Él mismo es la suprema realización de este
plan. Por que Jesucristo y una interferencia de Dios que en la vida humana,
pero también la humanidad se interfiere en la vida divina.
No se verifica en el uno de aquellos
descensos esporádicos y efímeros, a nuestra manera de concebir, de la
divinidad, que se hacía ver en un momento determinado y desaparecía luego para
volver a su inefable lejanía de invisibilidad. Aquí no es sólo que Dios
descienda; es que el hombre se levanta, y Dios y hombre, en esa zona de
misterio, se abrazan estrechamente para no separarse llamas. Cómo está trabado
el nudo de lo humano con lo divino, será siempre misterio del que nuestra razón
podrá percibir muy poca cosa. Pero que está trabado es evidente, con la
evidencia que tienen las verdades de la fe.
Mas, como quiera que el Verbo no se propuso
solamente elevará a esa unión una determinada naturaleza humana, la del hombre
Jesús, sino a todos los hombres y la vida de todos ellos, todo cuanto
Jesucristo enseñó e hizo lleva esta misma orientación. Por eso, en sus
parábolas, en las que no deja de haber un toque de misterio, Sherman and tan
felizmente los actos más vulgares de la vida humana y el reino de los cielos.
Por eso, en sus palabras, la naturaleza, con sus luces y tinieblas, con su vida
y su muerte, sirve como de calquilla a las realidades de la vida sobrenatural.
Por eso también, así Jesús que hizo alguna institución, en ella debemos
encontrar una zona misteriosa en la que se junten lo divino y lo humano.
Efectivamente, Jesucristo o instituyó los
sacramentos, en los cuales se verifica lo previsto. Pero en ninguno con tanta
perfección como en la Eucaristía. Ahí sí que se da esa unión misteriosa de los
elementos terrenos y celestiales, humanos y divinos. Cómo está trabado el nudo,
ni lo vemos ni lo entendemos; pero de que ésta no hay duda. Es una verdad de fe
que llegase el casi evidente por la experiencia de la vida religiosa.
Sabían los hombres que el pan de cada día
es un Don Hecho por Dios a los hombres. Sabían algunos que en determinadas
ocasiones había enviado Dios que el pan a sus escogidos de un modo milagroso.
Lo que nos sabían es que Dios había de darse El mismo como pan, porque el pan
iba a ser elevado hasta convertirse en la carne y la sangre de un Dios.
Jesucristo había venido para poner remedio
al desastre del paraíso, y allí el hombre, al perder la gracia, había perdido
también la inmortalidad. El árbol de la vida, plantado por Dios, no hacía
inmortal a quien comía de él una sola vez, pero comunicaba tal energía al
organismo, que, comiendo del de cuando en cuando, podía el hombre prolongar su
vida indefinidamente y ser de hecho inmortal. Todo esto perdió al hombre, y
todo esto le devolvió Jesucristo: el que come mi carne y bebe mi sangre tiene
vida eterna (Jn 6,55).
Por eso, cuando ya todo estaba cumplido y
se iba levantaré largo de la cruz, del que descendería la gracia santifica ante
a todos los hombres, Jesucristo preparaban el cenáculo este alimento de vida,
que nos haría inmortales, no porque todo el que una vez perciba la Eucaristía
este seguro de la inmortalidad espiritual, sino porque es tal la energía que
comunica al alma, que, recibiendo la de cuando en cuando, puede estar seguro de
vencer al pecado y ser de hecho y mortal.
Y porque al crear Dios el paraíso sabía muy
bien lo que había de suceder y tenía preparado el remedio por la Encarnación,
en la mente de Dios que largo de la vida estaba asociado a la Eucaristía. Hermoso
y codiciable era que el árbol, pero mucho más codiciable es este alimento, en
que se nos da el mismo Dios. Por eso, en la complacencia con que Dios miraba el
árbol de la vida, entraba con mucho el pensamiento eucarístico. Aquel árbol
venía a ser el primer paso hacia la Eucaristía.
Porque Dios no introdujo la Eucaristía en
el mundo de una manera inesperada. Un año antes de reunirse Jesús en el
cenáculo y dará a sus discípulos del pan de vida, se lo había anunciado
claramente en Cafarnaúm, y para eso, el día anterior había multiplicado los
panes y los peces en el desierto con un milagro, que hacía recordar el del
maná, al que él mismo Jesús tal odio en su discurso.
Por eso el maná es otro paso hacia la
Eucaristía. Es una nueva llamada de Dios a los hombres para recordarles que él
tiene otro alimento que darles distinto o del que obtienen con el trabajo de
sus manos. Y también lo entendieron los hombres, que llamaron al maná “pan del
cielo”, en el que los más piadoso se encontraban toda clase de gustos. Jesús
advierte, sin embargo, que aquél no era sino un esbozo del pan del cielo. El
verdadero pan del cielo sería la Eucaristía: en verdad, en verdad os digo:
moisés nos dio pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del
cielo; porque el pan de Dios es el que bajó del cielo y da la vida al mundo (Jn
6,32).
Y, en efecto, el pan del cielo debería ser
un manjar que diese la inmortalidad. No podía ser un manjar inferior al del
paraíso. Debía de ser un pan de vida. Y el maná no era así. Sólo Jesús es pan
de vida: yo soy el pan de vida. Vuestros Padres comieron el maná en el desierto
y murieron. Éste es el pan que baja del cielo, para que el que lo, no muera. Yo
soy el pan vivo que ha bajado del cielo; se alguno come de este pan, vivirá
para siempre (Jn 6,48-51).
En el desierto de la península Sinaítica,
donde Dios había alimentado su pueblo con el maná, se había cambiado ahora por
el despoblado de la orilla oriental del lago. Estaré no cayó el maná al
amanecer. Fue más bien a la tarde cuando, después de una jornada consagrada la
palabra de Dios, Jesucristo multiplicó los panes y sació a una muchedumbre de
5000 personas. Cuando El desapareció y aún después de pasada la noche, la
multitud le buscaba afanosa. Aquel pan y que había dejado con hambre demás pan.
Era algo así como un aperitivo de la Eucaristía. Jesús se lo dirá: en verdad,
en verdad os digo: vosotros me buscáis no porque habéis visto los milagros,
sino porque habéis comido los panes yo sabré y saciado; procura dos no el
alimento perecedero, sino el alimento que permaneció hasta la vida eterna, el
que el Hijo del hombre os dará (Jn 6,26s).
Este sí que era un nuevo paso hacia la
Eucaristía. La Eucaristía estaba ya a la puerta, y Jesús hacía que los hombres
tuviesen hambre de ella: Sr., danos siempre que sepan (Jn 6,34).
¿Qué el pan era este? Jesús lo dijo con
toda claridad: “el pan que Yo daré es mi carne para la vida del mundo”. Y a fin
de que supiesen que éste era el pan que daba la inmortalidad perdida, añadió:
en verdad, en verdad os digo que si no coméis la carne del hijo del hombre y no
bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi
sangre tiene vida eterna y yo de resucitar e en el último día. Porque mi carne
es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida… éste es el pan bajado del
cielo. No como el pan que comieron los Padres y murieron; el que come este pan
vivirá para siempre” (Jn 6,51-58)
Ya no faltaba sino esperar a que las
puertas del Cenáculo se abrieran y en el silencio de la noche que envolvía al
mundo dijera Jesús: tomad y comer. Esto es mi cuerpo…
Fue como el Ca el silencioso del maná en
medio de la noche. Fue como un nuevo nacimiento o del Hijo de Dios que en la
Casa del Pan. Fue como sea el árbol de la vida hubiera sido arrancado del
paraíso y trasplantado la tierra. Fue el paso definitivo de la Eucaristía, que
llegaba al mundo.
Después, en los días que siguieron a la
Ascensión, comenzaron aquellas reuniones en diferentes casas de Jerusalén, en
las que se había de nuevo decir: tomad y comeré… Y blanqueaba el pan
eucarístico, y se encendía la fe, y se comía el pan del cielo. Oí en esta casa,
mañana en la otra. Era como una procesión de la Eucaristía
Más tarde, palestina resultó pequeña. Se
abrieron los caminos del mar y los de la tierra, y los apóstoles llevaron a
todos los pueblos las palabras del Sr. Y el pan de la vida. Las palabras del
profeta Malaquías se han cumplido en la Eucaristía: desde el orto del sol hasta
el ocaso es grande mi nombre entre las gentes, y en todo lugar se ofrece a mi
nombre un sacrificio humeante y una oración pura (1,11).
Todavía en la actualidad, la Eucaristía es
para algunos pueblos una hermosa esperanza, que camina hacia ellos con la
persona del misionero que ha de enseñarles la palabra de Cristo. Son los nuevos
pasos de la Eucaristía.
Y entre nosotros, todos los años Taiwán a
multitud de niños inocentes que reciben por primera vez el este pan del cielo.
También son pasos de la Eucaristía.
Por último, a quien venciera en la lucha
moral de esta vida, se le promete en el apocalipsis qué comerá de largo de la
vida y recibirá el maná escondido (2,7.17). Será el paso definitivo de la
Eucaristía, qué habrá sido ya superada por la participación directa en la vida
de Dios.
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