En nuestro habitual paseo de madrugada, Kloster y yo íbamos considerando el grado de engreimiento estúpido que han adquirido algunos intelectuales de cuarta fila, que se permiten descalificar a uno de los pocos sabios que quedan en el mundo.
Hablábamos del Papa, por supuesto. Entonces mi amigo miró al horizonte. El sol comenzaba a asomar y nuestras sombras se alargaban hacia el oeste.
—¿Te das cuenta? —me dijo—. Cuando Dios desciende en la tierra, las sombras se estiran y hasta los enanos pueden creerse gigantes.
martes, 7 de septiembre de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario