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los papas - 29
Gregorio XIV (5 diciembre 1590 - 15 octubre 1591)
Nicolás Sfondrati nació en el castillo de Somma Lombardo el 1 de febrero de 1535. De familia noble, era hijo de un senador milanés y de Ana Visconti. Después de estudiar derecho en las universidades de Perugia, Bolonia y Pavía, donde se
doctoró, abrazó la carrera eclesiástica y Pío IV le nombró obispo de Cremona en 1560. Participó activamente en la última etapa del Concilio de Trento, donde
defendió la obligación de residencia de los obispos, en oposición a las tesis
romanas y en consonancia con la postura de España; se ocupó de la revisión del
índice y del proyecto del decreto sobre el matrimonio. Las estrechas relaciones
que mantenía con el cardenal san Carlos Borromeo, arzobispo de Milán y su metropolitano,
y con san Felipe Neri, le impulsaron a se- guir el camino de la reforma. De
vuelta a Cremona, aplicó los decretos tridentinos, promulgados en el sínodo
diocesano que celebró en 1580, realizó la vista a la diócesis, fundó el
seminario y acogió en su diócesis a los teatinos y a los barnabitas. Hombre
austero y piadoso, celebraba diariamente la eucaristía, ayu- naba con
frecuencia y dedicaba todas sus energías a la reforma de la iglesia dio- cesana,
incluso después que Gregorio XIII le nombrase cardenal del título de Santa
Cecilia el 12 de diciembre de 1583.El cónclave que se reunió a la muerte de Urbano
VII mantuvo posturas en- frentadas durante dos meses, hasta que las presiones
españolas consiguieron imponer a uno de sus candidatos. El 5 de diciembre de
1590 fue elegido papa el cardenal Sfondrati, filoespañol moderado y gran amigo
del cardenal Borromeo y de san Felipe Neri. Escogió el nombre de Gregorio XIV;
fue coronado el día 8 y el 13 tomó posesión de la basílica de San Juan de
Letrán.
En el espacio de los pocos meses que duró su
pontificado hizo algunas cosas dignas de mención. Se rodeó de personas que
habían abrazado los ideales tridentinos. Tomó diferentes medidas para hacer frente
a la carestía y a la epidemia que azotaban al Estado pontificio; renovó la
constitución de Pío V de que no fuesen enajenadas ni dadas en feudo tierras de
la Iglesia y, a pesar de la oposición de los cardenales, no autorizó al duque
de Ferrara, que era el último vastago de su familia, transferir a otro el
principado. Sin embargo, la gran preo- cupación de Gregorio XIV fue Francia,
asolada por las guerras de religión. El papa envió al nuncio Marsilio Landriano
para pedir a los eclesiásticos y a los católicos que apoyaban a Enrique IV,
protestante, que le abandonaran bajo pena de excomunión, y además organizó un ejército
bajo el mando de su so- brino Hércules Sfondrati para apoyar a la Liga Católica
que luchaba contra los hugonotes.
Gregorio XIV precisó la forma de realizar la visita ad
limina de los obispos con la bula Onus apostolícete servitutls (15 mayo 1591),
reglamentó el derecho de asilo de las iglesias, terminó de organizar las
congregaciones romanas establecidas por Sixto V, instituyó una comisión para
continuar la corrección de la Vulgata y apoyó al compositor Palestrina. Los capelos
cardenalicios los reservó para clérigos que eran promotores de la reforma
católica. A su sobrino Francisco Sfondrati le concedió la púrpura cardenalicia
en una promoción especial el 19 de diciembre de 1590 y, al empeorar su salud,
de largo tiempo quebrantada, le cedió grandes parcelas de poder, lo que suscitó
la oposición de los cardenales, que le obligaron a reducir los poderes
excepcionales que había concedido al cardenal nepote. Murió en Roma el 15 de
octubre de 1591, cuando contaba 57 años de edad, y fue sepultado en la basílica
de San Pedro.
Inocencio IX (29 octubre 1591 - 30 diciembre 1591)
Juan Antonio Fachinetti nació en Bolonia el 20 de julio de 1519. De familia
noble, estudió derecho en la universidad de su ciudad hasta conseguir el grado
de doctor y entró al servicio del cardenal Alejandro Farnese, al que representó
durante cuatro años en la legación de Avignon. Nombrado obispo de Nicastro en
Calabria por Sixto IV, participó en la última fase del Concilio de Trento y, al
volver a su diócesis, la visitó y fundó el seminario. En 1566 san Pío V le
envió como nuncio a Venecia y fue uno de los promotores de la formación de la
liga contra los turcos que consiguió la victoria naval de Lepanto (7 octubre
1571). En 1575 renunció al obispado por su mala salud, pero al año siguiente
Gregorio XIII le nombró patriarca de Jerusalén y le asignó importantes cargos
en el Santo Oficio, concediéndole la púrpura cardenalicia el 12 de diciembre de
1583. Durante el pontificado de Gregorio XIV ocupó la presidencia del tribunal
de la Signatura y tomó parte activa en el gobierno de la Iglesia.
En el cónclave que siguió a la muerte de Gregorio XIV se dejo sentir una vez
más la presión de España, que consiguió que en dos días de cónclave se eligiera
papa al cardenal Fachinetti, que tenía fama de ser partidario de la reforma
católica. Elegido el 29 de octubre de 1591, tomó el nombre de Inocencio IX. En
los dos meses que duró su pontificado trató de cumplir con escrupulosidad su
misión: se preocupó del abastecimiento de Roma y de luchar contra la peste que
hacía estragos en la ciudad; confirmó la constitución de san Pío V que prohibía
enajenar los bienes de la Iglesia, e introdujo un cambio importante en la
Secretaría de Estado, al dividirla en tres secciones: una para Francia y Polonia,
otra para España e Italia y la tercera para Alemania. En lo demás, continuó la
política de su predecesor y siguió ayudando a la Liga Católica de Francia
contra los hugonotes. Murió el 30 de diciembre de 1591 en Monte Caballo y fue
trasladado a Roma, siendo sepultado en la basílica de San Pedro.
Clemente VIII (30 enero 1592 - 5 marzo 1605)
Personalidad y carrera eclesiástica.
Hipólito Aldobrandini nació en Fano el 24 de febrero de 1535 en el seno de una
familia patricia florentina. Hijo de Silvestre y Lisa Deti, su padre --que era
un célebre jurista, exiliado en 1531 por motivos políticos-- entró al servicio
de la administración pontificia y en 1548 consiguió el cargo de abogado
consistorial en Roma gracias a la protección del cardenal Alejandro Farnese.
Mientras tanto Hipólito Aldobrandini estudió derecho en las universidades de
Padua, Perugia y Bolonia, donde se graduó de doctor. Vuelto a Roma para hacer
carrera eclesiástica, su vida ejemplar llamó la atención de san Pío V y fue
nombrado abogado consistorial, después en 1568 auditor de cardenal camarlengo y
en 1569 auditor de la Rota. En 1571 formó parte del séquito del cardenal
nepote, Miguel Bonelli, enviado como legado a latere a España, Portugal y
Francia (junio 1571 - abril 1572). En 1572, con la muerte de san Pío V, la
brillante carrera que Aldobrandini había iniciado sufrió un parón. Durante el
pontificado de Gregorio XIII el joven auditor de la Rota quedó olvidado en el
ejercicio de la actividad jurídica y fue en aquellos años, a finales de 1580,
cuando decidió recibir las órdenes sagradas por influencia de san Felipe Neri,
con quien se confesaba. A partir de aquí sus relaciones con el Oratorio se
reforzaron y César Baronio será uno de sus confesores habituales. Con la subida
de Sixto V al trono pontificio Hipólito Aldobrandini encontró un nuevo
protector y su carrera volvió a despegar: el 15 de mayo le nombró datario y el
18 de diciembre le concedió la púrpura cardenalicia. En mayo de 1588, Sixto V
le envió como legado a latere a Polonia, no tanto por sus méritos cuanto por la
independencia que mantenía entre las diferentes facciones del sacro colegio. La
misión de Aldobrandini consistía en tratar de pacificar el país, dividido y
enfrentado tras la muerte del rey Esteban Barthory entre los pretendientes a la
corona: Segismundo Vasa y Maximiliano de Habsburgo. La victoria del primero y
las negociaciones posteriores permitieron concluir un tratado de paz el 9 de
marzo de 1589. El legado volvió a Roma en mayo de 1589 y el éxito diplomático
de su misión le convirtió en uno de los miembros más considerados del sacro
colegio.
La pronta muerte de Inocencio IX obligó a celebrar un nuevo cónclave en menos
de tres meses y, como en los tres casos precedentes, también el cónclave de
1592 se desenvolvió bajo una fuerte presión española. Después de veinte días de
escrutinios, el 30 de enero de 1592 fue elegido papa el cardenal Hipólito
Aldobrandini, que tomó el nombre de Clemente VIII. El 2 de febrero fue consagrado
obispo, y ocho días después, entronizado solemnemente, tomó posesión de San
Juan de Letrán. Clemente VIII llevó una vida piadosa y peregrinó cada mes a pie
a las siete iglesias principales de Roma. Pero, tímido por naturaleza, no fue
un hombre de decisiones rápidas, antes bien por su carácter irresoluto las fue
posponiendo. Con él empezó a perder ímpetu el movimiento reformista, que había
arrancado y avanzado vigorosamente con san Pío V y sus sucesores. Las expectativas
españolas se vieron defraudadas por Clemente VIII cuando reconoció a Enrique IV
(1589-1610) como legítimo rey de Francia. Aunque personalmente llevó una vida
sobria y sencilla, fue pródigo con su familia. El 18 de septiembre de 1592
confirió a sus sobrinos Pedro Aldobrandini (hijo de su hermano) y a Cinzio
Passeri (hijo de su hermana) la dirección de la Secretaría de Estado y la
Superintendencia del Estado de la Iglesia, dividiendo entre ambos las
atribuciones de acuerdo con criterios geográficos. El 17 de septiembre de 1593
les concedió la púrpura cardenalicia.
La actividad política.
Clemente VIII, en cuanto soberano de los Estados Pontificios, continuó y
acentuó el esfuerzo de centralización administrativa emprendido por Sixto V,
creando la Congregación del Buen Gobierno (30 octubre 1592). En 1598, después
de la muerte del duque de Ferrara, Alfonso II del Este, sin sucesión legítima,
incorporó al Estado pontificio el ducado de Ferrara, al ser vasallo de la Santa
Sede, lo que ocasionó la protesta de España, Venecia y Toscana, que apoyaban
las pretensiones de César del Este. También se preocupó por el bien material de
su pueblo, aligeró la presión fiscal a los campesinos de la campiña romana, les
defendió contra los abusos de la usura fomentando los montes de piedad, y fue
inexorable en la represión del bandolerismo y de los atropellos de la nobleza. La
política eclesiástica de Clemente VIII se orientó fundamentalmente a solucionar
el problema de la Iglesia en Francia. A Enrique III de Valois (1575-1589) le
sucedió en 1589 Enrique de Borbón, rey de Navarra, que era protestante y había
sido condenado por Sixto V en 1585 y declarado inhábil para sucederle en la
corona de Francia. Sin embargo, Enrique IV fue reconocido como rey por muchos
católicos franceses, y sólo los miembros de la Liga Católica, sostenida por
Felipe II y el papado, seguían considerando vacante el trono. Consciente de que
sólo abjurando del protestantismo podía poner fin a la división del reino,
Enrique IV decidió hacerse católico. El 25 de julio de 1593 abjuró de sus
errores en la iglesia de San Denis ante el arzobispo de Bourges y envió
representantes a Clemente VIII para solicitar la revocación de las censuras
impuestas por Sixto V. Clemente VIII se mantuvo indeciso durante un tiempo,
pero el temor de un posible cisma galicano le hizo ceder ante las instancias de
Davy du Perron y de Arnaud d'Ossat. Los cardenales reunidos por el papa en el
Quirinal también se mostraron favorables a la absolución, siempre que el rey
francés aceptara una serie de compromisos: restablecer el catolicismo en el
Bearne, promulgar en Francia los decretos del Concilio de Trento y educar en la
fe católica al heredero del trono. El 17 de septiembre de 1595 los procuradores
de Enrique IV, Du Perron y D'Ossat, pronunciaron una solemne abjuración en
nombre del rey, en la basílica de San Pedro, y Clemente VIII proclamó la
absolución de Enri- que IV. Para sancionar la reconciliación de Francia con la
Santa Sede y restablecer las relaciones diplomáticas interrumpidas desde 1588,
Clemente VIII envió a Francia en 1596, en calidad de legado a latere, al
cardenal de Florencia, con el encargo de conseguir que Enrique IV ratificase lo
acordado en la absolución, de reorganizar la Iglesia de Francia y de interponer
la mediación pontificia entre Francia y España, que estaban en guerra desde
1595. La absolución de Enrique IV tuvo importantes consecuencias para la
Iglesia, tanto en el pla- no religioso como político, pues la liga terminó por
disolverse, se impuso la reforma tridentina, paralizada por la guerra civil, y
el papado recuperó la independencia al librarse de la tutela española y poder
actuar como árbitro entre los Estados cristianos. La mediación de Clemente VIII
entre España y Francia hizo posible el tratado de Vervins (2 mayo 1598) por el
que Felipe II reconoció a Enrique IV como rey de Francia y le devolvió las
conquistas hechas en la frontera del noroeste francés. Una vez que Clemente
VIII consiguió que hubiera paz entre las potencias católicas, retomó el
proyecto perseguido por los papas de organizar una liga contra los turcos que
amenazaban los territorios orientales de la cristiandad, pero todo se redujo a
enviar dinero al emperador para que sostuviera el es- fuerzo militar y a mandar
un cuerpo expedicionario pontificio.
La vida de la Iglesia.
En un ámbito más estrictamente religioso, Clemente VIII trató de potenciar el
catolicismo, tanto en los países cristianos como en las misiones. Clemente VIII
no pudo evitar la promulgación del edicto de Nantes (13 abril 1598) en Francia
y trató de sacar el mejor partido posible, exigiendo que se pusieran en
práctica las cláusulas del edicto que ordenaban la restauración de la religión
católica en todas las regiones del reino. En Suecia, tras la muerte de Juan III
Vasa (1593), Clemente VIII trató de aprovechar la subida al trono del católico
Segismundo III, rey de Polonia, pero éste no estuvo en condiciones de restaurar
el catolicismo en su nuevo reino. La muerte de Isabel I de Inglaterra (1603) y
la subida al trono de Jacobo I (1603-1625), rey de Escocia e hijo de María
Estuardo, hizo concebir a Clemente VIII esperanzas de que mejoraría la
situación de los católicos e incluso de su posible conversión, pero pronto
quedaron desvanecidas. Entonces Clemente VIII creó en Roma un colegio para la
formación de sacerdotes escoceses y confirmó los seminarios para ingleses
fundados por Felipe II en Valladolid y Sevilla, concediéndoles importantes
privilegios y confiando su dirección a los jesuítas. Mejores resultados obtuvo
en sus esfuerzos por reunir las Iglesias orientales separadas de Roma. En 1592
envió un nuncio al patriarca copto de Alejandría y la Iglesia copta se unió a
la romana en 1595, siendo ratificado solemnemente el 25 de junio de 1597. Sin
embargo, la unión no sobrevivió a sus protagonistas. En cambio, sí tuvo un
carácter definitivo la unión que la Iglesia rutena acordó en el sínodo de
Brest-Litovtsk y se proclamó solemnemente en Roma el 23 de diciembre de 1595.
Clemente VIII dio a la Iglesia un importante impulso misionero con la institución
en 1599 de la congregación super negotiis sanctae fidei et religionis catholicae
o De Propaganda Fide, que será refundada por Gregorio XV en 1622. Se interesó
por los progresos de la evangelización en América, con la creación de nuevas
diócesis, y en Extremo Oriente, haciendo extensivo a todas las órdenes
mendicantes el privilegio de Gregorio XIII que reservaba la evangelización de Japón
y de China a los jesuítas. También se preocupó de que las disposiciones
tridentinas se impusieran en todas las iglesias diocesanas y él dio ejemplo en
la de Roma, realizando personalmente la visita pastoral en dos ocasiones.
Celoso guardián del depósito de la fe, participaba una vez a la semana en los
trabajos de la Congregación de la Inquisición, tomó algunas medidas para
reforzar los reglamentos vigentes y en 596 mandó publicar un nuevo Index librorum
prohibitorum. De las más de treinta condenas a muerte que se pronunciaron por
herejía entre los años 1595 y 1605, la más célebre fue la ejecución del
dominico Giordano Bruno (1548- 1600). Este monje, oriundo del reino de Nápoles,
puso en duda el dogma de la Trinidad y persistió en su opinión, por ello el tribunal
de la Inquisición le condenó como hereje impenitente. Giordano murió en la
hoguera el año 1600 en el Campo dei Fiori de Roma.
Clemente VIII también intervino en la controversia teológica que dominicos y
jesuítas entablaron en torno a la relación de la gracia con el libre albedrío,
que sabiamente dejó sin resolver. La polémica surgió en 1588 con la publicación
de la obra De concordantla liben arbitrii del jesuíta Luis Molina. Ante el
cariz que tomaba la polémica, Clemente VIII avocó la causa a Roma, impuso
silencio a las dos partes y nombró una comisión de cardenales (la congregación
de auxiliis) para encontrar una solución a la controversia. A principios de 1605
la comisión había terminado su trabajo, pero el papa murió sin tomar ninguna
decisión, al igual que hicieron sus sucesores hasta el siglo XVIII. El
pontificado de Clemente VIII se caracterizó por una importante actividad
editorial en el campo bíblico y litúrgico. En 1592 se publicó la primera versión
oficial de la Vulgata, en 1596 el Pontifical romano, en 1600 el Ceremonial de
los obispos, en 1602 el Breviario romano y en 1604 el Misal romano. También
concluyó importantes obras en el Vaticano: el palacio vaticano en 1596, donde
le recuerda sobre todo la magnífica sala Clementina, y la decoración de la
cúpula de San Pedro, que confió al pintor Cavaliere d'Arpino. Clemente VIII,
celoso defensor del dogma, luchador por la expansión del catolicismo y hombre
de profunda piedad, que se confesaba cada día con el cardenal Baronio (autor de
los doce volúmenes de los Aúnales ecclesiastici, que hasta su época constituyen
la colección de fuentes documentales más completa de la historia de la
Iglesia), murió en Roma el 5 de marzo de 1605. Su cuerpo recibió
provisionalmente sepultura en San Pedro, pero luego Paulo V lo hizo trasladar a
la capilla Borghese de la basílica de Santa María la Mayor, donde construyó un
magnífico mausoleo de piedra.
León XI (11 abril 1605 - 27 abril 1605)
Alejandro de Médicis nació en Florencia el 2 de junio de 1536. Pertenecía a una
rama segundona de la célebre familia florentina, y era hijo de Octaviano de
Médicis y de Francisca Salviati. Por línea materna estaba emparentado con el
papa León X y con el gran duque de Toscana Cósimo I (1537-1574). En 1560 conoció
a san Felipe Neri, el fundador del Oratorio, y entabló con él una relación que
influyó en su ordenación sacerdotal en 1567. En 1679 el gran duque Cósimo le
nombró embajador en Roma y en este empleo permaneció quince años, aunque simultáneamente
fue subiendo peldaños en la jerarquía eclesiástica. Gregorio XIII le nombró
obispo de Pistoya el 9 de marzo de 1573, poco después le promovió al arzobispado
de Florencia (15 enero 1574) y el 12 de diciembre de 1783 le concedió el capelo
cardenalicio y se le empezó a conocer con el nombre del «cardenal de
Florencia». Durante estos años, Alejandro de Médicis ejerció una importante
labor pastoral en sus dióce- sis poniendo en práctica la reforma tridentina por
medio de vicarios generales. El 12 de mayo de 1584 volvió a Florencia y se hizo
cargo del gobierno de la diócesis, convocando un sínodo en 1589. En 1596,
Clemente VIII le envió a Francia, en calidad de legado a latere, con la misión
de conseguir que Enrique IV ratificase lo acordado en la absolución, de
reorganizar la Iglesia de Francia y de interponer la mediación pontificia entre
Enrique IV y Felipe II, que estaban en guerra desde 1595. Durante dos años el
cardenal Alejandro de Médicis trabajó por el restablecimiento del catolicismo y
de la disciplina eclesiástica en Francia, e hizo posible el tratado de Vervins
(2 mayo 1598) que acordaba la paz entre Felipe II y Enrique IV; pero no pudo
impedir que Enrique IV promulgara el edicto de Nantes (13 abril 1598). En los
primeros días de septiembre de 1598 se despidió de Enrique IV y regresó a
Italia, siendo recibido con gran pompa por el papa el 10 de noviembre en la
corte pontificia de Ferrara. En 1600 Clemente VIII le nombró obispo de Albano y
poco después de Palestrina (1602). En el cónclave que siguió a la muerte de Clemente
VIII (1605), había tres partidos: el español, el francés y el de los cardenales
creados por el papa difunto, que capitaneaba el cardenal nepote Aldobrandini.
Este partido apoyó la candidatura del cardenal Baronio, oratoriano e ilustre
historiador, pero los españoles se opusieron por la hostilidad manifestada en
sus obras a los privilegios eclesiásticos de España y en especial a la
monarchia sicula (Annales, XI). Baronio no consiguió los votos necesarios, y
con el apoyo del partido francés se elegió papa al cardenal Alejandro de
Médicis el 1 de abril de 1605. Escogió el nombre de León XI en memoria de su
pariente León X y se ciñó solemnemente la tiara el día de la Pascua de
Resurrección. León XI fue un hombre culto, refinado y entusiasta de la reforma
católica. A consecuencia de un resfriado, que cogió el día que tomó posesión de
Letrán, murió en Roma el 27 de abril de 1605, a los veintiséis días de haber
sido electo. Fue enterrado en la basílica de San Pedro, donde el cardenal
Ubaldini le hizo erigir un suntuoso mausoleo.
Paulo V (16 mayo 1605 - 28 enero 1621)
Personalidad y carrera eclesiástica.
Camilo Borghese nació en Roma el 17 de septiembre de 1552 en el seno de una familia
de origen sienes que se había establecido en Roma durante el pontificado de
Paulo III. Hijo de Marcanlonio, decano de los abogados consistoriales, y de
Flaminia Astalli, Camilo estudió filosofía en la Universidad de Perugia y derecho
en Padua, donde consiguió el doctorado. Volvió a Roma y sucedió a su padre en
el cargo de abogado consistorial, luego ocupó los puestos de refrendatario del
tribunal de la Signatura, vicario de Santa María la Mayor y vicelegado de Sixto
V en Bolonia. En 1593 Clemente VIII le nombró legado extraordinario ante Felipe
II y, a su retorno, el 15 de junio de 1596 le concedió la púrpura cardenalicia;
al año siguiente le nombró obispo de Jesi y en 1603 se convirtió en el cardenal
vicario de Roma. A la muerte de León XI (27 abril 1605) el cónclave se
encontraba aún más dividido que el anterior. Los españoles presentaron la
candidatura del cardenal Sauli, con la que estaban conformes los franceses,
pero Aldobrandini la rechazaba porque Sauli se había opuesto antes a la elección
de Clemente VIII y seguía apoyando a Baronio, rechazado por los españoles.
Después de varios días en que las candidaturas de Baronio y Tosco no cuajaron
por la oposición de uno u otro partido, los cardenales se pusieron de acuerdo
en torno al cardenal Borghese, que por modestia o por estrategia se había
mantenido al margen hasta aquel momento, a pesar de que gozaba de una pensión
española desde su embajada en Madrid. El 16 de mayo de 1605 fue elegido papa
Camilo Borghese y tomó el nombre de Paulo V, en recuerdo de Paulo III que había
protegido a su padre. A diferencia de los papas anteriores, que solían dejarse
toda la barba, Paulo V fue el primero que sólo se dejó una pequeña perilla,
cosa en la que le imitaron sus sucesores hasta Inocencio XII. El nuevo papa era
un hombre muy reflexivo, que odiaba la precipitación, por lo que la solución de
los problemas avanzó con gran lentitud.
Las relaciones diplomáticas.
La política de Paulo V descansó sobre el principio de la neutralidad en los
enfrentamientos hispano-franceses, haciendo llamamientos a la unidad de los
príncipes católicos contra la amenaza de los turcos, a la vez que defendió los
derechos de los católicos frente a los protestantes. En Inglaterra, después del
fracaso de la conspiración de la pólvora (1605), empeoró la situación de los
católicos, que fueron obligados a prestar un nuevo juramento de fidelidad. En
Alemania se produjo un recrudecimiento de las luchas confesionales. En 1608 los
príncipes protestantes del Imperio formaron la Unión Evangélica y, al año
siguiente, los católicos respondieron con la organización de la liga,
capitaneada por Maximiliano de Baviera. A su vez, el emperador Matías
(1612-1619), empujado por el partido católico, ordenó en 1617 la destrucción de
las iglesias que los protestantes habían levantado en Klostergrab, lo que dio
origen a la rebelión de Bohemia con la defenestración de Praga (23 mayo 1618),
iniciándose la guerra de los Treinta Años. Paulo V prestó ayuda financiera al
nuevo emperador Fernando II (1619-1637), que había estudiado con los jesuítas
en Ingolstadt y era defensor de la reforma católica, y a la liga, pero sólo
pudo ver la victoria de la Montaña Blanca (8 noviembre 1620) que permitió
restablecer el culto católico en Bohemia y en Moravia. El grave enfrentamiento
que Paulo V tuvo con la república de Venecia hay que encuadrarlo en la defensa
de las inmunidades de la Iglesia, ratificadas en Trento, y los derechos que
reclamaban los Estados modernos. Dos leyes promulgadas en Venecia en 1604 y
1605, antes de la elección de Paulo V, prohibiendo la erección de iglesias o
conventos sin el consentimiento del Senado y la adquisición de propiedades
inmuebles a los eclesiásticos, desataron el conflicto. Éste se agravó con la
detención de dos clérigos que la república no quiso entregar a los tribunales
eclesiásticos, violando el principio de la inmunidad eclesiástica defendido en
Trento, que ordenaba que los eclesiásticos fueran juzgados exclusivamente por
tribunales eclesiásticos. El 17 de abril de 1606, Paulo V amenazó con el entredicho a la república de Venecia, pero ésta rechazó
la amenaza, encargó al teólogo Paolo Sarpi la defensa de la independencia del
Estado en el ámbito temporal y prohibió que se publicase el entredicho. El conflicto
eclesiástico-político se trocó entonces en una controversia de principios sobre
las relaciones entre el poder eclesiástico y el civil. La mediación de Francia
y el temor de que Venecia cediera al protestantismo puso fin al enfrentamiento
el 17 de abril de 1607. Paulo V levantó las censuras y Venecia liberó a los dos
eclesiásticos. Pero este hecho dejó patente que ya no se podía imponer en todos
los asuntos el derecho canónico, porque las circunstancias habían cambiado de
modo radical (L. Pastor, Historia de los papas, XXV, pp. 91-167). El papa tuvo
que revocar el entredicho sin que Venecia cediera en el punto principal. Aquel
entredicho fue el último que se ha pronunciado contra un Estado.
La actividad religiosa.
La acción religiosa de Paulo V se centró en la continuación de la reforma
católica, en el apoyó a las misiones y en la controversia de auxiliis. Paulo V vigiló la aplicación de los decretos del Concilio de
Trento, particularmente los referentes a la residencia de los obispos y a la
clausura de los regulares. Aprobó la Congregación del Oratorio de Francia,
fundada en 1611 por De Bérulle, futuro cardenal; en 1614 publicó un nuevo
Breviario romano, procedió a la canonización de santa Francisca Romana (1608) y
de san Carlos Borromeo (1610), y a la beatificación de los grandes
protagonistas de la reforma católica del siglo anterior: san Ignacio de Loyola
(1491-1556), san Francisco Javier (1506-1552), santa Teresa de Ávila (1515-1582)
y san Felipe Neri (1515-1595). Durante su pontificado la expansión misionera
ofrece un espectáculo espcranzador. En América, bajo la protectora tutela del
dominio español, continuó avanzando la labor evangelizadora de los misioneros.
En Filipinas, con los trabajos de franciscanos, jesuítas, dominicos y agustinos,
progresó rápidamente el catolicismo. En Japón, donde se habían producido muchas
conversiones, estalló en 1614 una sangrienta persecución que casi aniquiló a la
nueva cristiandad. También en China se desató una furiosa persecución en 1616. Una
de las preocupaciones de Paulo V fue dar solución a la controversia de auxiliis,
pero después de celebrar dieciséis congregaciones, lo dejo en suspenso imponiendo
silencio a ambas partes. El 28 de agosto de 1607, Paulo V dio por terminada la
controversia, declarando que ambas partes quedaban en libertad de sostener y
enseñar sus respectivas opiniones, pero en forma mesurada y con la prohibición
de acusar de herejía al contrario.
Nepotismo y mecenazgo.
Por desgracia, Paulo V no se mostró inmune al nepotismo, que además convirtió a
su familia entre las principales de Roma. El hijo de su hermana Ortensia,
Escipión Caffarelli, fue creado cardenal el 18 de julio de 1605 y desempeñó el
papel de cardenal nepote. Las elevadas rentas que percibía de los beneficios y
pensiones de Francia y España permitieron al cardenal Borghese llevar una vida
de ostentación y fomentar las artes, constru- yendo el palacio y la espléndida
Villa Borghese. El segundo sobrino, Marco Antonio Borghese, se convirtió en el
jefe del nuevo linaje: en 1616 adquirió el principado de Sulmona en el reino de
Nápoles y en 1620 se convirtió en el general del ejército de los Estados
Pontificios. Durante el pontificado de Paulo V su familia se elevó al rango de
las antiguas familias de los Colonna y Orsini, y muy pronto superó en riqueza y
en poder a las familias de Sixto V y Clemente VIII. Sin embargo, aunque Paulo V
se rodeó de familiares, al igual que habían hecho sus predecesores, conservó
celosamente su autoridad, confiando a su nepote las funciones propias de un
ministro principal. El mecenazgo de Paulo V y de sus sobrinos posibilitó la
realización de grandes obras arquitectónicas y urbanísticas que enriquecieron
Roma. Entre 1607 y 1617 puso fin a la basílica de San Pedro e hizo esculpir una
monumental inscripción en la fachada, en la que se proclama la terminación de
la misma «para honra de los príncipes de los Apóstoles por obra de Paulo V, de
la familia romana de los Borghese». En la basílica de Santa María la Mayor hizo
levantar la capilla Paulina para su enterramiento. El año 1612 mandó construir
un acueducto para surtir de agua al barrio del Trastévere, que se denominó
Acqua Paolina. Amplió el palacio Borghese y dispuso que los archivos de la
SantaSede se colocaran en el Vaticano. Paulo V, que reforzó considerablemente
la reforma católica, murió en Roma el 21 de enero de 1621. Sepultado provisionalmente
en San Pedro, más tarde fue trasladado por su sobrino, el cardenal Borghese, a
la capilla Paolina en la basílica de Santa María la Mayor.
Gregorio XV (9 febrero 1621 - 8
julio 1623)
Personalidad y carrera eclesiástica.
Alejandro Ludovisi nació en Bolonia el 9 de enero de 1554 en el seno de una
familia del patriciado urbano que había dado a la ciudad numerosos consejeros y
senadores. Hijo del conde Pompeyo Ludovisi y de Camila Bianchini, realizó sus
primeros estudios en Bolonia y, desde 1569 hasta 1571, los continuó en el
colegio romano bajo la dirección de los jesuítas. Volvió a Bolonia para
estudiar derecho en su universidad y se doctoró en ambos derechos. El hecho de
ocupar la silla de san Pedro un boloñés, Gregorio XIII, le facilitó la carrera
eclesiástica. Ordenado sacerdote, se estableció definitivamente en Roma y
Gregorio XIII le nombró primer juez de la curia capitolina. En 1591 Gregorio
XIV le designó miembro de la Congregación de los asuntos de Ferrara. Clemente
VIII le confió los cargos de refrendatario de la Signatura, lugarteniente civil
del tribunal del vicariato de Roma y en 1600 auditor del tribunal de la Rota.
Al mismo tiempo participó en misiones diplomáticas en las cortes de España y
Francia, y recibió el encargo, junto con Maffeo Barberini (futuro Urbano VIII),
de solucionar las diferencias entre Benevento y el reino de Nápoles. Paulo V le
nombró arzobispo de Bolonia el 12 de abril de 1612 y le encomendó una misión diplomática
para negociar la paz entre Felipe III de España (1598-1621) y Carlos Manuel de
Saboya (1580-1630) por el problema del marquesado del Monferrato. El 19 de
septiembre de 1616 recibió el capelo cardenalicio y se estableció en Bolonia,
donde se dedicó a la reforma del clero y se mantuvo alejado de las luchas e
intrigas romanas. El cónclave que siguió a la muerte de Paulo V sólo duró dos
días, pero las luchas fueron intensas. Aunque los cardenales creados por el
papa Borghese constituían la mayoría, no formaban un grupo compacto y se
mostraron dis- puestos a buscar una solución de compromiso, eligiendo al
cardenal Alejandro Ludovisi, que fue electo el día 9 de febrero de 1621.
Escogió el nombre de Gregorio XV en recuerdo de su paisano y primer protector
Gregorio XIII. Fue coronado el 14 de febrero en San Pedro y el 9 de mayo tomó
posesión de San Juan de Letrán. El nuevo papa, como lo habían sido otros
muchos, era un jurista, tenía un carácter recio y era amigo de la verdad. Una
de las primeras actuaciones de Gregorio XV fue crear en torno a sí, de acuerdo
con el nepotismo vigente, una estructura de gobierno familiar. Al día siguiente
de su coronación, el 15 de febrero de 1621, creó cardenal a su sobrino Ludovico
Ludovisi, que sólo contaba 25 años, y le encomendó la dirección de los asuntos
religiosos y políticos con las funciones propias del cardenal nepote. Orazio
Ludovisi, hermano del papa, se estableció en Roma y fue nombrado general de los
ejércitos de la Santa Sede. Su hijo Nicolás fue nombrado gobernador del castillo
de Sant'Angelo, y su hija Hipólita se casó con Giorgio Aldobrandini, sobrino de
Clemente VIII y príncipe de Rossano, que fue promovido a príncipe de Meldola y
duque de Salsina. De esta forma, en pocos años, la familia Ludovisi se
convirtió en un nuevo linaje de la aristocracia romana.
La actividad política y religiosa.
La política eclesiástica de Gregorio XV estuvo condicionada por la guerra de los
Treinta Años (1618-1648). Tras la derrota del elector palatino Federico V, jefe
de la Unión evangélica, el palatinado fue ocupado por Maximiliano de Baviera (1598-1651),
que envió a Roma los ricos fondos manuscritos de la Biblioteca palatina de
Heidelberg, mientras el emperador Fernando II prosiguió con la restauración del
catolicismo en Bohe- mia y en los demás Estados de los Austrias, impulsando a
la vez la reconquista religiosa de Alemania para el catolicismo. Gregorio XV
concedió subsidios al emperador para proseguir la lucha y le invitó a extirpar
el protestantismo de sus Estados, y también ayudó a Segismundo III de Polonia
(1587-1632) en su lucha contra los turcos por la defensa del reino polaco. En
el conflicto abierto entre España y Francia por el valle de la Valtelina, de
gran interés estratégico para la comunicación entre el milanesado y los Países
Bajos, Gregorio XV trabajó incansablemente para que se resolviera pacíficamente
el conflicto, pero murió antes de que se solucionara. Por lo que respecta a la
política religiosa hay que resaltar la normativa que publicó sobre la elección
del pontífice, la institución de la congregación De Propaganda Fide, la
canonización de los primeros santos de la reforma católica y el apoyo que dio a
los jesuítas. Con la bula Aeterni Patas, de 15 de noviembre de 1621, completada
con la Decet romanum pontificen de 12 de marzo de 1622, estableció la nueva
normativa sobre la forma de elegir al papa que ha estado en vigor hasta las
reformas que introdujo san Pío X a principios del siglo xx. En estas bulas se
establecieron normas precisas sobre el cónclave y los procedimientos de la
elección: el escrutinio, el compromiso y la aclamación. El primero tenía lugar
cuando las dos terceras partes de los conclavistas emitían su voto a favor de
un mismo candidato; el segundo se aplicaba para superar las discrepancias entre
los votantes; y el tercero se producía espontáneamente cuando todos los
cardenales aclamaban como papa a una misma persona. Sin embargo, el
procedimiento más usual fue el del escrutinio, que se verificaba dos veces al
día, una por la mañana después de la misa y otra por la tarde. Todos los
cardenales debían escribir su propio nombre y el de su candidato en una cédula
que luego depositaban en el cáliz, jurando que habían nombrado al que creían
mejor. La elección no se reputaba concluida hasta después que se publicaban
todos los votos. La preocupación por la difusión del catolicismo llevó a
Gregorio XV a crear la congregación De Propaganda Fide con la bula Inscrustabili
divinae de 22 de junio de 1622, que debía coordinar el trabajo misionero en
todo el mundo. Esta congregación extendía su jurisdicción a todos los países en
que no se hallaba constituida la jerarquía católica y tenía por objeto fomentar
las misiones. No fue fácil la actuación de este organismo pontificio. Por de
pronto, quedaron fuera de su campo de acción Iberoamérica, Filipinas y parte de
la India, que estaban sometidas al patronato español o portugués, con los
cuales tuvo graves conflictos. El resto de los territorios de misiones quedaron
bajo su competencia. Como también se le asignó la difusión de la fe católica en
las regiones del norte de Europa, total o parcialmente protestantes, la
congregación trazó los planes de la reforma católica. Los nuncios fueron los
eslabones entre la central misionera romana y los países protestantes. Así, el
nuncio de Bélgica atendía a la situación de Inglaterra, Holanda, Dinamarca y
Noruega; el de Colonia tenía bajo su control las tierras del norte de Alemania,
mientras que el de Polonia cuidaba de Suecia y Rusia. Bajo el pontificado de
Urbano VIII la congregación De Propaganda Fidc puso su sede en un gran palacio
de la plaza de España, al que Bernini (1598- 1680) decoró con la fachada
actual. Gregorio XV canonizó a los primeros santos de la reforma católica:
santa Teresa de Ávila (1515-1582), reformadora del Carmelo; san Felipe Neri
(1515- 1595), fundador del Oratorio; san Ignacio de Loyola (1491-1556),
fundador de la Compañía de Jesús; y san Francisco Javier (1506-1552), uno de
los primeros seguidores de Ignacio de Loyola y misionero en la India y Japón.
Mostró un gran aprecio a los jesuítas, pues tanto él como su sobrino, el
cardenal nepote, estudiaron con ellos, concediéndoles múltiples privilegios y
exenciones. El breve e intenso pontificado de Gregorio XV, que representó un
momento importante en la reforma católica, terminó el 8 de julio de 1623 con su
muerte, acaecida en Roma. Fue sepultado en la iglesia de San Ignacio,
construida por su sobrino, el cardenal Ludovico Ludovisi.
Urbano VIII (6 agosto 1623 - 29
julio 1644)
Personalidad y carrera eclesiástica.
Maffeo Vicente Barberini nació en Florencia el 3 de abril de 1568. Hijo de
Antonio Barberini y de Camila Barbadori, pertenecía a una familia de
comerciantes de tejidos de Oriente que se había asentado en Florencia a
principios del siglo xv y había conseguido hacer fortuna. En Roma defendía los
intereses de la empresa Francisco, un tío de Maffeo, que gracias a las buenas
relaciones y a la fortuna se convirtió en protonotario apostólico. El padre de
Maffeo murió en 1571 y su madre le educó en los jesuítas de Florencia, y al
cumplir los doce años le envió a Roma, bajo la protección de su tío, para que
continuara los estudios en el colegio romano. Después le mandó a la Universidad
de Pisa para que cursara estudios de derecho, doctorándose en esta disciplina.
Vuelto a Roma, inició la carrera eclesiástica bajo la protección de su tío, que
en octubre de 1588 le compró el cargo de abreviador. Después Maffeo consiguió
el de refrendatario de la Signatura; en 1593 su tío resignó el cargo de
protonotario en su favor y en 1599 le compró el de clérigo de la Cámara
apostólica, que gozaba de gran prestigio. La carrera curial estuvo favorecida
por la riqueza de su familia y por las buenas relaciones de su tío Francisco,
pero se consolidó y potenció por la confianza que depositaron en él los papas.
Clemente VIII le nombró en 1592 gobernador de Fano y después le envió a Francia
(1601) para felicitar a Enrique IV con ocasión del nacimiento del Delfín. En
1604 recibió las órdenes mayores y Clemente VIII le nombró arzobispo in
partibus de Nazaret y nuncio apostólico en París, donde prestó su apoyo a los jesuítas,
pero no consiguió que se registraran los decretos del Concilio de Trento. Paulo
V le concedió el capelo cardenalicio el 11 de septiembre de 1606 y Maffeo
recibió la birreta cardenalicia de manos de Enrique IV. En septiembre de 1607
volvió a Roma y se convirtió en protector del reino de Escocia. Promovido al
episcopado de Spoleto (1608), reunió un sínodo y puso fin a las obras del
seminario. De 1611 al 1614 desempeñó el cargo de legado pontificio en Bolonia,
en 1617 renunció la diócesis de Spoleto y fue nombrado prefecto de la Signatura
de Justicia, el tribunal donde había comenzado la carrera de curial. A la
muerte de Gregorio XV, tras una disensión inicial, los cardenales eligieron
casi por unanimidad al cardenal Barberini el día 6 de agosto de 1623, que
escogió el nombre de Urbano VIII. Fue coronado el 29 de septiembre y el 19 de
noviembre tomó posesión de San Juan de Letrán. El nuevo papa contaba 55 años y,
a jucio de algunos historiadores, tenía un carácter altivo, que no toleraba
oposición de ningún tipo.
La política pontificia.
Inmediatamente después de la elección, Urbano VIII procuró crearse una corte
familiar, practicando el nepotismo como sus antecesores, y que Paolo Prodi (//
sovrano pontífice, Bolonia, 1982) interpreta como la forma específica que tomó
el absolutismo centralizador del siglo XVII en el régimen electivo y no hereditario
del papado. En 1623 nombró a su hermano mayor, Carlos (1560-1630), general de
los ejércitos de la Iglesia y duque de Monte Rotondo; en octubre de 1623 el
hijo de Carlos, Francisco, fue hecho cardenal a la edad de 26 años y
superintendente general y gobernador de Tívoli. En 1624 sacó a su hermano menor
Antonio del convento de capuchinos y le nombró cardenal penitenciario y
bibliotecario. En 1629 concedió la púrpura cardenalicia a otro sobrino,
Antonio, hijo de Carlos y hermano de Francisco, que acumuló los cargos de
legado en Avignon y Bolonia, camarlengo y prefecto de la Signatura. Al heredero
de la casa Barberini, Tadeo, le nombró general de los ejércitos, a la muerte de
su padre, prefecto de Roma, gobernador del castillo de Sant'Angelo y príncipe
de Palestrina. Independientemente de la influencia que el nepotismo pudo tener
en la política de Urbano VIII, parece que el pontífice se comportó como un
soberano absoluto, que controlaba todo y dejaba poco poder de iniciativa a los
miembros del colegio cardenalicio, a excepción de su amigo Lorenzo Magaloti,
creado cardenal en 1624 y secretario de Estado hasta 1628. Los otros
cardenales, demasiado influenciados por las potencias católicas, fueron
excluidos de la gestión de los negocios. Para contrarrestar esta pérdida de influencia,
en junio de 1630 les concedió el título de eminencia y el rango de príncipes de
la Iglesia. La política eclesiástica de Urbano VIII estuvo condicionada por el
recelo que sentía contra la preponderancia de los Habsburgo en Italia, la
creciente oposición de la Francia de Richelieu (1582-1642) hacia España y la
desconfianza de los príncipes alemanes ante el victorioso emperador Fernando II
(1619- 1637). Estos factores rompieron la unidad del mundo católico e hicieron
posible la continuación de la guerra de los Treinta Años (1618-1648), que puso
fin a la hegemonía de los Habsburgo y también a la restauración del
catolicismo. Urbano VIII se pronunció contra los intereses de España en los
conflictos de la Valtelina y de Mantua, y a favor de las pretensiones
francesas. En el pri-mer caso apoyó el tratado de Moncon (1626), que segregaba
a los católicos de la Valtclina del dominio de los grisones protestantes, pero
impedía el tránsito de tropas españolas por el valle. En el segundo caso, en la
guerra de sucesión de Mantua (1627-1631), prestó su apoyo al candidato francés
y rechazó al español. En la guerra de los Treinta Años, Urbano VIII adoptó una
política que, a la larga, sería muy perjudicial para la causa católica (L.
Pastor, Historia de los papas, XXVII, pp. 335-86). Después que los imperiales
derrotaron a los protestantes, el emperador Fernando II promulgó el 6 de marzo
de 1629 el «edicto de restitución», que preveía la restitución de todos los
bienes eclesiásticos usurpados desde la paz de Augsburgo (1555) a la Iglesia
católica, pero Urbano VIII trató de frenar los impulsos restauracionistas del
emperador, buscando un acuerdo entre Francia y Baviera. El cardenal Richelieu
(1585-1642) impulsó y financió la intervención de Gustavo Adolfo de Suecia
(1611-1632) en apoyo de los protestantes, y cuando los suecos fueron
derrotados, Richelieu, cardenal de la Iglesia romana, declaró la guerra a
España y al Imperio y se puso al lado de los protestantes alemanes y suecos.
Urbano VIII optó entonces por una política de neutralidad, pero con su política
antiaustríaca favoreció a Richelieu e indirectamente contribuyó a salvar al
protestantismo, aunque como «padre común de la cristiandad» se esforzó por
mediar entre las potencias en guerra.
La vida de la Iglesia, el proceso de Galileo y el mecenazgo.
En una proyección más religiosa hay que resaltar su preocupación por las
misiones, el culto a los santos y los problemas con las doctrinas de Galileo y
Jansenio. Urbano VIII dio un nuevo impulso a la congregación De Propaganda
Fide, instituida por Gregorio XV en 1622, construyendo un nuevo palacio para su
sede en la plaza de España y creando un seminario de misiones, que recibió el
nombre de Colegio Urbano (1627), para formar en Roma a jóvenes orientales que
quisieran seguir el ministerio sacerdotal. La congregación se mostró un instrumento
eficaz al servicio de la centralización romana, a la vez que impulsó las misiones
en todos los países de Asia y África, iniciándose en China la discusión sobre
el problema de los ritos malabares. En la misma tendencia centralizadora, Urbano
VIII prohibió dar culto público a personas que no hubieran sido declaradas
beatas por la Santa Sede, estableciendo las normas que se habían de seguir en
los procesos de beatificación y canonización. Normativa que ha seguido en vigor
hasta 1983. Además, sancionó públicamente el martirologio, que había sido
revisado por orden suya, canonizó a santa Isabel de Portugal (1626) y beatificó
a María Magdalena de Pazzi. En el pontificado de Urbano VIII terminó el lamentable proceso contra el
famoso físico y astrónomo Galileo Galilei (1564-1642). Como Galileo se mostró
abiertamente partidario de la teoría del canónigo Nicolás Copérnico (1473- 1543)
sobre el movimiento de la Tierra alrededor del Sol, doctrina que por entonces
rechazaban los teólogos en general, se le abrió ya en 1616, bajo Paulo V, un
primer proceso inquisitorial. Las afirmaciones de Galileo fueron declaradas «imprudentes
y absurdas para la filosofía, y formalmente heréticas, por ser contrarias a la
Escritura, para la teología». Al mismo tiempo se puso en el índice de libros
prohibidos la obra de Copérnico De revolutionibus orbium coelestium (1543).
Cuando en 1632 volvió Galileo, en su Dialogo sopra i due massimi site- mi del
mondo, a defender las tesis copernicanas condenadas, tuvo que comparecer ante
el Santo Oficio de Roma. Bajo amenaza de torturas, el anciano fue obligado a retractarse y a vivir en libertad vigilada en su casa de campo de
Arcetri, cerca de Florencia… Por muy lamentable que pueda resultar el caso Galileo, hay que recordar que las decisiones de la
congregación no eran inmutables y menos infalibles. De hecho, el papa Juan
Pablo II al comienzo de su pontificado instituyó una comisión que examinase las
actas del proceso de Galileo y, en mayo de 1983, la Iglesia honró en el
Vaticano al gran científico con un congreso internacional, que inauguró el papa
personalmente. En 1641 los jesuitas denunciaron al Santo Oficio el Agustinus de
Cornelio Janssens (1585- 1638), obispo de Ipres, publicado al año siguiente de
su muerte, porque contravenía la prohibición de 1611, repetida en 1625, de no publicar
nada sobre la gracia y, además, defendía con sutiles distinciones las tesis expuestas
antes por Bayo (1513-1589), que habían sido condenadas en 1567 (J. Orcibal,
Jansenius d'Ypres, 1585-1638, París, 1989). Urbano VIII condenó la obra de
Jansenio con la bula In eminenti, firmada el 6 de marzo de 1642, pero no
publicada hasta enero de 1643, por lo que tanto en Lovaina como en París se consideró
falsa. Los seguidores de Jansenio, en especial Antonio Arnauld (1612-1694),
aprovecharon la situación para organizar la defensa de la obra dar vida a la
controversia jansenista que a la muerte de Urbano VIII sólo había hecho que
empezar. Como soberano de los Estados Pontificios, Urbano VIII se comportó como
un monarca absoluto, reforzó considerablemente la posición política del papa en
Italia y amplió sus dominios con la incorporación del ducado de Urbino a los
Estados de la Iglesia (1631) por muerte del duque, que era feudatario de la Santa
Sede. Procuró hacer lo mismo con el ducado de Castro, que detentaba el duque
Odoardo Farnese de Parma, pero no lo consiguió. Construyó fortalezas en los
confines de Bolonia, reforzó las defensas del castillo de Sant'Angelo y rodeó
la ciudad leonina con murallas y bastiones. Levantó en Civitavecchia un puerto militar y estableció una fábrica de armas en Tívoli. Urbano VIII también
desarrolló un importante mecenazgo. Se rodeó de pintores, músicos y escritores, reunió una de las bibliotecas más ricas de Roma
y fundó la capilla Barberini en la iglesia de San Andrea della Valle. Rivalizó con
sus sobrinos por el embellecimiento de Roma y, bajo la dirección de Bernini
(1598-1680), halló el barroco una expresión grandiosa. Después de consagrar la
nueva basílica de San Pedro en 1626, hizo que Bernini levantase el maravilloso
baldaquino sobre el altar papal de la confesión. Francisco Barberini mandó a
Bernini levantar en la pendiente del Quirinal uno de los palacios más
representativos del barroco romano. Antonio Barberini, que fue capuchino, erigió
para esta religión un nuevo convento en la plaza Barberini. En 1626 el papa hizo
construir en Castel Gandolfo un palacio de verano, según los planes de Carlos
Maderno.
Urbano VIH murió en Roma el 29 de julio de 1644 y fue enterrado en la basílica
de San Pedro en el magnífico sepulcro que erigió Bernini a la derecha del altar
de la Cátedra. Después de veintiún años de pontificado dejó un mal recuerdo
entre los romanos, que le acusaban de haberse dejado manipular por sus
familiares, de subir los impuestos y de comportarse como un traidor por su actuación
en la guerra de los Treinta Años.
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