jueves, 19 de marzo de 2015

San José

No sólo alegría. También miedo y desconcierto. Cuando José volvió a quedarse solo comenzó a sentir algo que sólo podía definirse con la palabra «vértigo». Sí, habían pasado los dolores y las angustias, se había aclarado el problema de María, pero ahora descubría que todo su destino habla sido cambiado. El humilde carpintero, el muchacho simple que hasta entonces habla sido, acababa de morir. Nacía un nuevo hombre con un destino hondísimo. Como antes María, descubría ahora José que embarcarse en la lancha de Dios es adentrarse en su llamarada y sufrir su quemadura. Tuvo miedo y debió de pensar que hubiera sido mas sencillo si todo esto hubiera ocurrido en la casa de enfrente. Un poeta -J. M. Valverde- ha pintado minuciosamente lo que José debió de sentir aquella tarde, cuando se volvió a quedar solo:
 ¿Por qué hube de ser yo? Como un torrente de cielo roto, Dios se me caía encima: gloria dura, enorme, haciéndome mi mundo ajeno y cruel: mi prometida blanca y callada, de repente oscura vuelta hacia su secreto, hasta que el ángel en nívea pesadilla de relámpagos, me lo vino a anunciar: el gran destino que tan bello sería haber mirado venir por otra calle de la aldea... ¿Y quién no preferiría un pequeño destino hermoso a ese terrible que pone la vida en carne viva? Todos los viejos sueños de José quedaban rotos e inservibles. Nunca soñé con tanto. Me bastaban mis días de martillo, y los olores de madera y serrín, y mi María tintineando al fondo en sus cacharros. Y si un día el Mesías levantaba como un viento el país, yo habría estado entre todos los suyos, para lucha oscura o para súbdito. Y en cambio como un trozo de monte desprendido el Señor por mi casa, y aplastada en demasiada dicha mi pequeña calma, mi otra manera de aguardarse. Pero aún había más: la venida del Dios tonante ni siquiera era tonante en lo exterior. Dios estaba ya en el seno de María y fuera no se notaba nada. Solamente -dirá el mismo poeta- más la sobre María, más lejano el fondo de sus ojos. Sólo eso, ni truenos en el aire, ni ángeles en la altura. El trabajo seguía siendo escaso, los callos crecían en las manos, el tiempo rodaba lentamente. Sólo su alma percibía el peso de aquel Dios grande y oscuro a la vez. «Quizá -pensó- cuando el niño nazca termine por aclararse todo». J. L. MARTÍN DESCALZO VIDA Y MISTERIO DE JESÚS DE NAZARET I

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