Entre los que acudieron a adorar al Niño
había uno que no tenía nada que ofrecer
y se avergonzaba mucho.
Todos rivalizaban para entregar sus regalos.
María no sabía cómo recibirlos;
y mirando al que tenía las manos vacías,
le confió a Jesús.
¡Tener las manos vacías fue su fortuna!
Obispo Munilla
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