El empleo de la
balanza en el juicio que sigue a la muerte de los hombres parecer de origen
egipcio. El monumento sin papiros del imperio nuevo es frecuente encontrar
representaciones de la “doble sala de la justicia”, en la que debía verificarse
el juicio de los muertos. En un extremo se levanta la silla del tribunal, en la
que se sienta el Dios Osiris. Al fondo han tomado 142 jueces, y delante de
ellos hay una gran balanza. Por el otro extremo penetra en la sala el difunto,
que es recibido por la diosa de la verdad, e inmediatamente Horus y Anubis
ponen el corazón del muerto en uno de los platillos de la balanza y el signo de
la verdad en el otro. El Dios Tot, que es el secretario de los dioses, toma
nota del resultado y lo comunica a Osiris para que éste dicte la sentencia. Si
el corazón quedan equilibrio con la verdad, el difunto queda absuelto; en caso
contrario, será entregado al suplicio.
La idea de un
juicio otra terreno es muy antiguo en Egipto, pero sólo partir de esta época,
hacia el siglo XV antes de Jesucristo o, se hace intervenir en él la balanza. D
Egipto debió pasar esta idea a otros pueblos.
También en la
literatura griega encontramos citado el juicio divino de los hombres. El primero
en hablar de él es Píndaro, que somete a los hombres al juicio de la diosa
Anaque, en la segunda Olímpica. Pero que más se extiende en su referencia es
platón, especialmente en Gorgias. Según él, desde los tiempos de Saturno
existía la ley de que los hombres que habían llevado una vida justa fuesen a
parar a las islas afortunadas, donde serían felices; y los hubieran sido
injustos e impíos, debían ir a un lugar de suplicio llamado Tártaro. Pero
cuando a Saturno sucedió Júpiter, comenzaron al oír bien las cosas. Hasta que
un día Plutón y los gobernadores de las islas afortunadas vinieron a quejarse a
Júpiter de que los hombres que les llegaban no eran acreedores a los castigos
Mia las recompensas que se les habían asignado. Júpiter comprendió. Todo dependía
de que los hombres eran juzgados, antes de morir, por jueces vivos. De esta
manera, un alma corrompida podía estar envuelta en un cuerpo hermoso y engañar
a sus jueces; y, a su vez, los jueces tenían en su cuerpo un impedimento para
juzgar con independencia. En adelante, reos y jueces acudirían al juicio
desnudos de sus cuerpos, es decir, muertos. Además, los jueces serían Minos, Radamanto
y Eaco, hijos de Júpiter, que juzgarían a los hombres en un lugar donde se
juntaban tres caminos: uno de ellos conocía a las islas afortunadas y otro al
Tártaro. Radamanto juzgaría a los asiáticos, y Eaco a los europeos. Minos
fallaría en caso de duda. Y los resultarían a las almas sin saber de quién
eran.
Todas estas ideas,
sin embargo, no parecen haber pasado del mundo de los filósofos y los poetas.
Las inscripciones funerarias lo hace ninguna alusión al juicio. Nótese además
que en el pensamiento griego, el juicio que siguió a la muerte no se verifica
por medio de una balanza.
En cambio, la idea
de la balanza divina, sin relación alguna con el juicio, era ya conocida la
literatura homérica. En la Ilíada, cuando fe Zeus quiere decidir la suerte de
la guerra entre los aqueos y troyanos, despliega su balanza de oro y ponen sus
platillos los destinos de ambos pueblos; el destino de los griegos bajó hasta
la verde hierba, y el de los troyanos subió hasta el cielo. Otro tanto hizo en
el momento del combate decisivo entre Héctor y Aquiles.
También Virgilio,
entre los latinos, copió esta escena en su Eneida ante la lucha de Eneas y
Turno. Y así mismo Horacio, Ovidio y Virgilio hablaron del juicio de los dioses
infernales; pero sus ideas no pasaron de la esfera de la poesía. El pueblo no
se dio por enterado.
Tampoco las
religiones de la India fueron muy permeables a la idea de un juicio ultra
terreno. Sin embargo, en el budismo, de época reciente, hay un cuadro que
representa las moradas de los dioses, y debajo de ellas la tierra y el
infierno. En la parte superior del infierno se ve el trono de Yama, que tienen
la derecha una horca y en la izquierda un Espejo, donde se refleja las obras
buenas y malas de los hombres. A la izquierda de Yama hay un personaje con una
balanza para pesar los cuerpos de los difuntos, y debajo del trono hay dos
espíritus, el del bien y el del mal, con dos sacos de guijarros, que son las
obras buenas y malas. Debajo están representados los suplicios del infierno.
Mucha más aceptación tuvo en la religión
persa. El mazdeísmo nos presenta un tribunal, donde Mitra, asistido de Rashnu y
Sraosha, juzga a las almas. Rashu tiene una balanza, que maneja con absoluta
justicia. Sí no se inclina a una parte ni a la otra, el reo ha de ir al
Hamesstagan, especie de purgatorio.
Pero junto a esta
idea de la balanza que tal vez fue importada, el mazdeísmo presenta otra suya:
la del puente Cinvat. Al pasar del puente, el pecador calle a las tinieblas y
el justo sigue adelante por el camino de los dioses.
Mahoma no tuvo
inconveniente en incorporar las dos ideas al Corán. Cuando habla del “día
terrible” dice:” en verdad, a aquel cuyas obras hicieren bajar la balanza,
tendrá una vida placentera; pero aquel cuyas obras pesar en poco en la balanza,
tendrá por su morada el Báratro. Pero ¿qué te puedo hacer comprender lo que es
el Báratro? Es el fuego ardiente”. En cambio, en otro lugar dice:” el puente
Sirath es más afilado que una espada y está tendido sobre el infierno. Todos
los hombres pasan por él, los unos pasan como un rayo, los otros como el
caballo que corre, otros como el caballo que anda; éstos se arrastran con las
espadas cargadas de pecados. Otros caen aquí van al infierno”.
El islam fue el
gran vehículo ideas orientales en Europa. Ya hemos visto que por esta época
aparece la balanza del juicio en el arte cristiano. Paulino de París nos ha
transmitido una narración popular, según la cual, un clérigo que murió, fuel
pesado en la balanza por San Miguel, poniendo en un platillo sus obras buenas y
en el otro las malas; en un principio pesaba más las malas. Pero luego la
Virgen María puso en el platillo de las obras buenas todas las avemarías que el
clérigo le había rezado y sin ti no el peso definitivamente hacia lo bueno.
También la idea del
puente llegó a los medios populares cristianos. En los Diálogos de San Gregorio
Magno, se habla de un soldado que murió de peste en Constantinopla y que, por
la misericordia de Dios, volvió a la vida y pudo contar lo que había visto.
Dijo que sobre un río de aguas negras pasar un puente que llevaba a una pradera
verde, adornada con hierbas y flores de un olor muy agradable, y en la que
había unos hombres vestidos de blanco. Los pecadores que trataban de atravesar
aquel puente caían en el río, ha prestado y tenebroso. En cambio, los gustos
pasaban libremente y llegaban con toda seguridad a la pradera.
De esta manera,
sobre el fondo dogmático y revelado de la existencia de un juicio a que están
sometidos todos los hombres después de la muerte, la imaginación popular ha ido
portando escenas caprichosas conservas traídas del oriente. El mercader que las
trajo fue el islam, que a su vez las había adquirido en Egipto y Persia.
Nosotros no tenemos porqué despreciar las. Pero sabiendo siempre que sólo son
el lenguaje popular en que se expresa una verdad que hoy es patrimonio de casi
toda la humanidad; y que San Pablo enunció diciendo: está establecido que los
hombres mueran una sola vez, y después de esto o el juicio (Hb 9,27)
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