viernes, 8 de diciembre de 2023

El trampantojo de la gestación compartida

 Hace unos meses se publicaba una noticia sobre el nacimiento por primera vez en Europa de un niño en una clínica privada de Mallorca, por el procedimiento INVOCell. Un bebe procedente de una fecundación in vitro, no al modo convencional -inducida en una placa de Petri o mediante una microinyección (ICSI)-, sino en un dispositivo colocado en el cuello uterino de una mujer, para después de comprobar que había embriones, extraerlos e implantarlos en el útero de una segunda mujer. Como tantas otras noticias del mundo de la biotecnología, se trataba de ofrecer como un gran avance lo que en realidad es una sencillo cambio o adición a la tecnología de la fecundación in vitro, que además conlleva una mayor carga de manipulación para los embriones. Con ello, se trata de satisfacer las aspiraciones compartidas del sentimiento de maternidad de dos mujeres, con el fin especial de ofrecerlo como un método de gestación compartido a parejas de lesbianas.

La noticia ha venido acompañada de la orquestación sensacionalista habitual en estos casos: “nace un niño de dos madres”, “co-gestación de un embrión por parte de dos mujeres”, o incluso “nace el primer bebé concebido de dos mujeres simultáneamente”. ¿Cómo simultáneamente?, ¿no debería decir en todo caso sucesivamente? En realidad, lo de la gestación compartida, la co-gestación y todo lo demás no es más que un trampantojo, que no aporta nada de especial a la fecundación in vitro.

Es lo habitual en el mundo utilitarista que lo justifica todo y lo retuerce todo. Se trata de ocultar el verdadero significado de los fenómenos naturales. En realidad, el logro que se anuncia como un gran avance hace énfasis en dos aspectos novedosos, ambos muy discutibles. Se dice en primer lugar que se trata de una fecundación in vitro natural, para añadir a continuación que su aplicación trata de satisfacer los deseos de dos tipos de pacientes: parejas de lesbianas, o parejas heterosexuales que desean un hijo con una menor intervención de laboratorio.

Para empezar, la pretensión de que es un método de fecundación in vitro más natural es un oxímoron, una contradicción en sí misma, pues como en la fecundación in vitro convencional, nada hay de natural de principio a fin, y en esta caso, el método INVOCell, parte de una estimulación ovárica mediante un tratamiento farmacológico que no solo no tiene nada de natural, sino que plantea serios riesgos para la salud de la mujer que ofrece sus óvulos por este procedimiento, como en la fecundación in vitro convencional, lo que sigue siendo un método invasivo no natural. Los óvulos recolectados son después introducidos en un dispositivo intrauterino, junto a la muestra de semen, obtenida de aquella manera, y el dispositivo se traslada al interior del primer útero, junto con un segundo dispositivo de retención durante tres días. La única novedad respecto a la tradicional fecundación in vitro es que la posible fecundación es in útero, aunque en el interior de la cápsula que contiene los gametos y, por tanto, sin contacto con el endometrio, ni tejido u órgano de la mujer. Además, esta tecnología ofrece la posibilidad de llevar a cabo una inyección intracitoplásmica –ICSI-, para obtener el embrión, lo cual evidentemente habría de hacerse in vitro, antes de colocar el dispositivo en el útero. Este, con hasta siete óvulos máximo y el semen, o con los embriones procedentes de la ICSI, se mantiene tres días en el útero, periodo en el que tendrían lugar las primeras divisiones celulares embrionarias. Luego el ginecólogo retirará el dispositivo y evaluará, como en la fecundación in vitro convencional, el número de embriones presentes eligiendo el o los que serán transferidos e implantados en el útero de una segunda mujer.

Es evidente que el sistema INVOCell es tan artificial o más, si cabe, que la fecundación en placa de Petri o la ICSI de la fecundación in vitro convencional. Y como en esta, los mal llamados “embriones sobrantes” pueden ser congelados para una hipotética utilización posterior, que normalmente nunca llegará a producirse.

Por supuesto, al igual que en la fecundación in vitro convencional los ovocitos y espermatozoides pueden ser de donantes, materno y/o paterno. Es decir, heteróloga, lo cual tampoco añade ninguna novedad.

En realidad, el método INVOCell aumenta la artificialidad, al tener que retirar del útero a los tres días los dispositivos para la fecundación o inclusión de los embriones procedentes de ICSI y el de retención, para después seguir el mismo proceso que en una fecundación in vitro habitual con la transferencia de los embriones al segundo útero.

El caso es que las cosas son como son y no como se quiere aparentar que son. Dejando sentado que lo único auténtico del procedimiento es el bebe que llega a término, cuya autenticidad humana no depende de la artificialidad del método por el que viene al mundo, quedan muchas dudas sobre cuestiones importantes: ¿Cuántos intentos se practican?, ¿cuántos embriones se producen?, ¿cuántos se desechan y cuántos se implantan en el segundo útero?, ¿cuántos se congelan? En realidad, es más de lo mismo solo que más artificial tanto en lo biológico como en el modo de presentarlo.

Por otro lado, es fácil entender que un sentimiento o una vivencia interna de maternidad es algo muy personal. Pero resulta sorprendente que se simplifique al hecho mecánico de la colocación por tres días de un dispositivo intravaginal, sin ninguna relación física entre las personas que generan la nueva vida y sin ningún contacto entre el o los embriones que se produzcan con la madre que les da cobijo encapsulados para después ser extraídos. Solo uno de los múltiples obtenidos puede que se implante y llegue a término y vea la luz al final del embarazo en una segunda mujer. La fecundación y desarrollo durante los primeros momentos en una cápsula aislada en el primer útero no es comparable a la simbiosis que se establece entre el bebé y su madre gestante, durante los nueve meses del embarazo en la madre gestante. Recordemos que según el principio fundamental del Derecho romano “mater semper certa est”, que en su versión popular significa que “madre no hay más que una”, la que gesta y da a luz al niño [1]. . Según esto tendríamos que concluir que la verdadera madre es la que presta el segundo útero y a la primera solo le quedaría la hazaña de haber sido protagonista de una maternidad encapsulada.

Es en definitiva una más de tantas derivadas éticamente discutibles de las técnicas de la tecnología de la fecundación in vitro. Algo que seguramente no previó en 1978 el pionero de esta tecnología, el médico inglés Robert Edwards (1925-2013), Premio Nobel de Medicina de 2010.

Sobre todo, la idea tropieza con el problema de dejar de lado el verdadero significado de un acto a la vez corporal y espiritual, destinado a satisfacer el deseo de tener un hijo mediante el abrazo conyugal de los progenitores, que aúna los sentidos procreativo y unitivo de la generación de la vida humana con sentido cristiano y acorde a la función biológica natural. Solo uno de los múltiples obtenidos puede que se implante y llegue a término y vea la luz al final del embarazo.

La casuística de problemas éticos derivados de la tecnología de la fecundación in vitro se amplía en la dirección de quienes simplemente desean un hijo y pagan por ello. Esta tecnología ha abierto un campo de pingues beneficios para aprovechar la oportunidad que ofrecen las familias monoparentales, la maternidad subrogada, y en el caso que nos ocupa, las parejas de lesbianas. En todos estos casos prima el deseo de unos adultos sobre el bien del menor, que puede incluso que no llegue a conocer su procedencia genética. Es justo lo contrario de la adopción, que sigue siendo la opción más ética para parejas con problemas de infertilidad, y en la que prima el bien del niño.

Finalmente, hay otro tema de especial preocupación en relación con los problemas de salud derivados de las tecnologías de la fecundación in vitro. Desde hace años se sabe, aunque no se dice mucho, que estas técnicas y en especial la inyección intracitoplasmática –ICSI-, pueden dar lugar a modificaciones epigenéticas que afectan al genoma de los embriones producidos. Estos problemas se deben al efecto de la manipulación a que son sometidos los gametos y embriones en las condiciones de artificialidad en que se generan y mantienen hasta la implantación. Se trata de posibles alteraciones durante el desarrollo por efectos sobre la expresión de determinados genes, en la etapa en que los embriones son muy vulnerables a las condiciones ambientales en que se encuentran.

Así, se ha demostrado que determinados componentes de los medios de cultivo podrían inducir la metilación en determinadas regiones del ADN provocando su inactivación u otras modificaciones epigenéticas con consecuencias en la expresión génica. Aunque la mayoría de los niños procedentes de la reproducción asistida tienen un desarrollo normal, se aprecia un aumento de casos de bajo peso en el nacimiento y un aumento del orden de 3 a 10 veces de ocurrencia de los síndromes de Beckwith-Wiedemann, Angelman, Prader-Willi, Silver-Russell, retinoblastoma y otros tipos de patologías entre los nacidos a partir de estas tecnologías  [2 a 4]..

Por ello, como requisito previo a la decisión de aplicar las técnicas de la fecundación in vitro, convencional, ICSI, INVOCell o la que sea, debe incluirse en la información a quienes se vaya a aplicar, una información veraz sobre estos riesgos para la salud de los hijos. También resulta necesario informar a la sociedad en general sobre los riesgos de salud asociados a las técnicas de reproducción humana asistida y adoptar medidas para moderar el uso de las mismas en las políticas de salud pública.

Nicolás Jouve. Catedrático Emérito de Genética

Ex miembro del Comité de Bioética de España. Presidente de CíViCa. Miembro del Observatorio de Bioética

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