al cambio, y por ende, a una adaptación pasiva a la realidad que niega toda posibilidad de crecimiento y desarrollo creativo. 
Básicamente, puede entenderse como estereotipia a la pérdida de interrelación dialéctica con el medio, lo que conduce a un centramiento en la lógica del mismo grupo, y por lo tanto, a la clausura, rasgo característico de este tipo de agrupaciones. Los grupos que se clausuran, que se cierran en sí mismos, suelen a su vez caer en la llamada lógica delirante, donde el encierro exacerba de manera progresiva los propios posicionamientos y actitudes, perdiendo como referentes las problemáticas del medio en el cual el grupo se haya inserto y quedando de este modo a merced de una lógica de repetición estéril. 
Sucesos como los ocurridos en Guyana en 1978, donde más de novescientos miembros del culto religioso Templo del Pueblo protagonizaron un suicidio colectivo, o como el acontecido en Waco, Texas, en 1993, cuando se enfrentaron agentes federales y miembros de los davidianos que seguían al ‘mesías’ autoproclamado David Koresh y que finalizó con la muerte de 87 de sus miembros, sirven para ilustrar, en términos extremos, las consecuencias posibles de vislumbrar cuando distintos grupos, ya sean sus fines religiosos, políticos, o filosóficos, se cierran en sí mismos, perdiendo toda posibilidad de apertura, y por ende, de praxis transformante de la realidad.
Los mecanismos de control social instrumentados por los grupos sectarios abusivos apuntan a controlar y fija la conducta manifiesta, materia prima de la estructura de roles sobre la que reposa la dinámica grupal. El mecanismo de control es complejo. En él intervienen los procesos de comunicación: el miembro ya sabe, luego de cierta experiencia, cúales de sus mensajes serán aceptados por el grupo y en cúales será dejado solo. Ha internalizado y hecho propia, además, una imagen del grupo que funciona desde dentro de él, y como señala Marcos Bernard (2006), como un superyó parásito eficaz. El totalitarismo inherente a la vida sectaria, basada en el hecho de que la persona es en tanto y en cuanto pertenece (identidad por pertenencia) refuerza aún más este poder de policía grupal. Es debido a ello que la posibilidad de actividades fuera del ámbito grupal, por parte de algunos miembros, es tratada por el resto como una traición, una desobediencia inaceptable. Esta posibilidad enfrenta a los miembros del grupo con una fantasía de desmembramiento, al perder cada uno de ellos una parte de su propio cuerpo alienado en el rol que el miembro díscolo desempeñaba en la estructura grupal. 
Idea fuerza: en aquellos grupos cuyo contenido es de tipo religioso/espiritual se juega con la fe y con la necesidad de evolución personal y espiritual, nunca con la inteligencia de sus miembros. 
No hay que entender el "control" de la personalidad como algo mágico, oculto o consecuencia de castigos físicos; su éxito es comprensible desde una perspectiva psico-social.  Como ha referido el psicólogo Miguel Perlado (2012), se trata de un proceso insidioso, progresivo, a partir del cual se van debilitando las capacidades intelectuales y emocionales de la persona, provocando en la misma una merma en su capacidad para autoobservarse y reflexionar críticamente, especialmente sobre aquellos aspectos relativos a la vida del grupo. 
Esta dependencia existencial, fruto y resultado del involucramiento con un grupo abusivo es lo que ha llevado a muchos autores a entender la problemática sectaria como un tipo particular de sociadicción
Quienes participan de las actividades de un grupo cualquiera, y las integran al conjunto de sus intereses vitales y comportamientos no son dependientes, pero quienes ubican al grupo en el centro de su existencia y organizan su vida toda en función de este, subordinando y relegando cualquier otra cosa en pos del grupo, pueden incursionar, en ocasiones, en una espiral socioadictiva, independientemente de si se trata de un  grupo sectario abusivo o no.   
El control ejercido por el sectarismo incluye la manipulación del ambiente. Como lo expresa la psicóloga de Harvard Mahzarin Banaji (2013): “Lo que la psicología social ha podido ofrecer a la comprensión de la naturaleza humana es el descubrimiento de que unas fuerzas mayores que nosotros determinan nuestra vida mental y nuestros actos, y que la mayor parte de ellas es el poder de la situación social”. 
Idea fuerza: la creencia, comúnmente difundida, respecto al carácter secreto, oculto, cerrado de los grupos sectarios abusivos tiene mucho más de mito que de realidad. Si bien retacean información respecto a sí mismos, a sus verdaderos objetivos, a sus modos de financiamiento, y a los alcances del compromiso que esperan de sus miembros, los grupos abusivos no son sociedades secretas, ni funcionan a puertas cerradas. Se exhiben, promocionan abiertamente sus actividades, y trabajan para seducir a su público preferencial. Su rasgo distintivo no es el secreto, sino el engaño. Engaño respecto a sus verdaderos fines. Quizás la metáfora que mejor ilustre la dinámica de estos grupos sea la de la "tienda colorida": una vidriera atractiva y cautivante desde afuera, pero tras cuya fachada se esconden los verdaderos objetivos, intereses, y fundamentos del grupo, ocultos para el potencial miembro. 
La autonomía, tal como lo expresara Abraham Maslow (1973), forma parte de la autorrealización del ser humano. Una persona sin autonomía está anulada, y difícilmente pueda cumplir sus metas, ya que sus esfuerzos estarán dirigidos, aún sin ser consciente de ello, a cumplir las metas de otro. 
Uno de los mitos más difundidos y más arraigados en el imaginario popular es el que podemos denominar “mito de la invulnerabilidad”. Según esta falsa creencia, sólo personas profundamente conflictuadas o víctimas de algún trastorno o padecimiento psicológico pueden ser captadas por un grupo de características sectarias. Dicho mito tiene su contracara: la creencia del “a mi no”. Es decir, dado que los grupos sectarios captarían a personas psíquicamente frágiles o padecientes, yo nunca podría ser captado, dado que soy psíquicamente sano o “normal”. Hay que reconocerlo, esta creencia en la autoinmunidad es tranquilizadora y mantiene la problemática a una distancia óptima, como un problema del otro, o de los otros. Sin embargo, en la práctica demuestra ser equivocada. Más bien deberíamos afirmar casi lo contrario, proponiendo que cualquier persona, independientemente de su edad, status social, condición económica y cultural, podría ser víctima de un grupo abusivo si se dan las circunstancias “indicadas” para ello. Esto no implica tanto que cualquier persona pueda ser captada, como que prácticamente cualquier persona puede ser vulnerable a un intento de captación si  es abordada en el momento oportuno. Esto implica que la eficacia de un proceso de captación sectaria no se limita a factores personales, sino más bien a factores de tipo situacional, o al menos a  una confluencia de ambos dos. De hecho, para que la captación sea exitosa deben confluir cuatro condiciones a saber: 1) un perfil de personalidad predispuesta a la captación, 2) estar atravesando un momento de especial vulnerabilidad emocional, 3) un intento de captación exitoso por ser compatible con las características del potencial miembro, y 4) la correspondencia entre el mensaje del grupo sectario y las necesidades, motivaciones y aspiraciones de la persona. Faltando cualquiera de estas cuatro condiciones mencionadas, las posibilidades de captación por parte del grupo se reducen muchísimo. Sin embargo,  y recuperando el planteo inicial, apelaremos a una lúcida reflexión del célebre escritor y visionario inglés del siglo xx, Aldous Huxley, quien planteó que: “La eficacia de una propaganda política o religiosa depende de los métodos empleados y no de la doctrina en sí. Las doctrinas pueden ser verdaderas o falsas, sanas o perniciosas, eso no importa. Si el adoctrinamiento está bien conducido, tendrá éxito. En condiciones favorables, cualquier persona puede ser convertida a lo que sea”. 
Otra idea asociada al mito de la invulnerabilidad consiste en la tan lamentable como común reacción de culpar a la víctima frente a la desgracia acaecida a los demás. Se funda en la creencia del mundo justo, según la cual si una persona cumple con las normas y reglas establecidas por la sociedad, nada malo puede sucederle.  Quienes las vulneran, por el contrario, son castigados, son culpables. Por lo tanto, dicha creencia se sostiene en la idea de que debe haber algún defecto profundo y personal en aquellos que se involucran con grupos abusivos, de lo contrario,  eso nunca les hubiera ocurrido.

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