viernes, 24 de noviembre de 2017
SERÉIS COMO DIOS
Tratando de ser
como Dios, para realizarse completamente. Deseando proyectarse al
margen de su Creador y mostrando la historia de su amor para
consigo, su confianza en sí mismo y su afirmación personal. Con esta
actitud lo que niega el ser humano es el poder de Dios en la vida. Rompe totalmente
su relación con él, haciendo prevalecer la soberbia a la humildad, la
rebeldía al acatamiento, el orgullo a la modestia.
Esta ruptura es consecuencia de la libertad que Dios ha concedido a
la persona creada, que es libre de elegir.
Nuestra historia está henchida de muestras de desplantes realizados
a Dios por el ser humano. Actos llenos de arrogancia, insolencia o
descaro. Un distintivo o una maldición que acompaña a la persona a
lo largo de esa historia de la vida. Un pecado -original- que no sólo
muestra la transgresión voluntaria y con conocimiento de un
precepto religioso, sino que es todo aquello que se aparta de lo recto
y justo, que quebranta o transgrede lo que es debido. Una transgresión que anula el precepto dado al ser creado en la justicia y
santidad de la verdad. Esa violación de la persona al mandato divino
le lleva a disfrazar la verdad con la mentira. La mendacidad, la
miseria humana, incapaz de soportar las consecuencias de decir la
verdad, de asumir el acto elegido y de creerse las propias
fabulaciones. Por eso, la primera acción del ser humano, según el
relato bíblico, fue mentir o dejarse engañar por una mentira.
La falta de humildad condujo al hombre al pecado. La falta de
humildad está llevando al hombre a creerse Dios. Esa creencia ha
sido siempre el inicio de toda guerra, revolución, enfrentamiento o
conflicto. No somos, ni seremos capaces de llegar a tener el grado de
humildad para reconocer que somos seres con capacidades
limitadas. La arrogancia del ser humano no tiene límites, piensa que
cuando coma de ese fruto del conocimiento del bien y el mal será
como Dios. La astuta serpiente sabe disfrazar la alucinación de
realidad, mostrando los placeres de la vida como la manzana del
paraíso que nos permitirá obtener todo lo deseado liberándonos de
las cargas de la vida. Todo vale, todo debe estar permitido al ser
humano, la eutanasia, el aborto, la clonación, reasignación de sexo,
liberarse de normas y leyes, la ficción transgresiva, o cualquier otra
cosa que se le ocurra en favor de sus apetitos personales, de su
ambición y capricho capaz de fascinar, seducir o embobar a su
prójimo elegido.
Un albedrio que nos hace perder nuestra libertad exterior y, por ende,
la libertad interior. Los místicos siempre supieron que en el interior
del hombre, más allá de la mente condicionada por las modas, hay
una presencia incondicionada, un nivel más consciente, un saber
escuchar el silencio, ese silencio habitado que supo conocer San
Juan de la Cruz. Saber escuchar a Dios, que se revela a todos sin
excepción alguna y nos permite, en los momentos críticos de nuestra
vida, refugiarnos en Él. Nunca seremos Dios, pero siempre seremos
hijos suyos...
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