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lunes, 8 de agosto de 2022
domingo, 7 de agosto de 2022
jueves, 24 de febrero de 2022
Gnosticismo y cristianismo
El gnosticismo (del griego antiguo: γνωστικός gnōstikós, "tener conocimiento") es un conjunto de antiguas ideas y sistemas religiosos que se originó en el siglo I entre sectas judías y cristianas antiguas. - PROPUESTA - Estos varios grupos enfatizaban el conocimiento espiritual (gnosis) por encima de las enseñanzas y tradiciones ortodoxas y la autoridad de la iglesia. - FUNDAMENTO PRINCIPAL - Viendo la existencia material como defectuosa y malévola, la cosmogonía gnóstica generalmente presenta una distinción entre un Dios supremo y oculto, y una deidad menor y malévola (en ocasiones asociada con Yahveh en el Antiguo Testamento) quien es responsable de crear el universo material. - CAMINO - Los gnósticos consideraban que el principal elemento de salvación era el conocimiento directo de la divinidad suprema en la forma de intuiciones místicas o esotéricas
jueves, 10 de septiembre de 2020
Un Club muy famoso
Documental sobre los orígenes, desarrollo y expansión de una de las organizaciones más elitistas y secretas del mundo: El Club B....
miércoles, 10 de enero de 2018
Hamelin 10: El sectarismo en el séptimo arte. Conclusión
La exploración de la dinámica de los grupos sectarios y sus efectos psicológicos en los miembros no es un tema novedoso en el cine. El fenómeno sectario suele estar presente en el contenido argumental de muchas producciones del séptimo arte, especialmente en los géneros del thriller y el terror, y en mucha menor medida, del drama.
A menudo la calidad de estas películas suele ser dispar, tanto en términos de trabajo guionístico como en la seriedad con la que se trata el tema.
Películas como “Los Sin Nombre” (Jaume Balagueró, 1999), “Los Niños del maíz” (Fritz Kiersch, 1984), o “El hombre de Mimbre” (1973) son entretenidas y originales, pero poco sirven para entender la realidad de un fenómeno por lo general bastante menos sensacionalista que en lo que en estas cintas apreciamos.
Centremos nuestra atención en dos películas tan interesantes como cuestionadas en su enfoque, una de producción nacional y la otra norteamericana.
Argentina tiene el “mérito” de haber sido el primer país en Latinoamérica en haber llevado el tema a la gran pantalla. En el año 2004 se estrenó en los cines “Los esclavos felices”, con dirección de Gabriel Arbós y co-guión del periodista Alfredo Silletta, otrora estudioso del tema y uno de los pioneros del periodismo de investigación en Argentina. El título de la película, metafórico respecto a la trama argumental, hace referencia a la obertura del mismo nombre compuesta por el músico español Juan Crisóstomo Arriaga. El argumento cuenta la historia de Laura, una adolescente conflictuada que deja sus estudios, familia y amigos para unirse a un grupo llamado Los Hijos del Cielo. Su familia, desesperada, trata de rescatarla mediante un "desprogramador", una figura muy común en el mundo antisectario de los años 70´y 80´ en Estados Unidos, un “especialista” en recuperar a gente que fue captada por grupos sectarios, y encarnado en la película por Jorge Marrale. Es curioso que se haya elegido retratar la figura del desprogramador, siendo que en Argentina nunca se empleó oficialmente dicho método de “rescate”. Y es que la desprogramación tiene sus fundamentos en el modelo de conversión paulina al que nos referimos anteriormente, en la premisa del lavado de cerebro. La lógica sería la siguiente: “el miembro sectario fue programado por el grupo, convertido en una especie de robot para que acepte las creencias, ideas, valores y metas impuestas grupalmente, y por ende, hay que desprogramarlo, devolverlo a su forma de vida anterior”. Este método, sumamente cuestionable desde el punto de vista ético, consistía fundamentalmente en someter al miembro sectario a una terapia de choque con el fin de dinamitar todas y cada una de las convicciones inculcadas por el grupo, a fuerza de “diálogos” con un especialista en el fenómeno sectario (por lo común, psiquiatras o psicólogos) y sus ayudantes, la exposición de material fílmico y bibliográfico de carácter crítico sobre el grupo y el líder, no disponible hasta entonces para la persona, y al restablecimiento progresivo de la comunicación con familiares y amigos, con el fin de provocar una ruptura emocional y hacer tambalear las creencias y marcos de referencia impuestos por el grupo sectario. Con un pequeño detalle: todo esto se hacía secuestrando, literalmente, al miembro que se pretendía rescatar; es decir, atentando contra su “libertad”. Uno de las consecuencias de esto es que cuando los grupos recurrían a la justicia denunciando el secuestro de uno de sus miembros, los jueces usualmente fallaban a favor del grupo y en contra de los terapeutas desprogramadores. “Los esclavos felices” recibió algunos cuestionamientos en esta dirección, al retratar como forma de recuperación del miembro sectario una técnica ya en desuso y cuestionable como los mismos procedimientos de captación usados por el grupo sectario. No obstante, vale destacar que, cualquiera sea la apreciación subjetiva sobre el film, fue muy efectiva a la hora de reflejar la problemática familiar de la protagonista, y su crisis vital adolescente, situaciones que en la realidad crean las bases, muchas veces, para la captación y manipulación posterior por parte de grupos abusivos.
Estrenada en el año 2004, “Los Esclavos Felices” es la primera película latinoamericana dedicada integralmente al fenómeno sectario. Pese a algunos cuestionados recibidos, es destacable el retrato ofrecido sobre la protagonista adolescente, su problemática, las circunstancias de la captación sectaria, la figura del líder y algunas técnicas de manipulación emocional empleadas por estos grupos.
La otra película que vale la pena mencionar es la aclamada “Martha Marcy May Marlene”, de Sean Durkin, y estrenada a comienzos del 2011. Narrada sin melodramas, tiene la virtud de que la trama se va desplegando poco a poco, permitiendo que el espectador se centre en lo que está pasando intelectualmente y emocionalmente en cada uno de los personajes. Se trata de un thriller sin acción pero muy eficaz en su esfuerzo por mantener la sensación de temor que transmite la protagonista.
La película es un retrato del llamado Síndrome Post-Sectario que aqueja a muchos de quienes se involucran en relaciones de plena dependencia con estos grupos. Martha es una joven que sufre distintos síntomas, entre ellos un cuadro intenso de sospecha paranoide, al volver con su familia después de vivir con un grupo abusivo en las montañas Catskill, en Nueva York.
El Síndrome Post Sectario describe las repercusiones psicológicas que sufre una persona cuando abandona o es expulsada de un grupo sectario abusivo. Su intensidad es variable, y dependerá de distintos factores, como el tiempo transcurrido en el grupo, las características particulares del grupo en cuestión, y la misma personalidad del miembro. Estos síntomas divergen respecto a aquellos que experimentan los miembros que todavía forman parte del grupo. Una de los primeros conflictos que el ex miembro vivencia se refiere al denominado shock cultural generado como consecuencia del retorno pleno a la sociedad, y a la necesidad de reconciliar la experiencia en el grupo con la demanda y los valores de tres momentos distintos: el pasado anterior al grupo, el tiempo transcurrido con el grupo y la actual situación post grupal. Es decir, se impone un proceso de adaptación a una nueva vida autónoma e independiente, tras haber sido parte del engranaje grupal que limitaba severamente la autonomía y posibilidades de libre elección. Si bien este síndrome fue conceptualizado originalmente para describir la situación psicológica y existencial post grupal de aquellos que luego de vivir en comunidades cerradas retornaban a la sociedad “normal”, no deja de tener validez como modelo, pese a que la intensidad de la sintomatología no se presente habitualmente de manera tan intensa.
Uno de los principales síntomas que caracterizan a este cuadro, y que es justamente reflejado de manera muy clara en la película, es el denominado Complejo de jarrón exótico. Esto se refiere a una actitud de hipervigilancia y sentimiento de sospecha que aqueja al ex miembro sectario, y por el cual se siente un bicho raro al cual todos observan, señalan y aluden, de manera explícita o implícita, y en forma predominantemente acusatoria. Todos, familiares, amigos, conocidos y hasta extraños parecen hablar sobre él y censurarlo por lo bajo; al menos así es vivido por quienes atraviesan esta fase paranoide tras la experiencia con un grupo sectario. Indisolublemente ligada a esta actitud de sospecha, está el miedo del ex adepto, que muchas veces roza con el pánico, tanto al grupo como al líder abandonado. La infusión de temor de la que el ex miembro fue víctima durante la vida en el grupo, signada por la amenaza reiterada de un severo castigo emocional o espiritual si dejaba de ser miembro de la comunidad, se actualiza en todo su esplendor. El temor a que el líder súbitamente reaparezca, a que el grupo quiera vengarse por el abandono, o a ser sujeto de algún tipo de castigo o retaliación divina, atormentan al ex miembro y lo tornan híper reactivo a todo lo que sucede a su alrededor. Esta vivencia resulta atormentadora para muchos ex miembros.
El otro síntoma predominante del antedicho síndrome es la depresión, en grado variable. Ya sea debido a la expulsión o al abandono voluntario del grupo, el ex miembro se encuentra frente a la necesidad de tramitar un duelo por la experiencia vivida que ya no es más. Más allá de sus aspectos censurables, lo cierto es que muchas veces el grupo sectario funciona como continente de situaciones para las cuales el ex miembro no pudo encontrar soluciones en otro lugar. El grupo, mal que bien, lo sostenía, le proporcionaba cierto holding. Ahora, el ex miembro se ve frente a la necesidad de elaborar su experiencia en el grupo, experiencia que en algunos casos consumió varios años de su vida. El humor depresivo puede, entonces, instalarse por distintas razones. Una de las principales es la carencia de esa contención grupal que el grupo proveía y que en muchos casos, da lugar a vivencias de desamparo, de pérdida de la identidad, de crisis existencial. Lo que era, dejó de ser. Hay que comenzar de nuevo. Lo que implica, en muchos casos, comenzar de cero. No solamente hay que reconstruir la autoimagen por fuera del Nosotros grupal, para asumirse nuevamente como sujeto autónomo y responsable por la propia vida; también hay que lidiar con el desaliento provocado por la sensación de tiempo perdido, por los años dedicados al grupo sectario, por el tiempo transcurrido como víctima de un engaño. Trabajo inevitable que hay que enfrentar con el fin de retomar el camino a la individuación.
Se trata, como proponen la psicoanalista Alejandra Cowes (2010) y el filósofo Guillermo Maci (2009), de relocalizar al sujeto en una dimensión simbólica desde la cual poder avistar la condición perversa de los lazos que lo unían al líder sectario. Entre el líder y el sujeto sujetado e instrumentalizado, se hace necesaria la apertura de un tercer elemento, aquel que permita el discurrir de las palabras que ayuden a quebrar las dualidades de una satisfacción fantasmática “tan fascinante como mortífera”.
Volviendo ahora a la película, podemos terminar diciendo finalmente que Martha Marcy May Marlene se destaca, más allá de sus aspectos técnicos, por la eficacia y la claridad para centrarse en la experiencia interna, subjetiva, de la protagonista, brindándonos un fiel reflejo de la experiencia post sectaria que atraviesan muchos ex miembros de estos grupos.
Terminando con este brevísimo repaso, otras películas de años recientes que vale la pena tener en cuenta para profundizar en distintos aspectos del fenómeno sin caer en los recursos típicamente comerciales de este tipo de cine son: “Los Creyentes” (“Believers”, de Daniel Myrick, 2007), “El sonido de mi voz” (“Sound of my voice”, de Zal Batmanglij, 2011), “Estado Rojo” (Red State, de Kevin Smith, 2011), y “El Sacramento” (The Sacrament, de Tim West, 2013). A esta lista puede agregarse la primer temporada de la reciente serie estrenada por la cadena Hulu, “The Path” (Jessica Goldberg, 2016).
“(…)El más vivo afán del hombre libre es encontrar un ser ante quien inclinarse. Pero quiere inclinarse ante una fuerza incontestable, que pueda reunir a todos los hombres en una comunión de respeto; quiere que el objeto de su culto lo sea de un culto universal; quiere una religión común. Y esa necesidad de la comunidad en la adoración es, desde el principio de los siglos, el mayor tormento individual y colectivo del género humano. Por realizar esa quimera, los hombres se exterminan. Cada pueblo se ha creado un dios y le ha dicho a su vecino: "¡Adora a mi dios o te mato!" Y así ocurrirá hasta el fin del mundo; los dioses podrán desaparecer de la tierra, mas la Humanidad hará de nuevo por los ídolos lo que ha hecho por los dioses”.
Feodor Dostoievski, “El Gran Inquisidor”
Todas las evidencias indican que desde que el hombre es hombre, el ser humano se encuentra constitucionalmente predispuesto a levantar templos y establecer lazos de devoción hacia figuras constituidas en el lugar del Ideal. Y como comprobamos al revisar la historia, en toda época existieron personajes que, apelando a la supuesta posesión de dones o conocimientos extraordinarios, explotaron la humana necesidad de creer y sentirse parte para sus fines personales. Utópico sería pretender que eso deje de suceder en el futuro. No obstante, lo que sí debemos exigir es que se aplique todo el peso de la ley cuando se cometa un delito. Y como profesionales de la salud mental, es vital destacar una y otra vez la importancia que la prevención tiene en este contexto. Y es que no hay vacuna más eficaz para defenderse del fanatismo y sus derivados, que el acceso a la mayor pluralidad de información posible sobre los mecanismos, las estrategias y las modalidades de sujeción que emplean estos grupos y sus líderes. Si ello además viene acompañado de una buena y necesaria dosis de pensamiento crítico, difícilmente nos veamos envueltos en dinámicas que atenten contra nuestros derechos más fundamentales. Todo lo contrario, estaremos garantizándonos, de esta manera, la posibilidad de acceso a una vida más auténtica, más plena, más rica en experiencias, y por supuesto, siempre más libre.
martes, 9 de enero de 2018
Hamelín 9:¿Son convenientes las leyes antisectas?
En los últimos años diversas voces del denominado movimiento antisectas vienen llevando adelante campañas e iniciativas con el fin de pregonar la necesidad de que el Congreso argentino sancione una ley que ayude “proteger” a la población del accionar de los grupos sectarios. El debate está abierto, pero los intentos de controlar legalmente el accionar de estos grupos pueden acarrear muchos más peligros que soluciones. Todo intento por combatir la actividad de los grupos sectarios tiene el riesgo de deslizarse hacia una llana y condenable caza de brujas, donde las minorías siempre tienen todas las de perder. El debate sobre la conveniencia de legislación específica en esta materia, en todo caso, requeriría una amplia participación interdisciplinar en la que estuvieran incluidos no solamente abogados y psicólogos, sino también antropólogos, sociólogos, y cientistas sociales en general. Respecto a lo que ocurre en otras partes del mundo, y tal como explicó muchas veces el periodista Alfredo Silletta, en Europa, el Parlamento Europeo recomendó a los países que modificaran las leyes para combatir el accionar de los grupos sectarios. En Francia, en el año 2001 se aprobó la ley About-Picard que modificaba una serie de artículos del código Penal para sancionar a las personas y a los grupos sectarios involucrados en posibles actividades inconstitucionales. La ley reforzó la prevención y la represión de los movimientos sectarios que vulneraban los derechos humanos y las libertades, creándose el delito de manipulación mental. El tema es complejo, y no es sugerible que se impulsen legislaciones de este tipo basadas en argumentos catastróficos ni en exageraciones amplificadoras de las dimensiones de la problemática. Es opinión personal de quien escribe que no hacen falta leyes extraordinarias para prevenir o condenar posibles delitos que grupos abusivos pudieran cometer. Basta con aplicar las existentes cuando se tiene la sospecha fundada de que se ha cometido algún delito. Como ha señalado el periodista Alejandro Agostinelli (2012), el único argumento de peso para prohibir o controlar a los grupos sectarios excede el alcance de los gobiernos democráticos; solamente en aquellas sociedades en las cuales el poder religioso y el civil se fusionan de manera indiscriminada, el Estado tiene la potestad para determinar que grupo es considerado legítimo y cual no. Por otra parte, huelga decirlo, no pocas veces encontramos en algunos representantes del movimiento antisectas actitudes tan fanáticas e intransigentes como aquellas que se denuncian del otro lado del mostrador.
Las legislaciones represivas, además, y como señala la antes mencionada Barker, tienen por añadidura una desventaja no menor: suelen fomentar en grupos cerrados la tendencia a “ponerse a la defensiva”, haciendo caldo de cultivo a las vivencias persecutorias que algunos grupos experimentan, pudiendo ello ser el detonante, en algunos casos, de finales realmente lamentables.
Otro tema vinculado al anterior es el relativo al denominado registro de Cultos, destinado en Argentina a tramitar el reconocimiento frente al Estado de las distintas comunidades y confesiones religiosas. Aunque su importancia en lo relativo al fenómeno sectario es parcial, dado que ya señalamos que muchos de estos grupos no son de tipo religioso, sostenemos que su vigencia es francamente inútil. Tiempo atrás, distintos grupos sectarios descubrieron que inscribiéndose podían argumentar ante la sociedad su supuesta “legalidad”, además de recibir los beneficios de tener exenciones impositivas para sus templos. Y si bien es cierto que en un contexto de cierta estigmatización social frente a las minorías religiosas, el mismo puede ser valorado por practicantes de religiones minoritarias dado que les asegura cierta forma de reconocimiento por parte del Estado, si alguien comete un delito no lo comete por su condición de practicante religioso o ministro de culto, sino por ser un ciudadano infractor de las leyes. Ni en México ni en Brasil, ni en la mayoría de los países europeos hay registros de Culto. Si alguien comete un delito, se hace funcionar el código Penal y el Civil para todos los ciudadanos por igual. Sostenemos, junto a otras voces, que en un país democrático no debería existir ningún registro de Cultos.
Hay un último aspecto que me parece importante señalar. A menudo los estudios sobre grupos sectarios transitaron por dos carriles paralelos, sin punto de encuentro en ninguna parte: el de las ciencias sociales por un lado, especialmente la sociología y la antropología de la religión; y el de la psicología por el otro. Raramente se ha intentado un acercamiento interdisciplinar, proponiendo el debate de modelos de análisis, y tomando la posta para embarcarse en la búsqueda fructífera de criterios comunes. Prejuicios, soberbia intelectual de unos y otros, la pretensión de superioridad en la comprensión del fenómeno, y también la dificultad para desprenderse momentáneamente de los propios esquemas, paradigmas, constructos teóricos y herramientas conceptuales, dificultaron enormemente todo intento de reflexión conjunta e interdisciplinar. La idea comúnmente reflejada en gran cantidad de escritos sociológicos y antropológicos sobre el tema, esto es, que el problema del denominado sectarismo y su abordaje desde la salud mental no son sino intentos de darle un barniz “científico” a la estigmatización de grupos religiosos minoritarios, está lejos de lo que pretendimos desarrollar aquí.
lunes, 8 de enero de 2018
Hamelín 8: Cómo prevenirse
Frente a cualquier invitación o propuesta seductora y que llame la atención, lo esencial es siempre es mantener una actitud receptiva pero sanamente crítica, cuestionadora.
Indagar respecto al origen de los recursos de la agrupación, sus ideas, valores y relaciones, lo que ocurrirá en las reuniones a las cuales se es invitado y las formas a través de las cuales buscan concretar los fines que pregonan, deberían ser preguntas frente a las cuales podamos obtener respuestas concretas sin problema alguno.
No hay necesidad de ser ambiguo o evasivo a menos que haya algo que ocultar.
Característico de la folletería y la propaganda de los grupos abusivos es su manifiesta ambigüedad: “Somos un grupo de personas que busca la paz mundial”, “Nuestra meta es lograr una sociedad sin violencia”, “Queremos construir un mundo mejor”. Nadie duda de la legitimidad de tales causas, pero en el discurso proselitista de los grupos sectarios son eslóganes poéticos y edulcorados tras los cuales, inicialmente, no logramos saber mucho más sobre lo que hay detrás.
Otra herramienta a la que podemos apelar para distinguir frente a que tipo de grupo estamos, es a su capacidad de autocrítica: ¿Podrías indicarme dos o tres cosas que no te gusten del grupo? Este ejercicio de autoevaluación es muy incómodo para los miembros sectarios, ya que supone correrlos de esa lógica inherente a todo pensamiento sectario que es la de grupo bueno/sociedad mala, a partir de la cual escinden la realidad, y expulsan todo lo negativo al exterior del grupo. La imposibilidad de asumir la propia Sombra grupal suele ser un buen indicador de la burocratización inherente a los grupos sectarios.
Finalmente, indagar sobre la actitud de los miembros sectarios frente a aquellos que otrora fueron parte del grupo y ya no están (ya sea debido a abandono voluntario o expulsión) suele ser un buen indicador de la flexibilidad social del grupo, que a su vez nos habla de las dimensiones de su posible estereotipización:
¿Cual es su opinión de aquellos que ya no están en el grupo? Ocurre que aquellas personas que se han ido o fueron expulsadas del movimiento, son automáticamente catalogadas como traidoras, infieles o desagradecidas, prohibiéndose desde el seno grupal todo contacto con aquella persona que ya no está, que ya no forma parte. La actitud para los ex miembros suele ser lapidaria. Una interrogación de este tipo, nuevamente, tiende a dejar a los miembros sectarios en un off side argumental.
Muchas veces, aquellas personas que están transitando una situación difícil, con posibles derivados depresivos, experimentan una crisis de valores o de fe que puede conducir a una personalidad con un yo débil (circunstancial o crónico), a tomar decisiones muy distintas a las que tomaría en situaciones normales. En ese contexto, integrarse a un grupo humano dador de apoyo y cariño puede ser un impulso lógico y genuino en búsqueda de una salida, pese a que en algunas oportunidades las intenciones del grupo van mucho más allá que el simple ofrecimiento samaritano de sostén y contención. Es por eso que vale retomar aquel viejo consejo que Ignacio de Loyola brindara en sus Ejercicios Espirituales: “en tiempos de desolación no hay que hacer mudanza”. En estados de profunda vulnerabilidad, el nivel de consciencia sobre las fuerzas que pueden estar operando sobre uno a nivel grupal se encuentra disminuido. Al recuperarse de la crisis, si la persona cuenta ya con un yo suficientemente fortalecido, podrá tomar decisiones con mayor sentido de la responsabilidad y sobre todo, consciencia de los compromisos que asume. Eso sería lo ideal. Sin embargo, y dado que no todos tienen ni la posibilidad ni los recursos para tomar la conveniente distancia en esos casos, es sugerible, al menos, mantener cierta cautela: cautela frente a las “amistades” instantáneas, cautela frente a las soluciones fáciles a todos los problemas que a uno lo aquejan, cautela frente a invitaciones poco claras con objetivos no del todo establecidos, cautela frente a la presión por hacer algo solamente “porque todo el mundo lo hace”. Tratar de no asumir rápida e irreflexivamente compromisos duraderos.
Pocas personas se involucran de manera inmediata y casi mágica con grupos abusivos. Por otra parte, participar ocasionalmente de las actividades de un grupo que desarrolla dinámicas manipuladoras no supone necesariamente una captación posterior. Muchas personas asisten a charlas o prácticas de grupos sectarios sin que ello implique serios riesgos. Recordemos que es necesario, para que se afiance en el tiempo un vínculo de sociodependencia con un grupo abusivo, ser seducido en una situación de particular vulnerabilidad y tener ciertas características de personalidad compatibles con el contenido del grupo. Los grupos abusivos, además, seleccionan de acuerdo a criterios propios, a aquellas personas sobre las que pretenden avanzar, más allá de actividades ocasionales. Lo sugerible, para aquellos que desean asistir a una charla, práctica o taller dictado por un grupo que podría ser de estas características, es evitar hacerlo en situaciones emocionales de debilidad o en momentos de crisis.
domingo, 7 de enero de 2018
Hamelin 7: Los nuevos rostros del sectarismo abusivo
Como ya señalamos páginas atrás, en los últimos años proliferan grupos con un discurso psicologizado, promotores de estilos de vida saludables y orientados al desarrollo de habilidades inter e intrapersonales. Cada vez más lejano van quedando los viejos estereotipos que asocian a los grupos abusivos con movimientos secretistas, viviendo en comunidades cerradas, abocados a la práctica ritual y con líderes al estilo de gurúes orientales. No es que dicho modelo ya no exista, pero sin duda es mucho menos frecuente que décadas atrás, y va cediendo paso a nuevas formas de configuración grupales.
Por ejemplo, se vienen poniendo de moda en las últimas décadas los llamados “seminarios coaching” (o debiéramos decir, de pseudocoaching), que nada tienen que ver con el coaching profesional, una especialidad legítima en la que desafortunadamente se observa un aprovechamiento del término coach para dar lugar a todo tipo de distorsiones.
Estos programas, diseñados en base a seminarios de fin de semana divididos en diferentes niveles (cada uno de mayor duración que el anterior, y sustancialmente más costoso económicamente), se promocionan con el fin de ayudar a los participantes a crecer personalmente, a conocerse mejor a sí mismos, y a que logren concretar los sueños y metas de su vida.
Hay diversas críticas que se le hacen a este tipo de “dinámicas grupales”:
- La atracción de nuevos participantes es permanente en estos grupos, y condición obligada para poder participar en niveles más avanzados
- No se ofrece desde el inicio información clara y transparente sobre el “programa”, y sobre las actividades a desarrollar durante el mismo. Por lo general, uno llega como invitado de una persona conocida que asegura que “participar te cambia la vida” o bien, uno se inscribe por motus propio, siendo la única respuesta que uno obtiene al querer saber de que se trata que “no es algo que te pueda contar, sino que lo tenés que vivir vos mismo/a”.
- No hay ninguna evaluación psicológica previa, considerando las técnicas de alto impacto psicoafectivo que se emplean durante el programa, y sus imprevisibles efectos en la subjetividad de cada uno de los participantes.
- Existe una fuerte presión para comprometerse en la participación de los siguientes niveles, incentivando la toma de decisiones rápidas, o la firma de documentos de compromiso, todo esto en un contexto de alta emocionalidad grupal.
- Las actividades están diseñadas para producir cambios actitudinales bruscos, mediante distintos ejercicios que incluyen la confesión abierta de secretos personales, descalificaciones públicas “por el bien propio”, o bien alternando actividades extenuantes con otras tranquilizadoras, que generan confusión y alteran el estado emocional de quienes participan.
El negocio del coaching coerctivo, como lo llaman algunos estudiosos de este tema, está en convencer a nuevas personas para que participen de los talleres de desarrollo personal, algunas de las cuales participan gratuitamente al principio, ya que la persona que los invitó se encargó de pagar el costo económico del primer nivel de su propio bolsillo.
La persona que llega por primera vez a estos talleres no sabe muy bien de que se tratan; la única referencia que tienen es la de aquel amigo/familiar/conocido que los invitó y que les aseguró que la experiencia “les va a cambiar la vida”. Por lo general, algunos días antes el futuro participante tiene una reunión con un referente de la organización que les hará algunas preguntas, con el fin de ir conociéndolo, y claro está, ir delineando un perfil de cada participante para poder así detectar sus debilidades y zonas frágiles de personalidad. Quien participa de estos talleres debe aceptar una serie de reglas, cuya transgresión puede suponer la expulsión inmediata, y que apuntan a mantener el clima de secreto y misterio que rodea estos seminarios para quien queda por fuera. Al mismo tiempo, pretenden asegurarse el aislamiento del participante durante la jornada, no sólo del mundo exterior, sino también de otros participantes como él, excepto cuando se hace obligada la interacción para el desarrollo de las actividades. Algunas de estas reglas incluyen: no grabar ni tomar notas, no usar reloj dentro del salón, no hablar con los vecinos de la silla, no compartir experiencias del seminario con personas que no hayan participado hasta despúes del final del mismo, no divulgar los procesos, etc.
El objetivo de estos seminarios apunta a generar un shock psicoafectivo de intensidad en los participantes, comprometiéndolos en el corto o mediano plazo, hasta el momento de su graduación, y asignándoles la misión de reclutar a la mayor cantidad posible de personas para que también participen de los cursos. De esta manera, los antiguos participantes se van reciclando, dejando su lugar a otros nuevos. La rueda sigue girando. Y la economía de quienes organizan estos seminarios sonríe, agradecida.
Ahora bien, si retomamos uno de los conceptos inicialmente propuestos en nuestro desarrollo, el de relación sectaria, quizás cause sorpresa afirmar que en el ámbito de la salud mental, y más específicamente en el de las psicoterapias, también pueden establecerse vínculos de naturaleza sectaria. No hablamos aquí necesariamente, y tal como propone el psicólogo mexicano César Monroy Fonseca (2012), de charlatanes comunes, de hábiles oportunistas o iluminados cualesquiera; hablamos de gente que a veces posee licencia médica o psicológica, quizás una trayectoria respetable, y hasta un encuadre terapéutico al cual poco hay que reprochar en los papeles. Sin embargo, determinar si la “terapia” a la que uno asiste se trata verdaderamente de una psicoterapia, no es un detalle menor. La mayoría de las personas que acuden a un “terapeuta” que no es psicólogo/a, están convencidas de que realmente van a un psicólogo/a. Falsas terapias pueden ser la antesala a vínculos de tipo sectario y a dependencias nocivas de la figura del “terapeuta”. Podemos hablar de psicoterapia sectaria cuando ajena al cumplimiento de un objetivo terapéutico específico (ausente todo tipo de psicodiagnóstico y tratamiento formal), el vínculo “terapéutico” se va deslizando progresivamente hacia un sistema de adoración a la figura del psicoterapeuta, y donde los pacientes van siendo reducidos en su individualidad. “Terapeutas” con una importante cuota de perversión que eligen a sus pacientes entre aquellos cuya situación psicológica es más endeble, quizás por estar atravesando una depresión o un duelo, y a los cuales somete en su voluntad como prueba de la eficacia del tratamiento que lleva adelante. Se pretende demostrar que la psicoterapia está funcionando mediante el avasallamiento de la voluntad de quien llega a la consulta en búsqueda de ayuda. Recuerdo al escribir estas líneas a aquella paciente que relataba afligida sus desventuras con un terapeuta al cual había acudido tiempo atrás debido a su profunda inseguridad respecto a su autoimagen y atractivo físico. El reto propuesto para vencer tales temores era concreto: salir a la calle e ir a la consulta con ropa provocativa para luego convencerla de que estaba más segura de su imagen física. No aceptar el desafío, del cual este no era sino uno entre varios, suponía, indefectiblemente, que la paciente no tenía “voluntad de cambio”. Pruebas, desafíos, coerciones cuya consecuencia es culpabilizar al paciente si fracasa, achacándole su poco compromiso, o glorificar al terapeuta si lo logra, dado que todo es, desde ya, resultado del “maravilloso” tratamiento empleado. El paso al sectarismo grupal en estos tipos de relación inicialmente binarias, se da cuando el paciente, convencido de su debilidad personal y de su necesidad de apoyo y sostén para seguir adelante, es convencido por el “terapeuta” de que él no es la única persona con problemas, ofreciéndole la posibilidad de continuar avanzando en su camino de crecimiento personal compartiendo con otras personas cuya situación personal y emocional es similar a la propia. Estas otras personas, a su vez también pacientes del mismo “terapeuta”, acceden a compartir grupalmente un retiro, excursión o campamento, forjando lazos afectivos al empatizar con la situación de los demás, aunque poco a poco, toda la dinámica grupal se va deslizando hacia la exaltación de la figura del terapeuta, en un marco pseudocientífico que muchas veces involucra contacto físico y sexual con este, todo con la excusa de ser parte del mismo proceso sanador. La esperanza inicial de un tratamiento con el fin de sentirse mejor con uno mismo, termina desembocando en sesiones grupales donde los participantes se aglutinan al unísono en sentimientos de corte religioso, y donde el terapeuta termina imponiéndose como rector espiritual.
El auténtico psicoterapeuta o analista jamás puede obligar al paciente a hacer algo que este no acepte, bajo la premisa de que es necesario para el óptimo desenvolvimiento de la terapia. Todo tratamiento psicoterapéutico, sea cual sea la corriente teórica desde la cual el profesional trabaje, se fundamenta en un profundo respeto por la autonomía del paciente, libre de manipulaciones, abusos o imposiciones extremas. “Bajar línea” a través recomendaciones sobre cómo dirigir la propia vida o en el sentido de tomar decisiones relevantes es, en la enorme mayoría de los casos, inaceptable. A lo sumo, el terapeuta aporta estrategias, técnicas u orientaciones, pero sin imponer ni coaccionar a sus pacientes en una dirección determinada.
Otra categoría de grupos abusivos se esconden tras la fachada de exitosas empresas de venta piramidal, en las cuales la promesa de rápido éxito económico y ascenso social no son otra cosa que la puerta de entrada a una verdadera estafa económica y emocional para sus miembros. La esencia del funcionamiento de estos grupos está en que quienes se encuentran en la cima de la estructura se benefician en perjuicio de aquellos que recién son captados en la organización, ya que el dinero fluye siempre desde la base de la pirámide hacia su cúpula. Para ingresar al sistema, el aspirante a distribuidor firma un acuerdo y debe comprar una cantidad determinada de productos, comprometiéndose a alcanzar ciertas metas. Los costos, al principio, no son demasiado altos, pero a medida que avanza la actividad, llegar a las metas propuestas conlleva un costo cada vez mayor, que siempre va a estar muy por encima de los ingresos prometidos inicialmente (y que a veces solo alcanza apenas para recuperar el monto inicial invertido). Quienes ingresan a estar organizaciones, tienden a incorporar rápidamente hábitos de vida, amistades y vocabulario propios del grupo piramidal. Cuando una persona externa a la empresa, intrigada por este negocio, advierte a su familiar o amigo que algo raro ocurre, se alejan de ella y muchos llegan incluso al punto de desvincularse de sus afectos, reprochándoles su actitud pesimista. Lo fundamental para que el negocio perdure es la incorporación permanente de clientes nuevos y en el momento en que esto ya no sucede, el sistema comienza a desplomarse. Son grupos que se alimentan de la necesidad de trabajo, de dinero rápido, y también, en algunos casos, de la tan humana y lamentable codicia.
viernes, 5 de enero de 2018
Hamelin 6: Victimología básica
Hay circunstancias vitales concurrentes y facilitadoras que pueden ayudar a que una persona se vea envuelta en dinámicas en las que dada su vulnerabilidad temporal o crónica, logre ser seducida por propuestas a la postre interesantes pero que pueden desembocar en situaciones de abuso y manipulación emocional. Estos factores no ayudan a la posibilidad de una relación sana entre el Yo, el mundo interior y el mundo externo. Al hablar del Yo, nos referimos a esa instancia del aparato psíquico que comunica a la persona con su mundo interno y con el exterior, armonizando las dificultades que puedan darse en esta relación.
Algunos de estos factores son los siguientes:
- Alto monto de angustia e insatisfacción con la vida. Falta de propósito
- Inmadurez e identidad no consolidada
- Momento de crisis por razones laborales, económicas, sociales, emocionales
- Baja autoestima
- Carencia de un sistema de ideas/creencias (políticas, filosóficas, religiosas, artísticas) considerado como parte importante de uno mismo, constituyente de la propia identida H d
- Descontento cultural en un investigador frustrado
- Pertenencia a un sistema familiar disfuncional, con pobre comunicación entre los miembros
- Tendencia a la personalidad dependiente
- Fundamentalmente en adolescentes, “síndrome de ausencia del padre” (carencia de guía, dirección, control, atención y afectos positivos)
Aclaremos que estos factores tienen que ser tenidos en cuenta como facilitadores, no como determinantes para el involucramiento con grupos de tipo sectario abusivo.
No hay que sembrar pánico ni llevar las dimensiones de la problemática a extremos inverosímiles. Vale la pena aclarar esto, dado que en los últimos años, han proliferado ciertos voceros del denominado movimiento antisectas que más clarificar, se abocan a ilusionar fantasmas inexistentes, distorsionando y amplificando algunos hechos verídicos de trascendencia mediática.
Los esfuerzos orientados a la prevención de situaciones de abuso y manipulación en ámbitos sectarios deben apuntar a generar conciencia sobre las técnicas empleadas por los grupos, sus efectos y los factores de vulnerabilidad predisponentes; y también, a construir puentes vinculares con aquellas personas que pudiesen estar involucradas con movimientos de estas características.
Lo esencial es la prevención.
Al respecto, la socióloga inglesa Eileen Barker, fundadora de Inform (Information Network on Religious Movement), aconseja explorar canales de diálogo y fortalecer vínculos afectivos con aquellos miembros de grupos que cumplan al menos tres de las siguientes condiciones:
1) cuando se trata de un movimiento aislado social o geográficamente del resto de la sociedad, 2) cuando se exhiben fronteras abruptas e innegociables entre "ellos" y "nosotros" (por ejemplo, "los buenos y los malos"), 3) cuando los líderes reivindican una autoridad divina para sus acciones o pedidos, 4) cuando el miembro del grupo depende cada vez más del movimiento para definiciones y pruebas de lo que sería "la realidad", y 5) cuando son otros los que establecen las decisiones importantes sobre la vida del miembro.
La experiencia clínica demuestra que los jóvenes y adolescentes involucrados con grupos abusivos suelen comenzar su participación en estos grupos en momentos en los que atraviesan situaciones de soledad, aislamiento emocional, o tramitando alguna crisis. La consulta de padres, familiares y amigos rara vez es inmediata. El pedido de ayuda llega, por lo general, recién pasados algunos meses del momento de la captación. Sin embargo, existen algunos indicadores que pueden ser registrados por los familiares cercanos, y que suelen dar cuenta de que algo puede estar pasando. Aclaremos. Estos indicadores no implican forzosamente una vinculación sectaria, sino que tienen carácter de indicativos no determinantes y deben presentarse, al menos la mayoría de ellos, de manera simultánea.
Algunos de estos indicadores son:
- Un comportamiento evitativo respecto a las actitudes o actividades propias, ocultando información, o mintiendo si se le exigen explicaciones, con el afán de guardar celosamente su intimidad.
- Cambios drásticos en las posturas religiosas, políticas o filosofía de vida; no siendo esto fruto de un proceso gradual, sino resultado de un pasaje inmediato a nueva cosmovisión o visión de la vida.
- Distanciamiento afectivo entre el joven y sus padres, familiares y amigos, generalmente justificado con el argumento de que se posee una óptica distinta de la vida y del mundo.
- Cambios en la comunicación, con la incorporación de un léxico novedoso, alteraciones tanto en el vocabulario como en los patrones sintáticos, o presencia de un lenguaje estereotipado.
- Reemplazo de relaciones y amistades, a través de un progresivo distanciamiento de sus grupos de pertenencia previos, que son sustituidos por el movimiento sectario.
- Cambios en el manejo y la administración del dinero, ya sea o bien privándose para pagarse algunos cursos o actividades o bien lo contrario, gastando excesivamente pero no para sí mismo
Cualquier familia no es un hogar, afirma acertadamente el estudioso español Pepe Rodríguez (2000). Muchos padres están convencidos de que su relación afectiva con los hijos es normal y saludable para estos, sin embargo esa ilusión no siempre se corresponde con la realidad. En muchos casos, la huida de casa o el involucramiento con grupos de tinte totalitario son un intento por cubrir una demanda de afecto y contención que en la familia de origen no se halla disponible o acorde a las necesidades del joven. Los sistemas familiares disfuncionales comparten un espacio común, claro está, pero los hijos difícilmente llegan a tomar como un “hogar” la suma de sinsabores que padecen cotidianamente. El reclamo de algunos padres, que acuden a la consulta angustiados por la “pérdida” de un hijo sobre el que aseguran que fue “secuestrado” por un grupo, o que “dejó de ser quien era” desde que está involucrado con el mismo, usualmente deja de lado las circunstancias y actitudes parentales que pudieron haber cultivado dicha salida exogámica brusca. En este contexto, dirigir los ataques indiscriminadamente contra el grupo, acusándolo de todos los males habidos y por haber, puede resultar tranquilizador para familiares y amigos que buscan recuperar contacto con esa persona que los “abandonó”, ya que los exculpa de cualquier tipo de responsabilidad sobre lo sucedido. Lamentablemente, en algunos casos, el grupo, aún de características abusivas, funciona como un verdadero sostén emocional para jóvenes conflictuados con su familia de origen. El tema es complejo, y cada situación debe ser abordada en función de sus características particulares, atendiendo a las distintas variables en juego.
Una de las principales críticas otrora hechas a muchos grupos sectarios radicaba en su vocación proselitista orientada hacia jóvenes y adolescentes menores de edad. Esto es algo que ocurría de manera frecuente en los primeros años de difusión del fenómeno, y que derivaba, las más de las veces, en abiertos conflictos entre la familia de origen y el grupo en cuestión, incluido el terreno legal. Dada la relativa y natural fragilidad psíquica del adolescente en una etapa de la vida en la que se ponen en cuestionamiento los modelos heredados y se inicia el difícil camino de construcción de la propia identidad, la captación sectaria en este momento es propensa a coartar el libre desenvolvimiento de las posibilidades y aptitudes, encorsetándolas en los esquemas rígidos y aceptados por el grupo. Esta práctica quizás sea hoy menos frecuente que antes, pero no hay que perder de vista que jóvenes y adolescentes conforman el principal grupo de riesgo cuando de grupos abusivos se trata. Es justo señalar también, que algunos grupos otrora considerados manipuladores por distintos estudiosos, formularon sus propias autocríticas en este sentido, admitiendo la equivocación al salir a reclutar menores, con la consiguiente corrección de sus políticas proselitistas. Los grupos sectarios no son entidades fijas e inmutables en el tiempo. Muchos de ellos cambian a medida que también lo hace la sociedad. No faltan incluso los casos de grupos que, otrora manipuladores en sus dinámicas, flexibilizan su funcionamiento, sobre todo cuando estos sobreviven a la muerte del líder y son sucedidos por segundas generaciones. Esto es algo que se observa, especialmente, en algunos grupos de contenido religioso al principio agresivos en su afán proselitista, y que con el paso de los años terminan integrándose luego al paisaje religioso de la sociedad.
Diversas disciplinas de la psicología aplicada aportan elementos útiles para una comprensión global del fenómeno sectario:
Desde la psicología clínica, para estudiar los procesos de abuso emocional y manipulación psicológica que pudieron haberse desarrollado, y diseñar estrategias terapéuticas de intervención para asistir a las víctimas.
Desde la psicología social, para comprender los fundamentos profundos que rigen las dinámicas grupales, especialmente la de los grupos estereotipados o burocratizados, y la posibilidad de que deriven en dinámicas de tipo netamente sectarias.
Desde la psicopatología, para abordar las consecuencias psicológicas del involucramiento con grupos de tipo sectario, su imbricación con las distintas estructuras psíquicas (neurosis, psicosis, perversión) y las características de personalidad del líder.
Desde la psicología evolutiva, para entender las características inherentes a cada etapa vital, especialmente la adolescencia, y los modos en que resultan exitosos los intentos de captación sectaria.
Desde la psicología comunitaria, para diseñar estrategias de concientización y prevención referidas a la problemática.
Desde la psicología jurídica, para desarrollar una mirada en diálogo con la ciencia criminológica.
A la luz de la psicopatología, Jordi Font & Atxotegui (1999) agrupan en tres grandes ámbitos los psicodinamismos que pueden observarse en grupos con características sectarias:
Por un lado, tenemos la psicopatología de la serie paranoide, que mediante un intento adoctrinamiento ideológico se infunde una dinámica maniquea según la cual lo bueno está en el grupo y lo malo por fuera de él. Esto es llevado a límites paroxísticos, estimulando una marcada escisión de la realidad, con sus consiguientes deslizamientos fanáticos.
Por otro lado, la psicopatología de la serie obsesiva, que se vislumbra en los elementos de control tanto individual como grupal, traducidos en la obligatoriedad de repetir determinadas acciones, gestos, y prácticas, y en un estricto control de la información que administra el grupo. De esta manera, se protege de la realidad exterior amenazante mediante el aislamiento, con un patrón de funcionamiento que puede oscilar entre un control excesivamente rígido, pero pudiendo ir al extremo contrario a modo de formación reactiva (como puede ocurrir en el plano económico en estos grupos).
Por último, la psicopatología de la serie perverso sadomasoquista, a través de relaciones fundadas en el engaño, la mentira y la dominación, en las cuales el beneficio se obtiene a través del sufrimiento de los miembros del grupo. El narcicismo maligno sobre el cual teorizara Otto Kernberg y que supone una combinación entre el trastorno narcisista y el trastorno antisocial de la personalidad, con algunos rasgos de trastorno paranoico, llevan al líder sectario a transgredir todos los límites éticos para culminar en la explotación física, sexual, laboral, y espiritual de sus seguidores.
Las consecuencias psicofísicas y espirituales de la dependencia a grupos abusivos son varias, y su intensidad y gravedad estarán sujeta a distintos factores: edad de la persona, tiempo de permanencia en el grupo, existencia o no de redes de contención externas (familiar, social, etc), características específicas de la agrupación, etc.
Algunas de estas consecuencias pueden ser:
- Marcada disminución en la capacidad de elección y libre voluntad
- Reducción de la habilidad intelectual, lenguaje y sentido del humor
- Alucinaciones, estados disociativos, dispersión de la identidad
- Temor y desconfianza a la hora de entablar nuevas relaciones
- Sentimientos de pérdida y culpa
- Hipervigilancia, actitud paranoide frente al mundo
- Ataques de pánico
- Depresión
- Trastornos de la sexualidad
- Trastornos del sueño y pesadillas
- Tendencias neuróticas, psicóticas o al suicidio
- Deterioro físico
Uno de los modelos que nos pueden ayudar a entender por qué muchas personas deciden permanecer en grupos sectarios podemos encontrarlo en el llamado Paradigma de la elección libre y disonancia posterior a la decisión. Cuando una persona elige libremente entre dos o más alternativas, comúnmente se experimenta una disonancia. Esto ocurre debido a que la alternativa elegida por lo regular tiene al menos uno o dos rasgos negativos y la alternativa dejada de lado alguno positivo. Como sucede en todos los casos de disonancia, esta provoca incomodidad y sentimos la necesidad de reducirla. La manera más común de hacerlo es agregar cogniciones consonantes – racionalizaciones que apoyen la decisión tomada-, que por lo general llevarían a convencernos de las bondades de la opción elegida y de lo mala que era la alternativa rechazada. Distintos estudios se han hecho al respecto. Quienes se unen a grupos sectarios toman una decisión importante, que muchas veces tendrá repercusiones globales en su vida. La disonancia posterior a la decisión cumple la función de incrementar las evaluaciones positivas del camino elegido. Quien hace un compromiso radical con un estilo de vida alternativo, sentirá naturalmente una presión considerable para racionalizar su decisión ante sí mismo y ante los demás.
La amenaza de expulsión, sea esta definitiva o temporal, pende sobre la conciencia de los miembros como una advertencia constante que los inhibe de involucrarse en cualquier acto, pensamiento o sentimiento censurable de acuerdo a los principios del grupo. En muchos casos, el riesgo de expulsión es consecuencia lógica de la doctrina defendida. Los registros en “listas negras”, la práctica de confesiones grupales donde uno es inducido a desnudar su intimidad frente a todo el grupo, o las sesiones de rehabilitación, son los instrumentos de los que se vale el líder para condicionar la vuelta del miembro díscolo al continente grupal. La expulsión, cuando es consumada, supone las más de las veces la verdadera muerte social del ahora ex miembro en relación al grupo; ya no se le dirige la palabra y no se puede mantener ningún vínculo con él.
jueves, 4 de enero de 2018
Hamelin 5: A propósito del "lavado de cerebro"
La popular expresión “lavado de cerebro”, ya incorporada al imaginario popular y utilizada a posteriori en diversos contextos y para ilustrar diversidad de situaciones, fue empleada especialmente por distintos estudiosos del fenómeno sectario entre las décadas del 70´/90´ para referirse al estado de completa sumisión emocional, intelectual, ideológica y social de los miembros sectarios frente a los dictados del grupo. En realidad, la expresión tiene su origen en el periodismo de guerra de los años cincuenta. Edward Hunter, un periodista norteamericano, publicó en 1951 el libro “Lavado de cerebro en China roja”, donde instaló la expresión para describir el cambio en la escala de valores y lealtades que los soldados norteamericanos experimentaban inicialmente al ser capturados por el enemigo durante la guerra de Corea, como así también la presión que sufrían para confesar crímenes inexistentes. Decimos inicialmente, dado que la posterior liberación de los soldados y su regreso al entorno familiar y social propio de su patria de origen, los llevaba a retornar a sus convicciones anteriores sin que mediara presión o coacción alguna. Deben señalarse, además, tres diferencias fundamentales respecto al lavado de cerebro descripto por Hunter y “sufrido” por los soldados norteamericanos de aquel denunciado por los otrora estudiosos del fenómeno sectario. En primer lugar, en los casos descriptos por Hunter se trataba de un proceso claramente coercitivo, dado que el soldado capturado sabía desde el comienzo que se encontraba en manos del enemigo. Además, existía una clara demarcación de roles, secuestrador/secuestrado. Por el contrario, y como ya señaláramos, el ingreso a un grupo sectario está mediado por la experiencia del engaño, y el consecuente desconocimiento de estar posicionado en una situación desventajosa frente al grupo. Finalmente, y lo que es cierto, muchos soldados eran sometidos a malos tratos y procedimientos de tortura físicos, algo que no es norma y que sólo en ocasiones ocurre en los grupos abusivos.
Históricamente, ante fenómenos incomprensibles para la mentalidad de la época, frecuentemente se recurrió a poderes ocultos como explicación, y a la persecución para combatirlos. En la Edad Media, y mucho más cerca en el tiempo también, se hablaba de encantamientos, brujerías o hechizos. Ya entrado el siglo XX, esas etiquetas cedieron su lugar a expresiones modernas, siendo la del “lavado de cerebro” una de las más populares. En los años ochenta, con el auge de la era de la informática, se pasó a hablar de fenómenos de “programación” en los jóvenes captados por estos grupos, que a su vez debían ser combatidos mediante procesos de “desprogramación”.
En la actualidad la expresión lavado de cerebro ya es parte de la cultura popular y se la emplea extensivamente para aludir a situaciones de lo más diversas. Su cariz negativo y estigmatizador sirve, por ejemplo, para decir que a una persona se le ha lavado el cerebro sólo con el fin de desacreditar sus ideas y pensamientos. Se suele también decir que la publicidad le “lava el cerebro” a los consumidores para hacerlos adictos a sus productos. También el cine ha basado muchas de sus historias en este tema. Por ejemplo, una película de culto como “La Naranja Mecánica”, de Stanley Kubrick, inventó la ficticia Terapia de Ludovico , copia artística del condicionamiento clásico de Iván Pavlov, y consistente en la inducción de aversión asistida mediante drogas y estímulos físicos a la que es sometida su protagonista, Alex DeLarge (interpretado por el británico Malcom MacDowell). La Terapia de Ludovico no es sino una terapia de reforma global del pensamiento y la conducta, un auténtico lavado de cerebro en el sentido más clásico de la expresión. De cualquier manera, aunque en la cultura popular se ve el lavado de cerebro desde una perspectiva psicológica, la psicología contemporánea evita el término fundamentalmente dado su alto grado de vaguedad e imprecisión. En 1987 la American Psychological Association, luego de una investigación solicitada por algunos psicólogos cercanos al movimiento antisectas, decidió en un documento que las teorías del lavado de cerebro aplicadas a los nuevos movimientos religiosos no eran científicas y no podían ser citadas como tales. Esta decisión tuvo un fuerte impacto en los Estados Unidos, y llevó en la década de los noventa a los tribunales americanos a condenar con severidad a los denominados “desprogramadores”. El traspié en 1996 de la otrora más importante organización anti-sectas mundial, la Cult Awareness Network, después de una dura condena por un caso de desprogramación, fue emblemático de la crisis del movimiento antisectas en el país del Norte. El paso de los años fue dando lugar a que en la jerga psicológica y psiquiátrica comenzara a optarse por hacer uso de otras expresiones, tales como “control mental” o “persuasión coercitiva”, todas expresiones asumidas como de “segunda generación”, es decir, posteriores a las críticas que señalaron como carente de cientificidad la expresión “lavado de cerebro”. No obstante, algunos detractores del llamado movimiento antisectas, vieron en esta jugada un simple intento por mantener, bajo nuevas etiquetas, el mismo contenido de fondo.
Alex DeLarge es un joven sociópata amante de la violencia, y líder de una pandilla responsable de distintos crímenes. Arrestado por las autoridades, es sometido a una “innovadora” terapia de reforma de la conducta y del pensamiento con el fin de inculcarle sentimientos de aversión frente a toda forma de agresión. Célebre obra de culto, “La Naranja Mecánica” reflejó como pocas la concepción clásica, y más dura, del lavado de cerebro.
En relación al fenómeno sectario, el paradigma del lavado de cerebro imperante a lo largo de las primeras décadas de estudio sobre el tema, se corresponde con un modelo de conversión drástica y automática, que es compatible con lo que los teólogos denominaron modelo de conversión paulina. La tradicional imagen de la conversión del apóstol Pablo, relatada en el libro bíblico de los Hechos, da cuenta de un giro de ciento ochenta grados en la actitud, vocación y misión de quien de judío fervoroso perseguidor de cristianos pasó a ser el principal misionero y exponente del mensaje de Jesucristo, aún cuando no había conocido a este en forma personal. Bellamente inmortalizada en el célebre cuadro de Caravaggio, la escena bíblica nos relata que dirigiéndose a Damasco tras haber recibido de las autoridades judías el mandato de perseguir a los cristianos que vivían en el lugar, un resplandor del cielo (que sólo él vió) le hizo caer de su caballo dejándolo ciego mientras oía una voz que decía “Saulo, Saulo, por qué me persigues” (Saulo era su nombre hebreo). Luego de esta fuerte vivencia, Pablo se encontró en Damasco con Ananías, quien imponiéndole las manos le devolvió la vista. Posteriormente, Pablo fue bautizado. Su vida ya no sería la misma. Su misión tampoco. Pablo se había convertido, casi sin mediar proceso alguno. De allí que la expresión camino a Damasco haya sido, durante mucho tiempo, sinónimo de conversión. En síntesis, el “modelo de conversión paulina” propone un cambio súbito, dramático de las creencias religiosas del individuo, y que transforma radicalmente su vida. Con anclaje en la hermenéutica teológica, luego fue influido por teorías sociales que retrataban a los conversos como sujetos pasivos quienes, a raíz de sus características sociales o psicológicas, mostraban una particular predisposición a integrarse a nuevos grupos religiosos.
“La conversión de San Pablo”, según Caravaggio. Modelo tradicional de conversión religiosa, en el lenguaje bíblico la palabra metanoia dice más que el término «conversión» según su acepción moderna de paso de una convicción o de una conducta a otra, ya que en la Biblia encierra la idea de permanencia que surge de la nueva orientación existencial que provoca.
No obstante, posteriores estudios sobre el fenómeno de la conversión, como el propuesto por Lofland y Stark en 1965, comenzaron a considerar otros factores intervinientes en la asunción de nuevas identidades religiosas, subrayando con mayor fuerza el carácter interaccional inherente al proceso de conversión. Estos estudios abrieron las puertas a nuevas indagaciones y reflexiones, como las propuestas por modelos basados en el interaccionismo simbólico, que además de enfatizar la importancia de los vínculos emocionales y la interacción intensa con los miembros del grupo para facilitar la integración al mismo, subrayan la modificación en la identidad personal subjetiva en cuyo proceso el individuo participa constructivamente, y ya no como un mero agente pasivo de fuerzas externas que lo invaden.
Dados los numerosos desarrollos sobre el tema realizados en el campo de la antropología, la sociología y la psicología de la religión, resulta difícil sostener hoy en día antiguos modelos explicativos como el paulino, lo cual contribuye a desmitificar la mirada que popularmente muchos tienen hacia los grupos sectarios. Quienes son asimilados al grupo, participan activamente del proceso que los lleva a formar parte. Sin embargo, y dada la condición previa y ya señalada del engaño en la captación, el uso de técnicas de manipulación y control, y la carencia de información plena que garantice el conocimiento real sobre las metas y objetivos que el grupo persigue, quien resulta captado, no pierde su condición de víctima. Pocas personas se convierten en miembros de grupos sectarios por propia voluntad, disponiendo desde el comienzo de la información necesaria respecto a los objetivos y fines del grupo, y lo que este espera de sus miembros. Idea fuerza: quien es abordado por un grupo abusivo desconoce inicialmente cuales son realmente las ideas, creencias y relaciones del grupo, a través de que medios o prácticas pretenden llevar a cabo sus fines, y cual será exactamente el papel que desempeñará uno en esa dirección.
Entre las técnicas de manipulación y control más empleadas por grupos sectarios abusivos, sin dudas una altamente eficaz por el impacto emocional que provoca es la denominada Love Bombing o Bombardeo de amor. Inicialmente atribuida a la Iglesia de la Unificación de Sun Myung Moon, pero popularizada luego en distintos grupos y con algunas variantes, esta eficaz técnica de sensibilización psicoafectiva provoca en aquella persona que se asoma a un grupo por primera vez, un verdadero sentimiento de familiaridad y pertenencia, donde todos le brindan excesiva atención y cariño, abrazos y demostraciones de afecto, sentimientos y sensaciones de fuerte impacto emotivo, sobre todo para aquellas personas que se acercaron al grupo en momentos de vulnerabilidad, baja autoestima o que simplemente están atravesando una crisis vital. La premisa sería: “Te amamos por ser vos”. La persona sujeto de este ‘bombardeo de amor’ se siente inesperadamente uno de los seres mas queridos del mundo. Los principios, doctrinas, creencias o ideas del grupo suelen tener inicialmente un valor secundario. Quien decide continuar su contacto con el grupo, luego de una primera reunión o encuentro, suele hacerlo por lo general motivado por razones de índole emocional antes que lógicas o teóricas, argumentando genuinamente haberse sentido muy contenida, querida y valorada por ese grupo humano dador de tanto afecto y adulación. El reforzamiento poderoso que supone el Love Bombing, apunta a “allanar” el camino, a crear las condiciones indispensables y el estado de susceptibilidad y receptividad necesarios que permitirán luego dar lugar al progresivo avance (y condicionamiento) del grupo sobre la persona.
Al principio, a los posibles miembros solo se les hacen pedidos mínimos, casi insignificantes: asistir a reuniones, escuchar charlas; despúes llegan peticiones mayores: participar activamente en las reuniones, hablar sobre sus vivencias, miedos y deseos; y posteriormente, van a tener lugar peticiones más grandes: donar dinero al grupo, acercar a otras personas al movimiento. Por último, las demandas se vuelven radicales, abandonar el trabajo, renunciar al círculo de relaciones sociales, dedicar la vida enteramente al grupo. Este es el llamado efecto del pie en la puerta, estudiado por la psicología social. Acceder a pedidos mínimos al principio produce un compromiso público con el grupo, lo que aumenta la probabilidad de acceder luego a pedidos mayores.
La repetición juega un rol clave. Cuando la información provista por el grupo se escucha de manera repetida, adquiere un aura de legitimidad. A través de mecanismos sencillos como la simple exposición, la familiaridad se traduce en actitudes positivas hacia el material, hacia el líder y hacia los miembros del grupo.
Negar la privacidad suele ser algo común, sobre todo en las primeras instancias de intercambio grupal. Cuando los miembros no participan en actividades conjuntas, casi siempre están acompañados por al menos otro miembro del grupo. Si esto no es posible, ya que la persona no vive dentro de la comunidad o realiza otro tipo de actividades por fuera de ella, se intentará al menos que aún en esos momentos de distanciamiento, los pensamientos y la actividad que desarrolle el miembro del grupo giren en torno a la dinámica del grupo abusivo. De esta manera, trata de limitarse al máximo posible la posibilidad de meditar en calma (y en auténtica soledad) respecto a la cantidad de estímulos e información provistos por el grupo, discriminando aquello con lo que está de acuerdo de eso otro con lo que no coincide o tiene dudas. La aceptación ciega es la norma. Hay que “pensar menos, y entregarse más”, se plantea.
La negación de la privacidad corre paralela al aislamiento. En el año 1971 se hizo un experimento en Estados Unidos, con el fin de investigar la influencia que podía tener en las personas la asignación de un rol. Lo llevó adelante el psiquiatra Philip Zimbardo, de la Universidad de Standford. Se reproducía una situación similar a una prisión. El experimentador trabajó con voluntarios a quienes midió previamente su salud mental con varios tests, y les hizo una propuesta clara de lo que pretendía, que era reproducir una situación real de prisión formando el grupo de los carceleros y el de los reclusos. Los grupos se conformaron de manera tal que no hubiese diferencias significativas. Sin embargo, el experimento tuvo que ser clausurado a los pocos días porque los participantes se habían mimetizado de tal manera en los roles que se generaron conflictos, peleas y amenazas de agresiones.
Vinculado a esto, se encuentra la programación estricta de las actividades de los posibles miembros. Charlas, debates en grupo, conferencias, prácticas están estructuradas de manera tal que la persona pierda oportunidad de reflexión tranquila acerca de lo que pasa. La estructura sirve para quitar el poder de toma de decisiones y transferirlo al grupo.
La presión social que el grupo ejerce sobre los nuevos miembros apunta a vencer las resistencias iniciales, enfatizando la necesidad de pertenecer. Entre 1951 y 1955, el psicólogo estadounidense Solomon Asch desarrolló una serie de experimentos pioneros en psicología social, buscando mostrar como personales perfectamente normales pueden ser presionadas hasta evidenciar un comportamiento inusual ligado a la fuerza ejercida por las figuras de autoridad, o por el consenso de la opinión de otros que les rodean, aún cuando nos negamos a reconocerla. El diseño experimental consistía básicamente en que Asch pedía a los participantes que respondiesen a unos problemas de percepción. Concretamente solicitaba que los experimentados indicasen en un conjunto de tres líneas de diferente tamaño cual de ellas se asemejaba más a una línea estándar o de prueba (la de la izquierda en el dibujo).
Réplica de las tarjetas utilizadas por Asch en sus experimentos. La tarjeta de la izquierda es la de referencia o prueba, la de la derecha muestra las líneas comparadas.
Esta sencilla consigna parecería fácil para una persona con un nivel intelectual medio, sin embargo los sujetos experimentales no siempre expresaban la respuesta correcta. Lo que desconocían, era que el experimento no se trataba realmente de una prueba de percepción sino que buscaba evaluar como la presión de grupo fuerza a variar los juicios. Las pruebas del experimento se realizaban a un grupo de unas seis u ocho personas, de las cuales solo uno era verdaderamente un sujeto experimental ya que los demás (sin saberlo el sujeto experimental) eran cómplices del investigador. Durante algunos de los ensayos de las pruebas los cómplices verbalizaban respuestas claramente erróneas, es decir, elegían de manera unánime una línea equivocada como pareja de la línea de prueba (por ejemplo la línea B en lugar de la C). Además emitían sus respuestas antes de que el verdadero sujeto experimental respondiera. En esta tesitura, muchos de los sujetos experimentales optaron por decir lo mismo que los cómplices del experimentador, es decir, optaron por las respuestas falsas, mostrándose de acuerdo con la respuesta equivocada el 37% de las veces. Por el contrario, solo el 5% de sujetos que respondieron a las mismas preguntas sin cómplices (es decir, sin presión de grupo) cometieron errores. En diferentes estudios el 76% de los sujetos apoyaron las respuestas falsas del grupo al menos una vez, optando por la conformidad social. Vale agregar que cerca de un 25% de las personas evaluadas no cedieron nunca a la presión del grupo. Y que hubo personas que siguieron al grupo en casi todas sus respuestas. En otra serie de experimentos, Asch también pudo comprobar que en ciertas circunstancias, la conformidad social se reducía, como cuando se hacía intervenir en el experimento a otra persona que rompía adrede la unanimidad de juicio existente o también cuando los sujetos evaluados debían emitir sus juicios no en voz alta, sino escribiéndolos en un papel. En el primer caso, se concluía que es más fácil resistir a la presión de grupo cuando en este no existe unanimidad, algo que pensando en los grupos abusivos, es por definición bastante inusual. El segundo caso, es decir, cuando los juicios son emitidos por escrito, señala la relevancia de distinguir entre conformidad pública (hacer o decir lo que hacen o dicen los otros) y la aceptación privada (sentir realmente como los otros). Esto explicaría como en muchas situaciones de nuestra vida cotidiana seguimos normas sociales y nos conformamos (rindiéndonos ante la presión del grupo), pero no por ello mudamos nuestras opiniones personales (esto es, no aceptando íntimamente lo convenido a nivel grupal). Este último aspecto es sumamente importante, dado que cuestionaría la íntima penetración y solidez del aparente bloque monolítico ideológico que supone el paradigma del lavado de cerebro antes mencionado.
Tenemos, por otro lado, la redefinición del lenguaje, de la que hablara el psiquiatra norteamericano Robert Lifton, con su rol también clave a la hora de consolidar el discurso e imaginario sectario. Se trata de propiciar una reducción o distorsión del vocabulario, alterando el sentido original de ciertas palabras, empleando reiteradamente conceptos, pensamientos, eslóganes, que limitan los procesos mentales habituales, y condicionan el juicio normal. En Alicia a través del espejo, la obra que Lewis Carroll publicó como continuación de Alicia en el país de las maravillas, se puede leer un delicioso diálogo entre Humpty Dumpty, sentado encima de una pared, y la niña, en una lección magistral de semántica y gramática.
- Aquí tienes una gloria.
- No sé qué quiere decir una "gloria" - dijo Alicia.
- Por supuesto que no lo sabes a menos que yo te lo diga. He querido decir "aquí tienes un argumento bien apabullante"- sonrió Humpty Dumpty.
- ¡Pero "gloria" no significa "argumento bien apabullante"!- repuso Alicia. -Cuando yo utilizo una palabra esa palabra significa exactamente lo que yo decido que signifique ni más ni menos- dijo Humpty Dumpty.
- La cuestión es si puedes hacer que las palabras signifiquen cosas tan diferentes- dijo Alicia.
- La cuestión es, simplemente, quién manda aquí.
Veamos un ejemplo de cómo esto se pone en juego en algunos grupos abusivos de contenido orientalista. En Occidente, solemos considerar al Yoga meramente en su aspecto de disciplina físico-espiritual orientada al logro de la relajación, la paz y el equilibrio interior. Pero de acuerdo a la rica tradición hindú, además de una técnica, el Yoga involucra ante todo, y al mismo tiempo, una filosofía y una psicología acerca del hombre. Su marco teórico espiritual es el Vedanta, la filosofía transmitida en los Vedas (escrituras sagradas hindúes), cuya enseñanza básica es que la naturaleza del hombre es divina. Dios, en tanto realidad esencial, existe en todos los seres, por lo que la religión es la búsqueda del conocimiento personal del Ser, es decir, la búsqueda de Dios dentro del corazón del hombre. Para alcanzar este objetivo, la tradición vedántica reconoce como válidos diferentes caminos o vías, destacando la importancia del esfuerzo individual a fin de realizar interiormente la propia divinidad. Son estos caminos o métodos los denominados ‘yogas’ que nos llevan a la unión con lo divino. La sabiduría hindú reconoce, en ese sentido, fundamentalmente cuatro:
- Bhakti Yoga: o 'yoga de la devoción', cuya esencia consiste en una relación devocional con la divinidad a través de la oración, el rito y la adoración.
- Gnana Yoga: o 'yoga del conocimiento', la disciplina intelectual que conduce a la Realidad única.
- Raya Yoga: también llamado 'yoga de la meditación', cuya meta es poner a la mente en sintonía con la divinidad a través de diversos ejercicios de contemplación y meditación. (De aquí se deriva la práctica tal como es conocida en Occidente).
- Karma Yoga: o 'camino de la acción desinteresada'.
Nos interesa ahora, especialmente este último, dado su frecuente utilización y sobre todo, tergiversación en ciertos grupos sectarios abusivos. Originalmente, el Karma Yoga o yoga de las acciones, es concebido como una práctica universal que lleva al practicante a la purificación del espíritu. De acuerdo a la filosofía Vedanta, todas las acciones, buenas o malas, producen resultados, seamos o no concientes de ello. El alma individual (atman) recibe los resultados y las consecuencias de sus acciones anteriores. Este es el fundamento básico de la doctrina de la reencarnación. Cada ser humano nace con su karma, es decir, es resultado de sus acciones anteriores, y se encuentra en este sentido en condiciones particulares de su evolución. Un mal karma hunde al ser humano en un estado de ignorancia, mientras que un buen karma lo impulsa progresivamente hacia su realización y hacia la consecuente ruptura del ciclo de reencarnaciones (rueda del samsara). Por lo que, el propósito inmediato de dicho yoga es impedir la acumulación de efectos kármicos desfavorables e invertir los efectos del karma existente.
El Karma Yoga es considerado por todos los sistemas filosóficos de la India como una disciplina fundamental, en la que lo esencial es el cumplimiento del Dharma (‘deberes religiosos), manteniendo una actitud de desapego frente a los resultados de las acciones. La enorme epopeya del Mahabharata relata como los hombres que realizan bien sus deberes alcanzan su conocimiento espiritual y llegan así a la realización. Este clásico hindú, comparable en Occidente a la Ilíada de Homero, cuenta por ejemplo la historia de un carnicero que pertenecía a una casta inferior y que aunque hubiera podido considerar sus condiciones de existencia desfavorables para su vida espiritual, logró cumplir tan bien su deber que alcanzó la liberación, por medio de la acción no egoísta hacia los demás, tan solo ofrendada a la divinidad.
El Bhagavad Gita, que establece los fundamentos de dicho camino, recomienda:
“Sé desprendido y cumple la acción que constituye tu deber, ya que cumpliendo la acción de modo desprendido el hombre alcanza lo Supremo”. (BG, III, 19).
Ahora bien, cuando indagamos en la dinámica de manipulación y abuso instrumentada por grupos sectarios de contenido y doctrinas orientales es común observar la relevancia que la práctica del ‘karma yoga’ adquiere para muchos de estos grupos. Claro que, hay que aclararlo, poco tiene que ver con el espíritu del método concebido originalmente en la tradición hindú. Para el Vedanta, como hemos visto, el Karma Yoga es un camino de liberación, que involucra la acción desinteresada hacia los demás y ofrecida a Dios, libre de motivaciones egoístas y de apego a los resultados, pero que nada tiene que ver con la sujeción total a una autoridad encarnada en la figura de un líder o maestro autoproclamado, y cuyo ejercicio se circunscriba, además, y tal como ocurre en los grupos abusivos, al solo marco grupal que la promueve.
En los grupos abusivos, el ‘karma yoga’ suele ser tergiversado para ser reinterpretado en términos de ‘servicio’ exclusivo al grupo, lo que en la práctica se traduce como trabajo gratuito para este. Con frecuencia el miembro, tras realizar los primeros cursos o seminarios que se le proponen, se ve seducido por el grupo y especialmente por su líder, a incrementar el nivel de dedicación y compromiso en su propio “desarrollo espiritual”, con la justificación que brinda el ‘karma yoga’ distorsionado por el grupo sectario , y que lleva al miembro a encontrarse, progresivamente, dedicado exclusivamente al grupo, a cambio de un fuerte sentido de pertenencia y de la convicción, inducida a través del engaño, de estar en una senda genuina de crecimiento y liberación interior.
A veces, cuando estos grupos sectarios son denunciados ante la Justicia, dicha práctica suele estar en la base del fundamento para la acusación formal por ‘reduccion a la servidumbre’.
Si se busca la infravaloración del miembro del grupo, fomentando su sentimiento de culpa ante ideales de pureza inalcanzables y frente a los cuales siempre estará en falta, se va creando el terreno para habilitar procedimientos punitorios por parte del líder, animando incluso el autocastigo, en detrimento de la autoestima del miembro.
Una persona cualquiera tiene, en casos saludables, varios pilares sobre los cuales sostenerse; el trabajo, las amistades, la pareja, la familia, sus intereses personales, etc. Pero si renuncia a todo ello en aras del “formar parte” va a ser muy vulnerable y fácil de manipular, convirtiéndose su nuevo pilar en el centro absoluto de su vida. Todos necesitamos puntos de referencia a los cuales aferrarnos, especialmente en momentos difíciles. La diversidad de estos es positiva, en tanto enriquece nuestras perspectivas y promueve el desarrollo de nuevas posibilidades. Cuando el único punto de referencia disponible es el del grupo (vía el aislamiento y el fomento de un sentimiento de exclusividad), perder al grupo es perderlo todo.
La creación de ambientes totalitarios en los cuales el pensamiento colectivo suplante al individual, lejos está de ser una quimera o un producto de la ciencia ficción. Durante la primera semana de abril del año 1967, Steve Conigio un estudiante de secundaria como cualquier otro, le planteó al profesor Ron Jones, la siguiente pregunta: “¿Cómo pudo el pueblo alemán, el ciudadano común, alegar ignorancia sobre lo que estaba pasando con los judíos?” Jones, profesor de historia universal de un instituto de Palo Alto, California se propuso entonces demostrarle a sus incrédulos alumnos como era posible que hubiera prosperado un movimiento político-social racista y genocida como el de Adolf Hitler. Para tal fin, pasó del método didáctico habitual a un método de aprendizaje basado en la experiencia. Comenzó anunciando en clase que a la semana siguiente simularían algunos aspectos de la experiencia alemana. Primero, Jones estableció normas nuevas y muy rígidas para la clase, que debían ser obedecidas sin disensos. Todas las respuestas se debían limitar a tres palabras o menos y tenían que ir precedidas por la palabra “señor”, con la obligación de que el alumno se pusiera de pie al lado de su pupitre. Dado que nadie se opuso a esta y otras normas arbitrarias que se fueron sucediendo, el clima del aula empezó a cambiar. Los alumnos más inteligentes, con mayores recursos verbales, perdieron sus lugares de privilegio, y los que tenían menos aptitudes verbales y más presencia física tomaron protagonismo. El movimiento del aula fue bautizado con el nombre de “Tercera Ola”. Se introdujo un saludo con la mano ahuecada junto con eslóganes o consignas que se tenían que gritar al unísono cuando era ordenado. Cada día había un eslogan nuevo: “La fuerza es fruto de la disciplina”, “La fuerza es fruto de la comunidad”, “La fuerza es fruto de la acción”, y “La fuerza es fruto del orgullo”. Una forma secreta de estrechar la mano identificaba a los camaradas, y era obligatorio denunciar a los críticos y a los rebeldes por “traidores”. Instituidos los eslóganes, se pasó a la acción: se diseñaron estandartes que colgaron por todo el centro, reclutaron miembros nuevos, enseñaron a otros alumnos las posturas obligatorias, etc. El núcleo original, que incluía a veinte alumnos, creció hasta extenderse a más de cien seguidores de la Tercera Ola y los alumnos terminaron adueñándose de la situación. Crearon credenciales especiales para los afiliados.
Ordenaron apartar de la clase a algunos de los estudiantes más destacados y los miembros de la nueva camarilla, que estaban fascinados con lo que ocurría, maltrataban a esos compañeros de clase mientras los expulsaban. Posteriormente, Jones dijo a sus seguidores que formaban parte de un movimiento más amplio, de escala nacional, cuyo objetivo era descubrir a los estudiantes que luchaban por el cambio político. Les dijo que eran un grupo selecto de elegidos para contribuir con dicha causa. Se convocó una concentración para el día despúes ya que, supuestamente, un candidato a la presidencia de la nación iba a anunciar por televisión la creación de un nuevo programa para los jóvenes de la Tercera Ola. Más de doscientos alumnos llenaron el salón del acto esperando el anuncio. Miembros de la Ola fascinados, portando su uniforme con camisa blanca y un brazalete, colgaban estandartes por toda la sala. Alumnos fornidos hacían de guardia a la entrada, mientras unos amigos del profesor que se hacían pasar por periodistas y fotógrafos circulaban entre la masa de seguidores. Se encendió la televisión y todo el mundo esperaba ansiosamente el anuncio al grito de “La fuerza es fruto de la disciplina”. Sin embargo, lo que apareció en las pantallas, sorprendió a todos. Una película sobre el mitín de Hitler en Nuremberg; la historia del Tercer Reich apareció con imágenes tétricas. “La culpa recae en todos: nadie puede decir que no participó de alguna forma”. Esta frase, que aparecía en los últimos fotogramas de la película, puso fin a la simulación. Jones explicó la razón de esta simulación a todos los alumnos que se habían reunido en el salón, que habían ido mucho más allá de lo que había imaginado al comienzo. Les dijo que, a partir de ahora, su nuevo eslogan debería ser: “La fuerza es fruto del entendimiento”. “Fueron manipulados. Fueron empujados por sus propios deseos hasta donde se encuentran ahora”, terminó diciéndoles. Algunos alumnos lloraron, otros simplemente se levantaron y se fueron decepcionados. En su intento por crear un estado fascista virtual dentro de su instituto, Jones manifestó un aviso que sirve (o debería servir) como alerta permanente.
Esta experiencia es relatada por el Dr. Philip Zimbardo (2008) en su libro “El efecto Lucifer”. Como bien señala allí, el poder de la autoridad ejercida por un líder no sólo se expresa en la medida en que puede inspirar obediencia a sus seguidores, sino también en la medida en que puede definir la realidad y alterar formas habituales de pensar y de actuar. Exaltar sentimientos de favoritismo endogrupal y discriminación hacia los no miembros puede ser más fácil de lograr de lo que se supone. Zimbardo lo demuestra con otro ejemplo. En abril de 1968, un día después del asesinato de Martin Luther king Jr., Jane Elliot, la maestra de tercer grado de una escuela rural de Iowa, les preguntó a sus alumnos si pensaban que en los Estados Unidos había personas a las que se les tratara distinto. Los niños, que bordeaban los ocho años, respondieron que sí: “Los negros, los indios y los asiáticos”. Al consultarles qué sabían sobre ellos, los alumnos describieron a estos grupos con los habituales estereotipos raciales. Es así que la maestra les propuso realizar un experimento. Los niños, entusiasmados, aceptaron el desafío. La maestra Elliot dividió a los alumnos en dos grupos: los que tenían ojos azules y los que tenían ojos marrones. Le dijo a la clase que los primeros eran superiores a los segundos e hizo que los de ojos azules les colocaran collares de tela a los de ojos marrones para acentuar las diferencias. La profesora les dio a los niños de ojos azules una serie de privilegios sobre sus compañeros: ellos tendrían cinco minutos extras en el recreo, doble porción de comida a la hora del refrigerio y podrían beber agua del bebedero con normalidad. Mientras tanto, los de ojos marrones tenían que usar vasos de cartón con sus nombres, no podían usar los juegos del patio y no debían juntarse con los otros niños. Además, cuando se presentaba la oportunidad, Elliot destacaba los aspectos negativos de estos últimos. Los niños de ojos azules mejoraron su rendimiento mientras que los discriminados decayeron en el suyo. Para justificar su accionar, la profesora apeló a explicaciones pseudocientíficas, afirmando que la melanina, responsable de determinar -entre otras cosas- el color de los ojos, influía también en la inteligencia de cada grupo, siendo más favorable para los que tenían ojos azules. Por la tarde de ese mismo día, los niños discriminados expresaban: “Parecía que todo lo malo nos sucedía”. “La manera en la que nos trataban nos hacía sentir sin ganas de hacer nada”. “Parecía que la señorita Elliot nos estaba quitando a nuestros mejores amigos”. Al día siguiente se produjo el cambio. La señorita Elliott dijo a la clase que había cometido un error, y que en realidad los niños superiores eran los de ojos marrones y los inferiores los de ojos azules. Ahora, los niños de ojos marrones recibieron los privilegios que antes tuvieron sus compañeros y a los de ojos azules se les colocó el collar de tela y fueron tratados en forma discriminatoria. Los niños de ojos marrones -esta vez los superiores de la clase- tardaron algunos minutos en acostumbrarse pero los resultados fueron contundentes. Cuando se les tomó el tiempo para resolver tareas, lo hicieron más rápido que el día anterior. Posteriormente, la señorita Elliot les preguntó a todos cómo se habían sentido con el experimento los días anteriores. Inmediatamente, estalló una lluvia de quejas sobre lo mal que se habían sentido. Elliot se quedó asombrada al ver aquella transformación tan rápida y total de unos alumnos a los que creía conocer muy bien: “Unos niños de tercero que antes eran maravillosamente cooperadores y amables se convirtieron en unos niños malos, crueles, discriminatorios…Fue espantoso”. El objetivo de su experimento, lograr que los niños vivenciaran personalmente que se siente cuando uno es oprimido y que se siente cuando uno ejerce el dominio del poder, se cumplió con creces, y en forma alternativa. La Psicología Social se interesa por indagar como la pertenencia a un grupo introduce sesgos en nuestra percepción del resto. Este favoritismo endogrupal denominado Paradigma del Grupo Mínimo, se pone en marcha apenas se logra hacer que una persona se etiquete como perteneciente a un grupo. Las consecuencias del experimento de Elliott trascienden las dinámicas de los pequeños grupos y pueden observarse sin duda a escala social mucho mayor. Sin embargo, en ámbitos más reducidos y de mayor proximidad, en los cuales el líder concentra la suma de la autoridad y la toma de decisiones, su potestad para cincelar la realidad a su gusto adquiere mayor potencia, pudiendo influir con más fuerza en aquellos que aceptan ciegamente su palabra. Este experimento muestra como los poderes nos influyen, nos fraccionan y nos pueden llevar al conflicto con aquellos que quedan por fuera, creando las bases para consolidar una visión maniquea de la realidad.
La profesora Jane Elliott y su desafío: enseñar a los niños blancos de una pequeña comunidad agrícola de Iowa el significado de las palabras “fraternidad” y “tolerancia”. Fue en 1968, en medio de la lucha contra la segregación racial en Estados Unidos. Su experimento social demostró la facilidad con la que se puede crear un fuerte sentimiento endogrupal, inculcando prejuicios hacia aquellos que no son parte del grupo.
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