Entre los muchos aspectos encantadores que presenta la tercera película de Capra para Columbia The Matinee Idol[1] -en cuyos títulos de crédito aparece como Frank R. Capra- cautiva particularmente que estemos ante una película que se tenía por perdida. Fue encontrada en los sótanos de la Cinémathèque Française y a partir de ahí sometida a una restauración que permite contemplarla en bastante buenas condiciones. De alguna manera se cumple la paradójica condición del arte cinematográfico. Es el primer arte tecnológico, pero con frecuencia vemos que ese dispositivo se pone al servicio de reflejar la vida de las personas y su dignidad. Y esto se cumple de manera doble en The Matinee Idol : en filmación original y en su “resurrección” digital.
En un dato que puede parecer externo a la película en realidad encontramos un mensaje que interesa esencialmente para la bioética. Es el siguiente: ¿se reducen las posibilidades de la tecnología si se le ajusta a una misión propiamente humana? ¿Negamos la mejora de nuestra sociedad quienes apostamos por una responsabilidad moral ante ella? Con su habitual ciencia y sagacidad José Sanmartín Esplugues señalaba:
Evidentemente, la técnica nos está sirviendo para vivir mejor. Hemos de mejorar, de acuerdo. Pero si en algo hemos de hacerlo es ante todo en nuestra sensatez y prudencia, adoptando las medidas adecuadas para que, antes de aplicarla, la técnica sea objeto de reflexión acerca de lo que esperamos conseguir con ella para el bien común integral. Sólo así se garantizará una cultura al servicio de la dignidad humana[2].
The Matinee Idol como expresión de dos modos de hacer cultura humana
Y es que The Matinee Idol tiene las trazas de un cuento sencillo, pero en realidad con lo que nos enfrenta es con dos modo de hacer cultura humana: lo que podemos presentar como “la sencillez y trasparencia del espectáculo teatral popular que es recibido por las poblaciones del mundo rural como una bendición” frente a “la mentalidad enloquecida del consumismo de sensaciones de Broadway regido por el afán de lucro”.
Un intertítulo del comienzo nos sitúa ante Broadway como “una calle que corre al Norte, al Sur y al caos”. La vemos atravesada por multitud de vehículos y viandantes, con los edificios plagados de anuncios luminosos sobre lo que se ofrece en los distintos locales. Y en el interior de un teatro, un espectáculo de los “Black Face Comedians” —actores que con el rostro pintado de negro simulan ser lo que no son— pone de relieve la máscara que oculta el rostro. Allí se nos presenta al cantante Don Wilson (Johnnie Walker de nuevo como en So This Is Love, si bien en un papel mucho más versátil[3]) y a su astuto empresario, Arnold Wingate (Ernest Hilliard). Don es un cantante de éxito desbordante que desconfía de los halagos de las mujeres, que ahora recibe quinientas cartas diarias de admiradoras, por lo que le comenta a su mayordomo: “no las recibía cuando era un actor sin nombre”. El equipo directivo de Arnold Wingate ven a Don algo cansado, por lo que proponen que tome un descanso. El empresario le invita a que pase un fin de semana en el campo, lo que permite a Don mostrar su escepticismo ante el amor varón/mujer cuando acepta y dice: “iré a cualquier lugar en el que no haya mujeres.”
Frente al mundo de Broadway, Capra presenta una imagen del mundo rural en el que se desarrolla un espectáculo de actores ambulantes. Vemos un cartel en el que se anuncia con letras grandes: RAIN OR SHINE. THE BOLIVARS PLAYERS IN A REPERTORY OF DRAMAS WRITTEN AND PRODUCED BY COL. J.J. BOLIVAR. FEATURING MISS GINER BOLIVAR. GREATEST DRAMATIC SHOW UNDER CANVAS. ADMISSION: 10 c; 20 c; 30c.[4] Lo llevan para colocarlo por las calles del pueblo. Detrás vemos, en clara contraposición con Broadway, unas carpas que han sido situadas en un descampado, en el que destacan los niños que saltan o juegan a la cuerda.
Se nos presenta al Col. Bolivar (Lionel Belmore) y a su hija Ginger Belmore (la protagonista, Bessie Love), de la que se cuenta que “hacía de todo, desde pegar posters hasta interpretar el papel de la estrella”. A diferencia de Don Wilson, ella no se esconde detrás de una máscara. Gusta de la compañía de las niñas con las que juega a saltar a la comba sin ninguna pose de artista.
La común lejanía de los protagonistas ante la llamada del amor.
Sin embargo esa contraposición entre el mundo rural y el mundo urbano no tiene la última palabra nunca en el cine de Capra, como se podrá comprobar a lo largo de su filmografía. Ambos emblemas carecen por ellos mismos de lo que verdaderamente humaniza la vida de las personas, que es la primacía del amor, particularmente en el desvelamiento de la persona que se despierta en la relación varón/mujer. Esto no lo promueve ningún contexto social. Es privilegio de la iniciativa de las personas. Un misterio
Don Wilson recelaba de la falsedad de una relación con mujeres deslumbradas por el oropel del éxito. El mundo urbano, en el que se habla tanto del amor puede desgastar su sentido, transmutarlo en bagatela. Pero el mundo rural tiene también sus propios demonios. Una vida demasiado apegada a las bases más elementales de la subsistencia puede endurecer a las personas en la lógica de sus pequeños intereses, y hacerles inmunes a la gratuidad, al sentido del don en la persona del otro. Algo que se incrementa cuando es una mujer la que tiene que abrirse paso y dirigir a una serie de varones. El feminismo personalista[5] de Capra ya está presente en estos momentos.
Ginger Bolivar es una buena hija, que sigue con fidelidad los proyectos artísticos de su débil padre. Así se ha configurado como una empresaria exigente, que sabe tratar a los actores con dotes de mando, no viendo en ellos más que los empleados necesarios para que el espectáculo siga adelante. Capra lo dibuja de modo sintético. Uno de los actores se harta de tener que realizar labores auxiliares para colocar la carpa y le espeta a Ginger: “Escuche, no soy un obrero, soy un actor… Y lo que es más, renuncio.” La joven no se amilana: “Tú no renuncias, estás despedido”. Y a continuación comienza a realizar gestos de reproche y a pronunciar unas palabras silentes cuyo contenido insultante no es difícil de imaginar, porque su padre, el Coronel Bolivar acude a calmarla. Sí, Ginger es una de esas mujeres fueres, con carácter que tanto le gustaba dibujar a Capra.
El desafío de saber decir “te amo” y el riesgo de intuir un verdadero rostro humano más allá de la máscara.
Es en ese contexto de una Ginger ejecutiva cuando se produce el primer encuentro con Don, que rompe a ambos sus esquemas preestablecidos. La excursión de Don y sus amigos se ha complicado porque se les ha estropeado el automóvil. Un leve apunte sobre la ambigüedad del progreso tecnológico. Empujan el vehículo y llegan a la población donde actúan los Bolivar. El mecánico ha cerrado para ir a ver el espectáculo. Los acompañantes de Don, Arnold Wingate y dos altos empleados suyos, se deciden a matar el tiempo acudiendo al espectáculo. Y Don acude a la carpa con la única finalidad de encontrar a quien podía arreglar el automóvil. Le dicen que está presentándose para que lo seleccionen como actor. Capra nos muestra el casting que Ginger está realizando. Es un fracaso. Sólo tienen que decir “te amo”, y el primer candidato tartamudea, mientras los demás se dedican a hacer trucos de bajo nivel. Es decir, entienden el espectáculo como ponerse una máscara para divertir.
Cuando llega Don a buscar al mecánico, la joven lo toma por un candidato más, por lo que con franco desespero le pregunta: “Por todos los santos, ¿puede decir ‘te amo’? “. Don divertido, lo dice de modo silente con toda facilidad. Ella le abraza, le hace entrar al interior de la carpa, no sin antes poner de cuclillas a todos los demás candidatos para empujarlos. Muestra así también su hartura con los hombres. Don le sigue el juego, animado con la idea de estar ante una mujer que no lo reconoce como un artista de éxito. Le da un nombre falso, Harry Mann. Se esconde detrás de una nueva máscara.
La escena que tiene que ensayar es en realidad el momento dramático con el componente más emotivo de toda la trama. Don (como Harry Mann) aparece como un solado herido por defender la patria, que antes de morid le declara a Ginger: “te amo”. Ella le besa y ´le muere. Pero el joven intenta que la situación íntima simulada sea una ocasión de acercamiento real entre ambos. No es Ginger una de esas jóvenes que no quiere saber nada. Y ella, aunque mantiene el tono profesional no deja de recibir el impacto de la situación que se ha creado entre los dos. Ambos han sido capaces de intuir un verdadero rostro humano más allá de la máscara.
A partir de aquí la contraposición rural/urbano cobra otro sentido. Ahora la pregunta será: ¿dónde se puede encontrar el verdadero amor?
Dos públicos bien distintos: inocencia frente a sofisticación burlesca
La compañía de teatro de los Bolivar es presentada a Don Wilson por David Mir (Eric Barrymaine) como una alegre familia. Se trata de un personaje afeminado sobre el que Don se atreve a hacer una broma al respecto. Rápidamente otro de los actores del reparto con más protagonismo J. Adison Wilberforce (Sidney D’Albrook) le reprocha que se atreva a hacer “chistes inteligentes sobre un gran actor.” Efectivamente, la comunidad de artistas funciona como una familia en la que a cada uno se le respeta en su singularidad. Otro de los actores es un padre con tres hijos, al que su esposa (Mary Gordon) y todo ellos aclaman a lo largo de la presentación, obligándole a él a indicarles que se moderen. Todos se valoran y respetan.
El patio de butacas de la carpa es igualmente presentado con un aire comunitario. Con muchos niños, pero también con personas de todas las edades. La presencia de un anciano sordo y su nieto, junto a la madre de ése (Dorothy Vernon) permite a Capra mostrar con humor cómo entendían las obras dramáticas esos ambientes sencillos. En un momento Ladre explica a la trompetilla del hombre mayor lo que acaban de decir, de una manera completamente singular e irónica: “Ha dicho que los hombres casados son los mejores soldados; saben lo que significa la guerra.”
Arnold Wingate y sus acompañantes se ríen con gusto, hasta el punto de que el acomodador —que también hace de pianista y corneta— les tiene que llamar al orden: “Dónde esta su crianza. Ese nos es modo de que un caballero actúe en el teatro”. Pero el empresario no se inmuta y se le ocurre la idea genial de contrata a los Bolivar para que actúen en Broadway, pues de tan malos son geniales. “Os podéis imaginar qué sensación sería esto en Broadway”. Por su lado, Don Wilson ha actuado con extrema torpeza, favoreciendo la dimensión burlesca que ha captado su empresario. Sale en el momento equivocado, y cuando actúa en su escena central, repite varias veces el “te amo” para recibir otros tantos besos de una Ginger indignada.
La caída de las máscaras
Wingate contrata a los Bolivar para Broadway quienes aceptan ilusionadísimos. Sólo les pide que actúe la compañía al completo. Eso obliga a Ginger a readmitir al supuesto Harry Mann, al que había despedido por su pésima actuación. Una vez en Broadway, Don hace todo lo posible para que Ginger no descubra que la estrella de los blackface y Harry Mann son la misma persona. Acabaremos descubriendo que lo que Don está buscando es alguien que le quiera por sí mismo, no por su éxito.
El precio que hace pagar a Ginger es muy elevado. Los Bolivar actúan en la revista con toda seriedad, pero están siendo utilizados por Wingate y Don Wilson como motivo de mofa. Con un éxito total. Las risas de un patio de butacas completamente distinto al del ámbito rural —personas de etiqueta mostrando su superioridad hacia los actores “pueblerinos” , de los que se carcajean sin ninguna consideración— lleva a una situación de llanto por humillación, tanto de Ginger como de su padre que, indispuesto por una borrachera para estar dirigiendo la obra, ha querido verla desde la parte más alta del teatro.
La situación extrema lleva a Capra a terminar ya con las máscaras y retirarlas. La primera que cae es la de Don Wilson/Harry Mann. Tras la función que tanto le ha humillado y ofendido, Ginger sale corriendo camino de la pensión. Don le alcanza para consolarla. Ya sabe que le ha rodo el corazón y está arrepentido. Llueve. Y el agua borra la máscara sobre su cara, al diluir el maquillaje negro. Cuando la chica se da cuenta de que Don y Harry son una misma persona se sumerge en un llanto más amargo, mientras la estrella de Broadway es requerida para seguir saludando a un público entusiasmado.
La tercera, y definitiva, se producirá cuando los Bolivar regresen a su espectáculo ambulante. De nuevo hay que hacer un casting, y tras unos candidatos inexpresivos, vuelve a aparecer Don Wilson que ahora con todo el sentido de su alma le dice “te amo”. El rostro de Ginger se conmueve pero no sabe qué hacer. Don acompaña su determinación de un gesto expresivo. Se dedica a arreglar una estaca. El martillo da en su mano y Ginger sale a socorrerle besándole el pulgar para aliviarlo. Entran en la carpa, y por los zapatos de la chica que vemos que se elevan por ranura que queda abierta, nos hace pensar en un beso de enamorados. La mano de Ginger retira el cartel que anunciaba el casting: “SE NECESITA ACTOR. NO HACE FALTA EXPERIENCIA”. No se necesita alguien que actúe sino el rostro verdadero de un hombre al que amar sin fingimiento.
Conclusión
Catalina Elena Dobre es una investigadora de origen rumano que se ha afincado en la Universidad Anáhuac de México. Se ha dedicado en los últimos años a rescatar la figura del filósofo de origen suizo Max Picard (1888-1965). Sus contribuciones sobre el sentido del rostro y de la máscara ayudan significativamente a poner de relieve la vigencia de The Matinee Idol
En los rostros de hoy las posibilidades de relación están aniquiladas, porque se ven como si nunca hubieran experimentado nada en sus vidas, como si fueran irreales, abstractos, mera combinación genética y nada más. Un rostro sin imagen, pero sí «moldeado» por la ciencia. No extraña que el hombre de hoy vive de modo abstracto sin implicación alguna, sin empatía, sin ser capaz de relacionarse con los otros de verdad, sin un corazón que se viera reflejado en sus rostros. Por eso, el rostro se vuelve una máscara; un ocultamiento de lo demoníaco que habita en su alma y que es una mera apariencia, una pseudoimagen. […] Así como Kierkegaard una vez que hablaba del engaño y de la desesperación, Picard también advierte que, en un momento, las máscaras se caen y el rostro está exigiendo mostrarse: allí es cuando no hay manera de ocultarse más. El rostro es lo auténtico en la persona y más lo enmascaramos, más su desocultamiento será doloroso, porque se revelará un rostro distorsionado que le hará a uno pensar que el alma está desesperada, que está buscando una fisura por dónde pudiera escapar. [6]
The Matinee Idol concluye casi representando gráficamente esa fisura, que podemos verla en la pequeña abertura de la carpa. Es símbolo de esa otra todavía más angosta y difícil que se ha abierto en el corazón de Ginger y Don para salir de sus dinámicas habituales y dejar el señorío al amor. Es eso lo que se espera de una bioética en nuestros días. Que marcando los cauces responsables y prudentes a la tecnología, preserve el rostro humano, y de este modo, custodie la cultura de la dignidad humana.
Ficha técnica:
Título original: «The Matinee Idol» («El teatro de Minnie»)
Año: 1928
Duración: 1h. 06 m.
País: Estados Unidos
Dirección: Frank Capra
Gracia Prats-Arolas
Profesora e investigadora en Filosofía y Cine
Universidad Católica de Valencia
Profesor e investigador en Filosofía y Cine
Miembro del Observatorio de Bioética
Universidad Católica de Valencia
[1] Accesible en YouTube subtitulada en español: https://www.youtube.com/watch?v=wQxC_z6xwRc
[2] Sanmartín Esplugues, J. (2017). La técnica y el proceso de humanización. En diálogo con José Ortega y Gasset. Investigación y Ciencia, 50-51, p. 51
[3] Cfr. la contribución anterior en esta misma web de Bioética y Cine, La belleza del rostro humano y la humanización de la técnica en «So This Is Love» («La virtud del amor», 1928) de Frank Capra, https://www.observatoriobioetica.org/2025/01/la-belleza-del-rostro-humano-y-la-humanizacion-de-la-tecnica-en-so-this-is-love-la-virtud-del-amor-1928-de-frank-capra/10003219
[4] “Llueva o haga sol. Los actores Bolívar en un repertorio de dramas escritos y producidos por el Coronel J. J. Bolívar. Protagonizado por Miss Ginger Bolívar. El más grande espectáculo dramático baja las carpas. Entradas a 10, 20 y 3º céntimos.
[5] Leland Poague es el que más ha destacado ese aspecto de puesta de relieve del feminismo de Capra — cfr. Poague, L. (1994). Another Frank Capra. Cambridge, New York, Melbourne: Cambridge University Press— un feminismo de la conversación, el diálogo o la complementariedad en la misma línea que Stanley Cavell —cfr. Cavell, S. (1981). Pursuits of Happiness. The Hollywood Comedy of Remarriage. Cambridge MA: Harvard University Press. [Cavell, S. (1999). La búsqueda de la felicidad. La comedia de enredo matrimonial en Hollywood. (E. Iriarte, & J. Cerdán, Trads.). Barcelona: Paidós-Ibérica].
[6] Dobre, C. E. (2019). La filosofía del rostro humano en Max Picard. THÉMATA. Revista de Filosofía, 97-116. doi:10.12795/themata.2019.i60.6, pp. 106-107
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