Así, mientras en la
colina próxima, llamada ofel, se levantaba el templo de Yahvé, el Dios del
cielo, en el valle se celebraba el culto del dios de los infiernos; y era tal
la fuerza con que se imponía, que hasta algunos reyes de Judá, como Acaz y
Manasés, olvidados del Dios verdadero, en momentos difíciles de su reinado
bajaron al tofet y pasaron a sus hijos por el fuego (4Re 16,3; 21,6). Cuando el
piadoso rey Josías reaccionó violentamente contra todos los cultos falsos,
profanó el tofet del valle de los hijos de Hinnón, para que nadie hiciera pasar
a su hijo gua su hija por el fuego en honor del Melek (4Re 23,10). Opinó el
judío medieval David Quinji ben Yosef que la profanación había consistido en
convertir el valle de Hinnón en basurero, donde continuamente ardían los
despojos y los huesos; pero su opinión parece poco fundada. Josías debió hacer
aquí lo que hizo en otro santuarios idolátrico os: derribó el altar y sembró
lugar de huesos humanos para hacerlo impuro (4Re 23,14). Por lo demás, esta
profanación duró muy poco tiempo. La muerte prematura del joven monarca en la
derrota de Magedo fue considerada por muchos como una condenación de su reforma
religiosa. Al subir su hijo al trono, la idolatría volvió a levantar la cabeza,
y tiene el tofet de ge Hinnón volvió a encenderse el fuego. Jeremías protestó
indignado, anunciando el nombre de Dios que vendría un día en el que no se
llamaría ya tofet ni ge Hinnón, sino valle de la matanza (7,31s;19,4-6); tantos
serían los cadáveres enterrados allí por no haber otro sitio. A este mismo día
se refiere Isaías cuando anuncia que vendrán Yahvé a juzgar a toda carne llegar
a perecer por el fuego y por la espada a todos los idólatras; todas las
naciones acudirán a Jerusalén haber la gloria de Dios, y “al salir de eran los
cadáveres de los que se rebelaron contra mí, cuyo gusano nunca morirá y cuyo
fuego no se apagará y serán objeto o de horror para toda carne” (66,24). Este
es el primer texto que localiza en ge Hinnón el castigo infligido el día del
juicio. Sin embargo, aunque los cadáveres tardan perennemente y sean sin cesar
roídos por los gusanos, no se dice expresamente que sufren, puesto que son
cadáveres. En cambio, el libro de Judith supone tal sufrimiento cuando dice:
¡Ay de las naciones que se levanten contra mi pueblo! El Sr. Omnipotente a los
castigará a en el día del juicio, dando al fuego y a los gusanos sus carnes, y
gen miran de dolor para siempre (16,21). Y al mismo texto de Isaías parece
referirse Daniel cuando, hablando del juicio final, dice: las muchedumbres de
los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán, unos, para la eterna
vida; otros, para la eterna vergüenza y horror (12,2). De esta manera, al
cerrarse el ciclo profético, ge Hinnón, el antiguo valle idolátrico cubierto después
de cadáveres por la vida vindicativa de Dios, venía a ser el prototipo del
lugar en que después del juicio final, habían de sufrir los condenados. Las
tradiciones antiguas hablan del sheol, donde buenos y malos y llevan una vida
semiinconsciente, sin pena ni gloria. Poco a poco, la revelación había ido
haciendo luz y había puesto en claro que es muy distinta a la suerte que en el
otro mundo espera los buenos y a los malos. Es el momento preciso en que la
idea del sheol y la de ge Hinnón o Gehenna confluye en y se combinan. La
primera parte del apócrifo o libro de Henoch habla del mundo nuevo, que seguirá
al juicio. En él, buenos y malos resucitar al; los primeros para gozar en la
tierra, los otros, para ser castigados con suplicios en el valle de Hinnón.
Pero hasta que el juicio llegué, todos, buenos y malos, van al sheol. Allí hay
cuatro departamentos, anchos y profundos: en el primero están las almas de los
mártires; en el segundo, las de los otros gustos; en el tercero, las de los
pecadores que no han sufrido en esta vida y que han de resucitar para ser
castigados, y en el cuarto, las de los pecadores que han sufrido ya en esta
vida Hinnón de resucitar. Todo esto o se escribió hacia el año 170 antes de
Cristo, y no se dice sea en el sheol se goza o se pena. También el autor de la
cuarta parte de este mismo libro, que escribió en la época de los Asmoneos,
hace del ale Gehenna el lugar de tormentos para después del juicio. Dice haber
visto que en Jerusalén, al sur del templo, se habría un gran precipicio lleno
de fuego, y en el eran arrojadas para que abriesen las ovejas ciegas, que
habían sido convictas de pecado. Pero nada dice del sheol. Algo distinta es la
concepción del apócrifo y llamado libro IV de Esdras, escrito después del año
70 después de Cristo. La Gehenna será el lugar de tormento después del juicio,
pero ya antes, en el sheol, será muy distinta a la suerte de los buenos y de
los malos. Están separados los unos de los otros, y los malos sufren o siete
causas: por haber despreciado la ley de Moisés, por no poder ya hacer
penitencia, por ver la recompensa reservada a los gustos y el castigo que a
ellos les espera, por ver a los ángeles que vuelan sobre las almas justas y por
la proximidad de su propio suplicio. A su vez, a los buenos tendrán siete
motivos de gozo: el haber vencido al pecado, el ver el mal camino de los impíos
y el castigo que les espera, haber recibido un buen testimonio de su Criador,
el gustar el descanso pacífico mientras esperan la gloria, el haber escapado a
la inestabilidad y heredado el porvenir, el saber que su faz brillara como el
sol y ellos eran como la luz de las estrellas y, en fin, el saber que han de
ver a Dios. La quinta parte del libro de Henoch, escrita en la época de
Herodes, distingue también dos departamentos en el sheol, pero no habla de la
Gehenna. Cuando un justo mueve, bajar el sheol, donde duerme bajo la custodia
de los ángeles hasta que llegue el día de la resurrección. Los malos, en
cambio, bajando a otro departamento del sheol, donde son atormentados por el
fuego en medio de las tinieblas. En cambio, la segunda parte del mismo libro,
escrita por los años 40 antes de Cristo, y 66 después de Cristo, identifica el
sheol con la Gehenna, y coloca los gustos en el extremo de los cielos donde
piden por los que están en la tierra, y de donde han de venir para asistir al
juicio. Finalmente, por los años en que Jesús te decía en su regido de Nazaret,
se escribió el libro apócrifo y llamado Asunción de Moisés. Según él, después
del juicio, Israel será elevado al cielo de las estrellas, y desde allí
contemplará a sus enemigos en la Gehenna. Cuando Jesús comenzó su predicación
tenía frente a sí dos clases de hombres: fariseos y saduceos. Estos últimos se
negaban admitir la diversidad de situación que esperan el otro mundo a los
buenos y a los malos; sea tenían al aire antigua del sheol, y acaso ni esa
misma existencia admitían después de la muerte. Los fariseos, en cambio,
compartían, unos unas y otros otras, las ideas expuestas en los apócrifos. Contra
los primeros, afirmó Jesús la existencia de la otra vida con el sencillo
razonamiento de que el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob no es Dios de
muertos, sino de vivos (Mt 22,32), y añadió que en la resurrección ni se
casarán ni se darán en casamiento, sino que serán como ángeles en el cielo (Mt
22, 30). Frente a los segundos, enseñó que los malos comas apenas mueren, bajan
al sheol, donde son atormentados por el fuego, como ocurrió al rico epulón; en
cambio, los buenos, como Lázaro, son recibidos en el seno de Abraham, no porque
hubiese de un lugar que se llamase así, sino porque en la morada de los gustos,
cualquiera que sea su nombre, estaba Abraham, el Padre de los creyentes y el
amigo de Dios, cuyo abrazo y amistad era la señal más segura de un destino
feliz. Dónde se encontraba esta morada de los justos, no lo dice Jesús, pero
era tal su situación que, al mismo tiempo que podía verse desde el infierno,
estaba separada de él por un abismo infranqueable (Lc 16, 19-31). A este mismo
lugar parece referirse Jesús cuando promete al buen ladrón: hoy estarás conmigo
en el paraíso (lc23, 43). En cuanto a la Gehenna, Jesucristo emplea este
término repetidas veces para designar el lugar de los condenados. Con ello no
hace sino recoger una tradición profética, que arranca de Isaías, cuyas
palabras repite como un estribillo: más te va al entrar manco en la vida que
con las dos manos ir a la Gehenna, al fuego inextinguible, donde ni al gusano
se acaba a mí el fuego se apaga (Mc 9,43.45.47). Más por encima de todo esto,
la palabra de Jesús se eleva para hablar de la vida como destino de los gustos
y, de rechazo, de la muerte como castigo de los contumaces. Su atención estará
principalmente en la vida, porque “no envió Dios a su Hijo al mundo para que
condene al mundo, sino para que el mundo se salve por El” (Jn3, 17). El ha
venido “para que tengan vida” (Jn10, 10). Qué bien se entiende ahora la palabra
de Jesús: en verdad, en verdad os digo que llega la hora, y es ésta, en que los
muertos por Irán la voz del Hijo de Dios, y los que la escuchen vivir al punto
pues así como el Padre tiene la vida en Sí mismo, así dio también al Hijo tener
vida en Sí mismo. Y le dio poder de juzgar, por cuanto de Él es Hijo del
hombre. Nos maravilléis de esto, porque llega la hora en que cuantos están en los
sepulcros o Irán su voz, y saldrán los que han obrado el bien para la
resurrección de la vida, y los que han obrado el mal, para la resurrección del
juicio (Jn 5,25-29)
domingo, 4 de noviembre de 2012
el sheol y la gehenna entre los judios
Repetidas veces en
el evangelio habla Jesucristo de la Gehenna como de un lugar de tormento, donde
serán castigados los pecadores. Al afirmar la existencia de este lugar, no hace
sino enseñarnos una verdad dogmática. Pero sí le aplicará el nombre de Gehenna,
es porque quiere ponerse al alcance de sus oyentes, avezados a oír y emplear
este término. De Gehenna es la transcripción griega del nombre hebreo ge
Hinnón, o valle de Hinnón, con que se designaba el valle que al sur de
Jerusalén arranca de la confluencia del torrente Cedrón con el Tyropeon y se
dirige hacia el occidente. ¿Por qué se le llamo así? Probablemente porque
Hinnón sería el nombre de algún personaje o de alguna familia que lo poseyó en época
muy remota, cuando Jerusalén estaba habitada por los jebuseos. Tan antigua es
el nombre, que ya el libro de Josué le llaman valle de los hijos de Hinnón
(15,8). La proximidad de algunas fuentes hacían de este lugar un paraje ameno,
cubierto de hierba y sombreado por frondosos árboles en fuerte contraste con la
aridez circundante. Sin embargo, en la historia de Israel su nombre se hizo
abominable, a causa del santuario que allí tenía el dios Molok. Molok o Melek
era un Dios de los infiernos, especialmente tenido por los cananeos. Él era
quien enviaba la tierra las pestes y las guerras, que hacen morir a tantos
hombres, y a fin de apaciguar le, se le ofrecían víctimas escogidas, niños
pequeños, cuya juventud sede sacrificaba. Estos sacrificios eran tenidos por
infaliblemente eficaces. Cuando en una ocasión los ejércitos de Israel y de
Judá tenían cercado en su capital al rey de Moab, éste ofreció un sobre la
muralla el sacrificio de su propio hijo primogénito, y aquellos hebreos
penetrados de ideas idolátricas pareció tan irresistible la fuerza de aquel
sacrificio, que levantaron el cerco y se retiraron. Tal era el Dios cuyo altar
se levantaba en el valle de Hinnón. Melek tenía en Cartago un altar que por la
descripción que de él hace Diodoro de Sicilia parece haber sido un gran
brasero, en cuyo centro se levantaba una estatua de bronce con los brazos
tendidos hacia delante y ligeramente inclinados hacia abajo. En ellos se
colocaba al niño, que luego holgada y caí al abismo y lleno de fuego. El altar
de Ge Hinnón debió ser más sencillo. Tal vez no tuviera más que un brasero con
una especie de parrilla, porque la dividía le llamaba tofet, que parece
significará algo así como tgrébede. El horrible sacrificio iba acompañado del
sonido del pandero y del arpa y era festejado con tanzas. Isaías alude a él
cuando, amenazando a Asur, dice: cada golpe del palo vengador que Yahvé
descargue sobre él, se dará al son de tambores y arpas y entre danzas. Está
desde hace mucho tiempo preparado un tofet, destinado a Melek. Preparado, hondo
y ancho, en que no falta paja y leña, que al soplo de Yahvé va a encender como
torrente de azufre (30,32s). Asur iba a ser sacrificado como los niños en el
tofet.
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