Dada la estrecha unión que en el hombre
existe entre el espíritu y el cuerpo, nuestros actos internos parecen que
quedan incompletos mientras no se traducen en ciertos actos externos que
guardan con ellos algún analogía y son como su natural complemento. La idea no
termina de ser clara y precisa mientras no hayamos dado con la palabra que la
exprese. El efecto resulta mutilado y anormal cuando no se manifiesta en obras.
La alegría y la tristeza producen reacciones espontáneas en todo nuestro
organismo. Y la vida toda de nuestro espíritu tiene su reflejo natural en
nuestra vida exterior.
Por eso no es extraño que quien forzó la el
propósito de purificar su vida despojándose de cuantas injusticias y maldades
acometido, exterior hice esta limpieza de su alma sometiendo su cuerpo a una
purificación. Y puestos a ello, desde los primeros tiempos hasta el día de hoy
no hay encontrado un elemento tan a propósito para purificar el cuerpo de sus
manchas como el agua.
Todas las religiones, por diversas que
sean, entrañan un deseo de purificación.
De ahí
el que en las religiones más diferentes encuentren ritos de predicación por el
agua. Y no termina todo aquí. Sino que, precisamente en virtud de esa unión
íntima de nuestra vida espiritual y corporal, sucede que en nuestros actos
externos influyó poderosamente en los internos, y aun a veces los provocan
cuando no existían. Que al fin la vida espiritual se recapitula en la actividad
de la inteligencia y la voluntad, y la voluntad actual movida por la
inteligencia, y la inteligencia recibe la materia de sus conocimientos de los
sentidos. Por eso el mundo exterior condiciona muchas veces el pensar y querer
de nuestro mundo interno, y, por lo mismo, mediante la creación de un mundo
exterior a propósito, podemos influir de una manera decisiva en la formación de
nuestra vida interior. A esto tiende muchos de los ritos religiosos. Y en este
sentido la purificación del cuerpo mediante el agua puede grabar en nosotros el
propósito de purificación espiritual.
Viniendo ahora la consideración del
bautismo en la religión cristiana, para nadie es un secreto que el cristianismo
tiene su prehistoria en el judaísmo, y, por lo tanto, nada más natural que
acudir a la religión hebrea en busca de la prehistoria del bautismo cristiano.
Nuestro bautismo enlaza con la vida judía a
través del bautismo de San Juan, he llamado bautista. Este profeta, destinado
por Dios para señalar con el dedo al redentor, apareció en el desierto de Judá
poco antes que Jesús abandonase su vida oculta. San Marcos resumen con su
acostumbrada concisión la actividad de Juan y la impresión extraordinaria que
produjo: apareció en el desierto Juan el bautista predicando el bautismo de
penitencia para remisión de los pecados. Y acudían a él de toda la región de
Judea todos los moradores de Jerusalén, y se hacían bautizar por él en el río
Jordán, confesando sus pecados (1,4s).
El evangelista habla con mayor naturalidad
de “el bautismo de penitencia”, como si fuera la cosa perfectamente conocida,
y, efectivamente, cuando el escribía, así era, mas no cuando Juan comenzó a
predicar. Entonces no existía ningún rito idéntico al de Juan. Precisamente por
eso los sacerdotes de Jerusalén no admitía que Juan tuviese autoridad para
introducir este rito nuevo, sí no era el mesías ni su profeta precursor: ¿por
qué bautizadas -le preguntaban- si no eres el Mesías, ni Elías ni al profeta?
(Jn 1,25).
Tres clases de bautismo conocía los judíos
antes de la predicación de Juan. Los del levítico, los de los esenios y el de
los prosélitos.
El levítico prescribía determinadas abluciones
para aquellos que habían contraído una impureza legal por la lepra, por la vida
matrimonial y sus derivaciones o por el contacto con un cadáver. La eficacia de
tales abluciones era puramente legal y externa, y no producían y buscaba
purificación alguna interior, puesto que tampoco era ocasionada por ningún
pecado. El bautismo de sanjuán no se parecía a éstas.
Los esenios constituyen una secta judía que
les imponía una vida ascética, en la que se daba cierta importancia los años de
agua fría. Había un baño solemne que se tomaba terminar el año del noviciado, y
otros baños diarios que precedían a la comida. A juzgar por la denominación de
“puros”, que ellos se daban, es posible que atribuye es en estos bautismos un
Valor de purificación moral. En ese caso ofrecerían a alguna enología con el
bautismo de Juan, pero no completa, como luego veremos.
Mayor parecido ofrece el bautismo de los
prosélitos. Se discute ya sea en la época evangélica se obligaba o no a los prosélitos que, oriundos del paganismo,
se incorporaban al judaísmo, a recibir un bautismo después de la circuncisión,
como ciertamente se hizo en época posterior. Por lo menos éste era el único rito
de agregación al pueblo escogido, para las mujeres. Parece haber tenido en un
principio una finalidad calificativa, pero luego se fue convirtiendo en un rito
de iniciación. Quien se sometía a él, reconocía al Dios verdadero y aceptaba su
ley, y, por tanto, no sólo deseaba purificarse de sus pecados, sino que
realizaba un cambio de vida. En adelante había de ser un criterio muy distinto
o el que presidiese toda su conducta.
Estas ideas pudieron re preparar el
ambiente para que se comprendiera el sentido del bautismo de Juan. El precursor
no predicaba un bautismo por el que los paganos pasasen a formar parte del
pueblo hebreo, sino un bautismo por el que los mismos hebreos se dispusiese en
par entrar en el reino de los cielos. Y en esto se distinguía del bautismo de
los prosélitos. Pero, en cambio, era un bautismo de penitencia, y en esto o
estaba su analogía con él.
Cuando un profeta tan austero como Joan en
su comida y en su vestido hablaba de penitencia, apenas se concibe que quiera
hablar de otra cosa que de mortificación. No seré yo quien niegue que la
intención del profeta llegase hasta exhortar a la austeridad, pero no era ése
el sentido primario principal que él daba al término “penitencia”.
De
suyo, la penitencia consiste en cambiar de modo de pensar, y, en consecuencia,
de modo de obrar. Este era también el sentido que le daba el bautista. Hablando
los sauces y fariseos decía: ¿quién nos ha enseñado a huir de la ira que llega?
Hace, pues, dignos frutos de penitencia, y no tengáis diciendo os: tenemos por
Padre Abraham… Todo árbol que lo de
frutos será cortado y arrojado al fuego (Lc 3,8 s). Sería interesante saber que
entendía el por ese buen fruto o por
esos dignos frutos de penitencia. Las muchedumbres se lo preguntaron, y él
contestó: el que tiene dos túnicas, de un al que no tiene; y el que tiene
alimentos haga lo mismo. Y a los publicanos decía: no exigir nada fuera de lo
que está atrasado. Ya los soldados: no es extorsión a nadie ni denunciéis
falsamente; contentas con vuestra soldada (Lc 3,10-14). Todos estos actos no
implican una mortificación, sino sencillamente la sustitución de una conducta justa
y caritativa a otra que no lo fue. Era, por lo tanto, un bautismo de penitencia
en el sentido de que por él se obligaban a emprender una vida nueva.
Más que está significación no contaba todo
el sentido del bautismo. Hemos dicho que esencialmente era un rito
purificatorio. El bautismo administrado por San Juan no dejaba de tener este
mismo carácter. Por si alguna duda pudiera caber, los evangelistas nos dicen
que los que recibían el bautismo lo hacían “confesando sus pecados”.
Esta
concesión de los pecados estaba prescrita en el antiguo testamento en ciertos
sacrificios expiatorios (Lv 5,5; Num 5,7), y se refería únicamente al pecado
que se trataba de expiar mediante el sacrificio. En el día del expiación,
cuando el sumo sacerdote hacia la purificación de los sacerdotes, ante el
pueblo y del santuario, y ponía sus dos manos sobre un macho cabrío y confesaba
sobre la víctima todos los pecados del pueblo.
Parece que esta concesión se ha de entender
de una fórmula que confesar y a los pecados de un modo genérico. En la misma
forma procedería la confesión de los que se acercaban al bautismo de San Juan,
aunque quizá hubiese algunos más fervorosos a quienes su devoción impulsarse
ser más explícitos.
De todo lo dicho se desprende que el
bautismo de sanjuán no confería una pureza legal como los bautismos impuestos
por el levítico, sino que a la manera del bautismo de los esenios y de los
prosélitos, era expresión y fomento de un deseo de purificación interior. Pero,
a diferencia del de los esenios y coincidiendo con el de los prosélitos,
constituía además un rito de iniciación en una vida nueva, y tenía como propio
él no iniciar en la vida del israelita, sino en la vida del aspirante a
ciudadano del reino de los cielos.
En esta misma dirección, pero dando ya un
paso definitivo hacia delante, estará el bautismo instituida por Cristo: a
quien no nací en del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de los
cielos… Dirá a Nicodemo (Jn3,5). El rito establecido el rito establecido por
Jesús se verificará también mediante la evolución con el agua, pero en el
interviene además que el Espíritu, y, por lo mismo, constituye un nuevo
nacimiento, que hace al hombre no y aspirante al reino, sino ciudadano del
mismo reino de los cielos.
Esta diferencia es la que expresaba el
bautista cuando decía: yo, cierto, os bautizo en agua para penitencia; pero
detrás de mí viene otro más fuerte que yo, aquí no soy digno de quitar las
sandalias; he los bautizar a en Espíritu Santo y en fuego (Mt 3,11).
El bautismo suyo era de agua, y, por lo
tanto, puramente externo, que se limitaba a mover a penitencia. El de Jesús, en
cambio, había de ser un bautismo del Espíritu Santo que obra en el interior de
las almas y las transforma. (Is 44, ;Joel 2,28;Zac 12,10), y su acción sobre
las almas es parecida a la del fuego, que en el crisol purifica los metales. La
diferencia que hay entre limpiar con agua de la plata y purificarla en el
crisol, esa misma es la que existe entre el bautismo de Juan y el de Jesús. De
esta predicación había dicho el profeta Malaquías: será como fuego fundido y
como lejía de batanero, y se pondrá a fundir y depurar la plata y a purgar a
los hijos de Leví, y los depurará como se depura el oro y la plata (3,2).
Los hechos de los apóstoles tanto realizado
este bautismo el día de Pentecostés, en el que el espíritu Santo se manifestó
sobre los apóstoles en forma de lenguas de fuego (1,6;2,4), y transformo sus
almas. Lo cual parece indicar que el bautismo que en vida de Jesús
administraban sus discípulos no era aún el bautismo del mesías, sino el de su
precursor. Y, efectivamente, sólo después de Pentecostés e nos habla de que los
bautizados decidían el Espíritu Santo. Hasta entonces, el oficio de los
apóstoles es más bien el de precursores de Jesús. Cuando El les enviaba a predicar,
les recomendaba una predicación muy parecida a la de Juan: el reino de Dios
está cerca de vosotros (Lc 10,9).
Sobre lo que Juan entendía por el bautismo
de fuego, no todos los exégetas coinciden
El mismo precursor parece explicarlo cuando
añade: tiene ya el bieldo en su mano y limpiará su era, y recoger a su trigo en
el granero, pero quemará la paja en fuego inextinguible (Mt 3,12). La imagen
del labrador que aventa su trigo y quema la paja, hace pensar en el espíritu
Santo, por cuya acción se salvan las almas, y en el fuego en que han de arder
los condenados. Tal vez fuera éste el pensamiento de que el profeta, que, como
todos los que habían precedido, lo hacía distinción entre la primera y la
segunda venida del mesías.
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