La
reina de las abejas
Cansóse un día la Reina de las Abejas de penar más que todas. – Yo no
trabajo más – dijo– . ¿Para qué soy Reina entonces?
Dotada de más talento que las
Hermanas Obreras, capaz de discernir el mejor sitio para la Colmena, el momento
en que ha que dejarla por vieja y el tiempo de la enjambrazón, y orgullos, de
su admirable fecundidad, pensó que su evidente aristocracia le daba derechos, y
sobre todo se aburrió del oficio de criar chicos, que es lo más difícil que se
conoce, según decía mi madre, si se crían bien.
Así es que se fastidió, no puso más un solo huevo y se sentó en un rincón.
Al principio todo iba bien; y las Obreras seguían tendiéndole respetuosas
el alimento con sus piquitos bruñidos. Pero pasó el tiempo y las más viejas,
todas peladas y agotadas por el trabajo, de seis y hasta siete meses de edad
algunas, se murieron. Empezó la Colmena a menguar rápidamente, desprovista de
renuevas. Aflojó el trabajo y la miel se fue agotando. Llegaron días duros, y
las tres docenas de ancianas obreras sobrevivientes, no dan abasto a las tareas
de limpieza, conservación, cerámen, propóleos, policía y acarreo, mal comidas y
desanimadas, se arrinconaron en un panal tristemente. La orgullosa Reina empezó
a sentir el hambre que atormentaba mucho más que a las otras su sensibilidad
más delicada. Quiso reaccionar y arrepentirse, pero ya era tarde: la Colmena
estaba invadida por la polilla chica. Y la Reina pereció con su pueblo, por no
haber conocido la imprudente que los que reciben mayores dotes de Dios están
también sujetos en este mundo, so pena de ruina, a una mayor carga de pena y
trabajo.
La
abeja ladrona
Una Abeja adolescente salió de su celdilla crisálida y
voló alegremente en la ardiente mañana de verano. La piqueta estaba llena de
zumbidos, y ella volteó en el aire en torno suyo un momento, para fijar
indeleblemente en su ojo de facetas la situación matemática de su casa. Y en
éstas, vio sobre la repisa de otra colmena un grupo de abejas alrededor de un
charquito.
– ¡Es miel ajena, no huelas! ¡No huelas la miel ajena!
– susurró a su lado una veterana que pasaba– . ¡Al trabajo, a las flores de
alfalfa que esta noche abrieron!
Pero la abejita ya
estaba tentada por los efluvios encantados, y en un instante llegó, bebió y
volvió a su casa repleta. Eso lo hizo cuarenta veces aquel día y recibió muchas
felicitaciones, pues ninguna elaboró cera tan blanca ni tan abundante como
ella, la novicia, con la miel robada. Pero a los dos días, la miel de la repisa
se acabó, y ella estaba convertida en ladrona.
Empezó aquel día la vida aperreada de las tales,
porque a veces es cierto lo que dijo Martín Fierro que más cuesta aprender un
vicio que aprender a trabajar. Voltear nerviosamente de las piquetas mordiendo
a todo el mundo, colarse aprovechando un descuido de las guardias, pasear
inquieta por panales ajenos, robar con el alma en un hilo y presta a la
defensa, salir como se pueda, a veces echada a tirones y mordiscones por dos o
tres enemigas, era mucho menos fácil y feliz que volar honradamente en el sol
dorado del estío sobre el alfalfar en flor y entre los eucaliptos aromáticos...
Estaba toda pelada de meterse por agujeros y rendijas y llena de arañazos y
descalabraduras. Ni las suyas la querían. Hasta que un día llegó con una pata
arrancada poniendo el grito en el cielo y jurando que no robaría más, y que
desde aquel momento se pondría a trabajar.
– Ojalá – dijo una Obrera nodriza, que estaba
nutriendo con polen aguado a la cría– , pero lo dudo. Cuando desde joven se le
ha tomado el gusto a un vicio es dificilísimo destetarse. Con razón dijo un
amigo nuestro, que nos observaba mucho y que nos quería, v tenía en su pluma el
dulzor de nuestras mieles, v el alma blanca, dúctil y sabia como nuestros
panales, Francisco de Sales que se llamaba, que de todos nuestros pecados, el
más fácil de evitar es elprimera... Y ahora salí de ahí, que estás
estorbando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario