lunes, 29 de noviembre de 2021

JUSTO AZNAR, PROHOMBRE

El pasado 27 de noviembre, a los 84 años, falleció Justo Aznar, Director del Observatorio de Bioética y fundador del Instituto de Ciencias de la Vida de la Universidad Católica de Valencia (UCV), al que dedicó los últimos años de su carrera. Además de su gran valía profesional, los que lo conocíamos de cerca, no podemos dejar a un lado su impresionante calidad humana. Sin duda, Justo deja un vacío enorme en el mundo científico y entre su numerosa familia y amistades.

Su labor científica e investigadora, su incansable trabajo hasta los últimos momentos de su vida, ha sido reconocida a nivel mundial a lo largo de sus años de imparable carrera, donde fue, jefe del Departamento de Biopatología Clínica del Hospital Universitario La Fe de Valencia desde 1974 hasta su jubilación en julio de 2006.
El doctor Aznar fue también muy reconocido por su incansable defensa de la vida, impulsando y presidiendo algunas iniciativas para tal fin, como la Federación Española de Asociaciones Provida -de la que fue presidente durante 21 años, desde 1977  hasta 1998- o la Asociación Valenciana para la Defensa de la Vida, que también dirigió durante 33 años, desde 1979 hasta 2012. Además, ha sido miembro de la subcomisión de Familia y Vida de la Conferencia Episcopal Española y desde 2005 miembro correspondiente de la Pontificia Academia para la Vida.
Julio Tudela, actual Director del Observatorio de Bioética y amigo del Doctor en Medicina por la Universidad de Navarra, le dedica este homenaje en un día muy triste para todo el equipo del Observatorio.

*Reproducimos en este enlace una entrevista realizada a Julio Tudela (Dircetor del Observatorio de Bioética) en Capital Radio, donde habla del Dr. Justo Aznar (ver a partir del minuto 2:14).

La verdadera fecundidad de las personas extraordinarias no reside simplemente en la admiración que suscitan, o el asombro que produce contemplar su inteligencia, aptitudes o logros. Aquello por lo que personas excepcionales tienen sentido en medio de lo común es por su capacidad de iluminar, salar o fermentar.

El símil evangélico nos descifra la existencia fecunda de mi querido Justo, Justo Aznar Lucea, maestro, amigo y compañero que ayer, víspera del primer domingo de Adviento, emprendió su viaje definitivo, su culminación, su verdadera plenitud y liberación.

Sí, verdaderamente Justo era una persona excepcional, especialmente dotada intelectualmente, con una gran capacidad de trabajo y sentido común, una gran intuición y sentido de la oportunidad, un talante moderado y agudo, perspicaz y tenaz. Acumuló honores, premios y una trayectoria investigadora descomunal.

Pero estas deslumbrantes cualidades no justifican por sí mismas la fecundidad de su vida y su obra. Su corona era su familia: su esposa Vicen a la que amaba y respetaba con el amor primero, sus diez hijos, que fueron traspasados por su honestidad y rectitud, que ha hecho de ellos personas íntegras y preocupadas por la verdad, sus 49 nietos que lo amaban con devoción especial o sus biznietos, a los que no será difícil seguir la estela luminosa que han sembrado los bisabuelos.

Su verdadero anhelo era Jesucristo y conquistar la intimidad con él. La vida eterna, la vida perdurable, el encuentro definitivo, era lo que repetía como lo verdaderamente valioso, hacia lo que se orienta la apariencia provisional y pasajera de este mundo y su belleza.

Su energía y su veleta era la Fe y el cumplimiento fiel de su respuesta a la vocación cristiana en el Opus Dei a la que Dios le había llamado desde su juventud. Una respuesta constantemente alegre aún en medio de sus sufrimientos finales.

Justo ha roto penumbras y oscuridades que nos asedian encendiendo una luz en la tiniebla del desprecio a la vida humana, del odio, de la vanidad, mostrando con nitidez el valor inalienable de la vida y su dignidad en toda circunstancia, defendiéndolas con valentía aún en medio de vientos contrarios, en el diálogo y la aproximación con todos, también con los más alejados de sus posiciones.

Justo ha sido fecundo porque ha salado. Ha dado sabor a los que se acercaban a él, a los que leían sus trabajos, a sus alumnos, a sus compañeros. La sal de ofrecer un sentido a nuestro trabajo, a los sufrimientos y dificultades, proyectando aún las pequeñas cosas hacia la trascendencia: todo por los otros, todo por Dios.

Pero también ha sido fermento. Ha fermentado la masa de los que hemos trabajado con él, convivido a su lado, de los que lo han leído y escuchado. Incansable, tenaz, siempre en actitud de aprendizaje, sensible a la urgencia de su labor en la búsqueda de la verdad, nos ha movido a todos, urgiéndonos, animándonos, solicitándonos, contagiándonos de sus prisas; sus prisas por hallar la verdad, por defender la dignidad de todos, pero especialmente de los sin voz, de los débiles, de los que no cuentan.

Justo recibió muchos talentos, muchos. Pero los multiplicó abundantemente en su fértil existencia. Su obra y su vida son contagiosas de su entusiasmo, de la solidez de su Fe.

Gracias, Justo. ¿Cuál es la próxima tarea?

Hasta pronto.

Julio Tudela. Observatorio de Bioética. Instituto de Ciencias de la Vida de la UCV

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